Derecha Española: fin de ciclo (I)
Si algo parece definir hoy a la derecha española actual, en su definición más amplia, es su desorientación: un partido político en caída libre, una base social desmoralizada, unas instituciones sobrepasadas por los acontecimientos, y una izquierda radical organizando el asalto a las instituciones ante la apatía o el despiste de la mayoría social. Los diagnósticos se suceden, y como suele ocurrir en esta circunstancias, las culpas pasan de unos a otros: de manera baldía, porque la descomposición de la derecha española continúa empeorando su situación, en un momento crucial para la nación.
Todo indica a un fin de ciclo de la derecha española: afirmación banal, pero que encierra tres aspectos importantes. El primero, que el problema no afecta exclusivamente al Partido Popular, por mucho que su crisis esté catalizando y arrastrando tras de sí a su base social. El problema se ve agravado porque la derecha social, que venía de movilizarse intensamente entre 2004 y 2011, se ha dispersado siendo hoy un actor marginal. En tercer lugar, ambos problemas –el político e institucional y el de la sociedad civil- se agravan y se nutren de un problema de identidad intelectual del liberal-conservadurismo español.
1. El fin de ciclo del Partido Popular
El Partido Popular actual se forjó en los congresos de Sevilla (1990) y Madrid (1993), construido orgánicamente sobre las ruinas de Alianza Popular e ideológicamente sobre elproyectoliberaldeAznar. Este proyecto se basaba en tres pilares políticos fundamentales: en primer lugar, un patriotismo de corte liberal y constitucional de recuperación nacional. En segundo lugar, el nuevo PP se apoyaba en la limpieza y transparencia de las instituciones públicas -afectadas gravemente por la corrupción socialista- como principio de gobierno. En tercer lugar, un proyecto de liberalización económica, con mayor control del gasto público y un mayor protagonismo de la sociedad civil y del sector privado.
Desde entonces han pasado veinticinco años, tres presidentes del gobierno, dos estancias en la oposición y dos responsabilidades de gobierno en circunstancias muy diferentes. Aunque sólo fuese en términos “biológicos”, es demasiado tiempo para un partido, cuyas estructuras y organización responden a una época demasiado alejada en el tiempo. Además, las mayorías absolutas sostenidas durante décadas en ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas han fundido al PP con las administraciones o gobiernos, convirtiéndolo en un partido castrado en términos de batalla política e ideológica, al tiempo que corroído por casos de corrupción: nadie siguió el ejemplo de Aznar de sólo ocho años en el cargo, y el resultado está ya a la vista.
Por último, los últimos cuatro años de gobierno, de abandono e incluso explícito rechazo o colisión con aquellos tres pilares ideológicos, han terminado por desubicar a representantes, altos cargos, militantes y simpatizantes, que manifiestamente no comparten un mismo proyecto. No existe un proyecto nacional, se ha evaporado el capital de la transparencia y la gestión, y los impuestos en España han alcanzado un máximo histórico.
Esta mezcla de vejez de un proyecto, de relajación ideológica, y de tensiones progresivas, ha acabado por hacer del PP actual una herramienta inútil para enfrentarse a los dos grandes problemas nacionales: por un lado una izquierda muy movilizada desde su extremo más radical y antidemocrático; y por otro lado, una mayoría social apática, desorientada y desmoralizada con los partidos tradicionales. Las dos cuestiones están en juego en los próximos doce meses, y a nadie escapa que el Partido Popular es un partido incapaz de conectar con su base social, incapaz de comunicar con ella, e incapaz de movilizarla. Mucho menos de generar un consenso mayoritario que pueda frenar a la ola del nuevo bolchevismo.
El gran partido de la derecha española aborda de manera abrupta y trágica un fin de ciclo. Respecto a él, quedan dos cuestiones por responder: la primera, si el propio partido será capaz de refundarse o si su futuro es la atomización, la ucedización y una crisis de varios años. La segunda cuestión, más complicada aún, es en qué momento -dadas las circunstancias nacionales- debiera producirse la certificación de la muerte del proyecto actual.
2. La desmovilización social liberal-conservadora
La crisis más visible afecta desde luego al Partido Popular: huérfano de liderazgo, descapitalizado ideológicamente y desmoralizado, se dirige a las elecciones de noviembre con las peores perspectivas. Pero dando un paso más, más preocupante si cabe es la desmovilización social del liberal-conservadurismo. Éste se había reforzado notablemente durante los gobiernos de Zapatero, a partir de 2004. Sus políticas radicales habían tenido dos efectos. El primero fue aglutinar a la derecha en torno a movimientos y asociaciones cívicas de muy variado signo -entre las que destacaban las de las víctimas del terrorismo y las asociaciones pro-vida- que lograron una enorme visibilidad pública durante casi dos legislaturas: tras el 14M,y con el PP noqueado por la derrota electoral, éstos llevaron el peso de la oposición a Zapatero.
El otro efecto de la derrota del PP en 2004 y las políticas radicales de Zapatero fue la paradójica recuperación de posiciones por parte de los medios de comunicación liberal-conservadores, tanto los clásicos como los surgidos al abrigo de las nuevas tecnologías como internet o la TDT. Aquí los casos más claros fueron los de los grupos Libertad Digital, Intereconomía o COPE, cuya finalidad explícita era además construir una alternativa multimedia cultural e intelectual al progresismo que domina los grandes medios de comunicación españoles.
