El mito de la cultura de Defensa

por Rafael L. Bardají, 14 de febrero de 2018

Desde que el PP llegó por primera vez al poder en 1996, los sucesivos ministros de defensa han gastado buena parte de su tiempo en denunciar el bajo nivel de los españoles sobre su defensa (entendiendo por defensa las Fuerzas Armadas) y muchas energías en poner en marcha un plan para concienciar a la población sobre las virtudes de sus ejércitos, eso que normalmente se llama cultura de defensa. La ministra Cospedal no podía escapar a esta dinámica y, sobre la base de que el saber no ocupa lugar, acaba de anunciar un convenio entre su ministerio y la Asociación de Centros Autónomos de Enseñanza Privada como un paso más de lo que en unos meses será el Plan General de Cultura de Defensa.

 

La ministra Cospedal se equivoca, como se equivocaron sus antecesores. La cultura de defensa no se aumenta con este tipo de actuaciones porque el conocimiento de los ejércitos, incluso el reconocimiento hacia su labor y el amor por el estamento armado, no conlleva automáticamente que los ciudadanos comprendan mejor el por qué hay que tener defensa, por qué hay que gastar dinero en las Fuerzas Armadas y que significa, finalmente, la defensa nacional.

 

En cualquier caso, hay que decir, que el lamento de los militares por la falta de apoyo a sus presupuestos, que es lo que se esconde tras la cacareada “falta de conciencia de defensa”, no nos engañemos, no es privativo de los españoles. Y reto a cualquiera co n herramientas sociológicas en la mano a que demuestre que el nivel de conciencia de defensa entre los jóvenes españoles es inferior al de los italianos, británicos, franceses o alemanes. No hay estadística que lo pueda demostrar porque la realidad es que en buena parte de Europa, la cultura de defensa tiene el mismo -poco o mucho- nivel que en España. En la población en general. Donde sí se diferencia España de nuestros vecinos, pero esto no lo aborda el Ministerio, es en el nivel de conciencia o cultura de defensa en las elites políticas que rigen los destinos de nuestro país. Un alto funcionario español, o un parlamentario, ni conoce los vericuetos de la defensa ni le interesa. Cosa que no sucede tan mayoritariamente como aquí en países “serios”. Será porque en España la conciencia nacional es más baja. Al fin y al cabo, la defensa nacional sólo se puede sostener si uno cree en su nación. No me extraña nada que los separatistas catalanes quisieran contar con su propio ejército. Décadas de cursos impartidos en el Centro Superior de Estudios de la Defensa (dependiente del Ministerio) no han podido modificar esta anomalía española.

 

En segundo lugar, creer que el conocimiento directo de las actividades de los militares conlleva una mayor cultura de defensa, no se sostiene empíricamente. De hecho, las Fuerzas Armadas salen muy bien paradas en encuestas tras encuestas del CIS y otros organismos, con una valoración tan positiva que siempre ocupan un lugar privilegiado como corresponde a su naturaleza. Y, sin embargo, esos mismos españoles que votan tan favorablemente a la institución armada, se niegan a aprobar un gasto de defensa normal en otros países, por considerarlo excesivo. No es que renieguen de los ejércitos o no entiendan de su existencia, es que no se perciben amenazas en un grado suficiente que justifique gastar un 2% en defensa, modernizar el equipamiento con cada vez más caros sistemas de armas o consumir el presupuesto en partidas incomprensibles.

 

De hecho, que los españoles entienden lo que hacen los militares debiera estar meridianamente claro a tenor del mayoritario apoyo de la sociedad a las misiones de paz y, en menor medida, a otras operaciones en el extranjero. A los españoles le gusta que nuestro soldados construyan hospitales en los que curar a niños, víctimas de crueles guerras civiles, pero mucho menos que participen en acciones bélicas o guerras. Todo por la paz, pero poco por la Defensa y nada por la guerra. La razón de esta esquizofrenia no se debe a una ausencia de cultura de defensa como se lleva a creer a cada nuevo ministro de defensa, sino por una maligna combinación que arranca desde finales de los años 80, cuando los militares empiezan a salir al extranjero de la mano de la ONU, pero con unos responsables políticos que sólo querían oír hablar de misiones de paz. Conviene recordar aquí los alambicados encajes del gobierno de Zapatero para justificar la presencia de tropas españolas en Afganistán en una misión de la OTAN. Misión de paz en un teatro de guerra, llegó a decir la ministra Chacón. Los anuncios del día de las Fuerzas Armadas siguen ahondando en esa imagen querubínica de nuestros soldados esparciendo el bien por doquier, repartiendo chuches, medicinas y amor. Si eso es lo que se va a explicar a nuestros chavales, poca cultura de defensa va a obtener la ministra, ya se lo adelanto.

 

Yo entiendo que en un país donde el cine y las artes en general llaman constantemente a la puerta -entiéndase arcas- de papá Estado para que cubra sus lagunas, el ministerio de defensa aspire a convertirse también en ministerio de cultura en interés propio. Pero la cultura dirigida suele dar pésimos resultados. A la ministra Cospedal conviene recordarle una cosa que parece que sus asesores no le dicen: la mejor contribución que España a hecho para mejorar su cultura de defensa fue la suspensión del la “mili”. Pocas instituciones han sido tan dañina con los ejércitos que el servicio militar obligatorio. Los jóvenes varones se sentían injustamente discriminados al excluirse a las mujeres de esta obligación con la patria, por lo general era una pérdida de tiempo al carecer de los recursos necesarios para alcanzar una mínima actividad y mayoritariamente al licenciarse los soldados salían de la mili con una peor imagen de las Fuerzas Armadas de la que tenían cuando fueron reclutados. Las estadísticas de aquellos años no mienten.

 

Los españoles entendemos relativamente bien a nuestros ejércitos. Muchos, en los que me incluyo, no compartimos la frase de la ministra de que nuestra libertad depende del despliegue exterior. Porque me temo que, en verdad, la ministra es incapaz de explicar por qué nuestra presencia en el sur del Líbano realmente defiende nuestra libertad, prosperidad y seguridad. Por eso la ministra Cospedal vuelve a cometer el mismo error que ya se inauguró con Eduardo Serra al frente de su departamento: la cultura de defensa no se hace en la España actual en los colegios, sino en los cuadros dirigentes, desde los internos de los partidos políticos, a la administración. Y en el propio seno del gobierno. El enemigo de la cultura de defensa no está en la indiferencia de la población -que no es tal-, sino muchas veces en el ministerio de Hacienda.

 

Esa es la batalla que le corresponde dar a la ministra de defensa. Lo fácil es culpar a los españoles e intentar adoctrinarlos. Pero se está condenando al fracaso, como todo lo que ha fallado desde que tenemos democracia, desde los cursillos a periodistas a políticos. No reinventemos la rueda otra vez, por favor.