Hollywood como arma política
por Alberto Acereda, 17 de noviembre de 2005
La industria cinematográfica de Hollywood ha sido y sigue siendo foco de enorme debate. Detrás de la cámara hay todo un mundo que trasciende el mero entretenimiento y el arte cinematográfico. Es el mundo ligado a la fama, al dinero y también a la política y al poder. Incluso el espectador más distraído no puede dejar de reconocer el alto grado de alianza de Hollywood con un sector del poder político: el más antiliberal y anticonservador, o sea el de las izquierdas que aprovechan cualquier esquina para sacar su maquinaria propagandística. Con excepciones de actores que han reconocido su filiación a la derecha (Charlton Heston, Arnold Schwarzenegger y pocos más) resulta difícil desentrañar todo cuanto pulula detrás de cada caso particular, de cada director, de cada película o de cada escena. A menudo el mensaje desde Hollywood es un subtexto visual, sutil pero eficiente. Con todo, cuando lanzamos una mirada atenta a lo que la llamada cultura popular cinematográfica nos presenta desde los estudios californianos nos preguntamos algunas cosas.
¿A qué se debe, por ejemplo, que en su inmensa mayoría los reyes de Hollywood desprecien casi sistemáticamente a la derecha liberal-conservadora? ¿Por qué esos artistas y cineastas de Hollywood atacan los valores de la tradición judeo-cristiana? ¿A qué responde ese afán seguidista de las izquierdas internacionales respecto a la línea ideológica de aquellas voces más críticas contra Estados Unidos en la industria cinematográfica? Y en el ámbito español, ¿por qué nuestros actores y cantantes -los pacifistas filosocialistas que desprecian a los Estados Unidos- se derriten ante una mera insinuación de Hollywood?
Aquí valoraremos algunas de las razones para entender el componente ideológico y político que ha ido poblando la Meca del cine con tintes sociales tan falseados como demagógicos. Hollywood, su poder, su dinero, su prestigio y su fama se ha venido asociando por error con el modo de vida norteamericano. Nada más lejos; porque nada representa peor el talante del norteamericano medio que la visión que de la vida nos da Hollywood. La historia de Hollywood en muchas de las décadas del siglo XX es la de una postura de apoyo a las causas ideológicas y políticas de las izquierdas, desde su demagógico odio al capitalismo a las falseadas causas pacifistas o medioambientales o desde la negación al derecho a la vida hasta el ataque a casi todos los principios del ideario liberal-conservador. Aquí intentaremos apuntar algunas ideas a fin de que el lector confirme esa raíz ideológica de Hollywood siempre tan equivocada a la luz de la historia. Exponer la historia de ese ambiente y los resultados hoy visibles no es tarea fácil. Aquí daremos sólo algunas notas.
1. Un poco de historia
Hollywood es mucho más que el John Wayne pro-americano que algunos han querido generalizar. En la época mundial de entreguerras, en torno a la década de 1930 y 1940, tuvo lugar una controvertida discusión sobre la infiltración de las izquierdas marxistas -del socialismo al comunismo, con todas sus variantes totalitarias- en la industria de Hollywood. Pese a los intentos desde el mismo Hollywood de disminuir y desprestigiar tan fundada sospecha, la historia ha demostrado que, efectivamente, fueron muchos los productores, directores y actores de Hollywood que en Estados Unidos estuvieron ligados entonces al Partido Comunista. Otros tantos fueron los que, por lo mismo, intentaron repetidamente inyectar mensajes políticos y sociales en la vida cultural estadounidense a través de películas y documentales. Fue lo que, en esencia, se calificaron como las décadas rojas de Hollywood. Muchos de sus integrantes vivieron con la fascinación por la entonces Unión Soviética, la obsesión por el Teatro de Arte de Moscú y las películas de Sergei Eisenstein. Conforme Stalin consolidaba su poder en los finales de los años veinte e inicios de los treinta, el comunismo buscó en el cine un brazo para adoctrinar a las audiencias.
