Entresijos políticos de la inmigración en EEUU

por Alberto Acereda, 8 de marzo de 2006

En nuestra anterior colaboración tratamos de la seguridad fronteriza y la inmigración en EEUU. Planteamos nuestras ideas sobre la importancia de defender una inmigración legal y detallamos el caso de los hispanos, así como algunas caras del debate sobre las iniciativas legislativas al respecto. Asimismo, adelantamos algunas particularidades ideológicas del debate inmigratorio en el seno de la vida política en EEUU, aspecto que ampliaremos en esta nueva colaboración. El objetivo es mostrar algunos de los entresijos políticos e hilos escondidos de la cuestión inmigratoria.
 
Estos entresijos políticos y el ejemplo de lo que haga EEUU en materia de inmigración en estos meses podrán servir también de modelo para la derecha española a fin de plantear su caso y un verdadero plan para el acuciante problema de la inmigración en España. Este es un asunto de urgente solución como acaba de mostrar GEES de manera ejemplar en El boom migratorio donde se muestra la irresponsabilidad política del socialismo español amparando oficialmente una inmigración descontrolada.
 
Estamos ante un tema fundamental en el ámbito social y político mundial. En el caso norteamericano -que es el que aquí nos ocupa- vemos cómo a inicios de este siglo XXI se trata de una cuestión que afecta a varios millones de personas y particularmente a los hispanos en EEUU. En consecuencia, nos parece necesario clarificar algunas ideas que han venido siendo tergiversadas ante la opinión pública por parte del falso progresismo de las izquierdas. Nos referimos al falso mito de presentar a la derecha liberal-conservadora como enemiga de los inmigrantes, xenófoba y racista simplemente por pedir que se respete la legalidad y que se haga frente a la inmigración ilegal.
 
Las posiciones ideológicas ante la inmigración
 
Lo hecho en los últimos veinticinco años en materia legislativa en EEUU para solucionar la cuestión de la inmigración ha sido insuficiente a todas luces. El resultado es una amplia presencia de personas sin papeles, una población ilegal que ronda ya los casi once millones de personas por las distintas zonas urbanas y rurales de EEUU. Se trata de una confusión endémica en los diversos gobiernos estadounidenses y una persistente y lamentable hipocresía política en Washington a la hora de solucionar el problema.
 
Si los inmigrantes quieren entrar a EEUU podemos deducir que esos grupos humanos ven su vida en EEUU como algo deseable, bueno y positivo para ellos y sus familias. La cuestión clave es dilucidar hasta qué punto y en qué medida, esos inmigrantes son algo positivo para EEUU y cuáles son las formas de posicionarse ante la situación a fin de solucionar el problema. La idea fundamental en este asunto es comprender que cada nación -en el marco de su soberanía y sus leyes- tiene el derecho a decidir qué hacer con la inmigración.
 
El gobierno de EEUU -siendo como es representativo de la ciudadanía que lo ha votado- tiene el derecho a determinar las condiciones de aceptación o negación de esa inmigración. En otras palabras, no existe un “derecho” a ser admitido como inmigrante. Aclarado este punto, tantas veces olvidado sobre erróneas premisas de falsos “multiculturalismos” y parciales lecturas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pasemos a plantear el fondo del debate político e ideológico.
 
Los varios posicionamientos ante la cuestión de la inmigración en EEUU tienen dos hilos conductores claves, enlazados en ocasiones y, otras veces, diferenciados: el primer hilo es de raíz económica y el segundo lo es de naturaleza cultural. Las trabas a la inmigración provienen muchas veces de varios sectores de cada uno de los dos partidos políticos norteamericanos, el demócrata y el republicano. Desde ciertos sectores de las izquierdas se alude a razones económicas y desde otros de la derecha se alegan razones culturales. Consideramos que -vengan de donde vengan- las trabas a la inmigración legal (y subrayamos legal) son, en esencia, un error. Por lo mismo, no controlar esa inmigración y favorecer la entrada ilegal resulta otro error de igual o mayor calibre.
 
