Estados Unidos ante la inmigración hispana

por Alberto Acereda, 21 de febrero de 2006

La seguridad fronteriza y la inmigración son dos asuntos complicados en el amplio abanico de temas que a día de hoy interesan a la ciudadanía. En el caso de EEUU esto es especialmente importante con respecto a México, país vecino y amigo. Del particular de la inmigración hispana en EEUU han tratado ya varios autores desde distintas perspectivas. Sólo en los últimos seis años, y al margen de varios estudios sociológicos y demográficos, valdría citar el debate intelectual suscitado por los ensayos de Samuel Huntington, Tamar Jacoby o James Cohen y Annick Tréguer, por citar sólo algunos. Más importante todavía resulta el debate público sobre asuntos que, para el ciudadano norteamericano, resultan cada vez más importantes. En el ámbito de la política en EEUU presenciamos ahora un necesario debate sobre los modos para lidiar de manera justa y adecuada a las cuestiones de la inmigración y los pasos fronterizos.
 
Formularemos en esta colaboración una panorámica general sobre el estado de la cuestión a fin de mostrar cómo, desde nuestra experiencia y visión personal, resulta necesario favorecer la inmigración hispana en EEUU, tanto más por raíces históricas y culturales. Sin embargo, también expondremos nuestra convicción de que la única forma aceptable de inmigración -sea hispana o no- debe apoyarse sin fisuras en el estricto respeto a la legalidad, o sea en el cumplimiento de la Ley del país que recibe a esos inmigrantes. Otra cuestión es que las leyes nos parezcan malas, regulares o mejorables, pero eso -en ningún caso- puede justificar el incumplimiento de la Ley. Esto -que resulta tan simple- ha sido objeto de debates y encendidas disputas bajo alegaciones de racismo y xenofobia contra quienes justificadamente rechazamos la inmigración ilegal. Ni que decir tiene que aquí daremos sólo algunas ideas sin pretender cubrir todo lo que el tema en sí ofrece.
 
Perspectivas sobre la inmigración y los hispanos en EEUU
 
Cierto es que el concepto mismo de “legalidad” se ha visto por algunos como un concepto subjetivo, aplicado de diferentes modos según el periodo histórico. Así, los llamados “Know Nothings” en el siglo XIX afirmaban que eran “ilegales” todos los que habían llegado a los EEUU después de la firma de la Constitución de los EEUU en el siglo XVIII. A inicios del siglo XX eran “ilegales” todos los que no entraban en las cuotas que se asignaban para cada nación, cuotas puestas de una manera que no reflejaba los movimientos migratorios hacia los EEUU ni las necesidades de mano de obra necesaria en aquella época. Una mirada histórica en la época de las dos grandes guerras mundiales, por ejemplo, prueba asimismo que el control en el cruce de la frontera por México hacia EEUU era prácticamente nulo.
 
De este modo, todos cuantos deseaban entrar a trabajar y sacar adelante el país en guerra podían hacerlo y muchos así lo hicieron. Con el fin de la II Guerra Mundial se inició, ya en los años cincuenta, una mayor conciencia del fenómeno de la inmigración, con acciones deplorables como la deportación de un gran número de inmigrantes en la que fue una suerte de “operación wetback”. Desde entonces, se inició también una restricción en el flujo de los trabajadores, resultado del intervencionismo del Gobierno en alianza con varios sindicatos tan racistas como mafiosos y ante todo lo que protestó ya César Chávez como líder de una causa noble por la igualdad de derechos y las justas reivindicaciones de los trabajadores hispanos.
 