Cuando Stalin instruyó en 1935 a las diversas facciones comunistas que buscaran alianzas por el mundo en una suerte de frente popular, Hollywood inició de forma clara su luna de miel con esos ideales. El creciente nazismo en Alemania y la Guerra Civil Española proporcionaron razones y modos para intentar extender la doctrina estalinista. De ahí surgieron los recursos financieros para la causa marxista y las actitudes antiliberales de Hollywood. Con la llegada de la II Guerra Mundial y el bombardeo de Pearl Harbor, Stalin se presentó como aliado de los norteamericanos, lo que facilitó en Hollywood la producción de películas pro-soviéticas como Mission to Moscow (1943), North Star (1943) y Song of Russia (1944). El fin de la guerra llevó a la Guerra Fría y a que actores como Ronald Reagan se dieran cuenta del peligro de la penetración comunista en Hollywood.
No nos detendremos aquí a desgranar los datos y los ejemplos que ya expuso de manera detallada Kenneth Lloyd Billingsley en su excelente libro de 1998, Hollywood Party, y cuyo subtítulo apuntó ya los modos y maneras en que el Comunismo sedujo a la industria cinematográfica norteamericana en las décadas de los años treinta y cuarenta. Se trataba de una serie de esfuerzos dirigidos por el comunismo internacional para controlar Hollywood: sus estudios, empleados, sindicatos, actores, productores, directores y todo bajo la maquinaria propagandística estalinista. No se trataba, por tanto, de un grupo de artistas utópicos, fraternales idealistas de la justicia, la igualdad y la paz. Eran, más bien, auténticos agentes directos o indirectos, más o menos controlados por un marxismo que provenía directamente desde Moscú. El objetivo era lanzar mensajes colectivistas en las películas y retratar el capitalismo como algo negativo y contraproducente.
Desde otra perspectiva, vale citar el libro de Paul Buhle y Dave Wagner titulado Radical Hollywood, donde los autores mostraron -fuera de toda duda- la influencia que desde las izquierdas se intentó llevar a cabo sobre Hollywood en el período entre 1920 y 1950. Se trataba de complicadas redes de poder, política, economía e ideología que nutrían algunas de las producciones más importantes en los diversos géneros del cine de Hollywood. Cabría aquí mencionar las películas de Hopalong Cassidy, repletas de mensajes izquierdistas a través de cuidadosos guiones de Michael Wilson. Lo mismo ocurría con los temas anticapitalistas del subgénero de gangsters con películas como The Public Enemy (1931), con James Cagney, actor que apoyó en los años treinta los movimientos sindicales y las huelgas del Valle de San Joaquín en 1934. Pocas veces, sin embargo, el público general y el espectador semanal que acudía a las salas de cine asociaban esos prestigiosos actores clásicos con la ideología de las izquierdas. Piénsese también en el mensaje subliminal contra el poder del capital y a favor de la lucha de clases visible en películas como The Wizard of Oz (1939), por citar sólo algunos ejemplos de esos años.
Pese a todo esto, se ha venido realizando toda una campaña de desinformación al hilo de las llamadas listas negras y la caza de brujas de Hollywood en los años cuarenta y cincuenta, el fenómeno del macartismo y las opiniones de hombres como el Presidente Harry Truman o J. Edgar Hoover - Director del FBI- sobre el comunismo en Hollywood por esos años. De todo ello, el lector podrá cerciorarse a través de varios libros y trabajos elaborados desde distintas visiones. Lo cierto es que mucho se ha escrito ya sobre estas cuestiones, casi siempre presentando a Hollywood como la víctima y al sistema norteamericano como el opresor. No entraremos aquí en el juego de reinventar la historia, pero sí resulta necesario conocer esos hechos si pretendemos entender la realidad de lo que vamos presenciando a inicios del siglo XXI y lo que significa Hollywood a día de hoy como arma política y social.
De la tergiversación de lo que fue aquella caza de brujas ya ha dado cuenta ejemplarmente el reciente libro de Ronald y Allis Radosh Red Star over Hollywood que es -a nuestro juicio- el mejor y más documentado ensayo sobre el tema. En él se detalla sin complejos la propaganda ideológica de la izquierda en el Hollywood de esos años. Sin dejar resquicio a la duda, los Radosh demuestran la presencia del comunismo en Hollywood a lo largo del siglo XX y su cooperación directa con la antigua URSS. A su vez, dejan claro que la célebre Comisión de Actividades Antiamericanas (House Commitee on Un-American Activities, HUAC), bien diseccionada en esas páginas, jamás fue el órgano inquisitorial y antidemocrático que se nos ha querido presentar más tarde. Más bien fue todo lo contrario, porque en la década de los años sesenta, muchos de aquellos directores, productores y actores de Hollywood que habían estado en esa lista negra siguieron trabajando en los estudios de Hollywood y hasta los que habían estado encarcelados por la justicia fueron rehabilitados.
