Expandirse

por Mark Steyn, 14 de febrero de 2007

(Publicado en The New York Sun’s, 13 de febrero de 2007)

Eli Lake, del New York Sun, publicaba una noticia interesante el otro día acerca de diversos documentos iraníes descubiertos recientemente en Irak. Según un funcionario de Inteligencia de Estados Unidos, los documentos escondidos confirman que 'Irán está trabajando íntimamente tanto con las milicias chi'íes como con los grupos jihadistas sunníes'.
 
¿Entendido? En la presunta 'guerra civil' sunní-chi'í de Irak, Irán ha marcado las dos casillas. A priori, no tiene mucho sentido -- si por 'sentido', usted se refiere al 'realismo' inteligente de la política exterior a la antigua usanza del tipo del Iraq Study Group. Recordará usted que Messrs Baker, Hamilton y compañía nos garantizaban que Irán tenía 'interés en evitar el caos en Irak'. Visiblemente, Irán piensa de otra manera.
Y lo que están haciendo sugiere una visión de la situación concebida con mayor claridad que la que el colectivo irreal del realpolitik de Washington pueda proponer. ¿Por qué apoyaría el Irán chi'í a los sunníes iraquíes que matan iraquíes chi'íes?
 
Porque Irak no trata de Irak. Trata de América.
 
Los mulás entienden eso, incluso si todo el Partido Demócrata y la mitad de los Republicanos no lo entienden. Irán tiene interés en que la empresa norteamericana en Mesopotamia termine en un fracaso tan estrepitoso, por no decir traumático, que Washington se retire de la región. De modo que a tal fin, han montado una guerra a distancia. Hubo un tiempo en el que toda rencilla picajosa sobre el planeta era una guerra a distancia: los soviéticos tenían a su hombre en el norte de Piradostán, y Occidente tenía a su hombre en el sur de Piradostán, y se ponían manos a la obra y uno de ellos salía victorioso. Pero, desde la Guerra Fría, parece que hemos perdido el talento para elegir bando en las guerras a distancia, de modo que los iraníes nos ahorraron problemas y eligieron ambos bandos. Durante tres años, los negacionistas siguieron asegurándonos que hay 'una guerra civil' en Irak, y los iraquíes continuaron rehusando presentarse a ella. A continuación los iraníes decidieron ponerse serios, y para ellos no importa en absoluto si los iraquíes chi'íes matan iraquíes sunníes o no, o al contrario. En la práctica, una 'guerra civil' directa en Irak terminaría muy pronto: no hay muchos sunníes, y los chi'íes podrían encargarse de ellos rápida y desagradablemente. De ahí el enfoque impecablemente bipartidista de Teherán.
 
Irán aprecia lo que cada vez menos pomposos de Washington captan - que Irak es un frente de un conflicto mayor. En estos días, dedicamos una cantidad extraordinaria de tiempo a obsesionarnos con micro-rasgos del escenario interno iraquí - los méritos de este partido o de aquel en comparación con esta o aquella milicia, o hasta qué grado un parlamentario soporta presión de un clérigo sin especificar. Deberíamos entender, como entienden los iraníes, que nuestra estrategia en Irak tiene que impulsar nuestros objetivos en la guerra general. De modo que, por ejemplo, incrementar la cifra de efectivos será un desperdicio si Washington, en la práctica, cae en el papel en que los iraníes le han colocado - tercero en discordia atrapado en mitad de una lucha sectaria sin fín. Puede que estabilices Bagdad, pero no por mucho tiempo. Incrementar la cifra de tropas solamente sería útil si avanza tus intereses generales.
 
Colin Powell enmarcó célebremente su consejo sobre Irak en términos Ikea: si lo rompes, te lo llevas. Pero, como señalo en mi libro, tras la caída de Saddam, nuestros enemigos concluyeron lo contrario: nosotros no teníamos las agallas para romperlo; por tanto, no éramos los dueños. Al estar dispuesto a suministrar a los grupos terroristas sunníes los medios necesarios para destruir mezquitas chi'íes, Irán está manifestando tener las agallas para romperlo - y bien podría terminar quedándoselo.
 
América, por supuesto, realmente no puede 'romper' Irak: lucha con una mano a la espalda, sujetada no solamente por la ONU, los medios y compañía, sino por una idea de sí misma como democracia civilizada. Por tanto, cualquier incremento de tropas en la causa de una operación de política defensiva será transitoria por definición. No puedes doblegar a este enemigo luchando contra sus títeres en Bagdad y al-Anbar.
 
A riesgo de pasar toda la columna citándome, he aquí otro reprise. En el verano del 2002, Amr Moussa, Secretario General de la Liga Árabe, advertía a la audiencia de la BBC que una invasión norteamericana 'amenazaría toda la estabilidad de Oriente Medio'. Yo escribí: 'Pasa por alto la idea: ése es el motivo por el que es tan buena idea'. Invadir Irak tenía sentido porque suponía la mejor manera de seccionar la pústula infectada de la estabilidad regional. Parecemos haber olvidado eso. Los iraníes no. Están en guerra contra nosotros, pero se reservan el derecho a elegir el tipo de guerra que les va bien. Batallas con tanques, bombardeos navales, ataques aéreos, sería un desastre para ellos: ése tipo de guerra lo perderían rápidamente. Pero las insurgencias asimétricas les encajan como un guante: ese tipo de guerra machaca a la superpotencia.
 
No estoy defendiendo el bombardeo instantáneo de Teherán. Pero Irán tiene un montón de delegaciones: algunas son fuertes, algunas no. Siria es una delegación débil a la que sin embargo se le ha permitido devastar post-Saddam durante cuatro años. El argumento defendido por George W Bush - estamos luchando contra ellos allí para que no tengamos que luchar contra ellos aquí - es bueno: siempre es mejor emprender la guerra en territorio extranjero. Pero, psicológicamente, a los ojos del mundo, Irak no es por el momento suelo 'extranjero': es nuestro. De modo que la administración debería llevar su lema a su lógica conclusión: pasemos a la defensiva en territorio enemigo, de modo que no tengamos que llegar a defendernos en el nuestro. Si Irán puede manipular ambas partes de una 'guerra civil' a nuestro lado de la frontera, ¿por qué no podemos nosotros darles problemas en el suyo?


 

 
 
Mark Steyn es periodista canadiense, columnista y crítico literario natural de Toronto. Trabajó para la BBC presentando un programa desde Nueva York y haciendo diversos documentales. Comienza a escribir en 1992, cuando The Spectator le contrata como crítico de cine, Más tarde pasa a ser columnista de The Independent. Actualmente publica en The Daily Telegraph, The Chicago Sun-Times, The New York Sun, The Washington Times y el Orange County Register, además de The Western Standard, The Jerusalem Post o The Australian, entre otros.
 
 
© Mark Steyn, 2007