La situación encontró cierta solución en la política de amnistía realizada por Ronald Reagan en los años ochenta. La llegada, ya en los noventa del Tratado de Libre Comercio parecía que iba a resolver definitivamente el problema. Sin embargo, los políticos más sectarios, demagógicos e intervencionistas cedieron a los reclamos de ciertos sindicatos y acabaron vaciando de contenido un tratado que podía encauzar el problema  y encaminarlo hacia una resolución definitiva. Desde 2001, George W. Bush y Vicente Fox prometieron resolver la cuestión de la inmigración creando más libertad comercial entre ambos países. La nueva situación creada por la masacre terrorista del 11-S ha complicado las soluciones y ahora mismo nos encontramos en una encrucijada que deberá resolverse.
 
Al hablar de las posibles soluciones al fenómeno de la inmigración nos referimos a los modos en que se debe y se puede organizar de manera adecuada la inmigración, sobre todo la hispana en la parte sudoeste de los EEUU. Es urgente, en primer lugar, y siempre dentro del necesario respeto a la Ley, proteger la seguridad de todos los seres humanos. De ahí que sea justo terminar con la inmigración ilegal como modo de acabar con la explotación de los  trabajadores inmigrantes por parte de empleadores sin escrúpulos. De igual modo, hay que poner fin a las cerca de 200 muertes anuales de “sin papeles” en la frontera como resultado de varias situaciones surgidas precisamente del intento de traspasar ilegalmente las fronteras.
 
Algunos comentaristas han señalado que podría crearse una especie de Unión Norteamericana (México, EEUU y Canadá) a la europea que integraría las economías y serviría a estos países y particularmente a EEUU y México. Al primero porque le crearía un mercado estable en el lado sur de la frontera con una clase media con poder adquisitivo y al segundo porque estabilizaría su población al  poder el país vender de una manera regular y sin tarifas y barreras artificiales a la economía más próspera del mundo, y al crear puestos de trabajo en el país. Argumentan que esto es precisamente lo que ha pasado con los países del sur de Europa al integrarse en la Unión Europea y dan el ejemplo de países como España, Italia, Portugal, Irlanda, naciones que han pasado de tener una gran emigración a convertirse en centros de inmigración.
 
Aunque el argumento resulta razonable, cabría valorar hasta qué punto, por ejemplo, las soluciones inmigratorias en los citados países -y el caso de España es paradigmático- han tenido soluciones concretas hasta el momento. En cualquier caso, la realidad actual en EEUU es que, por ejemplo, el 90% de la mano de obra agrícola de California está formada por inmigrantes mexicanos o centroamericanos, clandestinos e indocumentados. En plena expansión, la agricultura local no puede prescindir de ellos porque allí nadie quiere trabajar la tierra en esas condiciones.
 
Los empleadores estadounidenses pueden contratar obreros por hora o por día sin pedirles papeles, aunque para ofrecerles un empleo remunerado mensualmente les exijan un número de seguridad social y un documento de identidad estadounidense. Como es normal, los inmigrantes ilegales recién llegados no los poseen aunque con rapidez se enteran de que los patrones miran a otro lado y aceptan cualquier documentación, aunque sea falsa -desde las tarjetas de seguridad social estadounidenses a los falsos permisos de conducir- que se venden en algunos mercados negros a 70 dólares cada uno.
 
Es así como circulan millones de documentos falsos, sin que el Gobierno Federal de los EEUU haya hecho demasiado hasta ahora para solucionar este fraude. De este modo, los inmigrantes se arman de esa precaria documentación y pueden ser contratados como jardineros, lavaplatos en un restaurante o en trabajos temporales en una empresa de limpieza o cualquier otra área. El trabajador hispano puede así vivir clandestinamente durante años en un país que, a su vez, se beneficia de su fuerza de trabajo en puestos y oficios modestos o campesinos que no son del gusto de muchos estadounidenses.
 
Por este camino, el último censo federal estadounidense muestra que existen ya 41 millones de residentes de origen hispano, lo que supone el 14% de la población. La mitad nació fuera de las fronteras de EEUU y el 65% tiene ascendencia mexicana. Según el centro de estudios Pew Hispanic Center, en 2045 la cantidad de latinos rondará los 103 millones. El español es ya así la segunda lengua del país y a nivel internacional, EEUU es ya el segundo país en número de hablantes de español, después de México, pero delante ya de la misma España y aun de Colombia.
 
