España en Afganistán. Un debate imprescindible

por Florentino Portero, 10 de septiembre de 2010

 

La muerte en acto de guerra de dos guardias civiles y un traductor en la lejana región de Indokush ha vuelto a colocar sobre el tapete la siempre delicada cuestión del papel de un contingente español en aquellas tierras. Algunos medios ya comentan que éste es uno de los flancos más débiles del Gobierno Zapatero, que se enfrenta a un final de legislatura plagado de compromisos electorales a cual más peligroso para su estabilidad. Si, como muchos temen, el aumento de la actividad talibán en las zonas con presencia española puede incrementar el número de bajas, el presidente Zapatero puede encontrarse con serias dificultades para explicar a sus votantes, en particular a los más radicales, el porqué de esa misión. El miércoles de la semana entrante el Congreso de los Diputados celebrará un pleno extraordinario dedicado a tratar el tema. Vayan por delante algunas ideas para enmarcar un debate imprescindible.
 
Populares y socialistas aprobaron el envío de un contingente a Afganistán, como parte de una operación de la OTAN, para ayudar a estabilizar y reconstruir el país tras la guerra con Estados Unidos. Ese contingente fue incrementado sensiblemente por el Gobierno de Zapatero para compensar la precipitada retirada de Irak, un hecho vergonzoso que dañó seriamente la credibilidad internacional de España. Con el paso del tiempo y como consecuencia de la evolución de los acontecimientos en Irak –la aparición de la insurgencia y la necesidad de enviar más tropas para contenerla– las milicias talibán pudieron recuperar terreno hasta el punto de reiniciar la guerra. En un conflicto bélico la primera misión de una fuerza militar es derrotar al enemigo, porque sin garantizar la seguridad la reconstrucción es imposible. Pero la palabra "guerra" no existe en el diccionario "progre" de nuestro presidente y aquí empezaron los problemas.
 
Si Zapatero reconocía que en Afganistán había una guerra tenía que modificar los objetivos de la misión asignada a nuestro contingente. Era anacrónico y ridículo encomendarles la ayuda a la reconstrucción mientras los talibán penetraban por el territorio tendiéndoles emboscadas. Más aún, se sometía a nuestras tropas a un sufrimiento añadido, el derivado de ver cómo ante el ataque del enemigo las órdenes recibidas apuntaban a aguantar y evitar el combate. Un soldado no se entrena para quedarse de brazos cruzados ante el fuego enemigo, sino para luchar en pos de la defensa de unos valores. Por todo ello Zapatero en buena lógica optó por hacer el ridículo y negar la existencia de una guerra, porque de esta forma no rompía puentes con sus votantes más radicales ni ponía en evidencia el cúmulo de insensateces que caracterizan su "Alianza de las Civilizaciones".
 
La situación ha llegado a tal punto que se ha producido un interesante reparto de competencias entre la ministra de Defensa y el presidente. Mientras que la primera reconoce en comisión que estamos en guerra y que nuestros soldados combaten contra los yihadistas responsables de graves atentados en Occidente, el segundo se escabulle tras una maraña de declaraciones incoherentes características de su forma de entender la comunicación política.
 
Es inaceptable que tengamos desplegada en aquellas tierras una fuerza militar sin saber muy bien para qué y cumpliendo una misión absurda. Debemos exigir a nuestros diputados un debate en profundidad donde la lógica, el sentido común y el interés de estado se impongan. Si en Afganistán hay una guerra y el enemigo es el yihadismo, nuestro primer cometido allí debe ser combatir y destruir al enemigo. La misión debe cambiar su naturaleza y adaptarse a la realidad tal cual es. Pero nuestra presencia no es a título nacional, sino en el marco de una operación de la OTAN. Sólo debemos exponer la vida de nuestra gente si realmente estamos convencidos de que la estrategia seguida es la adecuada para lograr la victoria, lo que implicaría derrotar a los talibán, imponer un régimen musulmán "moderado", construir un estado y garantizar la estabilidad de Pakistán desde uno de sus flancos. Pero la OTAN no tiene una estrategia. La crisis de esta Organización es tan seria que Estados Unidos, con buen criterio, no debate con sus supuestos aliados estos temas, sino que se limita a trasladar sus propias conclusiones.
 
La estrategia propuesta el año pasado por el mando militar norteamericano era inteligente y realista, pero no fue plenamente asumida por el presidente Obama. Quien había rechazado la estrategia aplicada en Irak por el general Petraeus no podía aceptar la adaptación que el general McChrystal había realizado de esos mismos principios para Afganistán. Obama había alcanzado la Casa Blanca asegurando que había otra forma de resolver los problemas y no quería enterrar su mandato en un nuevo Irak, de ahí que impusiera a los planes de McChrystal unos plazos para la retirada que no sólo entraban en contradicción con sus principios, además alentaban al enemigo a continuar luchando. La estrategia vigente es inviable por contradictoria y tiene que ser corregida.
 
En diciembre el Gobierno norteamericano tiene que realizar una evaluación del desarrollo de las operaciones. Ése es también el momento en que el conjunto de los aliados debería revisar el papel que está cumpliendo en el marco de una acción conjunta. Si Estados Unidos abandona sus planes de una pronta retirada y asume la responsabilidad de permanecer hasta vencer, los aliados deberíamos hacer lo mismo. Sería el momento adecuado para que la misión española cambiara sus objetivos, con todo lo que ello implica. Si, por el contrario, Obama opta por una retirada disfrazada de transición hacia un autogobierno afgano, cuanto antes repatriemos a nuestros hombres mejor.
 
De lo que no cabe duda es de las gravísimas consecuencias que para la región y para Occidente tendría una victoria talibán, el escenario más probable a día de hoy. Pero ése es un tema para otra columna.