El viraje de Moratinos en el Sáhara, un mito injusto

por Ana Camacho, 21 de enero de 2005

La diplomacia del ministro Miguel Ángel Moratinos tiene entre los éxitos seguramente no apreciados por sus superiores, el haber logrado que el pasado 13 de noviembre, 5.000 personas se decidiesen a tomar pacíficamente  la calle, en pleno centro de Madrid, para manifestar su disgusto ante el rumbo promarroquí del Gobierno de Rodríguez Zapatero que, injustamente,  se atribuye a una innovadora e inédita ocurrencia  de la batuta de su ministro de Exteriores.
 
No fue una manifestación espontánea, entre otras cosas,  porque los medios de comunicación españoles hace años que se prodigan poco con la cobertura de las noticias relacionadas con el conflicto del Sáhara y un evento de este tipo entra dentro de la categoría de los temas que los jefes de redacción suelen dejar a un lado convencidos de que “esto no interesa a nuestros oyentes/lectores”.  Así que los españoles que participaron a este acto lo hicieron con muchas ganas y premeditación,  a través del tam tam de las muy activas asociaciones de apoyo al pueblo saharaui  que en estos treinta años han seguido floreciendo por toda la geografía española en un curioso ejemplo de cómo no siempre el esfuerzo de los partidos para borrar ciertos elementos de la conciencia histórica se sale con la suya.
 
El desencadenante  de la movilización fue la “traición” (así la calificaban los manifestantes) de la diplomacia española en la votación  del pasado 18 de octubre de una resolución propuesta por Argelia ante el Comité de Descolonización de la Asamblea General de la ONU para apoyar el plan Baker,  donde el Gobierno español no sólo se abstuvo sino que movilizó su diplomacia para que los países de la Unión Europea siguiesen su ejemplo. Fletando incluso autobuses, ese entorno que mayoritariamente vota a la izquierda y que cada verano acoge en España a 40.000 niños saharauis, se organizó para acudir a las inmediaciones del Ministerio de Exteriores. Quería  recordar a Moratinos que el Partido Socialista, que tanto ha prometido escuchar al pueblo, no puede apuñalar impunemente sus promesas, llevándose por delante la voluntad de las dos cámaras del Parlamento donde la mayoría le ha derrotado votando a favor de la aplicación de las resoluciones de la ONU y el Plan de paz sobre el Sáhara Occidental.
 
Pocos días antes de la protesta,  el ministro de Exteriores de Argelia,  Abdelaziz Beljadem,  había visitado España haciendo gala de un cambio de tono que debía de haber tranquilizado a los organizadores del acto. De manifestar su abierto enfado por la contribución española a lo que el propio Marruecos ha calificado como de “gran victoria diplomática” en las Naciones Unidas, Beljadem pasó a decir en Madrid que su percepción de que la diplomacia española estaba siendo víctima de un seguidismo de Francia y, por lo tanto, de su estrategia promarroquí para anexionarse  por las buenas el Sáhara, había sido fruto de un “malentendido”. Su charla en directo con Moratinos, vino a decir, le había  dejado claro que España sigue apoyando las propuestas de Baker.
 
Ni las declaraciones de Beljadem  (representante del país que más ha apoyado a los saharauis),  ni la presión de la perversa dialéctica con la que los dirigentes de la izquierda han impuesto a sus simpatizantes el principio del“si discrepas es porque eres un facha”, bastaron para disuadir a los militantes de la causa proreferéndum justo y libre en el Sáhara.  “No más traiciones”, fue uno de los lemas que se corearon ese día en una exhibición del efecto terapéutico  que la causa saharaui puede aportar a la política  española,  contribuyendo a que la derecha  se libre de los complejos heredados de la transición, y a que la izquierda recupere ese principio de la autocrítica  que, paradójicamente, siempre ensalzó como una de sus esencias y características  diferenciales  frente a la supuesta intolerancia de la derechona
 
Y es que la política de Moratinos ha alertado a los solidarios con el Sáhara de que el PSOE no siempre está a favor de las causas justas. Pero, en el duro proceso que entraña encajar  esta decepción,  los hay que incurren en la tentación de creer que la culpa del  viraje es una más de esas “locuras” del actual ministro de Exteriores  que le han valido duras críticas dentro del propio partido socialista. Y es que, hace apenas un año, la mayor parte de los voluntarios de la red civil de apoyo a los refugiados saharauis hubiese jurado por lo que les es más sagrado que el PSOE ha sido, desde que en 1975 Marruecos invadió la ex colonia española, el partido que más ha ayudado a sus hermanos izquierdistas del Frente Polisario.
 