Los diarios y la programación nocturna de las estaciones locales de Univisión, el gigante de la televisión hispánica, a menudo tienen más audiencia que las cadenas ABC, CBS o NBC, tanto en Miami como en Nueva York o Los Angeles. A todo esto cabe unir la importancia de la prensa escrita en español en diarios como La Opinión de Los Angeles, La Voz de Houston o La Raza de Chicago, por mencionar sólo algunos.
 
Existen actrices en Hollywood como la mexicana Salma Hayek o personajes en la pantalla como Jorge Ramos, famoso presentador del telediario de Univisión, que se transforman en modelos para los jóvenes tanto anglo-norteamericanos como hispanos. Piénsese también en cantantes bilingües como el español Enrique Iglesias, el mexicano Alejandro Fernández y los portorriqueños Chayanne, Jennifer López, Ricky Martin, voces que llenan las ondas radiofónicas y televisivas, tanto en español como en inglés. Es así como de Los Angeles a Miami, o desde Phoenix a Chicago o Nueva York, EEUU va presenciando el asentamiento de una cultura híbrida: la de la juventud hispana de los barrios populares que también va transformando la salsa y la cumbia tradicionales por nuevos ritmos transformados en EEUU como el “reggaeton”, mezcla extraña y curiosa de hip-hop, rap y cadencias latinas.
 
Incluso en la política, repárese en que dos de los principales ministros de la actual Administración Bush, el Ministro de Justicia Alberto Gonzáles y el Ministro de Comercio Carlos Gutiérrez, son hispanos. Veinticinco diputados y senadores -de origen mexicano, cubano y puertorriqueño- tienen sus escaños en el Congreso, y más de veinte alcaldes hispanos están al mando de la administración de ciudades de más de 100.000 habitantes en estados como California, Texas, Florida y Connecticut. En 2004 Antonio Villaraigosa, mexicano de segunda generación, fue elegido alcalde de Los Angeles, lo que revela la importancia que van adquiriendo los hispanos en EEUU.
 
En esta prodigiosa y necesaria mezcla -santo y seña de lo que ha hecho grande a EEUU- resulta necesario aclarar, sin embargo, que no es oro todo lo que reluce y que no toda esa ola latina o hispana viste color de rosa. Hay mucho que hacer, mucho que mejorar y, sobre todo, mucho que avanzar en el necesario proceso de adaptación y asimilación a la sociedad estadounidense. Pensemos, por ejemplo, que salvo algunas excepciones, los grandes medios de comunicación hispanos vuelcan sobre su público una patética programación basada en la  publicidad, los espacios de entretenimiento más putrefactos y una información política tan sectaria como tendenciosa que para nada ilustra el variado pensar de los hispanos.
 
De este particular hemos escrito en otro lugar haciendo una llamada para una programación más seria en español, más allá del lamentable antiamericanismo procedente de ciertas cadenas dirigidas por plenipotenciarios millonarios socialistas y otros comentaristas que azuzan en lengua española el odio a la cultura anglo-sajona dentro mismo de los EEUU. Por ahí es por donde la sociedad hispana pierde terreno y oportunidades.
 
De modo general, estamos convencidos de que los hispanos están guiados, en su inmensa mayoría, por una fuerte ética de trabajo y una voluntad de mejorar su vida individual y la de sus familias. En ese marco, los hispanos pronto comprenden la importancia de ser parte del sistema estadounidense según el cual un trabajo intenso y la perseverancia conducen a una vida mejor y al logro de la felicidad, objetivo expresamente escrito en la Constitución norteamericana. Es por eso, que como EEUU es una tierra de oportunidades, los hispanos han venido manifestado siempre un elevado grado de patriotismo. Piénsese que más de un cuarto de millón de estadounidenses de origen mexicano participaron en la Segunda Guerra Mundial y más de un centenar de miles de hispanos estuvieron enrolados en el Ejército Norteamericano en la última Guerra de Irak.

