Egipto. Aniversario de sangre

por Manuel Coma, 29 de enero de 2013

(Publicado en La Razón, 29 de enero de 2013)

 Hace dos años los liberales sembraron y luego los islamistas, que los infiltraron desde el principio, recogieron. No podía ser de otra forma, no hacía falta ser presciente ni profeta. En el mundo árabo-islámico de hoy más democracia, en el estrecho sentido de voto auténtico, significa más islamismo. Era igualmente inevitable que la nube de corresponsales de urgencia que descendió sobre la plaza Tahrir y casi nada más, mordiesen gustosos el anzuelo y se lo hiciese morder a millones de consumidores de los medios occidentales. Es lo que queríamos oír. Así están las cosas allí y así aquí. Sería de suponer que a estas alturas las ilusiones se hubieran desvanecido, pero ciertas expectativas respecto a Siria permiten dudarlo. Hace apenas un mes las hemos visto renacer a propósito de la nueva constitución egipcia. Una vez más se ganó el beneficio de la duda democrática, aunque ya bastante atemperado.

Por todo ello, lo que pasa estos días en Egipto sigue desconcertando. Obvio es que las cosas no se arreglan. Los islamistas han ido ganando en varias elecciones, pero no por goleada, en algunas más bien por los pelos. Los perdedores no se conforman con que se les haya arrancado la revolución de las manos y que otros la invoquen para hacer todo lo contrario de lo que se proponía. Pecaron de ingenuos y siempre han estado desunidos, pero la rabia contra los que los burlaron los lanzan por decenas de millares a Tahrir. Con siete millones en la capital y otros diez en los alrededores, no es tan difícil, aunque las protestas ante los edificios oficiales y las sedes de los Hermanos Musulmanes se extienden de Alejandría a Assuan y muestran que los descontentos no son un simple puñado.
 
El enfrentamiento no le hace ningún favor a la exánime economía del país. Pobreza sobre pobreza no contribuye más que a agravar la situación. La Hermandad se hizo con el poder pero ahora le exigen que salde la imposible deuda de “pan, libertad y justicia social”. Históricamente han atraído a muchos con sus obras de caridad, pero satisfacer las necesidades de 82 millones con escasísimos recursos es algo para lo que jamás se habían preparado y que choca con sus prioridades puramente religiosas. El resultado, de momento, es anarquía, que finalmente puede favorecer al poder y fraguar una alianza con los militares del antiguo régimen, ahora en retaguardia. Morsi ha presentado las manifestaciones como prueba de libertad y la violencia como inaceptable desorden. Las duras sentencias por las 74 muertes en Port Said en febrero del año pasado, en los disturbios futbolísticos que la oposición atribuye a la policía, puede muy bien ser un indicio del camino que Morsi está dispuesto a tomar.