El atentado contra el Consulado de los EEUU en Bengasi: contexto y consecuencias

por Carlos Echeverría Jesús, 24 de septiembre de 2012

El asesinato el 11 de septiembre de 2012 del Embajador estadounidense en Libia, J. Christopher Stevens, el del Oficial de Gestión de la Información del Servicio Exterior, Sean Smith, y el de dos contratistas privados de seguridad ambos antiguos miembros del cuerpo de élite Navy SEAL, Tyrone S. Woods y Glen A. Doherty, no debe de ser interpretado como un desbordamiento de la violencia generada en el contexto de las protestas en gran parte del orbe islámico contra un vídeo titulado “La inocencia de los musulmanes” y considerado ofensivo por estos. Se trata de un ataque terrorista yihadista salafista, plenamente ubicable en la estrategia de los grupos que actúan bajo dicho estandarte y, lamentablemente, una referencia ya en el altar guerrero de los mismos dada la altísima “calidad” de los objetivos eliminados. Aparte de los cuatro muertos citados habría habido también bajas entre las fuerzas de seguridad libias e incluso se habla de un doble ataque, el primero contra el Consulado y el segundo contra un convoy que estaba evacuando horas después al personal superviviente. Sea cual sea el desarrollo de los acontecimientos lo cierto es que el balance es dramático y tanto los EEUU como el nuevo Estado libio han sido puestos contra las cuerdas por el terrorismo yihadista salafista.

 
Aparte de la importancia “global” de este atentado, el mismo nos sirve también para ilustrar una vez más sobre el deterioro progresivo de la situación en Libia, un escenario más de las revueltas árabes en el que el asentamiento de los yihadistas salafistas es especialmente intenso y enormemente desestabilizador tanto en términos nacionales como regionales.
 

Atentado y no algarada desbordada

 
Aunque ubicada en el marco de una más de las protestas violentas lanzadas contra Embajadas, Consulados y otro tipo de instalaciones relacionadas con los EEUU en diversos países musulmanes a lo largo del mes de septiembre, el ataque contra el Consulado en Bengasi incorpora todos los elementos definidores de un ataque terrorista premeditado.
 
En primer lugar destacaremos que no fue el primer ataque de este tipo – y probablemente no será el último – producido en los meses posteriores al derrocamiento del régimen de Muammar El Gadaffi y al fin oficial de la guerra civil (octubre de 2011). En mayo de 2012 una bomba era lanzada contra el convoy de Ian Martín, representante de la ONU en Libia; el 10 de junio, una granada anticarro era lanzada contra la comitiva del Embajador británico en Libia hiriendo a dos de sus guardaespaldas, también en Bengasi y cuando la comitiva abandonaba el Consulado del Reino Unido en la ciudad; y en el mismo mes, el 5 de junio, y de forma premonitoria, una bomba estallaba en el exterior del Consulado ahora atacado en la segunda ciudad del país. Este fue el primer ataque sufrido por una instalación estadounidense en Libia desde la caída de Gadaffi, y fue reivindicado por las denominadas Brigadas del Jefe Preso Omar Abdel Rahman. Recordemos que este veterano preso interno en una cárcel estadounidense se está poniendo de actualidad últimamente: condenado a cadena perpetua por inspirar y animar a la realización del atentado que en 1993 provocó varios muertos y muchos heridos en el World Trade Center de Nueva York, su nombre emergía de nuevo hace algunas semanas en el contexto de la toma de posesión del Presidente islamista de Egipto, Mohamed Morsi. En la línea habitual de los islamistas este mostraba que una de sus prioridades sería lograr la extradición del reo a Egipto, obviamente para poder liberarlo de inmediato.
 
Los ataques producidos en junio se situaban en el contexto de la eliminación el 4 de junio por un avión no tripulado (UAV) estadounidense en el norte de Pakistán de un destacado líder de Al Qaida, el libio Abu Yahia Al Libi, y el asesinato ahora del Embajador Stevens y de sus tres compatriotas se producía un día después de que Ayman Al Zawahiri, emir de la red de redes del terrorismo yihadista salafista, pidiera en un vídeo venganza por la muerte de Al Libi en el contexto de un discurso conmemorativo del 11-S. El terrorista egipcio indicaba, además, que esa venganza debería reflejarse en “la muerte de cruzados”.
 
