El régimen del 78 ha fracasado

por Rafael L. Bardají, 6 de agosto de 2019

Si uno es medianamente sensato, debería reconocer que el régimen salido de la constitución de 1978 ha fracasado. Cuarenta y un año después de culminar la transición de régimen de Franco a la nueva democracia parlamentaria, se puede afirmar sin rubor alguno que, lejos de avanzar en los valores que hicieron la transición de una dictadura a un sistema liberal, España ha retrocedido en libertades, transparencia de sus instituciones, moralidad de sus dirigentes, independencia de la prensa, autonomía judicial, igualdad entre españoles y, con toda seguridad, no ha explotado toda la riqueza nacional en favor de los ciudadanos.

 

Es cierto que hoy los españoles deben convivir con una izquierda ultraradicalizada, cuya obsesión mayor, si no única, es enterrar el espíritu de concordia y tolerancia que fueron hegemónicos en la mitad de los años 70, y alzarse victoriosos de una contienda que se libró hace más de 70 años. La izquierda española se ha encerrado en una mentalidad guerracivilista como si fuera cambiar el pasado y lo que sucedió en él. Porque creen que pueden reescribir la historia a su antojo. No en balde lo que más temían los líderes de la Unión Soviética era el recuerdo de sus ciudadanos, la Historia con mayúsculas. 

 

Pero el problema no es que la izquierda sea lo que hoy es. Eso sólo es un síntoma. El verdadero problema ese que el desarrollo del llamado “régimen del 78” ha alimentado unas instituciones -a la vez que impedido otras- que han hecho posible que el ideario totalitario, excluyente y radical de nuestra izquierda sea no sólo posible, sino que se presente como algo normal, cuando no lo es. No es de extrañar, por tanto, que el resultado de las últimas elecciones haya sido inconcluyente ni me extrañaría que una nueva convocatoria no produjera alteración del panorama político alguno. Los españoles están votando lo que el sistema ha alimentado que voten: división, fragmentación, inquina y odio.

 

El régimen del 78, es verdad, trajo la libertad y la democracia a España. Pero también trajo numerosos vicios políticos que han acabado por pervertirse su espíritu original. Entonces, en lugar de intentar colocar a los españoles en el centro de atención, se pensó que debían ser los partidos políticos (y organizaciones afines, desde sindicatos a patronales pasando por fundaciones) quienes fueran la piedra angular del nuevo régimen. Para consolidar su papel, la constitución les ofrecía toda una serie de prebendas que ya quisiera para sí el ciudadano de a pie. ¿Que eran débiles? Se les garantizaba dinero público para su institucionalización; ¿que eran pobres porque sus militantes no pagaban?, se les cubría los gastos de campaña y se les otorgaba una subvención en función de su peso electoral; ¿que necesitaban más? Se ponía a disposición de sus fundaciones y chiringuitos varios pingues ayudas a través de ministerios varios, de Exteriores a defensa pasando por Educación y Cultura. ¿Que no estaban satisfechos con su poder porque los ciudadanos no les prestaban atención? Se les daba cuotas para elegir a distintos representantes públicos, desde el Consejo de Radiotelevisión al poder judicial. Sin rubor alguno. Por no hablar de las Cajas de ahorros, auténticos focos de financiación para todo este entramado que gira alrededor de los partidos políticos.

 

Aún peor, si la tarta central no bastaba para contentar la avidez de políticos y afines, para eso estaban las autonomías. No sólo España es el país con más políticos per capita de todo el mundo, sino que posiblemente sea la partitocracia más arraigada.Diputaciones, ayuntamientos, entes autónomos... nada ha escapado al ansia de poder, de controlar y de beneficiarse de los partidos políticos. Ningún dirigente lo ha evitado ni ha escapado a ese agujero negro que es la colación de los suyos en puestos del Estado. Es decir, puestos y salarios que salen de nuestros impuestos. Para que se comprenda mejor. Si no hubiera habido acuerdo entre C’s, Vox y PP para que la candidatura popular fuera la presidenta de la Comunidad, Pablo casado habría tenido que lidiar con un problemón al escapársele la posibilidad de colocar a muchos de los suyos en las instituciones de Madrid. Quien no me crea, que empiece a controlar nombres y nombramientos.

 

Por otro lado, el régimen liberal del 78, con las anisas de libertad entendida como poder hacer lo que venga en gana siempre que no se infrinjan las leyes, sin argumento de lo que está bien o mal, moral, de por medio, ha generado una cultura relativista y del todo vale que está en la base del enfrentamiento y odio quien hoy vivimos. La educación, kaput, entendida como aprendizaje con esfuerzo, mérito y, sobre todo, con valores. La educación, como buenas formas sociales, es algo a denostar, rancio y del pasado; el respeto a los demás, sólo vale ya para unas minorías enardecidas, tribales y excluyentes. La idea de España, el conocimiento de su pasado, el orgullo de su Historia, el respeto a sus símbolos, se ha convertido en un pecado del nacionalismo, algo rancio a extirpar de nuestros corazones.

 

Y, para colmo, el liberalismo que ha alimentado el régimen del 78 es una ideología débil, rendida al dictado de la cultura de izquierdas. La guerra de ideas es cosa de otros. Es más, ha producido elementos que deberían estar mucho más cómodos en la izquierda que en el centro-derecha, como Javier Maroto, por citar un solo caso. Soraya Saínz de Santamaría o Montoro podían ser otros.

 

El régimen del 78 nos ha vendido a loas españoles. Ha creado un monstruo y los herederos de sus artífices nos lo quieren vender como irremplazable e inmejorable. Desde luego, inmejorable para ellos, los más beneficiados del mismo. Ahora bien, la izquierda nunca querrá ni podrá cambiarlo a mejor. El asalto a los cielos de Podemos ya hemos visto que se acabó contentado con un chalet -con su escolta- en Galapagar. La transformación y mejora del régimen y la constitución del 78 sólo vendrá de la mano de la derecha. ¿Pero qué es la derecha en España en estos momentos? No es ni C’s, ni el PP. Adivinen ustedes. La alternativa es seguir trabajando para que el sistema y sus beneficiarios siga funcionando.