Ejército Europeo: ¿Sueño o pesadilla?
(Publicado en Expansión, 11 de noviembre de 2016)
Para los partidarios de Hillary Clinton, la victoria de Donald Trump ha caído como una bomba. El Presidente de la Comisión Europea, quien pensaba dar un discurso ayer en Berlín con Clinton como presidente electa en su mensaje, ha sido uno de ellos. Para él, la visión del nuevo presidente norteamericano de que la OTAN se ha convertido en organización decrépita y que los aliados de Estados Unidos deben pagar más por la seguridad que les proporciona América, exige que Europa con “un ejército europeo”.
Trump o no, la verdad es que para los federalistas europeos, esos que ansían construir un superestado con capital en Bruselas, contar con un ejército bajo la estelada azul de la UE es la consecuencia lógica de toda entidad política que se precie. La plata siempre va acompañada de la espada. Y el euro ya existe. Sin embargo, y para su frustración, una defensa europea integrada y real nunca ha llegado a existir: los estados miembros nunca la han querido. Bien porque la consideraban contraproducente para el vínculo atlántico, bien porque la juzgaban redundante con la OTAN, bien porque la imaginaban inalcanzable en términos presupuestarios.
¿Cambia Trump algo de todo esto? Menos de lo que sus detractores en Europa creen. Cierto, puede exigir, por ejemplo, que el mantenimiento de la pista principal de nuestra base de Rota, la paguemos los españoles y no el Pentágono. En el peor de los casos, si no llegase a un entendimiento estratégico –y no sobre costes- con los aliados europeos, podría retirarse la OTAN, que no lo creo. Pero imaginemos que fuese así. ¿Eso conlleva necesariamente la creación de un ejército de la UE? Yo creo que no.
En primer lugar, la defensa desde que es defensa, pertenece al estricto ámbito nacional. Uno se puede poner de acuerdo en construir un caza en un programa multinacional, pero de ahí a ceder la decisión de enviar unos soldados, ciudadanos nacionales en uniforme, al combate, dista un trecho que nadie ha querido cruzar. Cuando Kennedy ofreció a los europeos poner en conjunto una flota de submarinos nucleares, el Gral. De Gaulle rechazó la idea de plano con una escueta sentencia: “Esa flota contaría con un almirante americano, un ingeniero inglés y un cocinero francés”. Y es que en materia militar, el mando no se comparte. Al menos no en tiempos de guerra.
En segundo lugar, los europeos han elegido reducir sus gastos de defensa y los efectivos de sus ejércitos. A finales de los 70 la OTAN fijó el objetivo de esfuerzo de defensa en el 3% del PIB; hoy lo cifra en el 2% y aún así sólo dos países lo cumplen. Más grave aún es la desaparición de capacidades de combate por los recortes y años acumulativos de escasez en las partidas de modernización. Recuperar la funcionalidad operativa de los ejércitos de los miembros de la UE llevaría años y miles de millones de euros. No estoy muy convencido de que el actual clima económico y social lo permita.
Tercero, las operaciones en las que los europeos han participado en los últimos años han sido de libre elección. Asume la carga el que quiere y de forma limitada ya que no afectan a los intereses vitales de la nación. Por ejemplo, la campaña de bombardeos de la OTAN sobre Libia fue llevada a cabo por 8 países únicamente. En la operación antipiratería de la UE, sólo 12 de los 28 han aportado fuerzas.
Hoy es Trump quien se pregunta por qué debe pagar por la seguridad de Europa. Mañana será un europeo el que se cuestiones por qué tiene que asumir riesgos humanos y costes financieros para defender a otros que sólo miran. Es una ley estratégica tan real como la de la gravedad. Se llama burden-sharing.
El problema último para toda defensa es que se tiene que construir sobre una percepción de riesgos y amenazas común. Y eso, hoy por hoy, sigue brillando por su ausencia entre los europeos. Participar en una misión de paz o humanitaria es una cosa, pero ¿de verdad dejaríamos que un general estonio embarcase a soldados españoles en un combate contra una invasión rusa? Yo creo que debería ser el gobierno español el que lo decidiese. Si existiese ya ese ejército europeo integrado, nuestra autonomía de decisión al respecto se vería seriamente mermada. Y si una mayoría quisiera, acabaríamos en las trincheras bálticas.
España tiene que reconstituir sus capacidades de defensa y asegurarse una mayor autonomía estratégica. En lugar de soñar con quimeras peligrosas, más valdría hacer lo que estuviera en nuestra manos para reforzar el vinculo con Estados Unidos, no debilitarlo. La defensa Europea ha sido incapaz en todos estos años de generar más que comités y muchos documentos. Querer un ejército europeo no es más que un suicido estratégico. Mermaría lo poco que nos queda de, precisamente lo que más vamos a necesitar, nuestra defensa nacional.