Extremismo vs terrorismo islámico ¿opción real o ficticia?

por Ángel Pérez, 13 de mayo de 2010

 

La virulencia que ha adquirido el terrorismo islámico en la última década ha obligado a numerosos países europeos a replantearse tanto sus políticas migratorias como la gestión de las grandes bolsas de población musulmana establecidas en Europa. En pocas palabras, ha llevado al centro de la escena política la necesidad de contar con una política que evite, retrase, o prevenga la radicalización de una población sometida a fuertes presiones religiosas e ideológicas que aspiran a evitar su integración en las sociedades de acogida. Casi todos los estados concernidos, España incluido, han creado unidades de inteligencia y policía especializadas destinadas a evitar atentados a corto plazo, e intentan poner en práctica políticas a largo plazo.
 
La necesidad de poner en práctica esta política a largo plazo ha generado un fuerte debate sobre la naturaleza de la religión islámica y la posibilidad de colaborar con organizaciones musulmanas no violentas, pero tan contrarias a los valores democráticos occidentales como las más radicales. Esto es, si es posible tolerar el magma del que se nutre el islamismo radical a favor de una contención a corto plazo que permita ganar tiempo y evitar atentados terroristas. Como todas las dicotomías irresolubles esta no puede sustraerse a la necesidad de compaginar objetivos políticos irrenunciables, evitar actos de violencia; y la defensa de los valores que identifican a las sociedades europeas. La fragmentación de las organizaciones musulmanas en Europa tampoco facilita la labor de colaboración. Y este hecho, normalmente considerado un problema, es quizás una suerte, por cuanto permite utilizar una amplia red de organizaciones en tiempos distintos y en competencia por ganarse la confianza del estado concernido. Es decir, siempre, suceda lo que suceda, hay un recambio, hecho que mantiene bajo presión a todas aquellas organizaciones que aspiran a segmentar y controlar una parte de la población musulmana local.
 
1. El dilema
 
La potencial colaboración con organizaciones musulmanas no violentas crea el espinoso problema de establecer donde está la frontera entre amigos y enemigos. Una política de este signo pretende favorecer, utilizando para ello los amplísimos medios de los que dispone el estado, organizaciones que combaten o rechazan la democracia, el secularismo y el cristianismo; para contener la expansión de aquellas abiertamente vinculadas al terrorismo o que reconocen en este un arma legítima o justificable. No está claro que apoyar a las primeras resuelva el problema, por cuanto están engendrando un espacio ideológico marginal y profundamente anti occidental, destruyendo las posibilidades de integración de sus seguidores en la sociedad de acogida. Por otra parte la actitud de estas organizaciones hacia el terrorismo palestino, los derechos de las mujeres o la homosexualidad los convierten más en parte del problema que de la solución. Los defensores de esta opción, por el contrario, indican que son los líderes de estas organizaciones los adecuados para dirigirse a un público acostumbrado a un lenguaje y unas preocupaciones difíciles de imitar o compartir por aquellos situados fuera de su ámbito de influencia. Esta posición, como es natural, la comparten los dirigentes de las organizaciones beneficiadas por esta política, quienes insisten en que ellos son los adecuados para combatir el éxito de organizaciones filo terroristas entre los musulmanes asentados en Europa.
 
Colaborar con organizaciones islamistas que no practican el terrorismo, pero demuestran a menudo ambivalencias y, como mínimo, coincidencias ideológicas fundamentales con las que si lo hacen crea un segundo problema: la legitimación del islamismo. Si el estado muestra su apoyo abierto a este tipo de organizaciones y por tanto las legitima no solo frente a sus seguidores, que ven reforzadas sus creencias; sino frente al resto de la sociedad, a la que se impone su aceptación como un hecho benigno, está modificando los estándares habituales con los que se mide el carácter pernicioso o no de otro tipo de asociaciones. Es muy probable que la sociedad en su conjunto no asuma o no entienda la reacción del estado. Se podría dar el caso de estar tolerando actitudes inconstitucionales, por ejemplo el antisemitismo, en función de la naturaleza, religión o utilidad de la organización: un grupo neonazi sería perseguido, un grupo islamista sería tolerado.
 
Por último, la necesidad de abordar la seguridad desde no solo la política antiterrorista, sino además desde el punto de vista de la coherencia política y social mínima que permite funcionar una sociedad democrática occidental hace necesarias revisar normas sobre inmigración, naturalización y expulsión de extranjeros de una manera no realizada hasta ahora. Los estados afectados por problemas de seguridad vinculados al islamismo no se sienten cómodos abordando este asunto, pero es evidente que, de no poder establecer criterios discriminatorios por razón de religión o filiación política, será necesario endurecer los criterios generales de inmigración, proceso arduo que afecta a otros intereses de la sociedad de acogida, que bien puede necesitar la llegada de inmigrantes con diferentes y menos amenazadoras características.
 