Los grupos del activismo inmigratorio ilegal procedente de las izquierdas -alojadas en varias formas y modos en cabildeos de “lobby” cercanos al Partido Demócrata- han venido señalando en muchas ocasiones que el imperialismo norteamericano capitalista, el mal llamado “neoliberalismo” -en rimbombantes palabras- abusa y explota a los inmigrantes y los obliga a vivir en condiciones infrahumanas. Ese ha sido el discurso que ha tomado también una parte del gobierno de México cuya labor de ayuda para solucionar la inmigración ilegal en la frontera con EEUU está siendo tan deficiente como casi inexistente.
 
Desde otra perspectiva, otro sector de las izquierdas en EEUU toma otra posición y señala que la llegada de los inmigrantes extranjeros resta oportunidades de trabajo a los norteamericanos nacidos en EEUU. Dicha argumentación tampoco resulta correcta por cuanto los trabajos que realizan los inmigrantes hispanos, por ejemplo, son generalmente aquéllos de bajo nivel y pago, o sea los que no desean los norteamericanos (desde las labores en la agricultura hasta los servicios como la limpieza de casas). Aunque pueda ser cierto que la llegada de inmigrantes y su aceptación de un pago muy reducido por su trabajo puedan perjudicar en ocasiones a los otros trabajadores norteamericanos, también lo es que el abaratamiento del sueldo genera muchas veces el menor coste del producto al resto de los consumidores.
 
El caso de la compañía “Wal-Mart”, por ejemplo, tan criticada siempre desde las izquierdas como explotadora, maligna y de salvaje capitalismo, ejemplifica cuanto decimos. En los miles de centros y tiendas “Wal-Mart” por todo el país podemos comprobar que allí es justo donde compran muchos de los hispanos más humildes que encuentran el mismo producto, mucho más barato, gracias a los ahorros que en el salario y beneficios de sus empleados realiza la compañía con la aceptación voluntaria por parte de sus mismos trabajadores, muchos de ellos -además- hispanos. Por tanto, en términos económicos y si creemos en el libre mercado, aceptaremos que la inmigración legal sí es muy beneficiosa para la economía.
 
Como consecuencia de esta situación la izquierda apela a los inmigrantes hispanos y trata de convencerles de que votando al Partido Demócrata obtendrán mayores beneficios, serán más respetados y tendrán representantes que los defenderán de los malvados empresarios. El cebo del que se sirven estos demagogos es la creación del Gran Gobierno, la sociedad por la que el ciudadano -y más aún el inmigrante- se convierte en un ser dependiente económicamente del Estado. Si hace un siglo los inmigrantes venían a EEUU por su propia cuenta y riesgo, sin esperar nada del Gobierno, ahora hay toda una formulación de beneficios de salud y educación -pagados por el resto de los contribuyentes- que atrae a muchos inmigrantes ilegales, los cuales hasta en ocasiones llegan a votar.
 
En el pasado, las falsas promesas de beneficios y favores son las que han llevado a que las minorías en EEUU hayan votado casi siempre a las izquierdas y a un sistema que fabricó más miseria que riqueza. La realidad nos muestra que aquellos grupos humanos -como las comunidades africano-americanas- que han votado casi siempre mayoritariamente al Partido Demócrata han realizado avances sociales y económicos muy lentos, enclaustrados en esa sociedad de los derechos y los subsidios gubernamentales.
 
El caso de la ciudad de Nueva Orleáns es paradigmático, con una población negra que había estado viviendo mayoritariamente de los subsidios de los gobiernos locales y estatales de larga tradición en el Partido Demócrata. El desastre natural del huracán “Katrina” ha mostrado la falacia de depender del estado de subsidios y prestaciones perpetuado por buena parte de las sucesivas administraciones demócratas. La utopía de la sociedad del bienestar debida al intervencionismo gubernamental lo prueba de forma inequívoca.
 
A la visión socializante se une la falacia del multiculturalismo, según el cual, los inmigrantes deberían evitar sentirse norteamericanos anteponiendo sus “identidades étnicas”, sus lenguas y sus culturas originarias a la cultura estadounidense. Frente a estas sinrazones procedentes del uso y abuso político de las clases pobres -incluidos os inmigrantes- por parte de los grupos ligados a las izquierdas políticas, la derecha liberal-conservadora norteamericana -ubicada mayormente en el Partido Republicano- ha puesto trabas a ese tipo de inmigración desde una perspectiva cultural.
 