Aquellos que violaron las leyes de su país y colaboraron con el comunismo, fueron luego, sin embargo, reconvertidos en mártires de la libertad de expresión por la propaganda de la izquierda instalada en Hollywood. Es así cómo las generaciones posteriores fuimos creciendo con esa idea errónea de aquella caza de brujas. El mito de aquellos inocentes hombres y mujeres de Hollywood resulta ser otra falsedad fácilmente verificable y documentada en el libro de los Radosh. Y lo mismo cabe decir de la farsa que Hollywood montó -tan antidemocráticamente- contra el director Elia Zazan en 1999, en un escándalo contra su persona sólo propio del espíritu más antiliberal y rencoroso de Hollywood.
Hace una década, Michael Medved publicó Hollywood vs. America, un libro que se hizo célebre y en el que su autor ligaba el adoctrinamiento disimulado de Hollywood con el antiamericanismo y el permanente ataque a la forma de vida occidental. Medved señaló como algo curioso que fueran precisamente las películas más opuestas a los valores norteamericanos las que ganaran los premios de la Academia del Cine. Los Oscar iban a parar (y lo mismo sigue ocurriendo ahora) a películas donde se cuestionaba la idea del individuo, la familia o la religión. No se trataba de avaricia económica o de provecho, demostró Medved, sino de verdaderos intentos de acabar con la moral judeo-cristiana, que es la base de la civilización occidental y, en ella, la norteamericana. El sacrificio de mayores logros económicos ante el mensaje ideológico resultaba indicativo de una indudable voluntad de que Hollywood sea un arma política contra las bases de la idea norteamericana de la libertad y la democracia. Al hilo de varias películas, Medved demostró el intento deliberado de Hollywood por acabar con esos mismos ideales tradicionales en un permanente ataque a la religión, una exaltación de la violencia, la promiscuidad sexual, el énfasis en el relativismo moral y el ataque y la justificación del mal sobre el bien.
Por otras avenidas más cercanas a la misma ideología de Hollywood, Ed Rampell ha publicado recientemente otro interesante trabajo titulado Progressive Hollywood. Su autor, conocedor cercano de ese mundo politizado de Hollywood, analizó las razones que motivaron y siguen motivando a sus artistas a organizarse en torno al ideario de las izquierdas. Para ello, Rampell recoge entrevistas y comentarios de varias estrellas actuales de Hollywood, como los productores Jerry Bruckheimer y Robert Greenwald, actores como Jack Nicholson, Rob Reiner, Mike Farrell, Ed Asner, Martin Sheen, David Clennon, Gore Vidal o Dennis Hopper; los polémicos directores Michael Moore, Spike Lee, Oliver Stone y Lionel Chetwynd, así como otros guionistas de renombre como Bernie Gordon, Bobby Lees o Norma Barzman. Todos ellos representan precisamente ese lado de las izquierdas en Hollywood y sus declaraciones ofrecen campo para interesantes comentarios, si bien -como veremos- en la mayoría de los casos se trata de figuras que hipócritamente viven del mismo capitalismo y de la nación que tanto censuran.
2. Hollywood, de ayer a hoy
No resulta difícil mostrar los modos en que la industria de Hollywood va imponiendo sutilmente sus ideas a través de películas ideológicamente adulteradas, panfletos que se anuncian como fehacientes documentales y otros dramas varios que aprovechan la emoción del espectador para inculcar una agenda contraria a los principios básicos de nuestra civilización occidental y particularmente de la nación norteamericana. Para comprobar cuanto decimos basta acercarse a los testimonios que recoge, por ejemplo, Humberto Fontova en su libro Fidel: Hollywood´s Favorite Tyrant, sobre los permanentes apoyos de buena parte de los actores norteamericanos a la dictadura castrista. El director Steven Spielberg, por ejemplo, aseguraba desde su millonaria mansión californiana que su encuentro con Fidel Castro fueron las ocho horas más importantes de su vida. Lo mismo vale decir del tendencioso director Oliver Stone para quien el dictador cubano es un hombre con gran moral, nada egoísta y uno de los más sabios que jamás ha conocido la tierra.
