Europa necesita a Trump
Es opinión muy extendida en el Viejo Continente que lo peor para los países europeos, para cada uno por separado o reunidos en la Unión Europea, es la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de noviembre.
Yo no estoy de acuerdo.
La afirmación depende evidentemente de lo que creamos que es bueno para Europa. Si creemos que es bueno que los europeos continúen ahondando en la agenda verde, las fronteras abiertas y la uniformidad ideológica e institucional sin rendir cuenta de ello a ningun aliado, entonces efectivamente lo mejor para los europeos es que gane Kamala Harris. La candidata dejará hacer a la política europea durante los próximos cuatro años no por convencimiento, sino por desinterés. Su triunfo en noviembre garantiza para los europeos cuatro años más de la deriva actual, la que los aleja progresivamente de ser potencias relevantes y de ser un interlocutor real ante la Casa Blanca.
Ahora bien, si lo bueno para Europa es que los europeos se tomen en serio los problemas de su competitividad económica, de su seguridad interior y exterior, y de la erosión del pluralismo político e institucional, lo mejor para ellos es que gane Trump, por duro que parezca. Durante su primera presidencia, a los europeos les irritaban dos de sus exigencias: que fuesen responsables y capaces de aportar algo relevante a la defensa atlántica; y que fuesen capaces de negociar en términos económicos en igualdad de condiciones. O dicho en otros términos, ser solventes en términos militares y en términos económicos. Para sentarse en la mesa de los mayores con los Estados Unidos, venía a exigir Trump con sus habituales formas groseras, los europeos debían estar al menos a la altura de las grandes cuestiones del siglo XXI. Él necesita interlocutores fuertes.
En verdad hace ya tiempo que Europa importa poco para los presidentes norteamericanos, pero la diferencia es que el desinterés en las administraciones Bush, Obama y Biden ha ido acompañado de condescendencia e indulgencia. Sólo Trump dió en 2016 el paso de señalar las debilidades europeas, y esto es lo que los europeos interpretan como un ataque y una desgracia, y por eso celebraron su derrota en 2020. Hoy, cuatro años después, el desinterés de la Adminitración Biden ha mantenido la inercia y el distanciamiento norteamericano de manera lánguida. Y los europeos, sin un interlocutor serio, siguen prefiriendo la vida del infante a la vida del adulto: en un mundo competitivo y peligroso, Europa se concibe a sí misma como un jardín de infancia.
A partir de noviembre, cuatro años más de desinterés en el jardín de infancia europeo es lo que promete Harris, sin el más mínimo interés en convencer a los europeos de lo contrario. Pero un apoyo así es un apoyo no solamente falso sino contraproducente: garantiza que los europeos continúen viviendo en la deriva estratégica y económica actual. De cuatro años de Administación Harris los europeos saldrán malparados: más débiles, menos competitivos, más vulnerables.
Pero Europa, tanto sus países por separado como en la Unión, no necesita cuatro años más de condescendencia norteamericana, inútil y despreocupada. Al contrario, lo que los países europeos necesitan es madurez económica, estratégica e institucional. Necesitan un estímulo y una reacción que ellos no son capaces de encontrar por sí mismos. Por eso lo mejor es una presidencia norteamericana que les obligue a ser responsables, por duro que se les haga. Y eso solo es posible será posible con la administración Trump.