Euro-Germania, año I

por Juan F. Carmona y Choussat, 22 de diciembre de 2012

 El 10 de diciembre de 2012 la UE recibió el premio Nobel en Estocolmo. El evento celebraba la paz entre Alemania y Francia – enfrentadas por tres guerras desde 1870, dos de las cuales habían arrastrado a Europa y al mundo - y la sustitución del combate por la cooperación económica, fundamento de la Unión europea. Desde 1957 – año del primer tratado de Roma - el funcionamiento de Europa había estado guiado por el equilibrio entre la personalidad de ambos países. El último momento clave de esta tendencia fue el tratado de Maastricht, creador de la unión monetaria y promotor de la política. La crisis económica ha barrido este modelo para dar a luz una Europa germánica. No hay que hacer de ello un drama.


La difícil travesía por la depresión nacida en 2008 se encontraba con una buena e inédita noticia el  19 de diciembre: la primera revaluación de la deuda griega. El poco comentado juicio de S&P señalaba que esta dirección germana de las cosas empezaba a rendir sus frutos.

Cuarenta años de presupuestos deficitarios en Francia constituyeron el precedente que hacía inevitable esta circunstancia, que se hizo patente tras las elecciones presidenciales francesas de mayo de 2012. 
La dimisión francesa

Francia desaparecía del eje dominante no por presión ajena o por un juego de alianzas diferente, sino por incomparecencia. Aún en octubre de 2010 participó en el plan original de Merkel para reorientar la construcción europea, el llamado acuerdo de Deauville. Para 2012, todo había cambiado.

Un acontecimiento significativo había sido el anuncio del hombre más rico de Francia, Bernard Arnault, patrón de la industria del lujo LVMH de que abandonaría Francia si se convertían en ley las propuestas del presidente Hollande. Su explicación – solicitaría la nacionalidad belga pero seguiría pagando impuestos en Francia - tras una insultante portada de Libération, había calmado las aguas políticas. Pero era flor de un día, porque el Jean Valjean de los Miserables y el Toussaint del Germinal de Zola, Gerard Depardieu en las respectivas versiones filmadas, hizo también las maletas, no sin antes ser acusado de mezquindad por el primer ministro Ayrault. Ya Cameron había anunciado, sin tener mucho que ofrecer él mismo atado como está a la máquina impresora de libras del Banco de Inglaterra, que acogería con gusto a los desertores de las políticas socialistas. Y el actor Will Smith había mostrado su perplejidad ante el carácter confiscatorio de la fiscalidad prometida por el nuevo jefe del estado. En las últimas noticias salían conjuntamente en defensa de Depardieu Catherine Deneuve, último icono vivo del cine francés, y Laurence Parisot, la dirigente de la patronal. Cuando un gobierno socialista concita tan heterogénea coalición contra él, es que tiene un problema. Entretanto, Hollande seguía gozando de la menor cuota de aprobación de la población para un presidente electo en la V República.

Lo curioso es que este llegó al poder como la gran esperanza blanca del progresismo prometiendo no ya matizar sino reorientar la deriva austeritaria de la malvadísima Merkel. Ya por entonces el perspicaz Vargas Llosa advirtió que eso no eran sino ficciones malignas a las que no había que hacer ni caso. El fuego artificial francés escondía ineficacia económica y la retirada del primer plano político. Hoy Europa es un directorio alemán que sin pausa pero sin prisa adopta para sí las reformas de la Agenda 2010 que el socialdemócrata Schröder implantó para bien del avance económico de su país, y, por lo visto, del resto del continente.

Der Spiegel, nuevo semanario de referencia de la actualidad europea, resumía la situación:

 “En plena crisis económica, los socialistas franceses están ignorando la realidad. El ministro de renovación industrial está pidiendo la nacionalización de alguna empresa, mientras que el presidente evita las reformas estructurales necesarias. Los líderes empresariales se quejan de que se ha retrocedido treinta años. El tiempo en que el primer presidente socialista de la V República, Mitterrand, empezó su primer mandato con una ola de nacionalizaciones que se vio obligado a revocar después de dos años”.

Hollande había solicitado al antiguo jefe de la compañía aeronáutica EADS, Louis Gallois, un informe sobre la mejora de la economía. Recomendaba una política de choque pero el presidente lo transformó en un “pacto”.

Gallois era el primero en reconocer que una reforma à la Schröder no sería bien vista por los franceses. Los datos reales hacían aún más grave su diagnóstico: la parte de la industria en el crecimiento económico había pasado de 18% en 2000 a 12,5% en la actualidad. Francia se convertía así en el 15º país de los 17 de la eurozona. El sector industrial había perdido dos millones de empleos desde Mitterrand. El déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos era en 2011 de más de 71.ooo€ millones, en comparación con un superávit de 3.500€ millones en 2002. En relación con el PIB, el peso del estado en la economía era un 57% y la deuda alcanzaba el 90%.

