Escoltando a nuestros caídos

por Joseph Stove, 21 de octubre de 2009

Antes del verano se estrenó en Estados Unidos la película Taking Chance, dirigida por Ross Katz y cuyo principal protagonista es el actor Kevin Bacon. El tema es muy sencillo, describe un caso real, que sirve referencia a otros miles de casos. Se trata del traslado del cadáver de un joven marine americano, muerto en Irak en 2004, hasta su lugar de residencia en un pueblo americano. El guión de la película es la adaptación de un libro con el diario del Teniente Coronel de Marines (retirado) Michael R. Strobl. Aquí se describe cómo el cadáver llega a la base de Dover (Delaware), donde está situado el mortuorio oficial de las Fuerzas Armadas Norteamericanas. Allí se asea, se reúnen sus pertenencias, se le embalsama, se le viste con un uniforme -confeccionado a la medida para la ocasión-, y se encarga a un militar para que escolte al féretro hasta donde viven sus familiares.
 
En este caso el escolta es el Teniente Coronel Strobl, que se presta voluntario, pese a que no le corresponde por su rango. El Teniente Coronel desempeña un destino administrativo en la Base de Quantico (Virginia) donde vive con su familia; su ética de soldado le lleva a encontrase incómodo, disfrutando de una vida confortable mientras sus compañeros ponen en riesgo sus vidas. Todas las noches revisa por internet la lista de bajas por si conoce a alguien, hasta que encuentra el nombre de un muchacho de su pueblo natal: Chance Phelps.
 
En la película, el ataúd viaja a través de diferentes aeropuertos de Estados Unidos. En ellos recibe el sencillo homenaje de obreros, pasajeros, pilotos, azafatas. Muestran respeto hacia su escolta, que llega a dormir una noche en un hangar al lado del féretro para no dejarlo solo. Cuando el coche mortuorio se traslada por carretera hasta su destino final, los otros coches, al ver la bandera sobre el féretro, ponen las luces largas y lo escoltan a lo largo de kilómetros y kilómetros. Durante la película no aparece ningún político, sino soldados y norteamericanos sencillos que rinden homenaje. Después de terminar su misión de escolta, el Teniente Coronel pide el retiro. El motivo: cree que existe un abismo entre aquello para lo que fue formado y lo que está haciendo realmente.
 
Esta película no se ha estrenado en España: es muy posible que no tuviese éxito, y no contaría con el favor de las élites intelectuales. La realidad que describe es muy diferente a la de aquí, como quedó demostrado con la última muerte, la del Cabo Cabello en Afganistán. El Cabo Cabello ejerció su oficio de soldado según fue descrito por Calderón de la Barca: “Aquí la principal hazaña es obedecer y el modo como ha de ser es ni pedir ni rehusar”. Toda una lección de ciudadanía, de honor, de patriotismo, que es en lo que consiste la profesionalidad en un militar.
 
Sin embargo, la muerte de un soldado en la guerra de Afganistán, es vista por la sociedad española como un hecho excepcional, al que dedica actos excepcionales. Es muy difícil imaginar que el Secretario de Defensa USA se trasladase al lugar del conflicto acompañado de un séquito de periodistas a repatriar cada cadáver, y que estuviese tres días dedicado a ello. La conducta de la ministro de Defensa acudiendo a Afganistán no es, a priori, ni buena ni mala: es la visualización de la inadecuación de una sociedad ante ciertos acontecimientos.
 
En verdad, la única excepcionalidad debe ser para su familia, que ha pagado el máximo precio que puede pagar un ciudadano, morir por su patria. Conviene recordar que cada uno debe cumplir con sus obligaciones: los responsables políticos con largas horas de trabajo en sus despachos resolviendo problemas; los militares a su trabajo, que lleva implícito el riesgo de perder la propia vida. Y los ciudadanos mostrando a sus soldados su solidaridad y apoyo. Todo esto, al contrario de lo que ocurre en la España actual, no debe tener nada de excepcional, sino de funcionamiento normal de una sociedad que se respeta a sí misma y a sus militares.
 
Éstos conocen y hacen bien su trabajo, que incluye la evacuación de bajas. Los cadáveres y heridos llegarán a territorio nacional sin necesidad de ayuda extra, sin aspavientos políticos y sociales: no hace falta la Ministro para que se cumpla algo que los militares asumen como propio. Y la sociedad debe de ser consciente de ello. Hemos tenido recientes ejemplos de cómo estos acontecimientos se desarrollan en otros países como en Canadá y Reino Unido: no hay contenido político, sólo homenaje respetuoso de la ciudadanía hacia quien muere cumpliendo con algo que hoy parece olvidado: el deber hacia la sociedad y hacia la patria.
 
El Cabo Cabello desapareció, que es como se van los soldados. Descansa en paz, y otro ya ha ocupado su puesto. El tiempo no ha logado alterar la afirmación de que la milicia es sólo “una religión de hombres honrados”, con todo lo que significa, que no es poco. La clave está en que la sociedad, sin estridencias pero con profundidad, sea capaz de reconocerlo, porque nuestros soldados ni cumplen menos ni merecen menos que los norteamericanos.