Incierto futuro de Túnez

por Carlos Echeverría Jesús, 20 de enero de 2011

 

(Publicado en La Gaceta, 19 de enero de 2010)
 
Las revueltas ciudadanas iniciadas el 17 de diciembre en el pequeño país magrebí han logrado no sólo mantenerse sino también extenderse a todo el país, y ello y sorpresivamente para terminar derrocando al aparentemente blindado régimen del presidente Zine El Abidine Ben Ali en la noche del 14 de enero. Ante tal escenario se hace pues urgente preguntarse en qué puede terminar todo este proceso.
 
Por de pronto, el hasta ahora jefe del Estado, que acababa de comprometerse a no presentarse a las elecciones presidenciales de 2014, rompiendo así con la mayoría de los pronósticos realizados dentro y fuera del país, que vaticinaban un sexto mandato, ha preferido tomar el camino del exilio con su familia y se encuentra en Arabia Saudí. Con ello se abre un proceso lleno de incertidumbres, primeramente políticas y de seguridad. Cuando estas se resuelvan, deberán dar satisfacción inmediata a las exigencias con las que se iniciaban las revueltas. Aunque algunas figuras experimentadas han quedado a cargo de las riendas del país, todas ellas son representativas del ya antiguo régimen, y Túnez sufre una profunda desvertebración política tras décadas de régimen de cuasi partido único. En cualquier caso, tendrá que echar a andar con lo que hay, y la hasta ahora muy domesticada y escuálida oposición y los mimbres a seleccionar de las élites del partido gubernamental –la Agrupación Constitucional Democrática–, deberán servir para seleccionar candidatos a fin de protagonizar las reformas que se avecinan.
 
Los tunecinos debieron sobrevivir rodeados por los gigantes revolucionarios libio y argelino durante la Guerra Fría y, además, aún recuerdan el alto precio que pagó Argelia por realizar con precipitación su apertura a la reforma constitucional, al multipartidismo y a los procesos electorales tras la sangrienta Revuelta de la Sémola de octubre de 1988. Es previsible por ello que apuesten por modular las reformas escalonando las exigencias tras haber demostrado de sobra una capacidad de movilización que ha provocado, sorprendiendo a muchos dentro y fuera del país, la salida precipitada del ya hoy ex presidente.
 
Lo más urgente, una vez se recuperen las instituciones, será trasladar el optimismo derivado de algunos indicadores económicos a la ciudadanía a lo largo y ancho del país. Túnez, por ejemplo es líder en África en términos de competitividad, según el Informe Mundial sobre Competitividad 2010-2011 publicado por el Foro Económico Mundial de Davos el pasado septiembre. El régimen de Ben Ali había prometido reducciones inmediatas en los precios de los productos básicos, como hacían la semana pasada las autoridades argelinas para desactivar a sus airados manifestantes. Habrá que tomar medidas que permitan a una hastiada hasta ahora población creer que lacras como la falta de expectativas de jóvenes, y de no tan jóvenes, o los desequilibrios territoriales se van a resolver. La euforia que a buen seguro va a reinar en los próximos días no debe dar paso a la anarquía, sino que los muy laboriosos tunecinos requieren de una dirección pragmática e integradora y el proceso deberá caracterizarse, además, por una recuperación de la libertad de información en un país donde los medios de comunicación han estado amordazados durante décadas. Lo más heroico del caso tunecino es que si todo esto se logra, y el país avanza con prudencia hacia una mayor apertura y una verdadera modernización en términos políticos, económicos y sociales, será única y exclusivamente gracias a sus propios ciudadanos y a la capacidad de movilización de estos en un contexto muy adverso.
 
Nadie les ha ayudado desde fuera, y tampoco ellos esperaban tal ayuda, pues conocían la omnipresencia del statu quo en lo que a las relaciones entre las dos orillas del Mediterráneo respecta. Lo que sin duda es muy importante ahora es conseguir que este cambio lleve a un rápido saneamiento político y económico del país.
 
Si se avanza en esa dirección –y es previsible que se logre, ahora sí con el apoyo exterior, de la dubitativa Europa y de EE UU, entre otros– será estimulante para sus vecinos, también necesitados de medidas de saneamiento en sus sistemas, y ello si es que no quieren verse sacudidos por espasmos como los vividos desde comienzos de año. Tal escenario sería saludable para las poblaciones y, de paso, también para vecinos como nosotros, que nos preocupamos legítimamente por las consecuencias en materia de seguridad de inestabilidades endémicas como las padecidas en el norte de África.
 
Es también la mejor manera de evitar que los islamistas, por muy moderados que algunos de ellos pretendan parecer, sigan haciéndose con el control de sectores sociales cada vez más amplios, alejándoles progresivamente del mundo de libertades y de interrelación fluida que a algunos nos gustaría legar a nuestros hijos.