Favorecedores del liberalismo económico, la solución que la derecha norteamericana contempla para la inmigración es la necesidad de realizar no sólo una estricta defensa de la legalidad sino el fomento de una “inmigración patriótica”, es decir, una inmigración que se asimile a la vida y a las costumbres de EEUU. Hablar de “patria” en EEUU no es causa de vergüenza sino de orgullo, el orgullo de quienes bajo la idea de nación y patria -EEUU- derrotaron al fascismo y al comunismo en el siglo XX. Escribimos esto para aclarar el concepto.
 
El liberalismo conservador en EEUU -y concretamente el Partido Republicano- busca implantar una política de inmigración selectiva por la que quienes entran a EEUU lo hagan con la voluntad real de asimilación, es decir, de unir su propia cultura originaria con las formas de vida, los ideales y el carácter de EEUU. Dicho de otro modo: los inmigrantes deberían trabajar, pagar impuestos, cumplir la Ley y legalizar su situación para convertirse en ciudadanos de los EEUU.
 
Desde Alexander Hamilton a Arnold Schwazenegger, pasando por Andrew Carnegie, Albert Einstein o Henry Kissinger, la asimilación de los inmigrantes ha resultado siempre de lo más beneficioso para EEUU. Es así cómo la derecha apunta a la importancia de que los inmigrantes aprendan a ser estadounidenses y esa es la base de lo que Samuel Huntington planteó en su ensayo Who are We?, que fue tan mal recibido y tan mal entendido por parte de los sectores progresistas de habla hispana. Victor Davis Hanson publicó en 2003 un libro bajo el título Mexifornia, donde desde su experiencia californiana planteó algunas ideas sobre esta cuestión y la importancia de resolver el tema inmigratorio a través de una apuesta por la asimilación y la verdadera integración.
 
Frente a la permanente ridiculización del modo de vida norteamericano realizado por parte del progresismo más antiamericano y más radical, una mirada a la historia muestra cómo la americanización de los inmigrantes ha funcionado de manera ejemplar. Contra lo que creen las izquierdas y muchos miembros y activistas ligados al actual Partido Demócrata, la identidad nacional resulta fundamental y el compromiso patriótico con los EEUU y sus valores debe resultar algo necesario para ser ciudadano. Los Padres Fundadores juzgaron clave que los inmigrantes que deseaban ser parte de la sociedad estadounidense debían asimilarse a las ideas y a la cultura común de EEUU. Por eso usaban palabras como “principios”, “creencias”, “hábitos”, “costumbres” y otras fórmulas que conscientemente apuntaban a una idea de la Unión americana.
 
En 1790, y en un discurso al Congreso de EEUU, James Madison afirmaba que la Unión debería dar la bienvenida a los inmigrantes que se asimilaran, pero a la vez negar la entrada a quienes no quisieran hacerlo. De igual modo, tanto Thomas Jefferson como Alexander Hamilton vieron las ventajas de la inmigración pero expresaron su preocupación respecto a la cuestión de la asimilación, como punto de partida necesario para el éxito de una nación unida en valores, en historia y en cultura. Esos mismos valores de los Padres Fundadores de EEUU son lo que hoy recoge un amplio sector la derecha norteamericana alojada en el Partido Republicano. Es por ello que buena parte de los hispanos se han ido dado cuenta paulatinamente de que el mensaje optimista y aperturista desde la derecha resulta más positivo para ellos como individuos que lo que se les propone desde el antiamericanismo de la progresía.
 
Los hispanos y la derecha política norteamericana
 
El momento clave que supuso un despertar a la realidad sobre la inmigración para los hispanos fue en especial la presidencia de Ronald Reagan. Ya antes, como gobernador de California, Reagan había nombrado ya más altos cargos hispanos que ningún otro anterior gobernador de aquel estado. Como presidente, hizo lo mismo con figuras como Heriberto Herrera, Raymond L. Acosta o Víctor Blanco. Pensaba Reagan que todos los habitantes de los EEUU tenían la oportunidad de crecer, crear riqueza y construir una vida más próspera y mejor para sus familias y sus hijos. Desde esa visión surgieron las políticas inmigratorias de Reagan que hoy están siendo revisadas.
 