Hilda Solís, primera diputada federal de origen nicaragüense por parte de madre, afirmaba recientemente que si bien los latinos, una vez naturalizados, votan siempre mayoritariamente por el Partido Demócrata, en cuanto acceden a la clase media tienden a pasarse a la derecha, con una identificación clara con los valores del liberalismo conservador que representa mejor el Partido Republicano. El treinta por ciento de los hispanos, por ejemplo, prefirieron como gobernador a Arnold Schwarzenegger y el 40% a George W. Bush como Presidente. Por tanto, los cubanos de Miami ya no son los únicos que apoyan a Bush y, de hecho, el voto hispano para los republicanos ha ido aumentando sustancialmente.
 
En lo económico, la cámaras de comercio cuentan con listas de pequeñas y medianas empresas donde los hispanos son creadores de muchos negocios. La US Hispanic Chamber of Commerce (Cámara de comercio compuesta por  40 cámaras en California y 20 en Texas) instauró un plan nacional de financiación de mil millones de dólares destinado a empresas hispanas, por lo que no extraña que esta integración económica se traduzca en términos políticos. Por ejemplo, en 2005 la USHC apoyó públicamente la nominación del juez conservador John Roberts, propuesto por Bush, para la presidencia de la Corte Suprema. Es cierto que en materia de familia, el aborto, los matrimonios homosexuales y otros asuntos, la mayoría de los inmigrantes recién llegados -católicos en su raíz y tradición- están más cerca del Partido Republicano que del Partido Demócrata.
 
Hacia un verdadero debate sobre la inmigración hispana
 
Cualquier observador comprueba los notables avances de los hispanos en EEUU. Han sido avances lentos pero sin demora que hoy deben proseguir como fuente de riqueza cultural y económica para los EEUU. Sin embargo, a la luz de todo esto, resulta fundamental que se tracen unas políticas claras de inmigración que favorezcan verdaderamente el flujo de inmigrantes, pero todo ello, como venimos insistiendo, siempre dentro de un marco fundamentado en la legalidad y en el marco de una sociedad de oportunidades y no de subsidios y subvenciones por parte de un gran gobierno intervencionista.
 
En último término, tan culpables son los empleadores que contratan ilegalmente a trabajadores indocumentados -o con documentos falsos-, como quienes cruzan la frontera de manera ilegal. Por ello pensamos que, en general, algo ha venido fallando en las leyes de inmigración en EEUU y lo mismo en cuanto a la seguridad fronteriza, con leyes que no sólo son malas sino que, además, están pésimamente redactadas y llenas de una burocracia excesiva.
 
La prueba de que las leyes no funcionan es que las actuales políticas de seguridad fronteriza y las áreas particulares del desarrollo legislativo no han logrado reducir el ingreso en EEUU de inmigrantes ilegales. Paralelamente, existen incomprensiblemente condiciones que favorecen a los inmigrantes ilegales, como el derecho a la asistencia sanitaria, a la educación y en varios casos a la reagrupación familiar, unidas a una dejadez de aplicación de la seguridad fronteriza que implican un “efecto llamada” que ha multiplicado la entrada de inmigrantes ilegales, al igual que ha ocurrido en otras partes de Europa, como el caso de España.
 
Todas estas realidades llevan a la necesidad de racionalizar una inmigración que es imprescindible en muchos sectores de la economía norteamericana. Se hace así necesaria la reforma de unas leyes plagadas ahora de obstáculos burocráticos que impiden la inmigración legal y que resultan prácticamente inoperantes para detener la ilegal. Por ello, si EEUU quiere aclarar la cuestión inmigratoria y detener el flujo de la inmigración ilegal necesita realizar una reforma que agilice los trámites de expulsión y que evite el incentivo a cometer delitos menores con el objeto de alargar la estancia ilegal en EEUU.
 