2. Definir el enemigo
 
Hasta ahora los estados europeos y sus clases políticas no han alcanzado un consenso sobre este asunto. Si el enemigo es solo el grupo terrorista o el terrorista individual una política de apaciguamiento basada en la colaboración con radicales que no sean violentos es una opción. Si el enemigo es el islamismo, cualquier colaboración con ese ámbito ideológico es un error.
 
Con frecuencia definir el enemigo es esencialmente una acción subjetiva y voluntarista. Las posiciones que tienden a minimizar la importancia del fenómeno islamista e insisten en el carácter marginal del radicalismo se engañan a sí mismas sustituyendo el deseo con la realidad. Pero es necesario reconocer que bien por miedo, inconsciencia o incapacidad de acción es una posición extendida que condiciona la reacción de los estados europeos ante este dilema de seguridad. La perspectiva más ajustada a la situación que atraviesa el Islam hoy es con seguridad la menos optimista con el islamismo radical; aquella que considera el terrorismo de Al Queda y otros grupos de similar naturaleza ideológica como un aspecto muy visible, pero de importancia secundaria, de otro fenómeno ideológico mayor y por tanto a medio plazo más peligroso que es la expansión del islamismo, dentro y fuera de las fronteras físicas del mundo musulmán. Para esta ideología la búsqueda del enfrentamiento es una coordenada esencial, sin la cual carece de sentido, pues constituye la esencia del objetivo vital último que ofrece a sus seguidores, cuya anulación como seres con voluntad propia es total.
 
Desde esta perspectiva los movimientos islamistas en Europa que afirman rechazar la violencia aspiran simplemente a beneficiarse, para mejorar su imagen y posibilidades de acción política, del mayor radicalismo de otros grupos menores y más estridentes. De igual manera que un grupo nacionalista moderado se beneficia de forma automática del rechazo que generan los nacionalistas más extremistas (los extremistas generan la tensión y los moderados recogen los frutos). Desde esta perspectiva cuanto más duradera sea la presión ejercida por el terrorismo islámico, mejor será la posición negociadora de los islamistas no violentos y más bajo el nivel de exigencia que los estados europeos marcarán para negociar con ellos.
 
En el centro de este debate se encuentra el carácter violento de las ideas que defienden los islamistas que aparentemente rechazan la violencia. Sencillamente el rechazo frontal de Occidente y su tradición cultural desemboca por necesidad en la violencia que afirman poder evitar. Esta fobia enfermiza contra Occidente es lo que organizaciones como la “Quillian Foundation”[1] consideran un “preludio del terrorismo que no puede ser combatido por los musulmanes solos”. Precisamente este think tank, creado en torno a líderes islamistas que han abandonado su militancia mantiene la opinión de sostener una aproximación más crítica al elenco de organizaciones islamistas que pueblan Europa, rechazando su ambigüedad, evidente en medios de comunicación como webislam, Islam Channel, The Muslim News o, en el caso de los EEUU, Bridges TV; y alentando la aparición de un islam europeo incardinado en los valores occidentales. Algo que por ahora ningún estado europeo se ha planteado hacer seriamente mientras dedican notables sumas de tiempo y dinero a apadrinar con perfil bajo organizaciones de naturaleza discutible.
 
3. Buscando colaboradores
 
Los estados europeos han concentrado sus esfuerzos en dos líneas de trabajo. Por un lado la organización de la población musulmana asentada en su territorio, intentando crear asociaciones que puedan constituirse en sujetos con los que negociar acuerdos de colaboración, educación y control. Esta política ha tenido un éxito limitado, por cuanto entra en colusión con los intentos de organizar a esa misma población realizados por los gobiernos de sus países de origen (el caso de la población marroquí en España, o la argelina en Francia). Además una vez constituidas, su representatividad es limitada; por tanto los posibles acuerdos alcanzados con ellas son de difícil o ineficaz aplicación. La posibilidad de alcanzar acuerdos con los estados interesados no resulta sencillo, bien porque los gobiernos extranjeros manifiestan una similar aversión antioccidental; bien por razones estratégicas, como es el caso, en España, de la gestión de las comisiones islámicas y sus centros de culto en Ceuta y Melilla, donde con frecuencia hay que elegir entre radicalismo y gestión pro-marroquí, opciones ambas cargadas de problemas.
 