Desde entonces, y en medio de imparables procesos culturales, los hispanos van progresando en la vida de EEUU. El ingreso medio de las familias hispanas en 2004 fue de $33.000 -todavía inferior a la media nacional de $42.000-, pero que indica un imparable aumento respecto al pasado. El crecimiento demográfico hispano, que alcanza ya los más de cuarenta millones de hispanos, es del 3% frente al 0.8% de los demás grupos. Ante la realidad social y demográfica, los hispanos en EEUU van tomando conciencia de la importancia de acabar con la demagogia política.
 
En las últimas elecciones presidenciales en 2004, y contra lo que se auguraba desde las barricadas de las izquierdas y del antiamericanismo, el voto hispano tomó direcciones apenas sospechadas hace dos décadas. Los hispanos supusieron el 12% del voto total. De ellos, el 45% votó republicano y el 55% demócrata. Como acertó a ver el comentarista político Dick Morris -antiguo asesor de Bill Clinton- , el voto hispano fue decisivo.
 
Las razones del aumento del voto hispano se deben a que como grupo comparten muchos de los principios ideológicos de la derecha liberal-conservadora norteamericana: la defensa del individuo, la familia, la religión, la nación y el trabajo. La izquierda -cada vez más embutida en el seno del Partido Demócrata- insiste en convencerlos de lo contrario bajo el conocido discurso del “victimismo”, o sea el de convencerlos de que son “minorías” y, a la vez, víctimas de un sistema corrupto por el capitalismo y por la derecha anti-inmigrante y anti-hispana. Tan obsoleto mensaje va perdiendo apoyo afortunadamente entre la comunidad hispana, como prueba el éxito de políticos como Jeb Bush en Florida o George Pataki en Nueva York.
 
En buena parte del siglo XX y ahora de manera más clara todavía, dicho discurso de víctimas y de explotados ha sido el sello de las izquierdas, y ahora del Partido Demócrata, para obtener votos de las llamadas “minorías étnicas”, especialmente de la comunidad negra, según ya apuntamos. Los hispanos se contemplan ahora como ese nuevo grupo que puede darles triunfos electorales y decidir futuras elecciones. De ahí que resulte tan importante la cuestión inmigratoria en la vida política norteamericana.
 
La realidad, sin embargo, muestra un obvio contraste entre las fallidas políticas sociales de los demócratas de  la izquierda frente a las de la derecha republicana, siempre más pendientes del individuo que del etiquetado de grupo. El ejemplo vivo y real de Condoleeza Rice -de orígenes humildísimos en la comunidad negra- es harto significativo. Hay muchos más ejemplos porque George W. Bush -como ya antes Reagan- ha sido el presidente que más hispanos ha nombrado en puestos importantes de la administración y el que más ha apoyado políticas de crecimiento económico para equiparar el sueño americano y llevarlo a las puertas de todos los ciudadanos, entre ellos los hispanos.
 
Con el vertiginoso ascenso de los hispanos como primera “minoría” en EEUU, la política norteamericana va teniéndolos cada vez más en cuenta. En 1979 Reagan ya afirmó que los hispanos eran gente conservadora, o sea más cercanos al Partido Republicano, y que con el tiempo irían dándose cuenta de ello. Un cuarto de siglo después, la actual Administración Bush verifica aquellas palabras de Reagan al incluir por primera vez hasta un 10% de hispanos en posiciones importantes de su gabinete.
 
La derecha norteamericana reconoce que EEUU es una nación hecha en su misma raíz de inmigrantes. Así se entiende la evolución de algunos senadores como Mel Martínez en Florida y como los más de 110.000 hispanos que han querido servir actualmente en las filas del ejército norteamericano. Las políticas que está proponiendo la derecha norteamericana a través del Partido Republicano y la presidencia de Bush afectan a la reforma de la inmigración, se centran en los avances en materia educativa, en las oportunidades para la creación de pequeñas empresas y en el aumento de una inmigración hispana que sea propietaria de viviendas. 
 