Hollywood no sólo abarca lo cinematográfico sino también toda la industria del entretenimiento. Ahí aparecen más ejemplos de esa ceguera antiliberal, como la supermodelo Naomi Campbell, para quien Castro es un sueño hecho realidad. Lo mismo ocurre con viejas bellezas de Hollywood, como Gina Lollobrigida, que calificó al tirano como hombre extraordinario, comprensivo y humano. Lo mismo ocurre con el humorista Chevy Chase, quien definió el socialismo como un sistema que funcionaba según el ejemplo fehaciente de la Cuba de Castro. Hasta los presentadores de noticias en televisión como Dan Rather -el célebre vocero televisivo- que con gran cariño y admiración definió a Castro como el Elvis cubano. No extraña que Rather sea el mismo periodista que la cadena CBS ha debido despedir recientemente tras su escandalosa manipulación informativa junto a Mary Mapes para mentir sobre unos papeles militares falsos encaminados a desprestigiar a George W. Bush.
Más recientemente, James Hirsen ha publicado otro libro, titulado Hollywood Nation, que es un demoledor ensayo capaz de desenmascarar el activismo político actual de Hollywood y el sectarismo anticonservador existente detrás de la cámara. Su trabajo corrobora la radicalización de Hollywood y su incansable esfuerzo por adquirir influencia política, poder y capacidad de control sobre la ciudadanía y la cultura política estadounidense. La mirada que nos presenta Hirsen en torno a Hollywood, su narcisismo, plagado de lujos y escándalos, ejemplifican el relativismo moral de un disimulado cine diseñado a menudo para censurar cualquier asomo de los principios de la derecha liberal-conservadora. Como recomendable novedad interactiva, existe un trailer de este mismo libro, cuyo paródico contenido recoge el sentido final de este cautivador ensayo. Los actuales casos de Oliver Stone, Susan Sarandon, Sean Penn, Ed Asner, Tim Robbins, Barbra Streisand, Jessica Lange o Michael Moore, entre otros, resultan representativos.
Se trata de individuos y grupos de Hollywood que tergiversan realidades históricas o sociales. Lo hacen a través de textos visuales que se autoproclaman como basados en hechos reales o historias cercanas que incluyen contenidos y mensajes de clara intención ideológica. Es así como el cine y la propaganda política se une al calor de los muchos grupos de activistas que apoyan a las figuras de Hollywood y sus producciones. En Hollywood existe mayoritariamente una agenda política disimulada bajo el manto del multiculturalismo y lo políticamente correcto. Se ataca ferozmente el ideario de la derecha liberal-conservadora y se defienden y propagan las posiciones de las izquierdas en cualquiera de sus proyecciones y posturas: desde el aborto a la eutanasia o desde la falsa presentación de hechos bélicos hasta la tergiversación de episodios, figuras o datos históricos. Es por ello que la prensa y los comentaristas de Hollywood demonizan constantemente el término conservador.
Faltaría aquí espacio para enumerar los ejemplos de películas y situaciones que resultan ser ejemplos de ese sesgo marcadamente ubicado en la oposición a los valores de la derecha liberal-conservadora y, especialmente, de la tradición judeo-cristiana. Bastaría recordar el debate suscitado por la película de Mel Gibson sobre la pasión de Cristo. No resulta difícil tampoco dilucidar los casos de una consciente propaganda antinorteamericana y antioccidental en las más recientes producciones de Hollywood. Es por todo ello que resulta necesario sacar a la luz la sutileza de los mensajes políticos en las pantallas, disimulados muchas veces, abiertos y devastadores otras, pero casi siempre nacidos de un activismo que niega una vez y otra también todos y cada uno de los valores de la derecha liberal-conservadora.
Stalin no se equivocó cuando vio en Hollywood una herramienta potencial y valiosa para difundir su errada ideología. Es por ello que resulta necesario combatir la arrogancia cultural de las izquierdas, el vacío intelectual y la bancarrota moral de estos figurones de la progresía que se enriquecen del mismo capitalismo y de la nación que insultan y acusan. No se olvide que son justo esos mismos progres de Hollywood quienes han apoyado y siguen apoyando siempre a los más grandes tiranos de la historia, como el citado Castro, y en España los que algún acertado comentarista de la actualidad y la política ha bautizado con agudeza como titiriteros del socialismo.
