Europa tiene que poner puertas al campo

por Francisco González de Cos, 28 de octubre de 2004

Introducción
 
Los Estados miembros de la Unión Europea han manifestado recientemente su gran preocupación por la grave situación de la inmigración ilegal y el tráfico de seres humanos. Durante el Consejo de Ministros de Justicia e Interior de los días 30 de septiembre y 1 de octubre de 2004, se tomaron decisiones importantes. Entre otras medidas, se quiere alcanzar un acuerdo sobre una política común de asilo. La discusión ha versado también sobre el desarrollo de una política de devolución eficaz que sirva para desalentar la inmigración ilegal.
 
La inmigración en Europa es un asunto complejo, dado que exige reflexionar sobre una serie de preguntas y tomar decisiones muy importantes, algunas de ellas con implicaciones morales como las siguientes:
 
·         ¿Está justificado regular la entrada de extranjeros en un país?
·         ¿Qué medios de control de entrada de inmigrantes se deben utilizar?
·         ¿A quién se le debe permitir la entrada en un país?
·         ¿Qué tiempo puede permanecer en el mismo?
·         ¿Cuántos inmigrantes puede absorber una sociedad?
·         ¿Cómo se pueden integrar mejor?
·         ¿Es beneficioso para el país de acogida?
·         ¿Estamos dejando entrar al enemigo en casa?
 
La Unión Europea y sus Estados miembros deben tomarse muy en serio el problema de la inmigración ilegal y deben emprender medidas para protegerse de esta avalancha, que en algunas regiones ha llegado a ser muy grave.
 
2. ¿Necesitamos una Política Europea de Inmigración?
 
El Ministro de Interior alemán Otto Schily, el Alto Comisionado para los Refugiados Ruud Lubbers y el Comisario Europeo de Asuntos de Justicia e Interior Antonio Vitorino han dado el empujón inicial para encontrar soluciones a corto plazo, pero también para dar respuestas a largo plazo. Este debate ha tenido lugar hace unas semanas en Scheveningen (Países Bajos) y en una reunión informal de ministros de justicia e interior del G5 convocados en Florencia, durante los días 17 y 18 de octubre de 2004.
 
En la reunión de Scheveningen, los ministros de justicia e interior de los Estados miembros  rechazaron mayoritariamente la propuesta del Ministro de Interior alemán, Otto Schily, para que la UE creara y gestionara campos de acogida de inmigrantes y demandantes de asilo fuera de sus fronteras. En el caso de las personas que llegan a Europa desde África, los campos se crearían en los países del norte de África. La idea contó, además del apoyo de Alemania, con el visto bueno de Italia (que registra una llegada masiva y continuada de inmigrantes africanos a su costa sur). Por el contrario, el proyecto encontró la oposición total de Francia, Bélgica y España.
 
El Reino Unido ya había propuesto la creación de centros de acogida extracomunitarios en el año 2003, debido a que los grupos terroristas se habían estado aprovechando de uno de los sistemas de libertades individuales más desarrollado. Las propuestas británicas no fueron tenidas en cuenta, lo cual obligó a endurecer las normas nacionales en el Reino Unido. Esto tiene unas repercusiones, ya que de no adoptarse medidas conjuntas, el resto de los países de la Unión se verían obligados a actuar de forma análoga; lo cual se traduciría en una restricción de la libertad de circulación de personas en todo el territorio de la Unión. Consecuentemente, sería conveniente que se defina una política de inmigración conjunta, quizás una política europea común, si se quiere preservar Schengen.
 
A pesar de no aprobar la propuesta alemana, los ministros se mostraron profundamente preocupados por las circunstancias extremas que padecen cientos de inmigrantes ilegales y demandantes de asilo que permanecen en los países del sur del Mediterráneo a la espera de una oportunidad para llegar hasta Europa.
 
En la reunión informal del G5, de un lado han estado Alemania, Italia y Gran Bretaña y del otro Francia y España. Éstos dos últimos países han rechazado una vez más el proyecto de creación de centros de acogida para inmigrantes en el norte de África aduciendo que no se garantiza el trato humanitario. Los ministros no han logrado un acuerdo para coordinar sus políticas en materia de inmigración y aunque el foro tenía carácter informal y no de decisión, sí se han abordado algunas cuestiones para controlar la inmigración ilegal sobre todo en cuanto a amenaza terrorista se refiere. En este sentido el G5 ha acordado que sea un grupo de expertos el encargado de definir quién es sospechoso de realizar actividades terroristas para así proceder a su expulsión del territorio Comunitario. En el encuentro se ha reconocido al terrorismo internacional como uno de los principales problemas a los que se enfrenta la UE y se ha señalado a la Policía europea (Europol) como el principal cuerpo operativo en la lucha antiterrorista.
 