Todas estas cuestiones se están teniendo en cuenta en estos momentos en la  actual reforma en preparación de la nueva Ley de Inmigración de EEUU y que la Administración Bush intentará promulgar estos próximos meses. Lo importante de esta ley en ciernes es que hay una clara insistencia en que los inmigrantes son positivos para la vida norteamericana, en que hace falta un sistema migratorio que proteja las leyes estadounidenses y su Constitución. Contra lo que suele pregonarse, EEUU entiende la necesidad de establecer unas fronteras seguras y unas leyes inmigratorias adecuadas. En el desarrollo de las ideas de cómo lograr es donde entran en juego las diferentes perspectivas.
 
No caeremos en la tentación de discutir aquí las propuestas de inmigración diseñadas por las izquierdas en EEUU, no sólo las ubicadas en el Partido Demócrata sino también en políticos independientes y eternos candidatos a la presidencia como Ralph Nader que -de forma demagógica- hablan de una apertura absoluta de las fronteras y toda una retahíla de beneficios y subsidios para los inmigrantes ilegales que resulta tan intervencionista como falta de sentido. Veamos de forma general el debate que -dentro de la derecha norteamericana- se está dando ahora mismo en el seno mismo de su partido, el que tiene en estos momentos la mayoría en las dos cámaras representativas y la presidencia de la nación.
 
En las actuales reformas realizadas por la Administración Bush se percibe una voluntad seria y decidida de crear un programa racional y humano de los llamados “trabajadores huéspedes” (guest workers) que rechaza la amnistía, pero que permite ocupar puestos de trabajo temporales a quienes los busquen legalmente y que reduzca la industria y las mafias que introducen personas ilegalmente en EEUU, así como la criminalidad en la frontera. La protección nacional estadounidense por medio de la Reforma Inmigratoria es uno de los baluartes de la agenda política de Bush en su segundo mandato. De ahí la importancia de conocerlo.
 
Todas las encuestas muestran que la inmensa mayoría de los  estadounidenses desean una frontera segura que, a su vez, permita el vasto comercio entre EEUU y sus vecinos a través de los puertos legales de entrada, y una frontera que permita a los trabajadores mexicanos y centroamericanos, por ejemplo, ingresar a los EEUU para trabajar legalmente. Por este camino, el pasado noviembre de 2005 Bush adelantó algunas de las estrategias para proteger la frontera, evitar los cruces ilegales de la frontera y reforzar la aplicación de las leyes de inmigración. De ahí nace la creación de ese “Programa de Trabajadores Temporales” que satisfaga las necesidades de la economía y a la vez rechace la amnistía para aquéllos que violan las leyes de EEUU. Dicho de otro modo, la frontera de EEUU debe estar abierta para el comercio y el turismo, y cerrada para los criminales, los narcotraficantes y los terroristas.
 
La estrategia presidencial para la reforma integral de la inmigración se hace extensiva a todo el territorio de EEUU, aunque comienza con la protección de las fronteras en un plan en tres partes: 1) regresar a las personas que ingresen ilegalmente y sean detenidas, lo que incluye terminar con la fallida práctica de “capturar y soltar”, e incrementar la rapidez del proceso de deportación; 2) acortar el largo proceso de pleitos, a veces casi interminable judicialmente y que recompensa el comportamiento ilegal y retrasa la justicia para los inmigrantes con reclamos legítimos; y 3) aumento de personal de la Patrulla Fronteriza, despliegue de nueva tecnología y construcción de infraestructuras para la protección de la frontera. 
 
