El futuro es de la yihad

por Luis de la Corte Ibáñez, 5 de mayo de 2011

 

(Publicado en La Gaceta, 4 de mayo de 2011)
 
Se trata de la cuestión del día, de la semana entrante, cuya respuesta definitiva, obviamente, aún se hará esperar un cierto tiempo. Caído Bin Laden, ¿qué destino le espera a ese proyecto suyo al que genéricamente solemos referirnos con una expresión árabe, Al Qaeda (“La Base”)? ¿Habrá llegado acaso el momento de su disolución? O, por el contrario, ¿seguirá ese proyecto adelante?
 
Es ya un lugar común referirse a Al Qaeda como a un fenómeno con, al menos, tres caras. Y es inevitable valorar la muerte de Bin Laden atendiendo a cada una de ellas. La primera cara la da Al Qaeda central o Al Qaeda como organización: la que originalmente creo Bin Laden sobre las cenizas de la guerra afganosoviética, la que perpetró los ataques terroristas del 11-S y otros macroatentados antes de 2001.
 
Aquella Al Qaeda, también se sabe, salió bastante mal parada de la intervención aliada en Afganistán, aunque a pesar de perder buena parte de su militancia y sus fuerzas consiguió mantener por muchos años cierta capacidad operativa y no poca influencia en la región que atraviesa la frontera entre Afganistán y Pakistán. Con el paso de los años, el núcleo de Al Qaeda fue encogiendo su tamaño y pasó a concentrarse en dos funciones principales: la propaganda y la promoción de relaciones de colaboración con y entre otros grupos yihadistas, tanto próximos como lejanos. No era una función despreciable pues, gracias a ella, el mundo siguió padeciendo numerosos actos de terrorismo inspirados por los mensajes y consignas distribuidas gracias a su aparato mediático, o realizados por los socios organizativos de Al Qaeda central.
 
Para hacerse una idea aproximada de la efectividad de la estrategia aplicada por la organización dirigida por Bin Laden a lo largo de su existencia, basta con repasar unos cuantos datos. Entre 1998 y 2008 Al Qaeda central fue responsable o sospechosa de la ejecución de 84 atentados terroristas ocurridos en todo el globo. Su resultado más inmediato fueron 4.299 personas inocentes asesinadas y otras 6.300 heridas. La proporción de atentados sale aproximadamente a unos ocho atentados anuales. Sin embargo, este porcentaje puede desorientar en cierto sentido, pues la mayoría de esas muertes fueron consecuencia de un solo complot terrorista, el del 11 de septiembre de 2001, con 2.994 víctimas mortales: una inmensa acumulación de horror en el breve espacio de algo más de una hora, del que no debe descontarse la conmoción y el sufrimiento padecido por los familiares y amigos de las víctimas directas de la masacre. Es también enormemente significativo que a pesar de haber sido responsable del 1% de los atentados terroristas ocurridos en el mundo, sus acciones hayan generado el 20% de las bajas mortales asociadas al terrorismo perpetrado durante el periodo al que venimos refiriéndonos (1998-2008).
 
Todo ello pone al descubierto el enorme potencial de brutalidad que entrañaba la existencia de Al Qaeda y justifica por sí misma la intervención en Afganistán; en realidad, una acción imprescindible para prevenir nuevos actos de megaterrorismo como los que derrumbaron las Torres Gemelas y abrieron un boquete en el Pentágono. Pues bien, con la muerte de Bin Laden esta dimensión de Al Qaeda podría entrar en crisis, especialmente debido a posibles luchas intestinas de poder entre los candidatos a suceder al líder saudí, así como a la desmoralización que pueda cundir entre cierta porción de su militancia de base.
 
La segunda y tercera faz de Al Qaeda corresponde, de un lado, a sus filiales y aliados organizativos y, de otro, a los grupos e individuos radicalizados en todo el mundo por influencia de su propaganda y su ideología. Ninguno de ellos va a desistir ahora de su actividad terrorista porque Bin Laden haya desaparecido. Primero, porque ni unos ni otros operaban bajo órdenes suyas ni con recursos de Al Qaeda central. Segundo, porque lo que les unía a Al Qaeda era fundamentalmente una ideología (y ciertas amistades), aunque esa ideología tiene cada vez más portavoces que llevaban años disputándole a Bin Laden su condición de líder carismático de la yihad. Y tercero, porque muchas de esas organizaciones y grupos –que han sobrevivido exitosamente a la pérdida de sus primeros líderes– también tienen sus propios objetivos locales y regionales. Es posible además que tanto grupos autónomos como organizaciones de mayor rango tomen la muerte de Bin Laden como excusa para realizar nuevos atentados que serán vendidos como actos de venganza. A las pocas horas de haber fallecido el saudí, las web yihadistas ya hervían de consignas y amenazas en ese sentido.
 
Por lo tanto, la magnífica noticia que supone la eliminación de Bin Laden perjudicará indudablemente a su organización matriz y pone en riesgo su propia supervivencia. Pero la amenaza del yihadismo global está muy lejos haber desaparecido. Alguien ha escrito en un foro radical hace unas pocas horas: “Nosotros no luchábamos para Osama. Luchábamos por Alá… y Alá está vivo y nunca morirá”.