El Líbano no es inocente

por David Horowitz, 8 de agosto de 2006

En una guerra, los inocentes pagan un precio elevado. No hay modo de librar una guerra sin 'daño colateral' a los civiles, a menos que los ejércitos contrincantes acuerden encontrarse en un desierto y dejar que prevalezca la fuerza. Ciertamente no puede hacerse cuando el agresor es un ejército terrorista que ubica deliberadamente su cuartel general, sus depósitos de armas, sus lanzaderas de misiles y sus bases de operaciones en mitad de enormes centros urbanos como Beirut o en pequeñas aldeas a lo largo de la frontera con sus víctimas.
 
En ocasiones, la muerte de inocentes no llega del daño colateral, sino del ataque deliberado a civiles -- como ha sido el caso casi invariablemente con ejércitos terroristas como Hezbolá o Hamas. En la Segunda Guerra Mundial, donde quiera que fuera el Wehrmacht, los judíos eran preparados para la masacre. Guernica y Lidice son los nombres de ciudades inocentes sin valor militar que fueron deliberadamente destruidas por los fascistas. En ocasiones, los inocentes son objetivo incluso de ejércitos civilizados con fines militares a la vista. Los bombardeos aliados de Dresden, Tokyo, Hiroshima o Nagasaki incineraron a miles de civiles por motivos militares. Los bombardeos aliados fueron diseñados para destruir la moral del enemigo y poner fin a la guerra, y salvar millones de vidas. Lo hicieron, y todos podemos estar agradecidos por ello (o al menos pueden estarlo los que somos honestos de entre nosotros).
 
Los críticos de la guerra defensiva de Israel contra los terroristas islámicos hacen el paripé ocupadamente a causa de la destrucción que ha sido desencadenada sobre el Líbano, que es retratado como inocente. Invocan estas tragedias al tiempo que piden a Israel que detenga su fuego y deje intactos a los agresores de Hezbolá. Puesto que Israel no tuvo ningún papel a la hora de empezar esta guerra, es como culpar a los Aliados del daño inflingido a Alemania en la Segunda Guerra Mundial -- y hacerlo en medio de la Guerra. Los críticos que lanzan tales acusaciones y exigencias en medio de una guerra están ayudando y colaborando con los agresores.
 
Pero la idea misma de que el Líbano es un espectador inocente en la guerra contra Israel no se tiene en pie. El Líbano es anfitrión del agresor terrorista que ha jurado eliminar a Israel y los judíos de la faz de la tierra. Este es el credo explícito tanto de Hezbolá como de su patrocinador, Irán. Y no solamente en su carta o sus declaraciones hechas hace meses o años. El pequeño dictador de Irán reiteraba la amenaza incluso ayer, en medio de la guerra agresora del Islam contra los judíos: 'Israel ha pulsado el botón de su propia destrucción. Los sionistas tomaron la peor decisión y provocaron su extinción atacando el Líbano'. Hezbolá es parte del gobierno libanés, ocupando dos cargos del gabinete y escaños en su parlamento. El gobierno libanés acordó implementar la Resolución 1559 de la ONU que exige el desarme de todas las milicias en su territorio, expresamente Hezbolá. Si el gobierno libanés hubiera llevado a cabo esta obligación, no habría habido guerra, y no habría habido bajas civiles libanesas.
 
En lugar de eso, el gobierno libanés permitió a Hezbolá construir su cuartel general y sus búnkeres subterráneos en los poblados vecindarios de Beirut. Permitió que Hezbolá importase 13.000 misiles a ser disparados contra las ciudades y pueblos de Israel. El ejército libanés de 75.000 efectivos no ha sellado la frontera siria y, según las informaciones, ha permitido que Siria vuelva a abastecer a Hezbolá en mitad de su agresión. El gobierno libanés ha permitido que Hezbolá construya fortalezas subterráneas en su frontera sur en posición de ataque. Ha permitido que Hezbolá lance misiles contra las ciudades del norte de Israel con el fin de sembrar el terror y matar civiles inocentes.
 
Israel no ha hecho nada para provocar este ataque de territorio libanés. Pero en medio de la agresión de Hezbolá contra Israel, el primer ministro del Líbano se ha unido a los atacantes, culpando a Israel de la miseria del Líbano en lugar de a su fuente.
 
Objetarán que el Líbano está indefenso, que su democracia fue destruida y su territorio conquistado por la OLP, Hezbolá, Siria e Irán. Se dirá que los libaneses no pueden resistir a la fuerza superior del 'estado dentro del estado' de Hezbolá. Pero todo esto son argumentos de mala fe. Nadie está indefenso. Cuando Francia estaba ocupada por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, DeGaulle organizó la 'Francia libre' en una fuerza de lucha. La denominada 'Revolución de los Cedros' demostró que existen modos de manifestar oposición y resistencia frente a los ocupantes. Incluso si fracasó, demostró que la resistencia es posible. Si existe resistencia al terror islámico en el Líbano hoy, es tan invisible como el Islam moderado. Dicho a las claras, mientras que los libaneses han demostrado su resistencia al ocupante sirio en su pasado más reciente, no ha habido pruebas de ello cuando el agresor es una fuerza islámica dedicada a machacar a los judíos.
 
