Egipto. Fraude electoral masivo

por GEES, 11 de diciembre de 2010

 

Frenar el ascenso de los partidos islamistas, ansiosos por ocupar el poder en no pocos países árabes y musulmanes, puede ser una necesidad en términos de seguridad, pero la forma de hacerlo cuenta. En Egipto acaba de hacerse de una manera tan burda, al menos observando las dos vueltas electorales recién realizadas, el 28 de noviembre y el 5 de diciembre. No se equivocan quienes auguran aún más influencia para unos Hermanos Musulmanes que ya están bastante presentes en el seno de la sociedad y en aquellas organizaciones e instituciones en las que consiguen infiltrarse.

El Partido Nacional Democrático (PND), el del presidente Hosni Mubarak, habría obtenido alrededor del 97% de los votos tras la realización de las dos vueltas. En la primera vuelta obtuvo 209 de los 221 escaños en liza. En la segunda habría obtenido 283 y el hemiciclo solo tiene 508 escaños.

El rodillo del PND se emplea a fondo no sólo con los islamistas sino también con el resto de los partidos, debilitándolos y cooptando a todos los cuadros de éstos que puede. La presión estadounidense logró en 2005 –en el marco de la aplicación de la Gran Estrategia del presidente George W. Bush en pro un Gran Oriente Medio definido por apertura comercial y política–, que el régimen abriera un poco la mano. Fruto de ello los Hermanos Musulmanes, presentándose a las elecciones anteriores como independientes, obtuvieron los 88 escaños que hasta ahora poseían. Ahora los pierden y esta oposición, la más sólida junto con los demás partidos brillará por su ausencia en un Legislativo monocolor.

El problema de fondo es ese, que el régimen ha venido arrasando el mapa político con la excusa de garantizar la seguridad frente a los islamistas. Por poner un ejemplo, el partido centrista y proamericano Ghad –fundado por Ayman Nour–, fue ahogado por el sistema recurriendo a medidas fiscales y a la simple presión física, hasta llegar a agotarlo. De los demás partidos –como el venerable liberal Wafd–, u otros situados a la izquierda, como el Tagammu, mejor no hablar: ahogados también por el sistema que ha alimentado las rivalidades entre ellos hasta asfixiarlos. Y como telón de fondo de todo esto, la corrupción instalada por doquier.

Retirada previa de la mayoría de los candidatos de la oposición, eclipse de la figura supuestamente aglutinadora de Mohamed El Baradei, errores en el censo, compras masivas de votos, sustitución de urnas y una escasísima participación han marcado estas legislativas (en las anteriores, de 2005, la abstención alcanzó el 74%). Con todo ello el presidente Mubarak cree haber allanado bien el camino para garantizar la sucesión en su hijo Gamal, aunque si la salud se lo permite tratará de arrasar en las presidenciales de septiembre de 2011, a las que concurrirá con 83 años de edad para obtener su sexto mandato y superar los 30 años en el poder.

Las incógnitas perduran pues en torno a este país de 80 millones de personas, agobiado por los problemas internos de pobreza –18 millones viven bajo dicho umbral– y corrupción. Es además vecino inmediato de la convulsa franja de Gaza. Trata junto con Israel de blindarla en términos de seguridad, pero para ello debe de hacer cada vez mayores esfuerzos contra los intentos de Hamas, y también de Hizbollah, de alzarla como bastión del radicalismo islamista. Con ello va debilitándose cada vez más interna y externamente. Para evitar que también Egipto caiga en manos de los islamistas se hace necesaria una estrategia innovadora, que comience por ganar terreno a la corrupción endémica y por alimentar actores políticos que arranquen el espacio firmemente ganado no sólo por los islamistas sino también por un poder ciego que no ve sino los limitados contornos de sus intereses particulares.