Peter Schweizer, conocido experto en temas de defensa y seguridad y miembro del Instituto Hoover, ha publicado también en estos días un nuevo libro donde desenmascara sin complejos la hipocresía de las izquierdas en EEUU, incluidas las de Hollywood. En su libro, Do as I say (Not as I do): Profiles in Liberal Hypocrisy, o sea Haz lo que digo (No lo que hago), se apoya en informes financieros, documentos legales y en una detallada base de datos que evidencian el contradictorio mundo de la progresía en la que entran varios de los pelanas de Hollywood. Así, Schweizer demuestra, por ejemplo, cómo Michael Moore -pese a su ataque a las grandes compañías- pidió dinero a Disney para producir Fahrenheit 9/11- y compró acciones en la compañía Haliburton, la misma que tanto criticó luego. Lo mismo ocurre con otras empresas como Boeing, en las que también hay datos de que Moore invirtió dinero y que contradicen sus declaraciones en cuanto a su odio al capitalismo y su negación tajante de haber comprado acciones en bolsa.
Queda en evidencia también por su hipocresía la actriz y cantante Barbra Streisand, reconvertida en activista del ecologismo que mientras lamentaba públicamente la destrucción ambiental y el talado de árboles, ella misma disfrutaba de una mansión construida de madera con una superficie de vivienda habitable de mil metros cuadrados. Schweizer documenta, además, que la factura del agua en su casa es de $22.000 anuales para mantener verde su jardín mientras la cantante se dedica a insultar a la sociedad consumista norteamericana. Otra figura tratada en este libro es el humorista de Hollywood Al Franken, fracasado enemigo acérrimo de la derecha y que se ha pasado media vida atacando a los conservadores por racistas. Entre los 124 empleados de su empresa sólo uno era de raza negra. En suma, la radicalización la radicalización antiliberal y anticonservadora de Hollywood es un hecho, igual que su hipocresía, como muestra también el libro Hollywood´s New Radicalism, que hemos podido revisar y que aparecerá a la venta el próximo marzo. Su autor, Ben Dickenson, analiza sociológica y políticamente las cuestiones de la guerra y la globalización en varias películas de Hollywood aparecidas entre la presidencia de Ronald Reagan y la de George W. Bush.
3. Paradigmas del uso político en Hollywood
Si entendemos los trasfondos ideológicos de quienes controlan en buena medida la industria de Hollywood, no resulta difícil valorar con prudencia las creaciones que surgen de dichos artistas y directores. Para mantener nuestra independencia de pensamiento y nuestra visión del mundo, se hace fundamental ver las películas con los ojos bien abiertos. El cine es, en su rapidez de escenas, entretenimiento y mezcla de realidad y ficción, un instrumento poderoso para presentar la realidad. Su impacto en la sociedad es más importante de lo que inicialmente puede parecer porque subconscientemente alimenta creencias o descreencias, ideas o valoraciones.
Pensemos por un momento en la manipulación que sobre aquellas listas negras y aquella caza de brujas llevó a cabo Hollywood en conocidas películas llenas de un injustificado victimismo. A la luz de la historia era la pose contra el sistema en una actitud falsa y muy alejada de lo que históricamente ocurrió. Baste recordar películas como The Front (1976), Guilty by Suspicion (1991) -con Robert DeNiro- y The Majestic (2001). Eran herramientas para perpetuar ese mito de un gobierno norteamericano intolerante y fanático. Lo mismo ahora, cuando Hollywood manipula la historia y la reinventa al igual que han hecho siempre las izquierdas con su propia y nefasta historia. Es por eso que Hollywood ha ignorado sistemáticamente cualquier masacre comunista, cualquier matanza soviética. Es por eso también que ha evitado siempre presentar los horrores del comunismo y del gulag ruso y ha preferido, en cambio, perpetuar los males del nazismo alemán, presentándolo como algo ligado a la derecha siendo como fue deplorable y asqueroso nacional-socialismo. Los crímenes de Augusto Pinochet han sido ya tema de varias producciones de Hollywood, premiadas y galardonadas como Missing (1982) -la famosa película de Costa Gavras- o bien Of Love and Shadows (1996) -con Antonio Banderas-, por citar sólo algunas. Sin embargo, ninguna se ha realizado en torno a las masacres multitudinarias de Fidel Castro o de Mao Tse Tung. Más bien lo contrario, con actores reconvertidos en productores como el ínclito Robert Redford y su papel en Havana (1990), o en la más reciente participación como productor ejecutivo de The Motorcycles Diaries (2004), un retrato tergiversado de otro pistolero llamado Ernesto Che Guevara, el mismo héroe que asesinó a centenares de contra-revolucionarios en la prisión de La Cabaña.