A la protección fronteriza sigue el plan del Gobierno Federal de mejorar la aplicación de la Ley en los centros laborales, es decir, la promulgación de una adecuada legislación que aumente la erradicación del fraude de documentos y la dedicación de fondos económicos a acabar con la criminalidad. En ese contexto de promoción de la legalidad se ha promovido el mencionado Nuevo Programa de Trabajadores Temporales encaminado a inscribir a esos interesados en trabajar en EEUU en una situación legal durante un periodo determinado de tiempo, con el requerimiento de que luego regresen a su país. Este plan no crea una ruta automática a la ciudadanía ni otorga -según hemos insistido- una amnistía. De hecho, la Administración Bush se opone a la amnistía porque considera que es recompensar a aquéllos que violan la Ley y alentaría a más personas a entrar ilegalmente por la frontera.
 
Esta necesaria reforma de las leyes de inmigración contempla a los inmigrantes como personas que desempeñan una función vital para reforzar la democracia y la economía estadounidense. Es así como, frente a lo que se suele decir, EEUU es un país en que los extranjeros que respetan las leyes son acogidos como personas que aportan a la cultura estadounidense, mas no son temidos como una amenaza por mucho que se haya querido mal interpretar conscientemente las tesis de Samuel Huntington. EEUU se ha beneficiado de las generaciones de inmigrantes que se hicieron estadounidenses por medio del esfuerzo, la paciencia, el trabajo arduo y la asimilación.
 
Como las generaciones de inmigrantes que los precedieron, todos los ciudadanos recientes tienen una obligación de conocer y aprender las costumbres y valores de EEUU. A la vez, EEUU cumplirá con su obligación de dar a cada ciudadano una oportunidad de alcanzar ese sueño americano que es el sueño de todos los antepasados que fueron llegando como inmigrantes a EEUU. Al aplicar las leyes de inmigración, el Gobierno Federal está protegiendo la promesa de una nación como EEUU, tolerante y acogedora y preservando las oportunidades para todos.
 
Las propuestas de Bush y esta actual ley en marcha no han satisfecho todavía a muchos norteamericanos por la vaguedad de ciertas propuestas. Entre la ciudadanía -y en especial en los sectores del liberalismo conservador- hay una sensación de desprotección de las fronteras y, sobre todo, cierto escepticismo hacia ese Programa de Trabajadores Temporales.  Quien mejor representa ese escepticismo ante buena parte de la citada propuesta de Bush es el congresista republicano J.D. Hayworth. Hablamos de un político de éxito, autor de otra reciente propuesta que está siendo valorada en el seno mismo del Partido Republicano. En un término medio, más “moderado” y con ideas más suavizadas y, a nuestro juicio, menos realistas, aparece el senador John McCain, más que seguro candidato presidencial en 2008.
 
Nos interesa centrarnos en las ideas de J.D. Hayworth, quien abiertamente ha cuestionado la vaguedad de ciertas partes de la nueva ley ahora en tramitación. Hayworth señala como equivocada la generalizada idea de que la inmigración ilegal favorece la economía. En su amplio documento -parte del cual se resume en su reciente libro Whatever it takes- Hayworth demuestra con datos y cifras cómo los beneficios en materia de salud y educación que recibe dicha inmigración ilegal supone mayor gasto que beneficio para los norteamericanos y procede injusta y abusivamente del bolsillo de los contribuyentes. Las opiniones de este congresista, aunque polémicas y debatibles, deberán ser contrastadas con las cifras reales de la economía.
 
En cualquier caso, lo que Hayworth expone es el lastre de una inmigración ilegal totalmente incontrolada en la que sólo en el estado de Arizona -al que el congresista representa, por ejemplo- traspasan la frontera clandestinamente más de cuatro mil quinientas personas cada día. Significa eso que a los contribuyentes de Arizona les cuesta todo eso más de 1.600 millones de dólares anuales en subsidios y ayudas, o sea más de setecientos dólares anuales por contribuyente. A la vez, Hayworth también se opone a los antes citados programas para trabajadores temporales al juzgar que racionalmente no parece viable que esos empleados quieran después regresar a su país de origen tras conocer la vida y las oportunidades en EEUU.
 
