El síndrome McGovern

por David Horowitz, 17 de enero de 2005

El día de Navidad, el ex senador norteamericano y candidato presidencial demócrata George McGovern escribió una carta al editor del Los Angeles Times (y probablemente a muchos más diarios) pidiendo la rendición norteamericana en Irak. George McGovern no ha ocupado los titulares en tres décadas, y en consecuencia, su nombre no será familiar para muchos. Pero nadie ha tenido un impacto mayor o más siniestro sobre el Partido Demócrata y su fortuna electoral que este producto progresista de las llanuras de Dakota del Sur.
 
Se dice que la cancha izquierda del Partido Demócrata, que se ha convertido en un heraldo incierto en materia de guerra y paz, comenzó con la campaña presidencial de McGovern de 1972, cuyo lema era “América vuelve a casa” - como si América fuera el problema en vez de serlo la agresión del bloque comunista. La campaña de McGovern militó en las filas de la izquierda anti Vietnam, como la campaña del Partido Comunista anti Guerra Fría de Henry Wallace, o la campaña anti Irak de Howard Dean del 2004. El propio McGovern era un veterano de la campaña de Wallace, y virtualmente todos los líderes del movimiento anti-Irak, incluyendo la mayor parte de los líderes del Partido Demócrata que le apoyaron, son veteranos de la campaña anti-Vietnam.
 
He vivido esta historia tanto de espectador, como de agente. Mis padres eran comunistas, y mi primer marzo político fue un desfile del Día de Mayo del Partido Comunista de 1948 en apoyo a la campaña presidencial de Henry Wallace y del partido progresista contra la Guerra Fría - que quería decir contra el esfuerzo de América por contener el comunismo y evitar que el régimen de Stalin extendiera su imperio por Europa occidental. Nuestro himno era así: “One, two, three, four, we don't want another war / five, six, seven, eight, win with Wallace in '48”.
 
Esta campaña fue la semilla del movimiento pacifista de Vietnam, y en consecuencia, de la influencia política de la izquierda sobre la política exterior post Vietnam del Partido Demócrata. La campaña de Wallace marcó un éxodo de la izquierda antiamericana del Partido Demócrata; el movimiento que se opuso a la guerra de América en Vietnam marcó su retorno.
 
Como estudiante licenciado en Berkeley en los primeros años 60, fui uno de los organizadores de la primera manifestación contra la guerra de Vietnam. Sucedió en 1962, y los organizadores de esta manifestación, como los organizadores de la totalidad de las principales manifestaciones anti Vietnam (igual que contra la guerra de Irak) eran respectivamente un marxista y uno de izquierdas. Los organizadores del movimiento contra la guerra de Vietnam eran activistas que creían que los comunistas liberaban Vietnam del mismo modo en que Michael Moore cree que Abú Musab al-Zarqawi está liberando Irak.
 
En 1968, Tom Hayden y la izquierda pacifista incitaron un altercado en la convención del Partido Demócrata que puso fin con eficacia a las esperanzas presidenciales del candidato Demócrata Hubert Humphrey. (Humphrey, que fue vicepresidente con Lyndon Johnson, era partidario de la guerra). Esto pavimentó el camino a la fracasada campaña presidencial de George McGovern contra la guerra en 1972.
 
Al año siguiente, el Presidente Nixon firmó una tregua en Vietnam y retiró las tropas americanas. Su meta fue “paz con honor”, lo que significó negar una victoria comunista en Vietnam del sur. La tregua era inestable, dependiendo de una amenaza americana creíble de reanudar las hostilidades si los comunistas violaban la tregua.
 
Tres años antes, Nixon había redactado un final al borrador, y las manifestaciones pacifistas nacionales masivas se habían detenido. Pero una vanguardia de activistas continuó la guerra contra el apoyo de América al esfuerzo bélico anticomunista de Vietnam. Entre ellos se encontraban John Kerry, Jane Fonda o Tom Hayden. Celebraron un juicio por crímenes de guerra, condenando el papel de América en Vietnam y llevaron a cabo una campaña para persuadir a los Demócratas del Congreso de suspender toda ayuda al sur de Vietnam y a Camboya, abriendo así la puerta a una conquista comunista. Cuando Nixon fue forzado a dimitir tras el Watergate, el congreso Demócrata suspendió la ayuda como primera medida legislativa. Lo hicieron en enero de 1975. En abril, cayeron los regímenes camboyano y sur vietnamita.
 
