El inmerecido sex appeal del decadente Occidente

por Juan F. Carmona y Choussat, 7 de marzo de 2014

 En la primera guerra de Crimea, que enfrentó a los antecesores zaristas de Putin con la Francia de Napoleón III y la Inglaterra victoriana se produjo la famosa carga de la caballería ligera británica que resultó aproximadamente masacrada. Contemplándola, el mariscal francés Bosquet, exclamó: "C’est magnifique mais ce n’est pas la guerre." Lo magnífico hoy, tampoco es la guerra, sino el ansia de democracia liberal de los ucranianos. Ucrania podrá ser el origen nacional de Rusia, pero lo relevante no es eso, sino que se siente atraída por la decadente pero más o menos demo-liberal Europa y no por la autocracia de Putin.

El libro que marcó ideológicamente el tránsito de la Guerra Fría – y de su penúltima fase de contención (détente) a la más resistente de Reagan – debió haber sido "La sociedad abierta y sus enemigos" de Karl Popper, crítico con el historicismo determinista, pero fue "El fin de la historia y el último hombre".  Como es sabido, pero rara vez detallado, el argumento del politólogo Fukuyama en esta obra era la existencia de un modelo político, la democracia liberal, considerado intrínsecamente superior a cualquier otro concebido sobre la faz de la tierra, y que, por ello, acabaría por sustituirlos, no sólo en el terreno de la teoría sino también en el de la práctica.
 
Los acontecimientos ucranianos comenzaron siendo una protesta popular generalizada contra un presidente que rechazó firmar un Acuerdo de asociación con Europa. La represión violenta de estas manifestaciones  forzó a tres ministros de exteriores de la UE a visitar Kiev para alcanzar con este mismo presidente garantías de moderación en el uso de la fuerza y la promesa de elecciones. Es decir, el entendimiento con un mandatario sostenido o coaccionado por Moscú a cambio de una mejora demorada en el tiempo. Pero en veinticuatro horas, la incesante presión popular había modificado el equilibrio de poder en el parlamento ucraniano, el presidente había huido y el nuevo poder, que reflejaba mejor la voluntad popular, era más pro-europeo que los propios europeos que acababan de visitar Kiev.
A la vista de esto y pensando que los hechos serían mal recibidos en Moscú por Putin, el presidente Obama declaró un viernes que los Estados Unidos "se mantendrían firmes con la comunidad internacional en asegurar que habría costes para cualquier intervención militar en Ucrania".  Acto seguido, el mismo sábado, eso era precisamente lo que el ex agente del KGB en Alemania oriental y experto en artes marciales  hacía en Crimea mediante soldados con uniformes sin identificación.
 
No cabe la menor duda de que si hubiese calculado que era posible continuar con la ocupación Putin hubiera extendido su invasión a Ucrania oriental. Sin embargo, incluso para un Putin revitalizado por Obama gracias a su influencia en las negociaciones con Irán primero y con Siria luego, existe el límite de su poder real. El poder económico de Rusia y su dependencia de la inversión foránea son contornos más efectivos que las fronteras para Putin. Lo que no quiere decir que vaya a dejar a Crimea en paz.
 
Rusia sufrió la Gran Recesión llegando a caer un 8% su PIB en el año 2009. Desde entonces ha ido creciendo a tasas cercanas al 4%. Sin embargo, se ha mantenido por debajo del potencial de crecimiento de otras economías consideradas emergentes como Brasil, Corea del Sur o Turquía. No ha logrado controlar una inflación que ronda el 5%, ni abandonar del todo el tercer mundo. Mantiene un porcentaje de pobreza cercano al 12%, unos 16 millones de personas, depende del dinero extranjero y de mejorar su imagen de lugar apropiado para hacer negocios (ocupa la poco envidiable 112ª posición en la lista del Banco Mundial para estos menesteres). La corrupción y la inexistencia del estado de Derecho la convierten en lugar inhábil para la inversión. Nada de ello mejora con la perpetuación de la situación actual, que, por tanto, es más nociva económicamente para Rusia que para Occidente, incluyendo la relevancia del gas, cada vez menor.
 