Incluso en la televisión, siempre tan fascinada y controlada por Hollywood, basta mencionar a comentaristas políticos como Lawrence O'Donnell, de la cadena norteamericana MSNBC, que sirve también de guionista a la serie West Wing, el ala oeste de la Casa Blanca. Este analista político -ya hipnotizado por Hollywood- se saltaba hace unos días por encima la presunción de inocencia de todo ser humano y hablaba de antemano -al hilo de las supuestas filtraciones de la CIA- de que serían veintidós los encausamientos dentro de la administración Bush. Según O´Donnell era el final de Bush y su equipo al asegurar este héroe de Hollywood que Karl Rove sería encausado. Podríamos, en fin, traer centenares de títulos y ejemplos de películas que verifican esa tergiversación de hechos y cosas imprimiendo una idea en el espectador.
Nos referiremos aquí a dos películas muy taquilleras y de actualidad: Flight Plan y North Country (que se estrena estos días en España), ambas con gran éxito de taquilla en Estados Unidos. En Flight Plan, dirigida por Robert Schwentke, la protagonista es Jodie Foster. Se describe la historia de una mujer que vuela desde Berlín a Nueva York con su hija. La niña desaparece y toda la película es la búsqueda apresurada por dar con el paradero de su hija. En el desarrollo de los hechos aparece una tripulación corrupta, un capitán grosero y unas azafatas torpes que coquetean entre ellos y se desinteresan por hallar a la niña. De su desaparición nadie parece dar razón y hasta la tripulación sostiene que la niña nunca estuvo a bordo y que la mujer es víctima de un episodio de paranoia. Entretanto, aparecen unos criminales que desvían el avión por intereses de obtener un rescate económico. En realidad, dos de los conspiradores son una azafata y un agente armado que es, de hecho, uno de los policías o marshalls del gobierno norteamericano.
La pintura del ambiente de esta película y la situación presentada retrotrae al espectador a los hechos del 11-S, aun cuando en aquel entonces sabemos que el personal del vuelo y hasta los pasajeros hicieron todo lo posible para evitar que uno de esos aviones secuestrados impactara en Washington. Sabemos que algunos fueron degollados por los terroristas asesinos. Sin embargo, en Flight Plan, Hollywood cambia totalmente la realidad sugerida y hace que el personal de vuelo sea precisamente el corrupto y los culpables por poner injustamente bajo sospecha a un inocente pasajero en el avión de origen musulmán. Es, de manera sutil, la manipulación de Hollywood acusando a los norteamericanos de paranoicos y de gente que discrimina a los extranjeros. La burda historia y el rocambolesco complot no pasan de ser un subtexto mal urdido que, aunque entretiene, evoca a su modo y sugiere subliminalmente al espectador que, en el fondo, quizá los racistas y los culpables del crimen y el mal sea el sistema norteamericano. Se trata, en fin, de un burdo intento de extrapolar la idea de los atentados del 11-S a un argumento fugaz e inverosímil.
La segunda película estrenada estos días y que acaso representa mejor esa manipulación es North Country, protagonizada por Charlize Theron y dirigida por Niki Caro. Estamos ante una producción artísticamente superior a la anterior, pero igualmente reveladora del sectarismo de Hollywood. La película relata la historia de Josey que regresa a casa de sus padres en su ciudad natal en Minnesota con sus dos hijos y después de un fracasado matrimonio de malos tratos. Su regreso implica rehacer su vida e iniciar un trabajo en una mina de hierro donde el machismo y la discriminación femenina están lamentablemente a la orden del día. Theron, en una magistral actuación, denuncia el hostigamiento sexual y exige respeto. Incomprendida al inicio por otras mujeres y hasta por su propio padre, logra en un tirbunal que las reglas sobre el acoso sexual sean parte de todas las empresas norteamericanas. Las causas por las que aboga esta película son todas encomiables: la igualdad de derechos de la mujer en el trabajo, la supresión de todo tipo de discriminación y acoso -desde el de género al económico- y la búsqueda de la felicidad.