Aunque Bengasi viene siendo escenario de múltiples protestas, muchas de ellas violentas, lo cierto es que un atentado de esta calidad no se había producido hasta ahora y, por ello, da muestras tanto del progresivo perfeccionamiento del perfil de los terroristas como del crecimiento exponencial de sus ambiciones. En cuanto a la autoría esta se adjudica a Ansar Al Sharía aunque este grupo lo negó en un principio – a través de su portavoz Hani Mansouri - pero más adelante veremos los entresijos del asunto. Testigos presenciales hablan ahora de que vehículos y una cincuentena de activistas fuertemente armados se habían aproximado al edificio del Consulado desde una hora antes del inicio de la manifestación de protesta en cuyo contexto se produciría el ataque.
 
El antiamericanismo emerge de nuevo en majestad, y personajes del nivel de la Secretaria de Estado, Hillary R. Clinton, aún se sorprenden por ello. Su referencia a lo chocante que habría sido para ella la matanza de Bengasi, precisamente en el escenario en el que estallaron las revueltas bendecidas por el Presidente Barack H. Obama, y en el país en el que los rebeldes ahora en el poder ganaron la guerra única y exclusivamente porque los occidentales, con los EEUU al frente, les allanaron el camino, ha sido un enorme ejercicio de ingenuidad. Los islamistas, moderados y radicales confundidos, se aprovecharán sin duda de esta ingenuidad – no sólo estadounidense pues muchos europeos, algunos incluso bien situados en la política y en la academia, también la comparten – y seguirán quemando etapas para hacerse con el poder y para imponer su visión rigorista de la vida y de la política. Para todos ellos los EEUU seguirán siendo el “Gran Satán” en la lamentable expresión acuñada por el Ayatollah Ruhollah Jomeini en los ochenta, y cuanto antes se den tantos despistados cuenta del engaño, mejor para la seguridad y la estabilidad del mundo. Precisamente no está de más hacer ahora, como ya lo han hecho no pocos medios estadounidenses, las cuentas de los diplomáticos asesinados o humillados de distintas maneras a lo largo y ancho del mundo (sobre todo musulmán, aunque también está ahí la Península Indochina para aportar la excepción en los setenta o, antes de eso, la muerte del Embajador John Gordon Mein, en Guatemala en 1968, y después la de Rodger P. Davies, Embajador en Chipre, en 1974) en un momento en el que siniestros personajes, incluido el hasta ahora bien oculto jeque del Partido de Dios libanés (Hizbollah), Hassan Nasrallah, alimentan el antiamericanismo en términos no tanto antiimperialistas como anticristianos. En 1973 fue asesinado por activistas palestinos Cleo A. Noel Jr., Embajador estadounidense en Sudán; en 1976 activistas también palestinos asesinaron al Embajador entrante de los EEUU en Líbano, Francis E. Meloy Jr., en el mismo año en el que comenzaba la sangrienta guerra civil en el ‘País de los Cedros’; en 1979 el Embajador estadounidense en Kabul, Adolph Dubs, era asesinado en el momento en el que fuerzas afganas intentaban rescatarle tras haber sido secuestrado; y también en 1979, y aquí hablamos de humillación más que de asesinatos, el personal de la Embajada estadounidense en Teherán fue secuestrado durante 444 días en el marco de la recién triunfante Revolución Islámica en Irán. Aparte de estas páginas trágicas, las legaciones diplomáticas estadounidenses han sufrido otro tipo de agresiones – en Siria, en 1998 y en 2006 o en Bahrein en 2002 -, pero ninguna tan grave como la ahora acontecida en Bengasi. Si a ello le añadimos que el ataque terrorista se ha producido en el contexto doméstico estadounidense de las elecciones presidenciales, en el contexto doméstico libio de la difícil transición desde el régimen de Gadaffi hacia aún no se sabe muy bien qué, y en el contexto regional de las revueltas árabes aún inconclusas y del arrebato por el susodicho vídeo, entenderemos aún mejor las consecuencias estratégicas de la tragedia.
 
