Idea equivocada, momento equivocado

por David Horowitz, 28 de septiembre de 2004

Hace algunos años, fui parte de un panel de seis académicos y estudiantes de la UCLA que durante dos horas debatió la cuestión: '¿Existe una identidad norteamericana?'. Fui la única persona en el panel que pensaba que sí existía. Norteamérica es una sociedad plural cuyos ciudadanos representan centenares de etnias y son el producto de una (o más) culturas distintas. La política cultural 'norteamericana', que crea una única nación ('o muchas') de estas identidades dispares, se fundamenta en un documento, la Constitución, que tiene más de 200 años de edad. No ha sido alterada de manera significativa -- culturalmente -- puesto que se concedió el derecho al sufragio femenino en 1920. (Oh sí, hubo un breve período en el que el alcohol era ilegal por una enmienda constitucional, pero no duró ni siquiera el espacio de una generación).
 
El fracaso de todos mis co panelistas académicos en reconocer que existe una identidad norteamericana es, antes que nada, una expresión de la crisis general que Norteamérica lleva atravesando bajo el cuño 'cultura de guerra' durante más de 30 años. Es específicamente un producto primero del dominio de la cultura universitaria por parte de la izquierda política, y en segundo lugar de su campaña de 30 años para deconstruir la mera idea de una identidad norteamericana. Logra esto rescribiendo la historia norteamericana para que refleje su propia visión de que América no es un faro de la libertad humana sino un Gran Satán de la opresión humana. Esta narrativa norteamericana revisada, inflingida sobre nuestra generación estudiantil actual es, a su vez, parte de un asalto mayor de la izquierda contra el 'sistema' norteamericano, al que designa como racista, sexista, clasista e imperialista. Esta izquierda puede contarse por millones y, es redundante añadir, está profundamente alienada del marco constitucional. 
 
Paradójicamente, al mismo tiempo, la izquierda destructiva vee la democracia norteamericana y en la Constitución que la creó un arma poderosa que puede utilizarse para destruir el sistema. En consecuencia -- y de nuevo paradójicamente -- la izquierda antiamericana ha dedicado una parte significativa de su energía política a los ataques contra el sistema judicial norteamericano y contra la propia Constitución. 
 
Empezando con la invención de un derecho a la privacidad en el veredicto del Tribunal Supremo de Roe vs. Wade, la izquierda lleva abanderando un asalto sistemático contra los fundamentos constitucionales de la nación 30 años. Un elemento de ese asalto es la transformación del contrato de fundación en una 'constitución viva' que se pueda reinventar a voluntad -- y sin el proceso de Enmienda -- para satisfacer al último fin político destructivo de la izquierda. Un segundo y vinculado mordisco del ataque es el intento de destruir la independencia judicial de la rama legislativa. El objetivo de este ataque es colocar el proceso judicial entero bajo control político directo. Esta campaña consiguió salirse con la destrucción política de la nominación de Bork al Tribunal Supremo, y está ahora inmersa con la declaración de guerra política y el uso de un comité de filibusteros para bloquear que los candidatos presidenciales eminentemente cualificados al tribunal deban ser confirmados por el Senado en pleno.
 
Desde la Guerra Civil, el sistema político norteamericano no ha estado tan polarizado, o las comunidades norteamericanas involucradas en un Apocalipsis cultural tan extenso. En esta hora nacional de crisis, la fortaleza del marco constitucional es más crítica que nunca. 
 
Ahora llega un movimiento, que se llama asimismo conservador pero que emula a estos mismos radicales en incorporar la guerra cultural en el corazón del marco fundacional, intentando rescribir la Constitución (mediante el proceso debido, para más inri) con el fin de lograr sus objetivos políticos. Me estoy refiriendo al movimiento por la Enmienda al Matrimonio Federal que busca tomar la institución previamente bajo la jurisdicción de los estados y federarla; que busca tomar una institución ahora en duda como parte de la guerra cultural, y definirla constitucionalmente como modo de resolver el conflicto. En otras palabras, es un movimiento para lograr que el veredicto de Roe vs. Wade sea a la inversa.
 
La enmienda afirma: 'El matrimonio en los Estados Unidos consistirá solamente de la unión de un hombre y una mujer. Ni esta constitución ni la constitución de estado alguno, ni ley federal o estatal alguna, será interpretada de modo que el estatus marital o los incidentes legales derivados recaigan sobre parejas no casadas o grupos'.
 
No voy a discutir los méritos de preservar la institución del matrimonio como se ha entendido tradicionalmente. Personalmente, creo que la familia es una institución bajo ataque y que necesita ser defendida, pero también creo que todos los ciudadanos son merecedores de respeto básico y derechos individuales y que la sociedad tiene un interés adquirido en el reconocimiento y el apoyo a las relaciones estables entre adultos con consentimiento mutuo que no hacen daño. Lo que voy a discutir es que enmendar la Constitución para resolver un tema político de la cultura de la guerra está (si dios no lo remedia) abocado al desastre. Esto no será necesariamente un desastre para la causa política de los defensores de la unión tradicional, pero sí lo será con respecto a la durabilidad de la Constitución y por lo tanto de la nación. 
 
Los conservadores deberían luchar para restaurar la independencia del sistema judicial y para asegurar la solidez del cimiento constitucional. No deberían politizar el proceso constitucional animando la idea radical de que reescribir la Constitución es una alternativa al alcance de la mano para ganarse los corazones y las mentes de los norteamericanos y para resolver estos conflictos del proceso legislativo. Si los conservadores buscan un cambio constitucional para lograr victorias en la guerra cultural que podrían ganarse mediante medios legislativos, la izquierda sólo escalará sus propios esfuerzos para hacer lo mismo y la última membrana protectora de nuestra política será hecha añicos.
 
Animo a los conservadores que apoyan la Enmienda de Matrimonio Federal a pensárselo dos veces antes de botar el barco del estado en aguas desconocidas, a buscar otros medios disponibles para cumplir sus agendas. Este movimiento sólo profundizará en las marcas de nuestra fracturada cultura cívica y debilitará sus apoyos. Hacer esto en tiempos de paz sería imprudente; procesarlo en medio de una guerra es temerario.