La realidad exige la creación de una política de asilo y de inmigración Comunitaria tan pronto como sea posible y que sustituya al sistema coordinado actual, dentro del cual conviven veinticinco mecanismos distintos. Asimismo, también habrá que aumentar la eficacia de la política de repatriación, para desanimar la inmigración clandestina.
 
La propuesta para la creación de centros de acogida para refugiados e inmigrantes clandestinos en el exterior del territorio de la Unión ha sido avalada por los ministros alemán Otto Schily e italiano Giuseppe Pisanu. Y la verdad es que ha habido algún malentendido y muchos equívocos sobre esta idea, algunos han hablado incluso de campos de concentración y de medidas incompatibles con las normas y la tradición europea. Ciertas organizaciones humanitarias han denunciado el proyecto antes de saber en qué consistía. Algunos ministros de interior han actuado más inteligentemente, como el francés Dominique de Villepin, expresando reservas y pidiendo explicaciones y aclaraciones. No se conocen con todo detalle las propuestas iniciales de los ministros Schily y Pisanu, pero no cabe duda de que se deben dar una serie de condiciones antes de concretar la propuesta. Para empezar, los países situados fuera de la Unión donde los centros podrían crearse, deberán haber ratificado el Convenio de las Naciones Unidas sobre los derechos de los refugiados. Las solicitudes de asilo serían examinadas en estos centros, lo que implicaría una política de asilo común, ya que el estudio de las solicitudes no podría llevarse a cabo sobre la base de las diferentes legislaciones nacionales  de los veinticinco Estados miembros. No se debe olvidar que cuando se habla de derecho de asilo se hace referencia a los refugiados políticos, mientras que la gran mayoría de los inmigrantes que desembarcan en Europa son inmigrantes por motivos económicos.
 
No se puede ignorar la triste realidad que acompaña a los que se ven forzados a realizar viajes inhumanos, que a veces sufren naufragios con consecuencias fatales, de mujeres y de niños explotados por piratas sin escrúpulos, que encontraron una fuente de ganancias alternativa y tan rentable como el tráfico de armas y de drogas. Y no es casualidad que este debate haya sido iniciativa de Alemania y de Italia, pues el primero alberga el mayor número de inmigrantes ilegales y en el segundo los desembarcos de inmigrantes se producen a diario.
 
3. La capacidad de acogida es limitada
 
Ante la inmigración masiva los políticos europeos han optado por un “fatalismo progresista”, consistente en aceptar que no hay remedio para detener las olas de inmigrantes, que no se le pueden poner puertas al campo y que debemos prepararnos para una Europa fraccionada étnicamente. Los Estados han hecho dejación de sus funciones protectoras y se han abandonado en los brazos del conformismo.
 
Hay demasiada demagogia y mucho “progresista” con aspiraciones de santo laico que afirma que los que huyen de la miseria deberían de tener los mismos derechos que los que huyen de la tiranía y las persecuciones. Esto no es más que pura retórica y demagogia, ya que si se considerara esta propuesta, los potenciales inmigrantes con derecho a entrar en la Unión Europea serían centenares de millones, sobrepasando con mucho a la población europea. Entonces, se llegaría a una situación en la que Europa no tendría capacidad de acoger a refugiados políticos ni a inmigrantes legales. Si Europa desea tener la capacidad de acoger a los verdaderos refugiados, de practicar una política de inmigración con un sentido de justicia y de acuerdo a sus capacidades y necesidades; debe dotarse de los medios para controlar la inmigración ilegal.
 
La realidad es que el problema no se puede resolver acogiendo más inmigrantes, porque la presión migratoria no es coyuntural y estamos ante un problema de explosión demográfica en los países de origen. Los inmigrantes que entran en Europa no resuelven este problema demográfico porque la superpoblación sigue existiendo y la población sigue creciendo en las zonas exportadoras de inmigrantes. En todo caso tiene un efecto de llamada.
 