Con casi dos millones de pequeños propietarios hispanos de negocios en la actualidad, las políticas económicas de recortes fiscales y reducción de impuestos favorecen precisamente a esos inmigrantes hispanos que buscan realizar el sueño americano personal y familiarmente. De igual modo, la creación de programas como el “American Dream Downpayment Fund” ha venido favoreciendo la posibilidad de adquirir viviendas en una iniciativa que hace que más de la mitad de los hispanos legales en EEUU tengan ya una casa en propiedad.
 
Desde el Partido Demócrata, en línea con la maquinaria propagandística propia de la izquierda, se lanzan constantes acusaciones y ataques contra la derecha liberal-conservadora, particularmente contra su demonio particular llamado ahora Bush, cuando no Dick Cheney. Por eso, muchos de los miembros del Partido Demócrata han hecho campañas a favor de la inmigración ilegal con el objetivo de abrir cancha a cualquier y -sobre la ignorancia y la pobreza de los hispanos recién llegados- alcanzar más votos, incluidos los ilegales. En esa labor, y como es costumbre, las izquierdas cuentan con todo un aparato de medios de comunicación en español y en inglés que tergiversan lamentablemente las realidades y los hechos.
 
A pesar de todo ello, cada vez son más los hispanos que se niegan a vivir permanentemente instalados en esa absurda manipulación y en esa “cultura de la queja”. Optan así por avanzar como individuos en una sociedad abierta y en coincidencia con los valores tradicionales de la derecha liberal-conservadora. Son los valores sustentados en el respeto por la libertad -apoyada en la Ley y la Constitución- y por los derechos y deberes individuales. Son los valores de la familia, los de la religión y la creencia. Es el compartido deseo de todos los hispanos de mejorar personal y familiarmente para alcanzar la felicidad, expresamente citada en la Constitución.
 
Es así cómo EEUU -siempre sobre la base de la legalidad y la justicia- abre las puertas también a los hispanos. Así se han fraguado las bases de EEUU, un país tan diverso como único, plagado de oportunidades.  En cualquier caso, esa igualdad de oportunidades empieza por la educación pública gratuita, la misma que la derecha norteamericana ha reformado y mejorado y que está afectando ya muy positivamente a los niños norteamericanos, en particular a los niños hispanos en un programa (“No Child Left Behind”) que -con sus aciertos e inconvenientes- está dando más resultados que todo lo hecho en el pasado.
 
Lo mismo puede decirse en cuanto a la expansión de oportunidades de trabajo, en especial para los pequeños negocios que son la fuente del 70% de creación de empleo. Por eso, existen ya más de un millón de pequeños negocios de hispanos en EEUU. Por eso, las políticas de generación de riqueza, procedentes del libre mercado y de las iniciativas económicas liberales de la derecha, facilitan que hoy existan, por ejemplo, casi dos millones de nuevos propietarios de viviendas. Nunca como hasta ahora se habían cerrado tanto las diferencias de clase en EEUU, a pesar de la machacona tergiversación de la realidad por parte de los voceros del activismo progresista y liberticida.
 
El modo en el que la derecha gobernante está ayudando a estos pequeños empresarios norteamericanos -entre los que hay muchos hispanos- es reduciendo sus impuestos, acabando con falsos pleitos y contenciosos legales, y facilitando la rápida apertura de tales negocios. Por ahí camina también la Ley de Reforma Fiscal permanente que va a implantar la Administración Bush. Y lo mismo respecto a la reforma de las pensiones que está promoviendo la derecha en esta segunda legislatura a pesar del escaso apoyo del Partido Demócrata. Su solución resulta necesaria a través de la modernización de la Seguridad Social y en la que los hispanos tienen también una partida importante.
 
En ese sueño americano -que es ya realidad para muchos hispanos- se participa de los valores de una comunidad humana sustentada en la idea de una gran nación indivisible fundada sobre la libertad y la justicia para todos.
 