Los acontecimientos que siguieron a continuación a esta retirada de Indochina han sido de todo menos olvidados por la izquierda, que nunca ha aprendido las lecciones de Vietnam, sino que en su lugar invoca la retirada per se como inspiración y guía de su oposición política a la guerra de Irak. Junto con líderes Demócratas tales como el presidente del Partido Demócrata, Terry McAuliffe, George McGovern pide la retirada americana de Irak incluso desde antes de que pudiera establecerse un gobierno para garantizar que el país no cayera en manos de los restos Saddamistas o de terroristas islámicos: “No quise que ningún americano arriesgara su vida en Irak. Deberíamos traer a casa a los que están allí”. McGovern explicó: “Una vez que salimos de Vietnam y dejamos de bombardear a su pueblo, se convirtieron en amigos y socios comerciales”. [1]
 
En realidad no es eso lo que sucedió. Cuatro meses después de que los Demócratas suspendieran la ayuda a Camboya y Vietnam en enero de 1975, ambos regímenes cayeron ante los ejércitos comunistas. En cuestión de tres años, los victoriosos comunistas habían masacrado a 2 millones y medio de campesinos en la península de Indochina, abriendo el camino a su paraíso socialista. La sangre de aquellas víctimas está en las manos de los americanos que forzaron su propia retirada: John Kerry, Ted Kennedy, Howard Dean, y George McGovern -- y de los activistas pacifistas como yo.
 
Es cierto que Vietnam se convirtió con el tiempo en un socio comercial (“amigo”, en otros términos). Pero no es cierto que esto sucediera “una vez que dejamos de bombardear a su pueblo”. Antes de que sucediera, un presidente Republicano hizo frente a la Unión Soviética en Europa y Afganistán, y forzó el colapso del imperio soviético. Sólo entonces, una vez que el enemigo de la Guerra Fría y apoyo de los comunistas vietnamitas había sido derrotado, se hicieron a la idea de coexistir con Estados Unidos.
 
La mentalidad de “culpa a América primero” tan manifiesta en esta declaración de McGovern es endémica de la mentalidad del apaciguamiento que el senador “progresista” tipifica tan bien: “Irak se extendió a lo largo del Tigris y del Eúfrates durante 6.000 años. Estará allí 6.000 años más, tanto si nos quedamos como si nos vamos, como aprendieron los conquistadores anteriores”. En el universo de Alicia en el País de las Maravillas de McGovern, Irak no invadió dos países; no utilizó armas químicas contra su población kurda; no intentó asesinar al presidente norteamericano; no empleó decenas de billones de dólares en programas de armamento prohibido; no apoyó ni ayudó a terroristas islámicos ocupados en la tarea de destruir occidente; y no desafío diecisiete resoluciones de la ONU para que se desarmara, abriera sus fronteras a los inspectores de la ONU, y respetara los términos de la tregua de la ONU que había firmado cuando su agresión a Kuwait se vio frustrada.
 
Durante la batalla sobre la política de Vietnam hace treinta años, Nixon y los partidarios del esfuerzo bélico habían advertido a la izquierda pacifista de las consecuencias que se derivarían si su campaña tenía éxito. Si Estados Unidos se retiraba del campo de batalla, los comunistas ingeniarían “un baño de sangre” de venganza y completarían su diseño revolucionario. Cuando afrontaban estas advertencias, George McGovern, John Kerry, y otros activistas anti Vietnam las tachaban de irreales. Apenas eran un intento de justificar una agresión imperialista, aseguraban al público. El tiempo demostró que los activistas pacifistas estaban trágica y catastróficamente equivocados, aunque nunca hayan tenido la decencia de admitirlo.
 
Si Estados Unidos abandonara hoy el campo de batalla en Irak, antes de que se garantice la paz (y repitiendo así la retirada anterior), habría un baño de sangre a lo largo del Tigris y el Eúfrates. Los jihadistas matarán a nuestros amigos, a nuestros aliados, y a todos los iraquíes que luchen por la libertad. Dada la naturaleza de la guerra terrorista en la que nos encontramos, este baño de sangre también fluirá a las calles de Washington y Nueva York, y potencialmente a cada ciudad americana. Los jihadistas han jurado matarnos a todos. La gente que cree que América es invulnerable, que América puede abandonar el campo de batalla y que habrá paz, ni empieza entender el mundo al que nos enfrentamos.
 
O si lo entienden, inclinan su lealtad al otro lado. La frase de McGovern “como aprendieron los conquistadores anteriores”, habla largo y tendido acerca del perverso cálculo moral de la izquierda progresista. Para McGovern somos conquistadores, lo que convierte a los terroristas de al-Zarqawi en 'liberadores', o como preferiría Michael Moore, en “patriotas”. La izquierda que quiere que América arroje la toalla en Irak es hipersensible a preguntas acerca de sus lealtades, pero al mismo tiempo pueden referirse ocasionalmente a nuestra presencia en Irak como “invasión” y “ocupación”. Quiere utilizar el lenguaje de la moralidad, pero solamente quiere aplicar el rasero en una dirección. No hay rasero unidimensional, y una política de rendición no es una política de paz.

*Este artículo fue publicado en la Revista de Libertad Digital.