Los verdaderos males de los países exportadores de inmigrantes son los conflictos étnicos,  corrupción, hundimiento de las estructuras de los Estados, destrucción de la agricultura, etc. Los problemas de estos países no se resolverán mediante la llegada a Europa de pateras o barcos cargados de inmigrantes, sólo se podrán resolver si las personas que viven en ellos quieren y están dispuestos a hacer el esfuerzo para organizarse, luchar y trabajar por sus países. Y esto no quiere decir que no haya que hacer lo posible para favorecer a estos países del tercer mundo, pero las soluciones no son mágicas y se basan en una buena gestión económica, la democratización política, la educación, la erradicación de la corrupción, la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad de información, la libertad de credo, etc.
 
4. Posibilidad de integración en nuestras sociedades
 
El problema que se plantea es cómo integrar en Europa a los inmigrantes que proceden de otra cultura, religión y etnia muy diferente. La forma de integrar a un inmigrante depende de una serie de factores y no se puede aplicar el mismo criterio para todos. Los criterios para la integración varían según las diferencias con el país de acogida que son de índole religiosa, étnica, lingüística y de tradición. Está claro que muchas de las políticas de integración han fracasado tras décadas de ingentes medios destinados a ellas.
 
La realidad nos pone frente al hecho de que no todos los inmigrantes son integrables. Cuando el inmigrante pertenece a una cultura teocrática que no separa “los asuntos del César de los asuntos de Dios”, el ciudadano sólo es ciudadano si es creyente. Los musulmanes reconocen la ciudadanía plena sólo a los creyentes y se integran con mucha dificultad. La persistencia de la inmigración musulmana en Europa reduce los incentivos para la asimilación cultural. Los musulmanes europeos piensan en sí mismos como miembros de un grupo, por ahora minoritario, que no tiene porqué adaptarse a la sociedad que lo acoge. Y para que se produzca la integración es condición necesaria que las personas a integrar lo deseen y lo acepten con todas sus consecuencias. No se puede convertir en ciudadano a alguien que acepta los beneficios de la sociedad pero que no se siente obligado en contrapartida a aportar algo a esa sociedad. La realidad es que la integración de personas no integrables conduce a la desintegración de la sociedad.
 
La clase política se suele plegar ante esta realidad de una Europa pluricultural. Algunos cuando piensan en una sociedad pluricultural lo identifican erróneamente con una sociedad más plural y más tolerante (la URSS era pluricultural, aunque fuera una dictadura). La realidad está ahí, no se puede negar que se producen serios problemas de convivencia en los barrios dormitorios donde se instalan los inmigrantes, que padecen el problema de la creación de ghettos cerrados sin solución alguna. El peligro inherente al pluriculturalismo es que desemboca en subsociedades dentro de nuestras sociedades.
 
Además, la conexión entre inmigración y delincuencia en España y en la Unión Europea  es una realidad y las cifras cantan por sí solas. La criminalidad y encarcelamiento son significativamente superiores en la población extranjera que la correspondiente a los ciudadanos de la Unión Europea.
 
En España los políticos siguen empeñados en pretender convencer de la utopía de la sociedad pluricultural, al tiempo que tratan de ocultar la realidad o no son capaces de ver las consecuencias cara al futuro. El Estado miembro (antes de la última ampliación de 1 de mayo de 2004) que mayor entrada de inmigrantes registró en 2003 fue España. Según la Oficina Europea de Estadística, Eurostat, su porcentaje de inmigración neta fue del 22,9%, por delante de países como Italia (21,1%), Alemania (13%) y Reino Unido (10,5%). Los partidos de derecha tienen miedo a ser tachados de autoritarios y enemigos de las libertades; y los de izquierda aspiran a captar el voto inmigrante.
 
5. Aspectos Económicos
 
Muchos progresistas argumentan que la inmigración es beneficiosa desde un punto de vista económico y que ayuda a compensar el envejecimiento de la población europea. Argumentan que los inmigrantes pagan impuestos y contribuyen a la Seguridad Social, ya que aportan más que las ayudas que reciben del Estado. Además, se dice que los inmigrantes hacen una serie de trabajos que los nacionales no quieren hacer y que la mano de obra nacional no debería temer a la mano de obra inmigrante, debido a que no representan una amenaza a sus puestos de trabajo o al nivel de sus salarios. Desde el punto de vista económico estos argumentos son erróneos.
 
La inmigración no ofrece una solución al problema del envejecimiento de la población. Si se quisiera compensar el envejecimiento de la población europea con la inmigración, se necesitarían cantidades astronómicas de inmigrantes y esto es inaceptable desde el punto de vista socio-económico, por los problemas que acarrearía. Pero incluso si se permitiera la entrada a un gran número de inmigrantes, no estaría claro que pudiera resolver el problema del envejecimiento de la población, simplemente lo pospondría en el tiempo. Es obvio, los inmigrantes con el tiempo también envejecerían y nos encontraríamos ante el mismo problema, o incluso más grave. Por ello, es importante que en la Unión Europea se consideren otras vías para resolver el problema del envejecimiento de la población.
 
