El Eje Madrid-París-Berlín de Zapatero
por Rafael Ortega González, 9 de mayo de 2007
Ese soñado eje Zapatero-Schröeder-Royal-Kerry se ha quedado en un eje Zapatero-Morales-Chaves-Castro. Esa es la posición actual de España en el mundo y esa es la importancia de nuestro país. Esa es la única foto que puede tener Zapatero y el Partido Socialista encima de la mesa.
Muchas veces se ha pensado que el verdadero problema del cacareado eje Madrid-Londres-Washington (pasando por Lisboa) que tanto odio ha generado en la izquierda, personificado en la imagen del trío (por cuarteto) de las Azores, no era más que simple envidia y que a más de uno, en realidad, lo que le molestaba es que en ese cuarteto estuviera Aznar, y no Zapatero.
Mucho ha intentado Zapatero repetir esa foto desde que llegó al gobierno de España, una foto Zapatero, Blair, Bush con la que contraponer el peso de Aznar en la política internacional.
Ese sueño de una imagen que contraponer al grupo de las Azores, que tantos desvelos causaba y sigue causando en Ferraz, tuvo visos de incluso cruzar el Atlántico con la candidatura de Kerry a la Presidencia de los Estados Unidos.
Kerry contó con el apoyo de Zapatero (aunque probablemente nunca llegó a saberlo, ni a saber quién gobernaba España), desde España se atacaba al partido Republicano de los Estados Unidos, más incluso que al propio Partido Popular, se vendió la victoria de Kerry como un espaldarazo a la postura de Zapatero en política exterior, principalmente en la cuestión de Irak, parecía que más que una elección a Presidente de los Estados Unidos, era una elección a Presidente de España
y Kerry perdió.
A falta de esa foto, la izquierda española vendió una falsa imagen de un eje similar, el de Zapatero, Chirac, Schröeder. Este supuesto eje nunca existió, el verdadero y único eje era el Franco-Alemán y su único cruce con la línea de la política del gobierno de Zapatero era el punto común del anti-americanismo.
El Eje que se contraponía al imperio americano, el eje de Europa que debería recibir el espaldarazo con la Constitución Europea, del gran amigo de Zapatero, Schröeder. Pero una vez más, hay elecciones a la Cancillería de Alemania, Zapatero apoya públicamente a Schröeder, intenta que su reelección sea vista, con el apoyo incondicional de los medios de comunicación sometidos, como un espaldarazo a su visión europea frente al poder americano. El PSOE se permite incluso despreciar públicamente a la candidata de la derecha a la Cancillería, Ángela Merkel
y Schröeder perdió.
Pero no todo estaba perdido, quedaba Francia, donde una socialista, Segolene Royal, luchaba por conseguir la presidencia del Gobierno, frente a todos, frente a su propio partido que no la veía con buenos ojos (como ocurre con Zapatero en España). Aun se podía salvar la imagen de Zapatero como estadista mundial, como un gurú de la política exterior, aun se podía agarrar a alguien para intentar mostrar que no está tan equivocado.
Zapatero volvió a apoyar a un candidato en unas elecciones de otro país, apoyó personalmente a Segolene Royal frente al diablo de la derecha Nicolas Sarkozy, quien había cometido el delito de identificarse con el innombrable, con el Partido Popular a quien la izquierda a la que hace guiños Zapatero no comprende cómo se le permite existir, ese partido cuyos militantes debería estar todos en la cárcel por contradecir la opinión única y eterna del izquierdismo.
Zapatero apoyó a Royal,
y Royal perdió.
Esta victoria ha supuesto el último clavo en el sueño multinacional de Zapatero y sus apoyos (cada día menos) dentro del PSOE. Hace unos días, un grupo de guerristas y felipistas se le revelaron denunciando públicamente el anti-semitismo del PSOE y su política exterior.
Y es que, frente a ridículas y misericordiosas explicaciones basadas en la suerte y gafes se debe acudir a una mucho más rigurosa, que no es más que la incompetencia de Zapatero y su equipo de política exterior, una incompetencia que ha dejado a España al margen de las decisiones, al margen de los países que tienen peso en el mundo. Esa España, que en la época de José María Aznar, era consultada, tenida en cuenta, e incluso en algunos ambientes, hasta temida.