La imagen de la, en buena medida chocante, presencia de banderas francesas, estadounidenses y británicas enarboladas por los rebeldes libios en el verano y el otoño de 2011 – en signo de agradecimiento por el liderazgo de estos tres países en la guerra ganada al régimen de Gadaffi – pronto desapareció como debemos recordar ahora. De hecho fue ilustrativo ver cómo, en septiembre de 2011, las visitas consecutivas a Libia del tandem Nicolas Sarkozy-David Cameron, por un lado, y del Primer Ministro turco Tayeb Recep Erdogan, por otro y con sólo un día de diferencia, mostraban dónde estaban las preferencias de las masas libias. Por supuesto y siendo justos estas tenían mucho más que agradecer a los dos primeros que al segundo, pero el entusiasmo popular se volcó en cambio en este último, en el musulmán. Esas percepciones hay que conocerlas, y conociéndolas no nos sorprenderemos ahora al ver cómo las banderas estadounidenses siguen apareciendo en manos de barbudos y no barbudos en Bengasi, pero no para ser besadas sino pisoteadas y quemadas. Precisamente el día anterior al ataque contra el Consulado en Bengasi, las turbas habían penetrado en el recinto de la Embajada de los EEUU en El Cairo, habían arrancado la bandera de las barras y las estrellas para destruirla y habían impuesto en su lugar la tenebrosa bandera negra de los yihadistas. Esta impune profanación ocurría en la misma ciudad en la que el Presidente Obama había pronunciado su emblemático discurso dirigido a los musulmanes tres años antes, en 2009, y en el escenario en el que la actitud oficial estadounidense había facilitado también la caída de un estrecho aliado, Mohamed Hosni Mubarak, ante la envergadura de las revueltas de enero y febrero de 2011. De nuevo, la sorpresa para algunos despistados y la confirmación de nuestros temores para otros. Aquí también, como en Túnez o en Libia, los islamistas instalados en el poder o bien posicionados cerca de este no han sido ágiles para cortar de raíz manifestaciones violentas inaceptables, planteando con su pusilánime actitud al mundo el problema que en las próximas semanas y en los próximos meses tendremos todos que sufrir, a saber: las dificultades naturales que los islamistas instalados en el poder sufren a la hora de tener que frenar – más que reprimir – a fuerzas también islamistas que les recuerdan en todo momento dónde deberían de estar sus fidelidades agravarán la situación de seguridad en la región.
 

El estado de la cuestión en Libia

 
La falta de protección en el edificio diplomático – y ello a pesar de que el Embajador Stevens se había trasladado coyunturalmente a él dado que estaba realizando una visita a Bengasi en un momento tan delicado – y la mala gestión de la manifestación y de la agresión armada contra el mismo son, ambas, buenos indicadores de dónde está Libia hoy en términos de seguridad. Y aquí no debe de servir en absoluto de excusa aquello de que la revuelta contra Gadaffi y el fin de la guerra civil están aún demasiado próximos: ha pasado ya un año desde la culminación de aquellos dramáticos acontecimientos, y los actores libios han empleado todo este tiempo más en alimentar contradicciones que en resolver problemas con una actitud pragmática y responsable. Además, los actores externos juegan un papel más que discutible: los occidentales hemos ido desapareciendo progresivamente – salvo en un sector energético en el que ya estábamos en los tiempos de Gadaffi – y determinados países musulmanes están desembarcando en él rápidamente, algunos de ellos llevando en su equipaje sus condicionantes en términos de regresión ideológica y política sustentada en sus abundantes fondos financieros.
 
Es además significativo que los incidentes – incluido el ataque terrorista – fueron respondidos tarde y mal, y no sólo por elementos de las Fuerzas Armadas libias en proceso de reorganización sino también de la poderosa milicia Brigada 17 de Febrero. Liderada por Fawzi Bukatef, numerosa, bien armada y con implantación en la Cineraica desde su temprano nacimiento en el contexto de las revueltas, el hecho de que sus efectivos acudieran para tratar de hacerse con el control de la situación y restablecer la calma nos indica que esta es una más de las múltiples milicias – en el momento actual se cuentan aún activas unas 200 - que aún no se han desmovilizado. Bukatef es miembro de la rama libia de los Hermanos Musulmanes egipcios, y mantiene estrechas relaciones con Ismail Al Salabi, líder yihadista y hermano del pensador musulmán más importante de Trípoli: Alí Al Salabi. Recordemos ahora que este último, Alí Al Salabi, estuvo implicado de lleno en el proceso de desradicalización liderado por Saif El Islam Gadaffi, algo que permitió la excarcelación de importantes terroristas yihadistas, la última tanda el 16 de febrero de 2011 en pleno proceso de inicio de las revueltas que acabaron con la vida del líder libio. Aunque autodeclarados unos y otros islamistas aliados del proceso de democratización consolidado con las elecciones del pasado 7 de julio, un seguimiento de sus declaraciones y de sus actuaciones nos permite comprobar cómo su visión es, por lo islamista, de una más que dudosa credibilidad democrática.
 