El ejército libanés no ha movido un dedo para obstaculizar la agresión de Hezbolá, pero el primer ministro libanés ha salido a la palestra para atacar a Israel. Contemplando al libanés entrevistado por los reporteros durante la guerra -- incluyendo a los americanos libaneses evacuados a territorio seguro -- quien puede dudar de que su odio sea a los judíos y no a los asesinos islámicos tanto de judíos como de libaneses.
 
Estas posturas no suponen que el Líbano se merezca la guerra que Irán y Hezbolá le han impuesto; pero tampoco le convierte en inocente. Los fanáticos chi'íes de Hezbolá son libaneses. A lo largo de los últimos veinte años, Hezbolá se ha convertido en parte integral de la sociedad libanesa y del gobierno del Líbano. Todo al mismo tiempo que Hezbolá juraba eliminar a Israel de la faz de la tierra. Si la guerra ha llegado al Líbano, nadie puede simular que no la vio venir.
 
La última postura del imperialismo islámico es la posición paternalista mostrada por radicales y progresistas occidentales hacia los musulmanes y árabes del Tercer Mundo. Si los americanos enseñasen a sus hijos a asesinar musulmanes como pasaporte rápido al cielo, la izquierda clasificaría esto como crimen contra la humanidad. Pero si los palestinos son los autores materiales de tales crímenes y los judíos son el objetivo, la historia es distinta. En este caso, el terror es solamente un medio (y por tanto un medio comprensible) de un pueblo 'desesperado'. Los judíos a los que Irán y Hezbolá dicen que su extinción es inminente por supuesto no están desesperados.
 
Hassán Nasralah no es una víctima, por no decir alguien indefenso; tampoco es idiota, ni desconoce lo que hace. Sabe exactamente cuál es su agenda. 'No existe solución al conflicto en esta región excepto la desaparición de Israel' decía a un tumulto de partidarios. 'Prometo a Israel que verá más ataques suicida, porque escribiremos nuestra historia con su sangre'. Sus partidarios respondían con cánticos de 'Muerte a Israel, muerte a América'. Aconsejar a los israelíes deponer sus armas ante estas amenazas y negociar con un movimiento que busca su destrucción es un apoyo no tan encubierto a la perversa agenda propiamente.
 
Inventar excusas para el apaciguamiento libanés de estas agendas al tiempo que se encamina el ultraje moral contra las víctimas buscadas repite un patrón familiar entre los críticos izquierdistas de América e Israel. Al pasar revista al frente de batalla contra los terroristas del Líbano, Gaza e Irak, los críticos no atribuyen las bajas civiles a los terroristas, sino a sus detractores; la liberación y la autodefensa son denunciadas como 'ocupación'. Esto ni siquiera es equivalencia moral; es simpatía hacia el mal.
 
Hasta la llegada de Arafat y los terroristas palestinos, el Líbano era una democracia cristiana. Pero el radicalismo islámico tampoco podía tolerar ni el cristianismo ni la democracia. Esto -- no la presencia del pequeño Israel (100 veces más pequeño que sus actuales enemigos) es la causa a raíz de la violencia en Oriente Medio. La causa es la intolerancia árabe y el odio islámico. Un estado judío entre veintidós estados árabes es demasiado. 6 millones de judíos entre 300 millones de árabes es demasiado para soportarse. Una brizna de tierra, menos del 1% de la masa de tierra árabe, que pertenecía a los turcos y después a los británicos, es un ultraje imperialista. El Líbano, un país violado por el eje sirio-iraní y los palestinos, se ha convertido en componente integral del plan de guerra de los terroristas para expulsar de Oriente Medio a los judíos, que han vivido continuamente durante 3000 años en la región, hasta el mar. El Líbano es una tragedia fruto de la guerra árabe de 58 años contra Israel, contra la democracia, y contra el cristianismo en Oriente Medio. Pero no es inocente.

 
 
David Horowitz es un conocido autor norteamericano y activista de los derechos civiles. Fue uno de los fundadores de la Nueva Izquierda en los años 60 y editor de su mayor publicación, Ramparts. En los años 70 creó el Oakland Community Learning Center, un centro escolar urbano para niños con discapacidades gestionado por el Partido Black Panther. En los años 90 crea la Individual Rights Foundation, que lideró la batalla contra los códigos de discurso en los campus universitarios, y forzó a todo el gabinete del presidente de la Universidad de Minnesota a someterse a cinco horas de entrenamiento de la sensibilidad hacia la Primera Enmienda por violar los derechos de libertad de expresión de sus estudiantes, En 1996 fue portavoz de la California Civil Rights Initiative, que prohibió al gobierno la discriminación positiva por motivos de sexo, raza, color, etnia o procedencia. David Horowitz es un opositor abierto a la censura y las preferencias raciales, y un defensor de las minorías y grupos bajo ataque.