Irak no es Vietnam, Henry

por Max Boot, 13 de agosto de 2007

(Publicado en Los Angeles Times, 22 de julio de 2007)

Mientras el Congreso de Estados Unidos debate sobre la guerra de Irak, va quedando claro que muchos legisladores quieren traerse las tropas de vuelta a casa y al mismo tiempo evitar las posibles consecuencias - una ruinosa guerra civil y una catastrófica victoria de Irán y al-Qaeda. Esto ha conducido a mucho suspiro por alguna forma de solución negociada - lo que el Grupo de Estudio sobre Irak (Iraq Study Group, ISG por sus siglas en inglés) llamó una “nueva ofensiva diplomática” que pudiera permitirnos una salida airosa.
 
Entra en escena Henry Kissinger, el “sabio” octogenario que es consejero del presidente Bush. Aunque poniendo énfasis correctamente en que una “retirada  precipitada” de las fuerzas de Estados Unidos resultaría en una “calamidad geopolítica”, él sugirió en una reciente columna sindicada que “un final político sostenible del conflicto” se puede alcanzar pero no con la acción militar sino usando “diplomacia americana sabia y resoluta” que involucre a todos, desde  los actores iraquíes internos hasta Irán e Indonesia.
 
Él no lo mencionaba en el artículo pero no hay duda de que Kissinger tenía en mente sus propias acciones durante la negociación de los Acuerdos de Paz de París en 1973 que acabaron con la implicación militar directa de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. De hecho, algunos de sus ensayos anteriores - incluyendo uno que publicó el Los Angeles Times en mayo - han sido explícitos citando su propia experiencia como un modelo del cual aprender.
 
¿Qué tan seriamente deberíamos tomarnos a Kissinger? ¿Será realmente posible que un super diestro secretario de Estado - alguien como... hmm... Henry Kissinger - pudiera producir “paz con honor” en la actualidad? No funcionó la última vez que lo intentamos. ¿Por qué iba a funcionar ahora?
 
Sólo según la versión del propio Kissinger, su diplomacia en Vietnam fue un gran triunfo. Como lo describió en el New York Times, “un cambio radical tuvo lugar en 1972” debido a la derrota en la Ofensiva de Pascua de Vietnam del Norte y del minado americano del puerto de Haifong - y por sus propias iniciativas para cerrar un trato con los patrocinadores de Vietnam del Norte. “Cuando Estados Unidos minó los puertos de Vietnam del Norte, Hanoi se encontró aislado porque, como resultado de la apertura a China en 1971 y la cumbre en 1972, Pekín y la Unión Soviética se hicieron a un lado”.
 
El resultado, afirma Kissinger, fue que el negociador de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, tuvo que aceptar los términos de Estados Unidos: “un incondicional alto el fuego y la liberación de prisioneros; la continuación del gobierno existente de Vietnam del Sur; la continuación de ayudas económicas y militares para ese gobierno; no más infiltración de fuerzas norvietnamitas; la retirada de las fuerzas restantes de Estados Unidos y la retirada de Laos y Camboya de las fuerzas norvietnamitas”. 
 
Pero este relato pasa por alto muy convenientemente algunos hechos que han salido a la luz con la desclasificación de documentos de ese período. En libros recientes como The Flawed Architect: Henry Kissinger and American Foreign Policy(2004)  (El arquitecto imperfecto: Henry Kissinger y la política exterior americana) del historiador Jussi Hanhimaki, emerge una imagen muy distinta de la que pintó el ex secretario de Estado en sus egocéntricas memorias y artículos.
 
Aunque es cierto que Kissinger utilizó “la apertura a China” para ejercer presión sobre Vietnam del Norte, también garantizó privadamente al primer ministro chino Chou En-lai en junio de 1972 que lo único que realmente deseaba era un “intervalo razonable entre el resultado militar y el resultado político”. ¿Qué clase de resultado político tenía en mente? Según Hanhimaki, Kissinger dijo a Chou: “aunque no podemos llevar un gobierno comunista al poder, si, pasado un tiempo, éste se diera como resultado de la evolución histórica, seguramente seremos capaces de aceptarlo”.
 
Es decir que Kissinger informó a Chou que los comunistas podían tener Saigón siempre y cuando no humillaran a los americanos a la hora de su retirada.
 
Kissinger propició que ese funesto resultado fuese hasta más probable al aceptar una de las exigencias clave de Vietnam del Norte, algo que ahora evita mencionar. Incluso mientras que Estados Unidos retiraba todas sus tropas, los Acuerdos de Paz de París permitieron que al menos 150.000 soldados norvietnamitas se quedaran ocupando el 25% de Vietnam del Sur. Esto le dio al Norte una cabeza de puente de incalculable valor desde la cual poder terminar su campaña de conquista. No es de extrañar que Kissinger y Nixon tuvieran que amedrentar al presidente de Vietnam del Sur, Nguyen Van Thieu, para la firma del documento que, bien sabía él, significaba que “nos íbamos a suicidar”.
 