Pero además de una Brigada 17 de Febrero en buena medida infestada de islamistas, realidad que pone además en duda en términos de futuro su eficacia para frenar situaciones como la aquí analizada si estas se reproducen, hay otros actores islamistas radicales que son los que tenemos que analizar a continuación. El activismo de las milicias islamistas es particularmente visible en la Cirenaica, donde han atacado el Consulado de Túnez y la sede de la Cruz Roja y la Media Luna Roja y donde han coadyuvado a la destrucción de tumbas sufíes consideradas por los salafistas como ejemplos de idolatría. La destrucción de estos mausoleos, como también ocurre ahora mismo en el norte de Malí dominado por los yihadistas, no ha podido ser frenado en Libia por el pomposo órgano de coordinación de seguridad creado para avanzar en la desmovilización de las milicias, el Comité Supremo de Seguridad, en el que de hecho hay milicianos que no han dejado de serlo y que simultanean así dos roles. Pero volviendo al estudio del ataque que nos ocupa debemos centrar nuestra atención en un grupo yihadista concreto, Ansar Al Sharía, al que las fuerzas de seguridad libias y los EEUU adjudican el atentado que costó la vida de los cuatro estadounidenses.
 
Ansar Al Sharía es el típico grupo yihadista de manual, y en el caso libio siendo además una milicia más que está fuertemente armada y que no tiene planes de desarmarse a la vista. Abjura por supuesto de la democracia, hace alarde de su fuerza de forma periódica – en la región oriental de la Cirenaica, donde está bien afianzada y cuenta con entre 200 y 300 efectivos – y llegó incluso hace algunos meses a amenazar con convertir consulados extranjeros en objetivos de sus ataques. Ansar Al Sharía tendría en sus filas a quienes asesinaron en el verano de 2011, en plenas revueltas, al antiguo Ministro del Interior y una las figuras más fieles a Gadaffi hasta que decidió dejar de serlo en los primeros días de las revueltas de febrero de 2011: el Ministro del Interior y General Abdel Fatah Younes. Cuando este fue asesinado ejercía de jefe militar de los rebeldes y a día de hoy, más de un año después de su eliminación, no hay avance alguno en la investigación de su muerte y lo más probable es que no lo haya nunca.
 
La principal implantación de Ansar Al Sharía está en el este de Libia, en la susodicha Cirenaica, verdadero hervidero del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL) y de sus elementos y simpatizantes progresivamente liberados en diversas tandas tras haber sufrido supuestas fases de desradicalización en los últimos años del régimen de Gadaffi. Ciudades como la propia Bengasi, Dernah, Al Baida o Tobruk han sido tradicionalmente nidos de yihadistas, y muchos salieron desde las mismas a mediados de la década pasada para buscar las rutas que les llevaran a combatir en Irak o en Afganistán tal y como las fichas de Sinjar, intervenidas a operativos de Al Qaida por las fuerzas estadounidenses en dicha localidad iraquí cercana a la frontera con Siria en 2006 mostraron. La consolidación de Ansar Al Sharía como milicia islamista, primero, y como actor yihadista, después, se da a raíz de su participación en los durísimos combates librados en Sirte contra los restos del régimen gadafista en agosto y septiembre de 2011. Pero Ansar Al Sharía tiene, como grupo yihadista que es, afán multidireccional y ambiciones transfronterizas. Se le adjudica la destrucción del mausoleo sufí del santón Abdessalam Al Asmar, en la localidad tripolitana de Zlitan, y sus estandartes están también enarbolados en el vecino Túnez, donde logró reunir a miles de radicales en la venerable ciudad de Kairouan, la cuarta ciudad santa del Islam tras La Meca, Medina y Jerusalén (Al Qods), el pasado 20 de mayo. Este contubernio yihadista de la pasada primavera, rodado en un vídeo que circula con fluidez, recoge las habituales soflamas para enardecer a las masas y las exhibiciones de artes marciales para estimular su espíritu guerrero.
 