La inmigración de mano de obra altamente cualificada o de gente emprendedora es beneficiosa, desde un punto de vista socio-económico, para el país de acogida. Pero la mayor parte de los inmigrantes que llegan a Europa tiene un nivel educacional muy bajo y están muy poco cualificados. Muchos se quedan en el paro y suponen una carga importante en términos de gasto público (sanidad, servicios asistenciales, etc.). La inmigración no cualificada trae cuenta a ciertos sectores de la sociedad, que se benefician de una inmigración que no cotiza a la Seguridad Social y que no tributa, con el fin de disponer de una mano de obra barata para el servicio doméstico, los restaurantes, la construcción y la agricultura. No obstante, no beneficia a la sociedad en su conjunto.
 
Los efectos de la inmigración masiva no son homogéneos, afectan de diferente forma y con distinta intensidad a los diferentes estratos sociales. Curiosamente los más perjudicados son siempre los trabajadores no cualificados nacionales y las capas más humildes de la sociedad. Los primeros dan un enorme paso hacia atrás en sus condiciones laborales.  Las segundas padecen el deterioro de las ayudas y servicios públicos, consecuencia de la gran cantidad de recursos que se tienen que desviar hacia los inmigrantes. Las clases menos favorecidas sufren la discriminación en su propio país, como consecuencia de las políticas de discriminación positiva que benefician exclusivamente a los inmigrantes.
 
Es cierto que Europa importa inmigrantes y lo hace porque los europeos no están dispuestos a hacer cualquier trabajo. Pero las cifras de paro en Europa demuestran que no necesitamos tanta inmigración. Los subsidios de desempleo permiten a muchos europeos vivir sin trabajar y no se posibilita en muchos casos la integración laboral de los desempleados.
 
6. ¿El enemigo dentro de casa?
 
Sería erróneo establecer un relación de igualdad entre el hecho de ser musulmán y el terrorismo islámico. Pero lo que no se puede obviar y sí se puede constatar en Europa es que existe un gran número de musulmanes que simpatizan con el terrorismo o le encuentran justificación. Las condenas a los atentados del 11-S y el 11-M por parte de asociaciones musulmanas europeas se pueden contar con los dedos de una mano. En muchos colegios de Europa, con alumnado musulmán, hubo manifestaciones de alegría por parte de éstos, ante los dos sangrientos atentados terroristas. Lo cierto es que cuando se ha producido alguna condena, ha sido mas bien difusa y acompañada de excusas, cuando no de alguna justificación. Y en el trasfondo de la condena siempre aparece mezclado el conflicto de Oriente Medio, Irak, Afganistán, etc. Sin duda existe una población que puede caer en la apología del terrorismo e incluso colaborar con él, como ya se ha visto en un pasado.
 
La realidad es que la inmigración ilegal no está controlada como debiera y no se dispone en muchos casos de información sobre las personas que están entrando y que residen en Europa. No es casualidad que haya en nuestras sociedades fanáticos que alientan el terrorismo y que se hayan producido detenciones de terroristas en casi todos los países de la Unión; tal como ha ocurrido recientemente con los presuntos terroristas musulmanes, que iban a atentar contra la Audiencia Nacional en Madrid.
 
7. Conclusiones
 
La propuesta de Alemania e Italia, apoyada por el Reino Unido, pudiera no ser la acertada y el debate no ha hecho mas que empezar. El hecho de aliviar la presión migratoria en las fronteras de la Unión no implica que la situación mejore en África, o en las zonas de procedencia de la inmigración clandestina. Y tampoco se debe creer en lo milagroso de las ayudas financieras, dado que se seguirán derrochando.
 
La Unión Europea tiene que tomarse en serio el asunto de la inmigración y debe permitir la entrada a trabajadores y a profesionales especializados que puedan desempeñar labores necesarias y quieran colaboran en el desarrollo de nuestras sociedades.
 

Europa tiene que poner puertas al campo y decidir por sí misma quién entra y en qué circunstancias. En caso contrario tirará al traste todo por lo que ha luchado a lo largo de muchos siglos, perderá su alma y dejará de ser Europa.

 
Francisco González de Cos es Consultor Internacional