Mientras gobernó el PP, ni las declaraciones de la entonces responsable de Relaciones Exteriores del PSOE, Trinidad Jiménez,  ni las del presidente andaluz Manuel Chávez, ni las del propio Zapatero en plena crisis por la ocupación de Perejil, apoyando la integración del Sáhara a Marruecos sin dar la opción a que la ONU consulte a los saharauis, lograron socavar la fe de estos votantes  que veían  como una insidiosa intoxicación fascista cualquier alusión a la promarroquinidad de sus dirigentes. 
 
Sin embargo, Moratinos no es culpable de ningún viraje. En realidad, él no es más que el obediente y muy entusiasta continuador de una política  que tuvo su pistoletazo de salida, por poner una fecha, el 30 de noviembre de 1982, cuando el entonces ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno socialista, Fernando Morán, respondió así al  llamamiento del Frente Polisario para que el Ejecutivo que acababa de ganar las elecciones declarase oficialmente nulos los acuerdos tripartitos de Madrid: “No solamente no haremos nada para desestabilizar al rey de Marruecos sino que realizaremos todo lo que esté en nuestra mano para mantener su estabilidad.”
 
Ahora la causa de la nulidad de los acuerdos tripartitos con los que el último Gobierno del dictador Franco entregó el Sáhara a sus enemigos, suena lejana y algunos dirigentes socialistas incluso se atreven a despachar la cuestión atribuyendo el conflicto a las nostalgias de los militares del régimen franquista.  Se olvidan, o pretenden que la opinión pública se olvide, de que en 1982 el Frente Polisario no hacía más que reclamar el cumplimiento de lo que había sido una de las grandes promesas electorales de Felipe González y que el PSOE y las demás fuerzas que se oponían a la UCD,  habían señalado la invalidación oficial de los acuerdos de Madrid  como una de las certificaciones  del triunfo de la transición democrática sobre la amenaza involucionista de los residuos del franquismo.
 
“Hemos querido estar aquí para demostraros con nuestra presencia, nuestra repulsa y nuestra reprobación por el acuerdo de Madrid de 1975”, dijo Felipe González  a los saharauis en su visita a los campamentos de refugiados en Tinduf (sur de Argelia)  el 14 de noviembre de 1976, aniversario de la firma de los vergonzosos acuerdos. “Nuestro partido está convencido de que el Frente Polisario es el guía recto hacia la victoria final del pueblo saharaui. Y está convencido también de que vuestra república democrática  se consolidará sobre vuestro pueblo y podréis volver  a vuestros hogares. Sabemos que vuestra experiencia es la de haber recibido muchas promesas nunca cumplidas: yo quiero, por consiguiente, no prometeros algo sino comprometerme con la Historia: nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final”, añadió González en ese acto solemne en el que le acompañaban Luis Fajardo, Emilio Menéndez del Valle y Enrique Ballester.
 
Ese día, el PSOE y el Frente Polisario emitieron  un comunicado conjunto reiterando su condena  del Acuerdo de Madrid, declarándolo nulo de pleno derecho y denunciando la guerra de conquista, rapiña y exterminio impuesta al pueblo saharaui por sus ocupantes.
 
Las promesas socialistas a los saharauis se multiplicaron. El 5 de diciembre de 1976, el XXVII Congreso del PSOE adoptó una resolución sobre política internacional en la cual se decía: “Ante la situación planteada en el Sáhara Occidental por el abandono del régimen franquista de las obligaciones que le correspondían como potencia administradora en el proceso de descolonización de este territorio, el PSOE manifiesta su profundo rechazo del acuerdo tripartito de Madrid…” Y el 8 de septiembre de 1977, el Secretario General del PSOE, Felipe González y el Secretario General adjunto del Frente Polisario, Bachir Mustafá Sayed, hicieron  público un comunicado conjunto en el que ambas delegaciones declararon que España, como potencia administradora,  no podrá extinguir sus responsabilidades mientras el pueblo saharaui no haya obtenido el efectivo ejercicio  de su autodeterminación e independencia. El PSOE, cuya delegación estaba integrada por otras importantes figuras como Luis Yáñez Barnuevo,  Javier Solana y Luis Fajardo, entre otras cosas, prometió “a la delegación saharaui poner en marcha iniciativas políticas encaminadas a la obtención de la denuncia del acuerdo tripartito de Madrid que ambas partes condenan”.
 