Julio de 2012, punto de inflexión

El momento esencial del año europeo fue sin duda una declaración de Draghi, que, paradójicamente, le permitió hacer en la práctica exactamente lo que la facción disidente del BCE, el Bundesbank, había sugerido. No ir más allá de las medidas de liquidez ya utilizadas, no comprar bonos de los estados miembros – lo que había hecho sin éxito en el pasado y no dejaba de hacer Bernanke del otro lado del Atlántico -. Lo dicho consistía en dar a entender, sin expresarlo explícitamente, que el BCE estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluyendo comprar títulos de deuda de los estados miembros directamente, para demostrar la unidad del euro y la solidez del proyecto económico que simboliza.

Bastó para evitar que eso mismo, es decir, la compra directa de bonos nacionales, tuviese lugar. En flagrante contradicción, lo temido por el Bundesbank y que había llevado en el pasado a las dimisiones de Weber y Stark, se había evitado con una rueda de prensa en que se discrepaba de sus opiniones. El increíble éxito de Draghi merece un puesto en los anales de los adagios latinos. Quizá no igualase al vini, vidi vinci de su compatriota César, pero para estos tiempos infinitamente más prosaicos, se acercaba mucho al si vis pacem, para bellum. Las guerras hoy en Europa son nada pacíficos combates económicos y Draghi había impedido uno. Estabilizó la moneda y dio moderación a los diferenciales que los bonos españoles o italianos habían de pagar de sobreprecio sobre los equivalentes títulos alemanes.

Hasta ese mes de julio de 2012 el euro, y por extensión, la UE había transitado entre el cumplimiento del pacto de Deauville – el hecho de que el tratado de Maastricht iba en serio – y las difíciles renegociaciones del problema griego, único país de los rescatados (Irlanda y Portugal eran los otros) incapaz de reducir la deuda por sí mismo a largo plazo. Tanta inestabilidad, así como la nefasta gestión del socialismo en España y el gasto desbocado en la Italia de Berlusconi, llevó a Merkel a hacer gala de su poder y prescindir de dos primeros ministros empujando a otro a convocar elecciones. El caso es que en 2012 ya contaba con gobiernos más responsables en los cuatro países meridionales, ya fuera como consecuencia de las urnas, como en España o Portugal, o de decisiones parlamentarias, Italia y Grecia. Sin embargo, la presión del FMI y la constante impresión de moneda y rebaja de los tipos de que presumía la Reserva Federal, ponía al BCE en un brete al disputar su política. Las mágicas declaraciones de Draghi pudieron tocar la nota apropiada y proporcionar, sin gasto añadido, el margen de actuación necesario para que los países del Sur perseveraran en sus reformas. Es decir, no desincentivó el progreso estructural de los países pues no desembolsó dinero para comprar su deuda en el mercado, pero tampoco los abandonó a su suerte.

Acaso algunos quisieron ver las palabras de Draghi como una concesión al presidente francés Hollande, que acababa de vencer a Sarkozy hasta entonces moderador en el eje franco alemán de la política dominante. Nada de ello había. La posición de equilibrio sabiamente calculada estaba destinada a dar la razón de fondo al mayor disidente del grupo, el presidente del Bundesbak Wiedman, mientras aparentaba seguir la orientación facilona de la mayoría de medios y analistas de proporcionar dinero barato. No es que esto no se hubiera hecho ya a través de distintas operaciones de liquidez alguna especialmente cuantiosa con vencimiento a tres años, pero se estaba intentando evitar la compra de bonos que llevó al BCE a invertir en títulos de los países en dificultades cientos de miles de euros con un éxito perfectamente descriptible.

El plan del ministro de Hacienda alemán Schäuble era devolver al euro su equilibrio original. En Maastricht se trataba de proporcionar la misma sólida política monetaria a países con equivalentes tasas de déficit y deuda, pero el desarrollo del tratado a través del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sin fijarse mucho en otras variables económicas, premió con financiación alemana a todos. Las políticas económicas nacionales no tenían la misma virtud entre sí e, inevitablemente, las rebajas de tipos y facilidades de financiación para todos, generaron exceso de liquidez y malas inversiones. Es lo que trataba de corregir en Deauville el todavía eje franco-alemán. Ahora el control del déficit se llevaría al marco constitucional de cada país – lo que en Francia se bautizó la règle d’or y a lo que Hollande se opuso en campaña para obligar luego a votar a sus correligionarios en el parlamento – y se institucionalizaba en el MEDE el antiguo fondo ad hoc de estabilidad financiera. Las palabras de Draghi eran en definitiva la garantía de la seriedad de ese plan.
 
El factor Merkel

Merkel había estado al mando de este modelo desde el origen por su insistencia.

Der Spiegel afirmaba:

“No se equivoca. En el futuro, 2012, puede muy bien ser visto como el año en que la eurozona alcanzó a ver la luz al final del túnel de la euro-crisis. El fondo permanente de rescate se hizo operativo, el BCE se introdujo como un poderoso defensor de la moneda común comprometiéndose a compras ilimitadas de bonos soberanos a los países de la eurozona en dificultades y el bloque también se puso de acuerdo en un régimen de supervisión bancaria”.

