España, capital Caracas

por Rafael L. Bardají, 22 de mayo de 2019

Escribo estas líneas desde los Estados Unidos de América. Y las escribo con pesar. Por lo que veo desde la distancia y por lo que oigo en la cercanía. En la distancia noto un gran pesimismo que raya en el fatalismo: “La derecha se ha suicidado”, “socialismo para muchos años”, “Podemos en la sombra”… En la cercanía, oigo cosas no menos preocupante. Un buen amigo, pieza clave en la administración, me comenta: “España se ha convertido en el aliado fiel de Venezuela”. Esto es,  que con la decisión de retirar la fragata Núñez Mendez de la Armada del grupo de combate que apoyaba al portaaviones Abraham Lincoln, en la estela de la espantada de ZP de la coalición internacional en 2004, España se ha convertido en un aliado fiel únicamente para el régimen de Maduro. Fuerte, pero hay que aceptarlo.

Mientras que en nuestro entorno, de Italia al Reino Unido, pasando por Francia, las fuerzas no tradicionales van a obtener una sobrada y sonora victoria en las elecciones europeas, en España las encuestas dan por seguro ganador al PSOE. Eso sí, mientras en Venezuela se mueren literalmente de hambre, aquí Errejón, el defensor del régimen de Chávez y Maduro, le come en la mano a Carmena sus ricas croquetas y magdalenas. Porque aquí todavía hay abundancia y allí, por desgracias, y debido a sus malas ideas, no. Pero da igual.

Ya me veo a los Miguel Ángel Rodríguez de turno culpando del batacazo del PP a Vox y a la famosa fragmentación del voto de la derecha. Ignorando una vez más las causas profundase de la situación política en la que nos encontramos. Son ya demasiados los años de dejadez de la batalla de las ideas como para que los dirigentes orgánicos e inorgánicos del PP puedan darse cuenta del mal que han hecho durante tanto tiempo: con su dejadez han alimentado una sociedad blanda, dependiente, hipnotizada por la gratificación instantánea y absolutamente refractaria a los valores que nos han definido por siglos como españoles. Por evitar enfrentarse a la bestia de la izquierda, han dejando que ésta penetrara en todas las rendijas sociales y creciera y creciera. Es más, por no tener lo que hay que tener para frenar el radicalismo, se ha dejado que la izquierda española entienda la política como la guerra, sólo que con otros medios. No ha quedado espacio para el respeto al adversario, sino una lucha sin cuartel en la que el ganador impone todo al derrotado, si es que le permite seguir viviendo. De qué si no, la bravuconada de  Sánchez de ilegalizaren a Vox y que ninguno del resto de partidos supuestamente constitucionalistas alzara la voz.

No hay mejor escena para representar a la derecha meliflua española que a un Mariano Rajoy salvando su dignidad a costa de entregar España al mayor enemigo de ella, sin luchar, sin buscar más alternativa que ahogar sus penas en una mesa de bar. Supuestamente Pablo Casado era diferente, pero sus propuestas erráticas más que acercar una gran refundación del centro derecha la ha imposibilitado. Si el PP pierde Madrid y la región de su presidente, Castilla y León, tendrá que aceptar que no es la fuerza  hegemónica que pueda liderar ese acercamiento del centro-derecha.

Turbados por nuestro futuro incierto, hemos definitivamente perdido de vista lo que se está cociendo a nuestro alrededor. Lo cual es muy grave. Al sur, nuestra vecina Argelia está tambaleante bajo el impulso popular que no parece querer aceptar que el régimen de Buteflika se perpetúe aún sin su persona. Y hay sabemos a dónde han conducido los movimientos populares en el Norte de Africa  hace no tanto tiempo; en el Oriente Medio, a la vez que se empiezan a poner los primeros ladrillos de un nuevo paz de plan, más pragmático que todos los anteriores, también se están poniendo los instrumentos para aumentar la presión sobre Irán y frenar, así, su comportamiento desestabilizador en toda la zona; los Estados Unidos le están echando un pulso comercial a China con el objetivo de que acabe aceptando un comportamiento adecuado; y en Europa se está abriendo una nueva línea divisoria entre quienes contemplan a Europa como una civilización, de raíces judeo-cristianas, y quienes la ven sólo como un mercado o, aún peor, como un proyecto totalitario para acabar con las identidades nacionales.

La progresía no habla del futuro de España, porque busca el futuro en otra parte, en Europa, en el mundial is o, en la modernidad; la izquierda no habla del futuro porque para ella lo único que cuenta es el poder. El poder para imponer su visión y obtener su beneficio a base de explotar a todos los demás; la derecha tradicional, asiste impávida, creyendo que “esto no puede estar pasando aquí”. Pero está pasando. Entre unos y otros han colocado a los españoles ante una tesitura: caminar hacia Caracas o hacia Berlín. Unos pocos, luchando contra viento y marea, han logrado introducir nuevas opciones, basadas en la soberanía nacional, en la primacía de lo español y en la dignidad de nuestra Historia. Y por mucho que el establishment quiera frenar la labor de los miembros electos de Vox -dejándolos fuera de la mesa del Congreso, por ejemplo- ahí están y estarán. El 28A nos acercó peligrosamente a Caracas. Confiemos que los resultados del 26M no aceleren ese acercamiento.