Más adelante, Kissinger culpó de la caída de Vietnam del Sur al proceso de impeachment contra Nixon y al consiguiente debilitamiento de la presidencia. Pero las violaciones comunistas a los Acuerdos de la Paz comenzaron inmediatamente después de la firma; Nixon y Kissinger apenas si protestaron ante Hanoi y mucho menos ante Moscú o Pekín por miedo a poner en peligro otras preciadas iniciativas, tales como las negociaciones para la reducción de armamento nuclear conocidos comos SALT II.
 
El líder soviético Leonid Breznev y el presidente chino Mao Zedong del Partido comunista no levantaron ni un dedo para frenar a sus aliados del sureste  asiático porque hacer eso no habría servido a sus intereses. De hecho, incluso mientras Estados Unidos estaba recortando la ayuda a Vietnam del Sur, la Unión Soviética estaba aumentando el flujo de suministros a las fuerzas de Vietnam del Norte y China hacía otro tanto con el Jemer Rojo en Camboya. Ambos grupos conquistaron el poder con pocas semanas de diferencia en abril de 1975 con horripilantes consecuencias.
 
Kissinger puede argumentar de forma plausible que la caída de Vietnam del Sur y Camboya era algo inevitable, dado el cambio de la opinión pública en contra de la guerra. Pero al mismo tiempo, no puede afirmar, como lo hace en sus memorias, que su diplomacia fue un “éxito deslumbrante”. Sus maquinaciones, aunque brillantes, al final marcaron poca diferencia. Todo lo que esas maquinaciones consiguieron fue dar un “intervalo razonable” a la administración Nixon y a Kissinger, un premio Nobel de la Paz. Si cabe, los Acuerdos de Paz aceleraron la caída de Vietnam del Sur al proyectar la ilusión al Congreso de Estados Unidos de que la guerra había acabado y que era seguro suspender la ayuda.
 
Aquí hay una lección aplicable en estos días: La diplomacia experta puede consolidar los resultados del éxito militar pero raras veces puede compensar su carencia. En Irak, hay escasas oportunidades de que cualquier prestidigitador americano logre convencer a facciones internas como Jaish al Mahdi, al-Qaeda en Irak o a actores externos como Irán y Siria de que sus intereses son congruentes con los nuestros. Mientras Estados Unidos busca la estabilidad y la democracia, nuestros enemigos van alegremente sacando provecho del caos para así acceder a esferas de influencia y sangrarnos hasta dejarnos secos. 
 
La única cosa que concebiblemente podría alterar sus cálculos es un cambio en el equilibrio de poder en el terreno. Eso es lo que está intentando conseguir el general del Ejército David Petraeus. Pero el general se ve obstaculizado por las incesantes exigencias de retirada desde Estados Unidos, algo que está ayudando a convencer a nuestros enemigos que es cuestión de esperar. Solamente si el otro lado se enfrenta a la probabilidad de la derrota - o por lo menos a un punto muerto - las negociaciones podrían producir un acuerdo duradero.
 
Incluso entonces, las negociaciones serán exponencialmente más difíciles en Irak que en conflictos anteriores, porque no estamos haciendo frente a un solo enemigo como los comunistas vietnamitas con una cadena de mando clara. Las comunidades chiítas y especialmente las sunníes están divididas en numerosas tribus y facciones políticas que a su vez están divididas en subgrupos enemistados. Encontrar interlocutores responsables que puedan tomar decisiones y hacer que se respeten ha sido una de las más grandes dificultades a las que enfrentan nuestros diplomáticos en Bagdad. Kissinger no tenía ese problema. Él sabía que en un estado de partido único como Vietnam del Norte, las decisiones de los líderes eran vinculantes, incluso cuando sus promesas no fueran necesariamente fiables.
 
Si cualquier modelo anterior de pacificación fuese aplicable a Irak (y eso es mucho presuponer), el que deberíamos tomar en cuenta es el de Corea. El presidente Eisenhower selló un armisticio duradero en 1953 porque puso muy en claro que las tropas de Estados Unidos permanecerían en Corea del Sur por los siglos de los siglos y hasta amenazó con intensificar el conflicto con armas atómicas si fuera necesario. (No fue lesivo que José Stalin, patrocinador de Corea del Norte, muriese en ese año, pero ese hecho en sí mismo no fue decisivo).
 
Esa firme decisión nos dio la clase de peso político que no teníamos a principios de los años 70 cuando la administración Nixon ya había comunicado claramente su disposición de traer de vuelta a nuestras tropas sin importar las consecuencias. Si repetimos el mismo error en Irak (algo que, para ser justos, Kissinger desaconseja ahora), no habrá ningún tipo de genialidad diplomática que impida una costosa derrota.


 

 
 
Max Boot es investigador decano del Council on Foreign Relations y ex editor de la página editorial del Wall Street Journal.
 
 
©2007 Max Boot
©2007 Traducido por Miryam Lindberg