El guión y el recuento de los hechos se basa en el libro de Clara Bingham y Laura Leedy Gansler: Class Action: The Story of Lois Jensen and the Landmark Case that Changed Sexual Harassment Law (2003). Aquel episodio real, iniciado en 1975 y que duró varios años ciertamente sirvió para abrir los ojos a la opinión pública norteamericana sobre la problemática del acoso sexual. El giro de tuerca que pone Hollywood en esta película radica en el subtexto que se le da a esa historia. Paralelamente a los hechos narrados en la película aparecen escenas del juicio histórico de Anita Hill, la mujer que alegó ser acosada por el Juez conservador del Tribunal Supremo Clarence Thomas. Este paralelismo sugiere que, en el fondo, lo que le ocurre a esta protagonista en la mina es lo mismo que sufrió Anita Hill. De hecho, en el guión mismo de la película el abogado defensor (Woody Harrelson) afirma: Josey es Anita Hill. El espectador español quizá no se cerciore tanto de todo lo que hay detrás de esa frase al serle más distante la política norteamericana, pero el espectador medio estadounidense entiende bien el subtexto. Porque nada tiene que ver una cosa con la otra, ni histórica ni realmente. Pero la directora se empeña en meter a Anita Hill en la mente del espectador a través de clips y escenas de aquel otro juicio.
Contra lo que dictó la sentencia judicial, lo que pretende inferir esta película es que ciertamente Anita Hill fue acosada, igual que la protagonista de la película. Resulta, si bien se mira, que Clarence Thomas -el supuesto acosador de Anita Hill- es junto a Anthony Scalia, el juez del Tribunal Supremo más odiado por las izquierdas en Estados Unidos. En este momento de reelección de los miembros del Tribunal Supremo, justo en medio del intento del Partido Demócrata por bloquear la sustitución y la nominación por parte de George W. Bush y la derecha liberal-conservadora de dos nuevos jueces -John Roberts y Samuel Alito- aparece esta película incluyendo un anacronismo tan impresentable como sintomático contra el Juez Thomas. Porque el testimonio de Anita Hill tuvo lugar en 1991, es decir mucho después de los hechos que esta película detalla. Otra vez, ese es el giro de Hollywood y la tergiversación de las historias con un disimulado componente ideológico. Al margen de la escena en la corte en esta película -casi calcada de aquella otra entre Jack Nicholson y Tom Cruise en la antimilitarista A Few Good Men (1992)-, la realidad es que no es difícil entender que el triunfo de la mujer que supuso el juicio histórico relatado en North Country, no tiene nada que ver con el vergonzoso intento de equipararlo a la farsa que quiso vender Anita Hill para desbancar al Juez Thomas.
Podríamos dar muchos ejemplos más de ese regusto de Hollywood y de las academias cinematográficas europeas e internacionales por utilizar el cine como arma política e ideológica. La rápida historia que hemos contado habla por sí misma y las dos recientes películas comentadas ejemplifican cuanto decimos sin necesidad de insistir más. El caso español no anda muy alejado de cuanto aquí exponemos, según ya apuntó Juan Orellana para el caso particular de, por ejemplo, Mar adentro (2004) y la cuestión de la eutanasia. Entre nuestros actores y actrices, no hace falta recordar tampoco casos como el que relataba estos días Cristina Losada, al referirse a la actriz Cayetana Guillén Cuervo, y a esos falsos voceros de la España socialista que se autobautizan como ejemplares de la justa conciencia social y referentes de la ética y la verdad. Ahí están también nuestros actores de primera fila, desde Pedro Almodóvar a Javier Bárdem -tan queridos en Hollywood- y hasta otros iconos, figurones y cantautores tan dados a las cenas y a las criadas con cofia en casa: los del No a la Guerra que luego escurren el bulto cuando toca decir algo a favor de las víctimas del terrorismo en España. Tales son nuestros amigos de Hollywood y tal la calaña y la doble moral de estos célebres a uno y otro lado del Atlántico. Hay que conocer su historia y sus antecedentes. Y en el cine, más allá de lo que nos venden en colores, siempre vale estar atento al celuloide, el que se ve y el que no se ve.
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.