¿Gibraltar español?

por Rafael L. Bardají, 11 de agosto de 2013

 (Publicado en La Gaceta, 10 de agosto de 2013)

 

De cuando en cuando se encienden las pasiones españolas y todos a una contra Londres en reivindicación de Gibraltar, esa roca que, de cuando en cuando, pasa a ser seña de identidad nacional. Por lo que no es, más que por lo que es. Yo recuerdo muy bien las arengas franquistas al respecto, pero imagino que los más jóvenes no y se condenan a repetir las miserias de la Historia. Gibraltar no es español. Y no lo es por una doble razón: porque Inglaterra no puede devolvérnoslo aunque quisiera; y porque España es más débil que el Reino Unido. Y no se trata de que, como algún Videla castizo ha sugerido estos días, nuestros Eurofighters puedan hundir los buques de la Royal Navy que se acerquen al Peñón. Cameron no es claramente la Dama de Hierro que envió sus tropas a liberar Las Malvinas, pero no podría quedarse impasible frente a una acción militar. No, no se trata de echar un pulso armado que no aguantaríamos.
 
La cuestión no es de fuerza, sino de persuasión. Porque ¿cómo es posible que trescientos años después de haber rendido Gibraltar, España no se haya ganado a los habitantes del peñón? ¿Cómo hemos podido fracasar como nación para convencerles de que estarían mucho mejor siendo parte de España que como ciudadanos de segunda de la Gran Bretaña? Esa es, en realidad, la gran derrota española. Y la retórica encendida o volver a los años en los que la verja se abría y cerraba caprichosamente no nos va a volver más atractivos a los ojos de quienes padecen nuestras ocurrencias diplomáticas.
 
Desde sus primeros minutos como ministro de Exteriores, Margallo puso en el centro de su atención –¿obsesión?– a Gibraltar. ¿Recuerdan aquel saludo al europarlamentario británico de “Gibraltar español”? Un error estratégico que pagaremos durante años. Si hay una nación sobre la que España hubiera podido construir una alianza estratégica para los tiempos que corren en Europa y en el mundo, esa era Inglaterra. Juntos hubiéramos sido capaces de ganar algo de atención de unos Estados Unidos que no quieren aliados así como presentar una visión alternativa a la Europa que no queremos.
 
Alemania, ese peso pesado, no nos podía hacer caso; y el eje de los endeudados, Roma-París, se ha demostrado tan frágil como impotente. Salvo que contemos con los Evo y Maduros a los que no dejamos de pedir disculpas (y eso sí que es una afrenta nacional), España está hoy más sola que nunca.
 
Como suele decirse, los historiadores darán cuenta de la política Exterior de este Gobierno, pero haciendo de Gibraltar el eje de nuestra falsa gallardía nacional, nos hemos hecho un flaco favor. Londres podía haber contribuido a que España cobrara una relevancia que no tenemos. Ponernos nosotros la piedra en el zapato no ayuda en nada.