Guerra, leyes e ideas. Y otra forma de combate a la que le debemos prestar atención

por Clifford D. May, 1 de julio de 2008

(Publicado en Real Clear Politics, 26 de junio de 2008)

Resulta que en la guerra del siglo XXI no se trata sólo de matar a los chicos malos. En Irak, el general David Petraeus ha demostrado que para ganar las batallas modernas los soldados tienen que hacer algo más que atacar al enemigo - también tienen que hacer amigos. Son nuestros aliados locales los que son capaces de distinguir entre iraquíes leales y terroristas de al-Qaeda o agentes iraníes de una forma que ningún ordenador, avión radiocontrolado o satélite pueden hacerlo.
 
Además de saber hacer la guerra, está la ley: Las reglas y reglamentos que regulan el enfrentamiento. La semana pasada, después de mucha controversia y demora, la Cámara de Representantes finalmente aprobó la ley que restaura la autoridad que nuestras agencias de espionaje necesitan si es que vamos a tener posibilidad de seguirles la pista a los terroristas en el extranjero. La mala noticia: La semana pasada, el Tribunal Supremo, en una decisión de 5 a 4, concedió a los combatientes ilegales en Guantánamo el derecho a impugnar su detención en un tribunal federal. Pero otros honorables prisioneros de guerra jamás han disfrutado de tales protecciones constitucionales.
 
También tenemos la llamada guerra educativa sobre el peligro del islam radical (Jawfare en inglés); la guerra de las ideas, esa guerra contra ideologías supremacistas que son la fuerza que propulsa el terrorismo y que va en contra de la libertad y otros valores occidentales. James K. Glassman juró su cargo este mes como Subsecretario de Estado para Diplomacia y Asuntos Públicos - por tanto eso lo pone a cargo de este rubro - admite cándidamente que “desde el ascenso del terror islámico no hemos hecho lo suficiente en este terreno”.
 
¿Qué es lo que nos queda por ver? Es la economía, tonto. Las batallas económicas son un componente central - pero poco entendido - de la guerra. Por ejemplo, probablemente usted sabe que la Batalla de Stalingrado marcó un momento decisivo en la Segunda Guerra Mundial. Lo que quizá no haya aprendido en su clase de Historia es que la ciudad no sólo era el centro industrial que llevaba el nombre del dictador soviético. Como lo cuenta el autor Robert Zubrin, más importante aún era que la ciudad constituía la puerta de entrada a los grandes yacimientos de petróleo del Asia Central. “A menos que consigamos el petróleo de Bakú, la guerra está perdida” le dijo Hitler a un general que asignó a Stalingrado.
 
En ese mismo período, los japoneses codiciaban Indonesia, no por su caucho y cocos sino por su petróleo. Estados Unidos respondió a la agresión japonesa en el sureste asiático declarando un embargo petrolífero contra Japón. Lo que vino a continuación fue Pearl Harbor.
 
Treinta y dos años después, los miembros árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) declararon otro embargo petrolífero para castigar a Estados Unidos y a otras naciones que apoyaron a Israel después de que el estado judío fuese atacado por Egipto en la guerra del Yom Kippur.
 
El precio del petróleo se cuadruplicó y causó serias descoyunturas en la economía. El entonces presidente Nixon respondió con controles de precios que llevaron a colas espantosamente largas en las gasolineras. En marzo de 1974, se levantó el embargo pero los efectos de la crisis del petróleo se sentirían hasta años después. 
 
Ahora, 34 años después, estamos sufriendo una segunda crisis del petróleo, nuevamente provocada por la OPEP - las metas del cártel son mantener alto el precio del petróleo y aumentar el poder de sus miembros - así como aumentar la demanda global de petróleo. Los precios del petróleo se han duplicado en el último año y se han cuadruplicado en los últimos 6 años. Como la investigadora especialista en fuentes energéticas Gal Luft apunta, la consecuencia es una transferencia histórica de la riqueza “a las arcas de un pequeño grupo de naciones productoras de petróleo, siendo la mayor parte de éstas autoritarias y poco amigas de Occidente”.
 
En su reciente testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, Luft también observaba que si el barril de petróleo alcanza los 200 dólares, potencialmente la OPEP podría “comprar el Bank of America con las ventas de un mes de producción, Apple Computer con una semana y General Motors con sólo 3 días”. Un 20% de cada empresa del S&P 500 podría ser suyo en sólo 18 meses.  
 
Que haya propietarios extranjeros no es algo necesariamente malo. Pero la adquisición de inversionistas privados es una cosa y la propiedad por “fondos soberanos de inversión” (SWF, por sus siglas en inglés) controlados por déspotas hostiles a Estados Unidos es otra cosa muy distinta. No permitiríamos que el gobierno de Estados Unidos comprara Citicorp o Fox News. ¿Con qué posible argumento debemos dar la bienvenida a regímenes islamistas - en muchos casos, los mismos regímenes que desplegaron lo que se llamó “el arma del petróleo” contra nosotros hace apenas 3 décadas? 
 
Si entendemos que estamos librando una guerra, también deberíamos entender esto: no hay precedente alguno de poder ganar una guerra mientras uno financia pródigamente a sus enemigos.
 
Y hablando de esos enemigos, imagínese a un jeque del golfo que sienta empatía por las metas de Osama bin Laden pero que esté incómodo con sus métodos. Le podría decir al maestro terrorista: “¿Por qué volar edificios que podemos comprar - con los infieles mismos proporcionando el dinero a cambio de algunas gotas del petróleo que Alá, en su infinita sabiduría, ha puesto debajo de nuestras arenas del desierto justamente con ese fin?”


 

 
 
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.
 
 
 
 
©2008 Scripps Howard News Service
©2008 Traducido por Miryam Lindberg