Por otro, algunos estados europeos han intentado una aproximación al tejido islamista pacífico constituido en su territorio, en forma de contactos informales, grupos de trabajo conjuntos o cooperación a través de organismos de seguridad o inmigración. Es el caso de Dinamarca, que creó en 2008 un grupo de trabajo interministerial con objeto de poner en marcha un programa contraislamista. Tras varios meses de trabajo, las recomendaciones del equipo de funcionarios se centraron en la necesidad de colaborar con organizaciones islamistas capaces de contrarrestar la creciente radicalización de los musulmanes en Dinamarca, recomendación inmediatamente criticada en los medios de comunicación, pero puesta en práctica con resultados hasta ahora poco alentadores en 2009. La discusión en Dinamarca sobre lo que debía o no considerarse islamismo radical se ha producido en otros países. Es el caso de Holanda y Alemania, donde se han adoptada posturas menos transigentes con los valores básicos del islamismo, en sí mismo una ideología incompatible con la tradición democrática occidental; o el caso de Bélgica, Francia o Suiza, donde se han aprobado medidas legislativas que limitan los signos externos de carácter islámico (velo, burka, minaretes…). Por supuesto la mayor o menos inclinación a colaborar con los islamistas que, a priori, no participan en actividades terroristas es directamente proporcional a intensidad de la amenaza terrorista. El caso británico, cuyos servicios de seguridad estimaban en 2008 que había más de dos mil individuos en su territorio vinculados al terrorismo islámico, es un perfecto ejemplo. La necesidad de actuar con rapidez ha hecho que los servicios de seguridad tejiesen una intensa red de contactos, iniciada en 2002 con la creación de una unidad policial especial, la “Muslim Contact Unit”. Esta unidad fue creada para establecer relaciones de confianza entre la policía y miembros de la comunidad musulmana con el objetivo de obtener información de primera mano y facilitar el contacto con los responsables de la actividad antiterrorista[2]
 
Entre los éxitos de esta política es habitual incluir la toma de control de la mezquita de Finsbury Park en 2005, convertida en un centro de actividad terrorista y cerrada en 2003 en medio de las protestas de una comunidad musulmana ampliamente radicalizada. La necesidad de calmar las tensiones llevó a las autoridades británicas a pensar en la necesidad de encontrar una organización radical cuyo extremismo ideológico y religioso fuera aceptable para la población musulmana afectada, pero que rechazase el terrorismo y devolviese la mezquita a un funcionamiento normal. Encontraron la solución en la Asociación Musulmana Británica (MAB, en sus siglas en inglés). Por supuesto, las razones que hicieron aceptable esa organización para la comunidad musulmana que utilizaba esa mezquita son las mismas que la hacen inaceptable a los ojos de cualquier observador occidental crítico. Se puso fin a un centro terrorista a cambio de insuflar energía y dinero en una organización que sigue siendo incompatible con la tradición británica. Igualmente criticada fue la actitud de las autoridades holandesas en 2008, cuando con motivo de la presentación de la película Fitna, cuya reproducción tuvo que ser retirada por “Live Leak.com” debido a las amenazas islamistas[3], reunieron a los imanes salafistas más importantes para dar explicaciones y evitar reacciones violentas como las de Dinamarca en 2005.
 
La reacción de gobierno holandés, que no solo puso en tela de juicio la oportunidad de la película, sino su contenido y su posible contribución al debate social sobre el islam en ese país, puso en evidencia la dificultad existente en colaborar o reconocer determinado poder de influencia la islamismo y ofrecer garantías a aquellos musulmanes que sí desean vivir en una sociedad libre. En última instancia, como afirma Ayaan Hirsi Ali, lo que está en cuestión es si se puede tratar a los musulmanes asentados en Europa como ciudadanos responsables y adultos, o como seres irracionales dispuestos a reaccionar violentamente a cualquier estímulo percibido como hostil o negativo[4]. La cuestión islamista por otra parte había sido objeto de análisis por las autoridades cuatro años antes de producirse los acontecimientos vinculados a la película Fitna en términos preocupantes. En diciembre de 2004 el ministerio del interior holandés publicó un informe de 60 páginas (“From Dawa to Jhad”) donde se recogían los elementos clave para entender el fenómeno islamista, elementos fácilmente aplicables a otros estados europeos:
 
- Se calculó el número de radicales en un 5% del total de la población musulmana residente en Holanda, en ese momento un millón de personas; por tanto 50.000 potenciales terroristas o colaboradores.
- El reclutamiento de nuevos terroristas estaba organizado, no se trataba ya en 2004 de casos aislados.
- La integración de la población musulmana en la sociedad holandesa se había ralentizado o en ocasiones invertido.
- El proselitismo islamista se había generalizado en mezquitas, escuelas coránicas, páginas electrónicas, redes sociales e incluso prisiones.
- La capacidad de resistencia de la sociedad holandesa ante la presión islamista, incluyendo la de la población musulmana moderada, se calificó de baja.
 
