His excellency George Washington

por Álvaro Martín, 15 de marzo de 2005

(Del libro His Excellency: George Washington de Joseph J. Ellis)
 
Joseph Ellis se ha convertido en el Premio Pulitzer de rigueur, durante los últimos años, con sus recreaciones de los primeros años de la Revolución Americana y el nacimiento de América como nación. Ellis obtuvo el Pulitzer por Jefferson: American Sphinx (justificadamente) y por Founding Brothers (de manera ampliamente gratuita dado que, en multitud de aspectos, es un libro malogrado y sin dirección). Ellis es más un filósofo de la historia que un historiador. Este rasgo suele enmascarar pereza y falta de rigor histórico las más de las veces, como suele ser el caso en alguna historiografía europea y americana, más preocupada por forzar la historia desde un ángulo político e ideológico a fin de ganar puntos a favor de las mujeres, o de las minorías, o simplemente para obviar los actores de la historia y reemplazarlos por constructos peudo-marxistas. Este no es el caso, afortunadamente, de “His Excellency: George Washington”, una meditación sobria que triunfa, precisamente, al fracasar en su supuesto objetivo central: convertir a George Washington en un personaje de carne y hueso, falible, con grandezas y servidumbres. Fracasa porque, al terminar el libro, Washington sigue siendo una personalidad irreductible, imposible de explicar a partir de un conjunto de claves psicológicas o históricas. Washington es el hombre providencial, la mejor ilustración del dictum de Nietzsche: “Una generación es el rodeo que da la historia para alumbrar un genio”.
 
His Excellency describe los años de formación de Washington de forma rutinaria, aunque planta la semilla de alguno de los leit-motif que permean su interpretación del héroe: su ambición torrencial; su apetito por la tierra como vehículo para su ascenso a la casta superior de la aristocracia virginiana, con quien hizo la Revolución y de la que se separó durante su Presidencia en una lucha titánica para alumbrar América como nación contra la fantasía agraria y esclavista de Jefferson (“The Negro President”, de Garry Wills es una fantástica disertación sobre ese Jefferson); su legendario auto-control y su capacidad de renuncia. Ellis, que promete durante toda la narración no escatimar los aspectos sórdidos de la vida del General Washinton, pasa como sobre ascuas por la matanza de Great Meadows (en West Pennsylvania hoy), a la vez la sombra más terrible en la biografía de Washington y la causa próxima de la llamada Guerra Francesa e India en EEUU y Guerra de los Siete años en Europa. Es irónico que Washington encendiera en Great Meadows la llama de una Guerra cuyo coste económico para la Corona británica desencadenó sucesivos esquemas impositivos sobre las Colonias que, a su vez, prendieron la mecha de la Revolución y posterior Independencia. Sin la Guerra Francesa e India no hubiera habido Revolución y sin Washington en Great Meadows no hubiera estallado aquella Guerra (para los interesados en esa causalidad específica, “Angel in the Whirlwind”, de Benson Bobrick, contiene una narrativa de interés).
 
Ellis va creciendo a medida que transcurren los capítulos, encontrando arquetipos aptos para definir a Washington como Comandante en Jefe del Ejército Continental. La comparación de la estrategia de Washington con la del general romano Fabio (ambos ganaron sus guerras contra británicos y cartagineses a base de perder todas las batallas tácticas) es brillante, como lo es la forma en que Ellis explica cómo la estrategia fabiana violentaba cada fibra del temperamento agresivo e intrépido del General.  Un Washington que, durante la Guerra Revolucionaria, concibe por accidente su idea de América. Mientras el Congreso fantaseaba a cuenta de su aversión hacia la emergencia de cualquier localización central del poder político, Washington descubre en el campo de batalla que sin dinero no puede haber ejército y sin ejército no puede haber revolución o independencia.
 
His Excellency es una obra extraordinaria en su último tercio y los años de la Presidencia. En lo que representa la transición más valiente de Ellis, el autor abandona la pretensión de buena parte de la historiografía anterior de que Washinton representa algún punto equidistante entre Jefferson y Hamilton. La última década de Washinton es hamiltoniana sin discusión alguna. Y, de la misma forma en que Washington, en la guerra, forja la independencia de las Colonias, en la paz inventa la nación americana abrazando la consolidación fiscal de su Secretario del Tesoro y, fundamentalmente, encarnando América por sí sólo cuando esos Estados Unidos se conjugaban en plural.
 
George Washington, el hombre, no existe en el libro de Ellis más que como un blanco difuso, una portería que cambia de sitio y de dimensiones cuanto más quiere uno aproximarse. Al final nada explica por qué Washington renunció a ser Dictador ante los oficiales del Ejército Continental en Newburgh; por qué entregó su Comisión de General en Jefe de ese mismo Ejército en Annapolis ante el Congreso; por qué dejó la Presidencia en 1797; por qué el hombre que acumuló una de las mayores fortunas de América fragmentó su herencia en mil pedazos; por qué un aristócrata cuya cultura social y política preparaba para representar a la oligarquía terrateniente y esclavista de Virginia, abjuró de la plataforma política republicana de ésta en favor de la expresión política de la burguesía revolucionaria: el federalismo. Washington trasciende la historia como un coloso inexplicable y desafiante, inasequible al historiador, que únicamente puede triunfar aceptando el fracaso de todo intento de humanización de George Washington.
 
And perhaps, as per the hero´s last words, “T´is well”.