El "centro centrecha"

por Rafael L. Bardají, 2 de septiembre de 2019

Cayetana Alvarez de Toledo, en su estreno como portavoz del grupo popular en el Congreso, equiparó a Sánchez con Salvini. Acto seguido, Javier Maroto, ex-vasco devenido castellano-leonés para poder acceder a un escaño de senador territorial, afirma en una entrevista a un periódico de tirada nacional, que mucha gente del PP -incluído él mismo imagino- no vería con buenos ojos que España Suma se abriera a la participación de Vox. Un partido repugnante, se supone, excepto cuando son necesarios sus votos para sacar adelante gobiernos regionales, como en Andalucía y Madrid. 

 

Y ese que eso que se suele llamar el “centro-derecha” en la España de hoy, las post-marianista y Sanchizta se ha colocado irremisible e irrevocablemente en el centro central, en el “centro-centrecha”, navegando por primera vez en muchos años (desde la refundación del PP por José María Aznar) entre las procelosas aguas del socialismo radical español, y el hispanismo soberanista de Vox a la derecha. El problema es que el centro es una ilusión óptica, que depende de cómo y dónde se coloquen los demás, no de una posición propia. De ahí que en nuestro país, carente durante décadas de una derecha homologable como tal, el centrismo no haya pasado de resumirse en la teoría -que no la práctica- del liberalismo económico y en la progresía social de la izquierda. Guste o no a la gente del PP, es la realidad.

 

Las élites dirigentes del centro siguen sin entender que vivimos momentos donde la buena gestión económica no lo es todo. Esa más que esa buena gestión que plantean choca con muchas de las causas del malestar de millones de españoles, castigados por una globalización que lejos de traerles un mayor estado de bienestar, les está machacando a impuestos para sostener a un número creciente de inmigrantes ilegales que vienen a nuestro suelo para ser mantenidos con el dinero de todos los españoles.

 

Por eso tampoco entienden que su discurso profundamente europeísta choca abiertamente con los sentimientos contra una casta, poco o nada democrática, que desde Bruselas quiere imponernos qué comer, cómo vivir y qué pensar. En toda alianza hay jerarquías, y con su proyecto, España no pasa de ser una convidada de piedra, sometida al dictum de otros, llámense Merkel, Macron o quien sea. Para ser fuertes en Europa y contar, no hay más camino que plantar cara y recuperar soberanía, libertad de decisión y de acción. Cualquier otra cosa es una engañifa digna sólo de los marotos de turno. Criticar la política de Salvini en defensa de la integridad y defensa de las fronteras y en contra de las mafias y la inmigración desbocada porque en su día tuvo veleidades con los otros enemigos de España, el separatismo catalán, no es un error, es un despropósito que pone de relieve la confusión estratégica de los autodenominados liberales españoles.

 

La estigmatización de un partido como Vox, tan del gusto de algunos dirigentes del PP, puede tener su interés a fin de arañarles votos en unas próximas elecciones. Pero ni las peores encuestas dan a Vox por finiquitado, como mucho auguran una caída de un 2% de sus apoyos, manteniendo un nutrido grupo parlamentario. Lo que no dan ninguna es una espectacular subida para este nuevo PP, que volvería a quedarse muy por debajo de las debacles electorales de su anterior líder, Mariano Rajoy. ¿De verdad es tener alcance de miras insultar y deslegitimar a Vox y sus votantes cuando con toda seguridad va a necesitar de su apoyo en un futuro no muy lejano? ¿Hasta cuándo creen que Vox podrá aguantar sin romper las finas hebras que permiten a Moreno, Aguado y Almeida sentarse donde se sientan?

 

En España la inmigración descontrolada que tenemos -padecemos- es un serio problema. De coste social; de creciente criminalidad; y de homogeneidad social. Quien se empeñe en que estos “pobres” o “valientes” (Carmena dixit) vienen a salvarnos las pensiones, tendrán que empeorar a demostrar que la riqueza que crean estos inmigrantes ilegales es superior a la factura que nos cuestan. Y, además, tendrán que justificar por qué el Estado es más benefactor con ellos que con los propios españoles. Pero ambas demostraciones son imposibles. Y no es racismo, es una simple hoja de cálculo.

 

En fin, que Maroto reniegue de cualquier acercamiento a Vox, es lógico, al fin y al cabo, él siempre estuvo por acercarse a los otros, incluido Bildu. Que los más inteligentes del PP sientan la necesidad de dar a diestra y siniestra para encontrar su ansiado hueco y futuro, es mucho más preocupante.