Felipe González siguió siendo el protagonista, hasta pocos días antes de su primer triunfo electoral,  de actos y manifestaciones que lograban aglutinar a ONG y  partidos políticos  del amplio espectro de la oposición que consideraban la defensa de la causa saharaui como uno de los distintivos del progresismo frente a la España rancia y siniestra de la dictadura. Su partido tachó de cortina de humo iniciativas  como la que el 16 de agosto de 1979, lanzó el entonces encargado de Relaciones Exteriores  de la UCD,  Javier Rupérez,  al firmar en Tinduf un acuerdo con el Frente Polisario por el que se reconocía  a éste, a nivel de partido, como único y legítimo representante del pueblo saharaui en lucha. 
 
Marruecos respondió entonces, entre otras acciones,  con la reivindicación en la prensa de Ceuta y Melilla y la aparición de un frente patriótico  que, en febrero de 1979, colocó algunas bombas en las dos ciudades. Pero al PSOE no le parecía  entonces  concebible que la tranquilidad de los españoles tuviese que tener como contrapartida el sacrificio de los derechos del pueblo saharaui y siguió firme en sus exigencias de que la reparación histórica de los sucesores del franquismo debía ir más allá,  no sólo en el asunto de los acuerdos (aunque fuese una necesidad más simbólica que real pues habían sido papel mojado desde su firma) sino, también, en el capítulo  de las relaciones diplomáticas donde exigía el reconocimiento diplomático de la RASD.
 
Sin embargo, en los más de diez años de Gobierno socialista que siguieron a la advertencia de Fernando Morán, ni hubo ilegalización de los acuerdos, ni reconocimiento de la RASD, ni gestos que hiciesen temer a Marruecos un enérgico y efectivo apoyo español a favor del Polisario en la ONU. Por el contrario, tras la visita con la que en marzo de 1983 González inauguró esa costumbre de que el primer viaje de un mandatario español sea a Marruecos y no, por ejemplo, a un país de Latinoamérica, todo fue el unísono: a medida que aumentaban las ventas de armas a Marruecos, se perdía interés en las redacciones de la prensa progresista por el conflicto saharaui (las de la derecha hacía tiempo que estaban alineadas con los lobbies promarroquíes) y, sobre todo, se dejó de aludir a la condición de potencia administradora que la ONU sigue reconociendo a España sobre el Sáhara. Y quienes en política, derecho o medios de comunicación no se adaptaban  al viraje,  pasaban a formar parte del pelotón de los que eran descalificados  como “pobres ingenuos” al que su “idealismo romántico” les incapacitaba para la comprensión de los imperativos de la política real. Si los desdichados persistían en su empeño, especialmente los profesionales de la prensa, se convertían en “peligrosos irresponsables” puesto que, como intentaban explicar en tono pedagógico algunos insignes diplomáticos, cada vez que se informa en los medios españoles de los abusos del majzén o de las dificultades que la ONU enfrenta para aplicar el derecho internacional en el Sáhara,  “una empresa española sale de Marruecos” o, peor aún, “se pone en serio peligro la andadura de las relaciones  hispano-marroquíes”.
 
A medida que el Sáhara se desvanecía en los medios,  los actos a favor del referéndum de autodeterminación  se despoblaban y por fin triunfaba la justificación suprema del silencio mediático: “el conflicto saharaui ya no interesa  a la opinión pública española”.
 
La metamorfosis socialista a favor de una “amistad” incondicional con los dirigentes de Marruecos no fue ajena a las presiones de los lobbies promarroquíes  con los que, desde los tiempos de Franco, los sultanes marroquíes han hecho valer sus intereses en España.  Pero, también, fue el fruto de un sincero esfuerzo por ganarse un lugar en la alianza con Francia para la que siempre ha sido un asunto de estado convencer  al mundo que privar a Marruecos de la anexión del Sáhara asestaría  un golpe mortal a la estabilidad del sultán que, inevitablemente, arrastraría al caos a todo el Magreb.
 
Muchos dirigentes socialistas  hicieron suya esta tesis con el fervor con que el discípulo sigue al gurú en el que confía para erradicar el mal del imperialismo que, en su universo, es monopolio exclusivo de EEUU. Algunos de sus funcionarios fueron en su entusiasmo mucho más allá de la neutralidad en la ONU, con gestos de entrega apasionada como el del topo de Asuntos Exteriores  que, en la época en la que Jorge Dezcallar era director general de África y Miguel Ángel Moratinos subdirector en el mismo del área del Magreb, filtró a Marruecos documentos confidenciales que contenían  datos relativos al Frente Polisario (ver EL PAÍS, del 20 de junio de 1990).
 
