Europa, capital Frankfurt

por GEES, 14 de diciembre de 2012

La idea convencional es que Estados Unidos está aguantando mejor la crisis que la Eurozona, pero la verdad es aproximadamente la contraria. La relevancia de los últimos acuerdos de Bruselas es bien sencilla. Consiste en borrar del nuevo diseño del euro cualquier vestigio de la nefasta influencia francesa, que puso en peligro el modelo original. El nuevo –Achtung!– es plenamente alemán.
 
Hay que repartir, pues, de modo bien distinto los papeles de quién es quién en Occidente. La buena es claramente Merkel, el feo es indudablemente Berlusconi – aunque ahora parece que ya no vuelve– y el malo es, ¿quién lo duda?, Obama, acompañado de su retorcido escudero Bernanke.

Europa, bajo dirección alemana y liberada del lastre francés por la aparición del presidente socialista normal, Hollande, como guinda del pastel de cuarenta años de presupuestos desequilibrados, saldrá fortalecida de la crisis, mientras las políticas de Obama pueden hundir Estados Unidos.

El Ecofin de estos días concreta el compromiso de los últimos Consejos europeos con una nueva unión monetaria más resistente, más económicamente racional y más integrada. El problema de origen, perfectamente identificado por el ministro Schäuble, verdadero cerebro de la operación salvamento de la moneda común –aun cuando los reparos de los despistados se centren en Merkel–, es que el euro se fundaba en un desequilibrio original. Por un lado, los costes de financiación, públicos y privados, de todos los países se equiparaban como si fueran igualmente virtuosos en sus políticas económicas, mientras que, por otro, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento –los límites de déficit y deuda– se interpretaba comprensivamente. Esto incentivó la perpetuación de estructuras económicas no competitivas.
 
El sostenimiento de los Estados del Bienestar que tanto pretenden defender manifestantes y defensores de lo público acá y acullá solo es posible en el mundo actual mediante un esfuerzo de competitividad y desarrollo, no pintando presupuestos artificiales ni imprimiendo moneda, ni con eurobonos, como ha afirmado el propio Schäuble. El contraste es claro con Estados Unidos, que precisamente ahora redobla su impresión de dólares para comprarse su propia deuda (un alucinante 70% de toda la emitida este año, según calcula un eminente economista de Stanford).
Lo que se pone en marcha es la solidificación de las reformas propuestas hasta ahora, a saber, la creación de una red de salvamento para los Estados, la supervisión bancaria, el aumento de los poderes de un comisario de asuntos monetarios y la elección directa del presidente de la Comisión; pero sobre todo la dirección alemana de todo esto, como consecuencia no solo de los nuevos mecanismos de voto previstos en el Tratado de Lisboa, sino de la realidad de facto del poder asumido por Berlín durante la crisis.
 
En un tiempo en que los anglosajones han perdido el norte y los franceses no aparecen, parece el menor de los males que los alemanes hayan asumido el mando.