El informe[5] también ofrecía recomendaciones de carácter general, incluyendo la colaboración con los estados musulmanes afectados por la radicalización islamista y la colaboración sobre el terreno con organizaciones musulmanas moderadas. Los acontecimientos posteriores parecen haber demostrado el fracaso de esta política, que algunos entienden como excesivamente tolerante con las fuerzas, en este caso islamistas, declaradamente intolerantes.
 
En resumen la mayor o menor disposición a la colaboración con islamistas moderados está condicionada por tres criterios, la seguridad, esto es, la amenaza real e inminente de sufrir atentados. Este elemento favorece la búsqueda de colaboración en pos de un objetivo inmediato. La administración concernida, a saber, los estados que han creado células u organismos destinados a la búsqueda de colaboración convierten involuntariamente esas unidades administrativas en defensoras automáticas de la necesidad de aquella. Y la opinión dominante sobre el origen y causas de la radicalización. Este debate permite preguntarse por cuestiones relativas a la necesidad o no de integración; los motivos ideológicos o solo económicos que activan los extremismos y el papel de los moderados en la consolidación del rechazo de la cultura occidental tan habitual entre los musulmanes europeos. Los elementos que influyen en este debate son numerosos, incluyendo la ideología y las necesidades políticas inmediatas. Como consecuencia de ello ni los estados europeos han sido capaces de ejecutar políticas longevas, ni en términos continentales existe posibilidad inmediata alguna de establecer criterios básicos comunes.
 
4. Conclusión
 
Europa se enfrenta a un dilema que tendrá que afrontar tarde o temprano y que afecta no solo a sus mecanismos de seguridad policial y militar sino a la actividad de gobierno y administración en su conjunto. La mayor o menor tolerancia con el islamismo moderado, la represión de actividades filo terroristas, los programas de integración de inmigrantes y la propia política de inmigración respecto de individuos de religión musulmana; la gestión de lugares de culto y la ilegalización o no de usos y costumbres abiertamente incompatibles con la tradición occidental son cuestiones políticamente incómodas, pero de importancia creciente. La escasa simpatía, por no decir abierta hostilidad que el islam y sus seguidores despiertan entre los ciudadanos europeos debería ser razón suficiente para tomar en serio el análisis, gestión y en su caso corrección de la cuestión islámica.


 

 
 
Notas

[1] “Extremism, a prelude to terrorism, cannot be contained by Muslims alone. Not least because religious rigidity and extremism are products of the failures of wider society to foster a shared sense of belonging and to advance liberal democratic values among all sections of society. That said, we believe a more self-critical approach must be adopted by Muslim leaders to free communities from Westophobic ideological influences, escape social insularity and facilitate the organic growth of Western Islam”. www.quilliamfoundation.org.
[2] Su política de contactos ha sido, sin embargo, objeto de críticas. La difícil distinción entre islamistas moderados y radicales está en el fondo de esta controversia. En enero de 2010, uno de sus asesores, Mohamed Alí harrath, máximo responsable de la cadena de televisión UK Muslim TV fue detenido en Sudafrica en ejecución de una orden de búsqueda de Interpol acusado de actividades terroristas en Túnez.
[3]. La difusión de la película fue además inmediatamente condenada por el Consejo de Europa y Naciones Unidas, cuyo Secretario general al efecto, Ban Ki-moon, la consideró ofensiva mientras el alto representante para la Alianza de Civilizaciones, Jorge Sampaio, la calificó de insultante y difamatoria.
[4]Fitnawww.aei.org/article/27723, marzo de 2008. laid bare just what a distrustful image this Social-Christian cabinet has of Muslims. It considers Muslims as half-savage beasts, [a bit like Bokito, Holland's most famous gorilla] who will jump over the fence of reason at the slightest provocation and who in a collective frenzy disrupt the public peace”.
[5] Manfred Gerstenfeld, “Radical islam in the Netherlands: a case study of a failed European policy”. En www.jcpa.org, enero de 2005.