De ahí, y al hilo de la amenaza del crimen y el terrorismo internacional, Hayworth no ahorra esfuerzos para sacar a la palestra el doble discurso respecto a la inmigración de varios políticos -incluidos algunos de su mismo partido-, así como de varios otros políticos mexicanos y también estadounidenses. Hayworth no esconde su rechazo a la demagogia de agrupaciones como la NILC (National Immigration Law Center) dedicados a poner trabas a las mismas leyes norteamericanas. El plan y la propuesta que ofrece este político de Arizona para una inmigración controlada y una exigencia a los contratistas y negocios para documentar a sus empleados de forma adecuada resultan muy interesantes y no deberían pasar inadvertidos a la hora de promulgar la reforma de Ley definitiva.
 
Las tesis de Hayworth nos parecen adecuadas en muchos aspectos porque representan una voluntad de acoger a los inmigrantes pero siempre cuidando la importancia de ser realistas con las actuales circunstancias del siglo XXI. Aunque resultaría erróneo identificar inmigración con criminalidad, la realidad es que las variadas circunstancias del cruce de la frontera de México a EEUU ha generado el aprovechamiento por parte de mafias de todo un tráfico de personas -incluidas mujeres y niños- y un buen número de delincuentes para afincarse en EEUU con total impunidad. Esto ha llevado al consiguiente deterioro de la seguridad ciudadana y a una preocupación por la seguridad que no es artificial, sino visible en las calles de las ciudades y los centros humanos, no sólo de los cercanos a la frontera sino de todo EEUU.
 
Sólo en el estado de Arizona, por ejemplo, 2.300 personas han sido encausadas recientemente por contrabando de drogas, armas ilegales e inmigrantes indocumentados a través de la frontera. La iniciativa “Operation Community Shield” llevó al arresto de casi 1.400 inmigrantes ilegales pertenecientes a pandillas, entre ellos cientos de jóvenes pandilleros violentos como los integrantes de la banda criminal 'MS-13'. Las situaciones de multiplican en todos los estados en hechos que aunque no representan la voluntad de los inmigrantes, sí muestran la necesidad de poner fin a la inmigración ilegal.
 
Desde luego, tampoco sería justo confundir inmigración con terrorismo, pero no podemos negar la realidad de que a raíz del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, EEUU está necesariamente obligada como nación a aumentar sus esfuerzos para evitar que individuos concretos de grupos terroristas ingresen en su país. Tales intentos de entrar a EEUU por parte de células y grupos terroristas no son sueños ficticios sino realidades constatadas. Los esfuerzos de EEUU por asegurar una inmigración ordenada no deben resultar, desde luego, en un cierre de fronteras a los inmigrantes que deseen hacerlo legalmente. Junto a las ya propuestas mejoras en seguridad fronteriza, también se requerirá una mejor colaboración de parte de México y de Canadá para hacer más justa la inmigración y también para impedir el ingreso de individuos ligados al terrorismo.
 
Por eso es importante entender, como hemos querido dejar claro desde el inicio de esta colaboración, que inmigración y control fronterizo son dos asuntos ligados aunque de diferente condición. El control de la frontera tiene que ver con permitir o no la entrada de alguien al país de manera temporal mientras que la inmigración tiene que ver con permitirle a alguien venir para quedarse. El problema es que una cosa va con la otra en cuanto hablamos de la protección de la seguridad individual y social. Consideramos también que no es que se esté dejando entrar a mucha gente a EEUU, sino que no se está actuando con eficiencia ante la entrada ilegal.
 
Es por todo lo dicho que EEUU debe seguir con su sano compromiso de mantener las fronteras abiertas al flujo migratorio legal y controlado en la medida de sus necesidades como nación. Ese abrir la mano al mundo para permitir a cualquier persona bien intencionada alcanzar el sueño americano pasa también por cerrar la entrada y rechazar a quienes son una amenaza pública.
 