El Sáhara Occidental no fue el único expediente en materia de política exterior que los gobiernos socialistas entregaron a Francia en prenda de amistad. Guinea Ecuatorial, la otra ex colonia española en África subsahariana, también fue escenario de una paulatina retirada que fue dejando el campo libre a la ofensiva francófona lanzada desde París en esa esquina del África occidental, vital para sus intereses hegemónicos.
 
No todos los responsables de la política socialista en relación a Guinea eran favorables al abandono de la ex colonia, ni siquiera como contrapartida a la cooperación francesa en la lucha contra el terrorismo de ETA o el apoyo de París al ingreso en la Comunidad Europea. Pero, de nuevo, la dirección general de África,  (la misma que llevaba la cuestión del Sáhara) fue escenario, en 1993, de otra filtración de documentos secretos que tuvo como efecto el de desbaratar  la alianza  que este sector había emprendido con EEUU en un vano intento por contrarrestar el apoyo de Francia a la dictadura de Teodoro Obiang y recuperar posiciones en la ex colonia donde las grandes multinacionales del petróleo preparaban el asalto a los inmensos recursos de lo que hoy es el Kuwait de África.  (El Mundo, 1,2 y 3 de septiembre de 1993).
 
 No es de extrañar  que muchos ahora pidan el regreso de Javier Solana al frente de la política  exterior española puesto que, en aquella ocasión, le tocó a él la dura tarea de curar las heridas que causó la “minitraición” (como él la llamó) y que no sólo frustró las expectativas  españolas en Guinea sino que causó una grave  crisis en las relaciones hispano-estadounidenses y en la confianza hacia España de los aliados europeos y atlánticos a la hora de transmitir documentos confidenciales.  Solana superó entonces  la difícil prueba con la suficiente nota como para poder acceder al liderazgo de la OTAN.  Toda su habilidad, sin embargo, no bastaría para garantizar,  suponiendo que así lo desease,  el regreso del Partido Socialista a la senda del derecho internacional en la cuestión del Sáhara.
 
Las tesis promarroquíes llevan muchos años arraigando en la clase política española de izquierdas y derechas. La auténtica innovación del ministro Moratinos ha sido, simplemente,  la de privar a su acción exterior de los tapujos y la finura con la que sus antecesores de partido lograron jugar a dos bandas de cara a sus militantes,  con esa estrategia de neutralidad benevolente  que sólo favorecía  a Marruecos mientras seguían alimentando la ilusión de que el Partido Socialista era el gran soporte en España del pueblo que, por mandato del derecho internacional,  por voluntad del pueblo español y para evitar  hacer el ridículo en la escena internacional,  debería  defender.
 
Al electorado socialista solidario con los saharauis le está costando asimilar que, paradójicamente,  haya sido el último mandato del PP de José María Aznar el que realmente impuso un cambio en esta cuestión, con un apoyo firme en la ONU a favor del referéndum de autodeterminación del Sáhara, que le costó la represalia marroquí en Perejil. A ello ha contribuido el propio José María Aznar al obviar explicar a la opinión pública las dificultades que entraña para España desarrollar una política  independiente en el Magreb, ya fuese en un vano intento por intentar disimular ante Marruecos su giro y evitar problemas con el sultán o, simplemente, por el talante personalista de sus opciones políticas frente a la inercia que todavía arrastra  entre sus compañeros del PP la mancha que dejó la participación de algunos de sus padres en el chanchullo de los acuerdos tripartitos.
 
Gracias al nuevo talante de Moratinos, sin embargo, muchos simpatizantes de la causa saharaui, que en la guerra de Irak se identificaban con el grito de “yo quiero ser francés”, ya no ven el mundo exclusivamente  desde la perspectiva de la confrontación ideológica que simplifica las relaciones internacionales en una lucha entre el bien (Francia) y el mal (EE UU). Los tiempos son favorables a este cambio y conflictos como el de Costa de Marfil delatan los burdos métodos con los que Francia también ejerce un imperialismo que mata a inocentes  y utiliza el derecho internacional a la medida de sus intereses.
 
Seguramente, muchos de los manifestantes que el 13 de noviembre llenaron los aledaños de la sede del Ministerio de Exteriores se extrañaron de que el éxito de su convocatoria  no quedase reflejado en la edición de noche del telediario de TV1 y, en cambio,  sí se le dedicase espacio a las manifestaciones por el desastre del Prestige, las protestas de los astilleros y otros eventos curiosos como la inauguración de una feria del orujo gallego y otra del langostino. Todavía les resulta difícil entender que los responsables de las redacciones de noticias crean que a ellos, los oyentes, el Sáhara ya no les interesa.