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Podrá ser paradójico que cuando miramos a nuestros países critiquemos la franca regresión democrática de muchas de nuestras prácticas, y su proceso de transformación en regímenes de partidos, pero, con todo, en el Oeste, según han concluido los manifestantes del Maidán, se vive mejor que en el Oriente. Lo que tiene dos consecuencias, que los países que tengan alguna opción tratarán de escapar de las tiranías, y que aquellos que controlan las tiranías tenderán a temer más a las democracias.
 
Así, Kissinger afirmó, alrededor de un mes antes de la partida de Yanukovich al atribulado Fareed Zakaria, que ya no copia más, que la relevancia de Ucrania para Putin es que veía en su tránsito posible hacia la democracia "el ensayo general" de lo que podría sucederle a él. Después de ver pelar las barbas de Sadam y Gadafi y de estar a punto de ver caer el bigote de Asad sólo salvado, momentáneamente, por el afán por retirarse y liderar desde atrás de Obama, es natural que Putin no quisiera saber nada del progreso de la democracia en su patio trasero.
 
Al mismo Kissinger acababa de citarle apropiadamente el enfant terrible Niall Ferguson en un artículo del Wall Street Journal  dedicado a deplorar las consecuencias fatales de la retirada americana del mundo. "El logro de la paz no es tan fácil como su deseo", afirmaba Kissinger en la ocasión, "las épocas que en retrospectiva parecen la más pacíficas fueron las que menos buscaron la paz. Aquellas cuyo afán parecía ilimitado aparecen como las menos capaces para lograr la tranquilidad. Cuando la paz – concebida como la ausencia de guerra – ha sido el principal objetivo … el sistema internacional ha estado a la merced de su miembro más despiadado". De modo que, en su versión contemporánea del tradicional principio si vis pacem, para bellum era Kissinger de nuevo el que acertaba al identificar la invasión de Crimea como la cruel y peligrosa pataleta de Putin para impedir la predicción aproximadamente determinista de Fukuyama acerca del advenimiento de la democracia liberal como el sistema más horrible políticamente inventado, excluyendo a todos los demás.
 
Estas circunstancias coincidían no sólo con la tradicional debilidad europea – desmentida parcialmente por la agilidad con la que la UE ofreció un valioso préstamo a Ucrania - sino con la época reciente de mayor tendencia a la retirada y al abandono del mundo de los Estados Unidos. Fatigados, como se dice, por las guerras iraquí y afgana, pero mucho más que por eso por el espíritu posmoderno del mejor jugador de golf de entre aquellos que han ocupado la jefatura del estado si se atiende al tiempo que le dedica, han puesto en marcha una situación azarosa para todos.
 
Visto pues que Ucrania prefiere la democracia al control de Rusia, o, como lo ha expresado el historiador francés Alain Besançon, refiriéndose al gusto por la propaganda procedente de aquellas latitudes, su "ayuda fraternal", y visto que es más que probable que lo mismo les suceda a los Ruso-parlantes de Crimea, queda por dilucidar, la no irrelevante cuestión de si nos quedamos con Ucrania sin Crimea o hay que obligar a retroceder a Putin.
 
Occidente debería al menos plantearse esa posibilidad porque no cabe duda de que si sin hacer nada, o prácticamente, Ucrania ha caído de este lado por su propio esfuerzo ¿qué sucedería si Occidente hiciese lo correcto? No hay inconveniente, siempre que se haga con cierta premura, a que se impongan sanciones, restricciones de viaje y demás restricciones comerciales como medidas incrementales destinadas a hacer retroceder las tropas. Tampoco a utilizar los medios tradicionalmente usados para presionar a los tiranos como hacer pasear o maniobrar militares alrededor. Pero lo auténticamente importante es variar el mensaje de debilidad deliberado que el presidente americano ha considerado oportuno expresar urbi et orbe. Es este, en realidad, el que ha incitado las acciones desafiantes de Putin y el que debe ser revocado en los más urgentes e inequívocos términos.
 
Acaso ni las negociaciones nucleares con Irán, que están dejando mal sabor de boca a tradicionales aliados americanos como Arabia saudí o Israel, ni la abyecta renuncia de Obama a aplicar sus propias amenazas sobre armas químicas sean los antecedentes directos de la invasión de Crimea o del "Anschluss" de Rusia de su "espacio vital", pero desde luego lo es la deserción americana del puesto de garante del orden mundial. O se revisa esta equivocada política o se aprende a lidiar con sus trágicas consecuencias. Tertium non datur.