En lo ideológico, la cuestión de la inmigración tiene también implicaciones políticas. La derecha -en la que se ubican también muchos hispanos- tiene serios y justificados inconvenientes a que los inmigrantes sean manipulados por los falsos llamados de las izquierdas intervencionistas. A los inmigrantes se les convence a que voten por sus políticos alegando que ellos son los que representan sus intereses y no la derecha anti-hispana y anti-inmigrante. Tales afirmaciones son falsas como muestra la manipulación: por una visa o por una residencia los inmigrantes que llegan a EEUU apoyan a políticos como las senadoras Hillary Clinton o Bárbara Boxer, quienes abiertamente apoyan leyes diametralmente opuestas al fondo espiritual y religioso de los hispanos -de raíz judeo-cristiana y particularmente católica-.
 
Esos políticos de la izquierdas, que se presentan como los salvadores de los inmigrantes, mezclan astutamente las leyes pro-inmigrantes con las leyes de la progresía más opuesta al ideario liberal-conservador, desde las leyes a favor del aborto a la subida de impuestos y otras agendas de las izquierdas más intervencionistas para que así los inmigrantes se vean obligados a votar por ellos. Es curioso, como apuntábamos anteriormente al hilo del comentario de Hilda Solís, que los hispanos se van dando cuenta paulatinamente de esta situación. De hecho, los hispanos ubicados en la derecha política están creciendo rápidamente. Desde su experiencia como inmigrantes o hijos de inmigrantes hispanos, tampoco apoyan la inmigración ilegal que llega a EEUU casi exclusivamente a vivir de los impuestos de los ciudadanos que trabajan y pagan sus contribuciones para vivir de subsidios, ayudas y otros fondos del Gobierno.
 
Consideran, con acierto, que resulta injusto para los contribuyentes tener que cubrir los gastos de los ilegales quienes, a su vez, se aprovechan del sistema para lograr los beneficios que deberían pertenecer a los trabajadores legales que proporcionan ese dinero con sus impuestos. Parece lógico y humano, dentro del ideario cristiano del amor al prójimo, que los inmigrantes recién llegados puedan contar con ciertas ayudas privadas de organizaciones caritativas o incluso de cierta pequeña asistencia del gobierno en cuestiones básicas como la educación o la salud. Sin embargo, la idea es que debe haber una diferencia entre el honesto trabajador y el oportunista.
 
En el fondo, estamos convencidos de que la inmensa mayoría de sociedades libres y democráticas se favorecen de una inmigración ordenada y respetuosa con el lugar de llegada. Un norteamericano quiere que los hispanos que llegan trabajen honradamente y respeten la legalidad. Un mexicano quiere lo mismo de un guatemalteco o de un nicaragüense. Un dominicano quiere lo mismo de un haitiano y un español de un marroquí o de un ecuatoriano. La inmigración hispana debe ser otro ingrediente más de esa mezcla magnífica que es EEUU. Precisamente por todo lo dicho hace falta generar un debate sobre la inmigración, no sólo en EEUU sino a nivel internacional. Los movimientos migratorios que conllevará todo el siglo XX no son un asunto menor y no es difícil comprobarlo.
 
En el marco de un año electoral en EEUU, valdrá la pena ver con más detalle las particularidades ideológicas de este debate sobre la inmigración en el seno de los dos partidos políticos estadounidenses. De eso y de otras posiciones y situaciones particulares de la vida política en EEUU nos ocuparemos con más detalle en otra próxima colaboración, a fin de ver los hilos escondidos de todo el debate y para romper el falso mito de las izquierdas al presentar a la derecha liberal-conservadora como xenófoba y racista por defender la Ley y rechazar la inmigración ilegal.

 
 
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.