El resultado era que alguien con infinita mayor frialdad que Adenauer o Köhl había asumido un poder mayor que ellos, sin pasión ni prejuicio, por la necesidad del momento. Un elemento que no era ajeno a esto era su procedencia de la Alemania del Este. Para ella el ejemplo a seguir era lo contrario de lo que había vivido. 

“Los Estados Unidos eran la antítesis del rancio olor a cerrado de Alemania Oriental. Para ella Europa no prometía salvación alguna.”

Esta era una importante diferencia, según Der Spiegel, entre la nueva canciller y la mayoría de sus compañeros de partido occidentales.

Por eso el camino inseguro seguido hasta el momento con idas y venidas, de intento y error, no es más que el principio de un modelo a seguir, con enormes dosis de pragmatismo, pero que contiene un trío de datos innegables: Europa representa el 7% de la población mundial, el 25% de la producción económica y la mitad del gasto social. Concluye la revista alemana:

“No hace falta tener un doctorado en química teórica, como Merkel, para entender que Europa tiene un problema”.

Ni la química ni la física proporcionan en España buenos ejemplos políticos, pero Merkel también tiene unas querencias sociológicas que ilustran mejor su plan. El modelo es el adalid de la teoría de la falsificación, el austriaco Popper. Como él Merkel no cree que la política deba basarse en una visión omnicomprensiva, sino en un cauteloso movimiento de tanteo cuyos errores puedan ser corregidos sobre la marcha.  

Por si la sociología no bastara, Merkel también cree, y esto sí que es raro en Alemania, que podría servir la psicología:

“De acuerdo con el antiguo canciller Ludwig Erhard (…) un cincuenta por ciento de la economía es psicología. Por tanto, solo diré cosas amables sobre Grecia a partir de ahora. En cuanto al restante cincuenta por ciento, hay un cincuenta por cien de posibilidades de acertar. Así que entre una cosa y la otra ya hemos acumulado un setenta y cinco por cien de éxito.”

¿Qué hacemos con los hijos?

En la famosa anécdota de la II República, la respuesta a tan noble pregunta había sido “al suyo, de momento, le hemos hecho subsecretario”. Hoy esto es insuficiente, no solo tras consultar en el BOE el salario con que se retribuye hoy la función, sino porque lo que hemos hecho con los hijos es legarles una herencia envenenada, que sólo podrán aceptar a beneficio de inventario.

Las reformas estructurales han tardado en llegar y salvo en el ámbito laboral no se puede decir que hayan sido excesivamente de fondo en los países sometidos a ayuda. Lo más destacable, de hecho, es que por razones de urgencia y acaso por falta de imaginación, la parte más sustancial del ajuste se hará con incremento de impuestos. La excepción más notable es el 12,5% del impuesto de sociedades irlandés, seguro de vida que está haciendo que ese país se recupere antes que sus colegas de penurias. Es decir no solo no se ha reducido el peso del estado en la economía (Afonso y Furceri, Working Paper 849, enero 2008, BCE) elemento que en Francia se ha incluso incrementado sino que se ha pretendido recaudar más aumentando los impuestos en periodo de recesión. Con todo, parece que la economía capitalista aguanta casi todo lo que no sea la abolición absoluta de la propiedad privada, por lo que aunque el desempleo, en una media del 10% en las últimas décadas se ha elevado al 11,7%, siendo España el peor ejemplo, la economía está maltrecha, pero no ha muerto.

Es el momento de emprender, más allá de la reorganización de los gastos y algunas reducciones concretas la reforma del estado del bienestar. Los países, incluidos los intervenidos, desearían todavía mantener o incluso aumentar las prestaciones existentes con el gasto actual. Es imposible dado el grado de endeudamiento alcanzado. Pero aún no se ha elegido un modo de reforma del estado del bienestar, aunque parece evidente que la supresión de intermediarios públicos para prestarlo en España es una necesidad.

Como han demostrado dos investigadores americanos, Eberstadt y de Muth, la reforma del estado subsidiado pasa principalmente por reservar sus beneficios a quienes realmente lo necesitan. La mejora de las actuales condiciones es el requisito para una reforma sensata de todo el sector económico.

Por eso es importante que de nuevo Draghi haya encontrado respaldo a las políticas aplicadas en su declaración al Euro-parlamento en las estadísticas sobre la mejora de la competitividad, especialmente en España por el aumento de las exportaciones.

Es decir, la situación para poder emprender otras reformas podría estar llegando. De acuerdo con el comisario para asuntos económicos Olli Rehn, ya ha pasado lo peor de la crisis. El déficit presupuestario combinado de la eurozona ha disminuido de 6,2% en 2010 a 3% este año y se espera un 2,5% para el que viene. Compárense estas cifras con las de Estados Unidos (7%) e Inglaterra (más del 7%). Según Rehn se ha pasado la fase de dedicarse exclusivamente a gestionar la crisis, a otra en que se abordarán las cuestiones estructurales y la competitividad de toda la zona euro y los miembros del conjunto de la UE.

En todo caso, ¿quién a mediados de año podía haber dicho que para 2013 los tipos de los bonos españoles a diez años iban a haber bajado a cifras altas pero manejables y que tanto España como Italia estarían en condiciones de reformar sus economías para volver a crecer?