Estados vs. corporaciones

por Florentino Portero, 15 de enero de 2010

 

La relación entre Estados y grandes empresas extranjeras no es nueva en política internacional. Los gobiernos vienen utilizando a las sociedades de capital privado desde hace siglos para colonizar y explotar nuevas tierras. Es el caso de las famosas compañías de las Indias, Orientales y Occidentales, que jugaron un papel tan importante en la explotación de los recursos de lo que hoy es Canadá, Pakistán o India. Pasado el tiempo, grandes corporaciones se convirtieron en símbolo de neocolonialismo, de cómo un Estado soberano se veía limitado en el ejercicio de sus competencias por la influencia de esas grandes empresas en sus actividades económicas ordinarias. Era el caso de la United Fruits y las "repúblicas bananeras" en Centroamérica. En el mundo de nuestros días, caracterizado por el fenómeno de la globalización, la relación entre corporaciones multinacionales y Estados plantea un abanico de situaciones problemáticas, desde el populismo bolivariano hasta el autoritarismo de los Estados emergentes.
 
El pulso entre Google y China es paradigmático. China necesita de inversión en nuevas tecnologías pero teme, con toda la razón, que éstas alientan el ejercicio de la libertad, un cáncer capaz de llevarse por delante cualquier dictadura. Ahí está el ejemplo de la difunta Unión Soviética para quien tenga dudas. El Gobierno de Pekín doblegó primero a la dirección de Google, logrando que retirara de su buscador aquella información que le resultaba incómoda o peligrosa. A continuación comenzó a violentar las medidas de seguridad de la compañía para acceder a las cuentas de los particulares. Uno puede pensar que no merece otra cosa quien, cual Chamberlain revivo, aceptara tales imposiciones de una dictadura. Sin embargo, lo ocurrido es demasiado serio como para que nos quedemos en la condena moral al oportunista comportamiento de Google.
 
La guerra del siglo XXI tendrá poco que ver con la II Guerra Mundial. El futuro de las divisiones acoradas es poco atractivo. Las agresiones se concentrarán en áreas de alta vulnerabilidad. Puesto que las economías desarrolladas dependen del suministro energético, los servicios informáticos y de los satélites de comunicación, sobre ellos actuarán nuestros enemigos. Tanto China como Rusia han desarrollado una gran capacidad para la ciberguerra y el ciberdelito. De la misma forma que en el siglo XVI europeo, ambos países han animado la aparición de corsarios a partir de una previa y autónoma red de piratería. Se presenta como ciberdelito lo que en realidad es ciberguerra, porque son agresiones realizadas por un Estado, que ha externalizado este tipo de intervenciones, contra otro mediante acciones dirigidas a alterar el normal funcionamiento de empresas de alto valor estratégico. Es impresionante el listado de agresiones contra ministerios, empresas de servicios y multinacionales. Dejando a un lado el beneficio inmediato de buena parte de esas operaciones, todas ellas tienen en común el tratar de localizar vulnerabilidades y, llegado el caso, utilizarlas para desarticular al adversario o al enemigo. En cierto sentido, nos encontramos en una guerra de baja intensidad, donde los costes económicos imputados al accionista, al consumidor y al contribuyente son ya extraordinariamente altos. 
 
Estados Unidos parece haberse tomado en serio el problema y se espera en breve la aparición de una nueva política. En Europa es mucho el camino por recorrer hasta que lleguemos a disponer de una estrategia eficaz de seguridad informática. En cualquier caso podemos tener claro que la amenaza va a ir a más.
 
 

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