Las contradicciones del sistema libio hoy permiten a las milicias mantenerse como tales actores, y ello cuando ya va a pasar en breves días un año justo del fin de la guerra civil. En el caso de Ansar Al Sharía es significativo además que, la práctica habitual de un aún débil poder central en Trípoli, de encargar a algunas milicias labores de vigilancia y de control de lugares o de regiones del país, perpetúe uno de los desafíos que antes se quieren resolver: la falta de capacidades por parte de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del régimen y la necesidad de subcontratar a milicias para asegurar determinadas misiones. Para el caso de Ansar Al Sharía su labor más visible hasta ahora venía siendo la de proteger el Hospital Al Jala de Bengasi, pero ello no le ha impedido realizar manifestaciones de fuerza como el desfile de parte de sus efectivos fuertemente armados – incluyendo camiones portando armas antiaéreas y ametralladoras pesadas - en junio por las calles de dicha ciudad reclamando la instauración de un Estado islámico.
 
Ansar Al Sharía ha mantenido desde el momento inmediatamente posterior al ataque y al conocimiento público de su siniestro balance una actitud ambigua, confusa, propia en cualquier caso de un actor yihadista como es este. En los momentos inmediatamente posteriores al ataque un portavoz del grupo afirmaba ante las cámaras de la televisión local que rodaban en el hospital adonde habían sido llevadas las víctimas que el ataque había sido positivo, y recordaba además con orgullo una acción similar, ocurrida también en Bengasi en 2006 y de la que casi nadie se acordaba, cuando las turbas lanzaron su ira contra el Consulado de Italia para protestar por el hecho de que un Ministro italiano se hubiera vestido con una camiseta que portaba burlas contra el Profeta Mahoma. En aquella protesta la Policía libia provocó la muerte de diez manifestantes al proceder a disolverlos y proteger el Consulado italiano.
 
Algunos bienpensantes comienzan ahora a argumentar que el hecho de que se produjera esta matanza con tal impacto mediático podría servir de estimulante para que por fin las autoridades de Trípoli, con el nuevo CNG dirigido por el Presidente Yussef Magariaf como nuevo Jefe de Estado a la cabeza, procedan a poner de una vez orden en las milicias. Siguiendo tal argumentación extremadamente voluntarista el CGN podría acometer la empresa de obligar a los múltiples poderes fácticos existentes a desmovilizar milicias, devolver las abundantes armas aún en su poder y reubicarse en el seno de la emergente clase política dejando atrás la fase guerrera. Continuando el planteamiento, el ataque contra el Consulado estadounidense en Bengasi habría sido la gota que colmaba el vaso de un largo proceso de acciones armadas de todo tipo que vienen desestabilizando el país – desde coches bomba y asesinatos selectivos hasta crecientes agresiones violentas realizadas por salafistas en la línea de lo que viene también ocurriendo en el vecino Túnez, pasando por atentados más concretos contra personal diplomático como los citados al principio de nuestro análisis – y que obliga sin duda a las autoridades del CNG a tomar medidas en la misma línea que el deterioro de la situación en la Península del Sinaí ha obligado al Presidente egipcio, Mohamed Mursi, y a su Gobierno a usar la fuerza contra los grupos yihadistas para recuperar el control.
 
En esa línea, y para confirmar esa ansiada tendencia, algunos recuerdan ahora que el régimen libio ha arrestado durante este verano a una veintena de individuos bajo la acusación de ser miembros de Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI). Pero aquí lo importante no es que se produzcan detenciones – que en ocasiones para algunas autoridades no dejan de ser meras operaciones de cosmética – sino que el proceso de investigación y el procesamiento de dichos individuos se hagan con todas las garantías, incluyendo la posibilidad de poder imputar y condenar a tales individuos por animar y por realizar actos violentos. La experiencia de las autoridades tunecinas y de su actitud ante los cada vez más crecidos salafistas es ilustrativa de la situación actual: muchos círculos de la sociedad civil de Túnez critican la actitud laxa del Gobierno, tardando en detener a los agresores y, cuando los detienen, tardando poco en liberarlos sin cargos para no tener que pasar el trago de abrir procesos judiciales contra individuos que en muchos casos no están tan alejados ideológicamente de sectores importantes del gobernante EnNahda.