La derecha, por tanto, considera que EEUU acoge culturas diversas pero nunca divididas. Las ramas del frondoso árbol norteamericano parten de un mismo tronco en libertad y de una misma raíz en la que no hay espacio para la manipulación de los grupos humanos, sino para el mejoramiento del individuo en el marco de una sociedad próspera y hermanada. Desde estas premisas, entendemos mejor los entresijos políticos de la inmigración y la necesidad de que la derecha concrete, apoye y explique su Plan de Inmigración.
 
Entre los peligros políticos y las soluciones reales
 
El Partido Demócrata se apresura a reclamar fronteras abiertas y la aceptación de los inmigrantes ilegales en una amnistía general como modo de reclutar su base de votantes. El mismo partido -apoyado por los sindicatos y otros colectivos varios- considera que los programas de trabajo temporal son fruto de explotadores y capitalistas en detrimento del pobre inmigrante. Frente a la obvia hipocresía de tales acusaciones, la derecha norteamericana -a través de su Presidente- está ultimando en estos días una nueva legislación para la inmigración. Sin embargo, en esta labor, la derecha debe tener especial cuidado a la hora de hacer las cosas para evitar que su plan sea objeto de tergiversaciones.
 
La Administración Bush ya presentó el pasado noviembre el Nuevo Plan de Reforma de la Inmigración que está siendo ahora mismo ajustado a fin de ser aprobado e implantado. En ese debate hay algunos aspectos que deben tenerse en cuenta. El más importante de todos es la necesaria unión de fuerzas entre la derecha norteamericana en este asunto, ya que el plan que traza la Casa Blanca y los ajustes que se puedan realizar son el único modo de restaurar la legalidad en el ámbito de la inmigración.
 
En estos momentos, sobre la mesa, existen varias propuestas procedentes curiosamente del estado más afectado por esta cuestión: Arizona. Los dos senadores de dicho estado -John McCain y John Kyl- han preparado cada uno por su cuenta dos propuestas que no deben ser olvidadas. En ambos casos, como en la misma propuesta presidencial, hay un reconocimiento de la necesidad y la importancia de velar por una inmigración legal y solucionar la cuestión de las personas sin papeles. El problema del acecho terrorista -trazado por el también congresista de Arizona H.D. Hayworth- es otro punto a considerar en la formulación global de este plan.
 
El modo de enfrentarse a la avalancha ilegal es ampliar los canales por los que los trabajadores entren legalmente a EEUU. Dichos canales sólo pueden apoyarse sobre la garantía de un programa de trabajadores invitados que sea efectivo, siempre bajo el respeto de la Ley y una seguridad fronteriza bien fundamentada y dotada de todos los medios necesarios. Sería un error pensar que el único medio de solucionar el problema de la inmigración ilegal es por vía de la acción policial, de ahí la importancia de un diálogo constructivo.
 
Entre las propuestas de McCain y la realizada por Kyl junto al senador republicano Cornyn, de Tejas, había sustanciales diferencias cuyo desarrollo y explicación resultaría demasiado extensa aquí. En esencia se trataba de intentar conciliar las propuestas con lo hecho ya por la Casa Blanca. En ese camino se está ahora y todo apunta a que en estas semanas se lleve adelante una necesaria reforma legal inmigratoria que ponga fin a varias décadas de falta de soluciones concretas. En medio de todo ello, y ante las elecciones del próximo noviembre de 2006,  la derecha norteamericana debe tener mucho cuidado a la hora de realizar su campaña y tratar esta cuestión.
 
Lo que primero debe quedar claro es que no hay concepto de nación sin unas fronteras protegidas. La inmigración será una cuestión candente en la campaña y las elecciones de congresistas y senadores el próximo noviembre. En el sentimiento de buena parte de la base más conservadora del partido hay una voluntad de acabar con tanta hipocresía y arreglar el asunto sobre la base exclusiva de la seguridad de la frontera. Dicho acercamiento puede resultar muy peligroso y a veces hasta demagógico. En este sentido, consideramos que aquellos políticos de la derecha que apoyen su campaña con políticas contrarias a la inmigración legal estarán cometiendo un gravísimo error. Hacerlo será dar cancha a la falsedad de que la derecha se opone a la inmigración.
 
