El mal de altura de Obama

por Charles Krauthammer, 19 de septiembre de 2008

(Publicado en The Washington Post, 12 de septiembre de 2008)

Los Demócratas son presa del pánico. En una carrera presidencial en la que perder es imposible, van por detrás. Los fieles de Obama aconsejan frenéticamente. Tom Friedman le dice que “empiece a colgar algunos teléfonos'. Camille Paglia sugiere, “¡sé aburrido!'

Mientras tanto, un plantel compuesto de letrados Demócratas, periodistas de referencia, blogueros de izquierdas y diversos Obamófilos más, andan peinando la vasta tundra de Alaska en busca de algo, cualquier cosa, que usar de munición contra Sarah Palin: que si el embarazo de su hija, que si el problema de su ex cuñado, que si su dieta de 60 dólares al día, y ahora su religión. (La CNN informa -¡última hora!- que al parecer nunca ha hablado otro idioma en estado de éxtasis religioso). Desde que Enrique II preguntara si alguien no podría librarle de su libidinoso párroco, no se había presentado tanto voluntario con tanta urgencia.
 
Pero Palin no es solamente un problema para Obama. Ella también es un síntoma de lo que le aqueja. Antes de Palin, Obama era el candidato celebridad definitivo. En el caso de ningún otro candidato presidencial de la historia reciente la diferencia entre adulación y logro había sido tan enorme. Lo cual es el motivo de que los anuncios de Paris Hilton de McCain tocaran la fibra sensible. El meteórico ascenso de Obama no se basó en los temas importantes -no existía ni la más remota diferencia en los temas importantes entre Hillary y él- sino en la elocuencia, en el carisma.
 
La incomodidad en la convención de Denver, la sensación de arrepentimiento del comprador, se debió al descubrimiento por parte de los Demócratas de que la trayectoria de Obama como celebridad había alcanzado máximos, y ahora entraba en el periodo del más marcado de los declives. Que Palin pudiera robar de forma tan instantánea el foco de la fama es un reflejo de ese declive.
 
Era inevitable. Obama había logrado estar en palmitas cuatro años enteros. Pero nadie puede levitar para siempre.
 
Cinco discursos trazan la trayectoria de Obama.
 
1. La entrada de Obama en el limbo de la fama con su brillante y conmovedor discurso a la convención Demócrata de 2004. Convirtió a un senador estatal desconocido en una figura nacional y candidato presidencial relevante.
 
2. Su siguiente momento y más elevado fue la noche de su victoria en los caucus de Iowa, cuando pronunciaba un discurso igualmente movilizador de las notas más elevadas que deslumbraba a una audiencia nacional que acababa de descubrirle.
 
El problema es que Obama empezó a creer en sus propios poderes mágicos - los cánticos, los desmayos, el enamoramiento de sí mismo del “nosotros somos los elegidos”. Al igual que Ronald Reagan, él encabezaba un movimiento, pero un movimiento completamente empujado por el personaje. La revolución de Reagan hundía sus raíces en ideas políticas concretas (la economía de inversión privada, la desregulación del estado del bienestar, la fortaleza nacional) que trascendían a la figura. Para el movimiento de Obama, la figura es lo trascendental.
 
Lo cual daba a la campaña Obama visos de secta. A cada primaria y a cada repetición de la retórica auto-referencial elevada, la insustancialidad de la campaña quedaba patente. Para cuando se repetía una vez más la noche de las últimas primarias, las figuras literarias se habían desgastado hasta el aburrimiento. Para superarse, Obama tenía que ir más allá. De ahí su declaración triunfal de que la historia recordaría esa noche, su victoria, su ascensión, como “el momento en que el ascenso del nivel de los océanos empezó a reducirse y nuestro planeta empezó a sanar.”
 
3. Crack. Pero Obama solamente escuchaba los aullidos de la multitud invitada. Sin percibir aún cómo se desgastaba su pseudo-mesianismo, lo hizo en Berlín y por fin intentaba remontar de manera significativa pero incapaz de ocultar que se había quedado sin ideas. Esa proclamación grandilocuente de bombo universalista reventó la burbuja. La grandiosidad había pasado a ser barroca.
 
5. De ahí a Paris Hilton había un paso. Por fin la gente de Obama lo comprendía. Lo cual es el motivo de que el siguiente punto del mapa sea tan diferente. El discurso de investidura como candidato de Obama en Denver fue deliberadamente mundano, propio de un Discurso del Estado de la Nación, programático y apenas brevemente lírico (ese adorable epílogo recordando el marzo sobre Washington).
 
El problema sin embargo es que Obama había anunciado el montaje de Invesco Field durante los tiempos de pretensión desmesurada pre-Berlín. Estaba vinculado inseparablemente a las columnas griegas, la atmósfera de circo, la despedida con fuegos artificiales tipo estrella de rock - en contraste con la maratón de abrazos de sala de convenciones tradicional llena de globos que resulta más cercana. La incongruencia entre texto y contexto resultó obvia. Obama intentaba hacerse terrenal - y serio - pero apenas podía recordar cómo.
 
Una estrella se apaga, otra estrella nace. A la mañana siguiente mismo McCain elige a Sarah Palin y una nueva celebridad es lanzada. Y en el juego de la fama, la novedad es el triunfo. Con su narrativa, su presencia, su carisma llevando a la campaña McCain a sitios en los que nunca ha estado y que a todas luces no tiene ningún derecho a estar, ella está interpretando un Obama.
 
Pero su labor es más fácil. Ella solamente tiene que flotar durante siete semanas más. Obama mantuvo la altitud durante unos sorprendentes cuatro años. En política, al igual que en todos los juegos, sin embargo, es el final lo que cuenta.


 

 
 
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en  1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del  Washington Post desde 1985.
 
 
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