Estados Unidos como reto
(Publicado en La Razón, 7 de noviembre de 2012)
No es como para arrendarle la ganancia al nuevo presidente. Los desafíos con los que tiene que enfrentarse son de los que tiran para atrás y no es exageración decir que el país se haya en una encrucijada histórica, en la que, básicamente, lo ha metido Obama. La crisis económica es la más grave desde la del 29, que se arrastró a lo largo de los 30 hasta la guerra, y es injusto considerarla sólo como una mala herencia de Bush. Los demócratas, desde la oposición, tuvieron una gran responsabilidad en fraguar la crisis de las hipotecas basura, que hicieron reventar el sistema financiero, y a aquellas demagogias de convertir de la noche a la mañana en propietarios a quienes no podían pagar, no sólo no se opuso el entonces senador en la legislatura estatal de Illinois, sino que colaboró activamente, por más que su contribución entonces fuera pequeña. Una vez en el poder hizo suya la frase de su jefe de gabinete Rahm Emanuel, ahora alcalde de Chicago, según la cual una buena crisis es una oportunidad que no hay que desaprovechar. Obama venía a detener la subida de los océanos y a transformar el país y de paso el mundo. Solucionar la economía no era su prioridad, sino aprovecharla. En todo caso su fórmula era la keynesiana de la izquierda europea, inyectar dinero recién fabricado, distribuyéndolo ante todo entre las grandes clientelas electorales, lo cual crea empleos en su mayor parte efímeros y hace más penosa y lenta la salida de los apuros. Sus prioridades eran una reforma de la sanidad que incrementa el control del estado sobre la economía así cómo sus gastos, una lucha contra las emisiones de CO2 que amenaza la competitividad de las empresas y un frenado de la extracción de hidrocarburos a favor de tecnologías futuristas a descubrir con elevadas inversiones de recursos, también por crear.
La crisis, sus métodos para combatirla y sus grandiosos objetivos, de los que sólo la sanidad se ha convertido en ley por poner en práctica, han llevado a triplicar el déficit y la deuda. Esa es la situación con la que ha de lidiar él o su contrincante. Los métodos tienen mucho de antagónicos, pero ninguno de los dos ha puesto todas sus cartas sobre la mesa.
De entrada pende sobre la cabeza del ganador una espada de Damocles de absoluta urgencia, lo que Bernanke ha llamado “el precipicio fiscal”: Si a 31 de diciembre no ha habido un nuevo acuerdo con los republicanos, el uno de enero deberían producirse recortes de un billón de dólares y sustanciosas subidas de impuestos. Obama, que se negó al compromiso, tendría que gestionarlo desde el poder. Romney se lo encontraría 20 días antes de tomar posesión. Si la economía cae por ese precipicio se calcula que perderá un 5% de PIB. Ninguno ha dicho lo que hará, pero no puede ser menos que ganar tiempo y aplazar soluciones. Romney lo tendrá algo más fácil, pues se espera que en estos comicios, en los que se emiten simultáneamente una montaña de votos, la composición de las cámaras, renovada íntegramente la baja y en un tercio el Senado, no varíe mucho y su partido siga dominando.
Más allá de esta perentoria inmediatez que las campañas han metido debajo de la alfombra, el clamor general exige equilibrar las cuentas y crear empleo. A esas demandas no son ajenos muchos demócratas que votan a Obama por fidelidad al partido o por amor por su ídolo, pero que contribuyen a la importante mayoría de los que no están contentos con su gestión económica y de los que dicen que el país no va por buen camino. Obama promete hacerlo, porque al final de la campaña, lo mismo que Romney, ha girado hacia el centro a por la pequeña pero decisiva minoría de indecisos, pero no hay nada en su personalidad y en su historial que le preste credibilidad a sus promesas. Lo que de él cabe esperar es más de lo mismo, no ya en sentido continuista, sino francamente intensificador, desde el momento en que no tiene que presentarse a una relección. Romney es mucho más creíble, pero está por ver su capacidad taumatúrgica.
Queda un pequeño recuerdo al mundo, tarea esencial de un presidente americano. Obama ha dado, declarativamente pero también algo más, un giro estratégico hacia Asia, lo que suponen la aspiración a distanciarse del Oriente Medio. El giro su propone controlar la expansión de China y convencerla de que no lo haga agresivamente. El Oriente Medio no va dejarse olvidar y el giro asiático suponen un componente de fuerza militar en el que Obama no está dispuesto a invertir, sino todo lo contrario. Romney propone poco y no muy distinto pero es consciente, y lo dice, de que el tesoro de la gran superioridad militar hay que preservarlo como sea.