Otro aspecto a tener en cuenta es que pese al descontento de la ciudadanía sobre la situación de la inmigración, los norteamericanos no juzgan ese el primer problema nacional y su voto no se centrará únicamente en las posiciones de los candidatos sólo sobre el tema de la inmigración. En realidad, ninguna de las elecciones a nivel nacional celebradas en las últimas décadas en EEUU han sido decididas sobre la cuestión de la inmigración, por lo que los candidatos de la derecha deberán valorar todo esto en su justa medida y unir fuerzas en torno al plan Bush que -una vez ajustado- deberá resultar tan realista como solvente.
 
De cuanto decimos puede dar prueba suficiente el fracaso que para la derecha supuso en las últimas elecciones el puesto de Gobernador en el estado de Virginia. El republicano Jerry Kilgore cometió el grave error de realizar una campaña basada fundamentalmente en la inmigración y perdió porque se percibió una cierta retórica cercana a lo demagógico y sin soluciones concretas. Hablamos de Virginia, que no es precisamente un estado fronterizo. Lo mismo le ocurrió en otras elecciones en California a Jerry Gilchrist, fundador del “Minuteman Project”, tan activo y polémico en la cuestión de la frontera. La razón detrás de todo esto es que la retórica anti-inmigratoria no cae bien con la ciudadanía norteamericana al ser ésta inherentemente favorable a la inmigración legal y controlada.
 
Los norteamericanos conocen la complejidad del asunto, saben que los inmigrantes son beneficiosos para la economía y que la seguridad nacional es clave pero sin convertir la nación en un país de fronteras cerradas. El ciudadano norteamericano sabe de la importancia de buscar canales para la legalidad y reconoce la imposibilidad de deportar a once millones de personas sin papeles que viven actualmente ya en EEUU. Es por eso que la derecha necesita unir fuerzas y presentar candidatos que puedan exponer la complejidad del asunto y ofrecer soluciones equilibradas y prácticas a sus votantes.
 
En estos entresijos políticos de la inmigración en EEUU, la derecha política debe apoyarse en el liberalismo conservador, en la libertad de mercados conservando los valores y principios que han hecho grande a EEUU. Por eso, hay que entender que la demagogia sobre la inmigración nunca funciona y su empleo -más allá de soluciones concretas- resulta un arma de doble filo. A su vez, la utilización de una retórica anti-inmigratoria divide a los votantes de la derecha y los agita. Lleva esto a un efecto negativo que será notable y afectaré en contra de quienes no realicen propuestas concretas y bien trazadas.
 
En último término, el riesgo de no obtener el voto de los hispanos puede resultar devastador tanto para el Partido Demócrata como para el Partido Republicano, pero especialmente para este último. Bush es consciente de ello y por eso su Plan de Reforma de la Inmigración puede y debe ser ajustado, siempre en aras de evitar tanto las cruzadas contra los inmigrantes como la manipulación de quienes -bajo la excusa de discriminación- pretenden quebrantar la legalidad.
 
Como prueban los recientes altercados en Francia, la inmigración descontrolada fomenta la ilegalidad y la delincuencia. EEUU es consciente de ello, de ahí la importancia de conocer las soluciones propuestas y los entresijos políticos en torno a esta cuestión. Esas soluciones -como decíamos al inicio- son las mismas precisamente que la derecha española debería tener en cuenta -una vez más- para ser verdadera alternativa de futuro ante la demagogia e ineficacia del socialismo gobernante en España.
 
Sería bueno no perder de vista que el socialismo español y (guardando las distancias) también la parte más radicalizada hacia la izquierda del Partido Demócrata en EEUU, ven a los inmigrantes como un voto casi seguro a favor de sus filas, voto resultante de la propaganda de tergiversación y la demagogia populista. De ahí que resulte tan importante para la derecha a ambos lados del Atlántico dar soluciones verdaderas a la inmigración desde la base de la legalidad, con ideas y planes claros que muestren a los inmigrantes los modos y maneras de asimilarse a la nueva sociedad a fin de avanzar y prosperar en el marco legal de una sociedad verdaderamente libre.

Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos y 'Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua'.