Como es natural, el auge de esta sociedad civil liberal-conservadora chocaba con las estructuras de un Partido Popular, ya poco flexibles y anticuadas: principalmente porque el liderazgo político se trasladaba fuera del partido político, algo novedoso y aún revolucionario en la historia del conservadurismo español. El PP pudo entonces haber buscado encauzar e integrar en el juego político esta energía desatada por la sociedad civil, y así pareció hacerlo en algunas ocasiones. Si tuvo en algún momento la oportunidad de reconocer esta vitalidad y abrirse a esta “derecha popular”, abierta y en alza, fue entonces. Pero en 2008 eligió el camino contrario: por un lado, buscar un acercamiento al votante izquierdista alejándose de estos movimientos, primero discretamente y después abruptamente; y por otro, reduciendo todo proyecto a la recuperación económica, renunciando a la construcción de una alternativa institucional, cultural y social al izquierdismo.
El resultado llegó en forma de mayoría absoluta: pero una mayoría lograda en aguas socialistas carecía de apoyo sólido conservador, apoyo del que además era necesario separarse para llevar a cabo determinadas políticas antiliberales. El resultado es que esta legislatura ha sido la legislatura de la división, la neutralización y la desmovilización social de la derecha: el desencanto de las asociaciones de víctimas o de los movimientos pro-vida, reducidos hoy a actores inapreciables, es buen ejemplo de ello. Además, en el plano mediático se ha producido un retroceso notable del mundo liberal-conservador, acompañado de un auge notable del progresismo mediático a través de los dos grandes grupos multimedia sostenidos de una manera u otra por el Gobierno.
No es por tanto el partido de la derecha el que se encuentra en problemas: ha arrastrado consigo al embrión de esta sociedad civil liberal-conservadora, en auge hace cuatro años y dispersa en la actualidad. Respecto a ella, también hay cambio de ciclo, y quedan dos preguntas por responder. La primera afecta a su capacidad de recuperación: hoy, que la vitalidad reside en el mejor organizado campo de la izquierda, ¿serán capaces estos grupos y movimientos de recuperar la fuerza perdida durante esta legislatura? La segunda pregunta tiene que ver con su relación con la derecha política: ¿será el PP o su sucesor capaz de abrirse a ellos abandonando la política de aislamiento y enfrentamiento sostenida durante estos años? Lo cierto es que la capacidad de resistencia y de construcción de una mayoría social constitucional ante la ola populista depende de que la respuesta a ambas cuestiones sea afirmativa.
3. La dispersión intelectual liberal-conservadora
Achacar los males de la derecha española sólo al Partido Popular o a sus dirigentes es una tentación tan extendida como perjudicial. Es verdad que la falta de liderazgo político repercute en la división y desmoralización de la base social de los populares. Pero el deslizamiento de élites liberales españolas hacia opciones socialdemócratas como la de Ciudadanos, o el desprecio demagógico de la política –a través de un infantil desprecio los políticos- en parte de la derecha liberal-conservadora, muestra otro problema: más allá de la desafección hacia el partido existe un serio problema de identidad cultural e intelectual liberal-conservadora española.
Huelga decir que en dos últimos siglos ha existido en España un conservadurismo intelectual liberal-conservador equiparable al del resto de países europeos, anclado además en una sólida tradición filosófica clásica de corte humanista. Pero algunos factores han enterrado esta tradición: la evolución de la enseñanza universitaria a partir de los años setenta, las reformas educativas en educación básica de los ochenta, y el auge de grandes grupos mediáticos hostiles al conservadurismo han acabado por erosionar y arrinconar al pensamiento conservador español.
Como los lectores de GEES saben bien, a partir del año 2001 este conservadurismo clásico se vio enriquecido con la influencia en España del neoconservadurismo norteamericano, que renovó debates olvidados o ausentes en la derecha española: el vínculo transatlántico, el papel de España en Europa, la lucha entre el totalitarismo terrorista y la democracia, o la lucha ideológica tras la caída del Muro de Berlín y el auge del postmodernismo. Esta reflexión, sin embargo, se efectuó a caballo de los acontecimientos –la guerra contra el terrorismo, la guerra de Irak, el equilibrio estatal europeo- y no llegó a consolidarse del todo.
Durante un tiempo, los movimientos conservadores que se opusieron a los gobiernos de Zapatero parecieron buscar una base intelectual y cultural más sólida: no lo consiguieron más allá de una postura de oposición. El resultado es que el pensamiento conservador clásico ha seguido languideciendo en el mundo cultural, universitario o mediático español, y las fórmulas de renovación no han terminado aún de arraigar. El resultado es que la concepción progresista acerca del hombre, del mundo y de la sociedad ha continuado ganando espacio en nuestro país. Sólo el liberalismo en su vertiente más economicista ha mostrado cierta vitalidad estos años, aunque por su propia condición no ha sido capaz de constituir una alternativa creíble al progresismo.
¿Cómo no comprender, por tanto, que la derecha política haya ido girando también hacia la izquierda? Resulta imposible una revitalización de la derecha política española, la construcción de un proyecto liberal-conservador socialmente amplio, sin una base intelectual de la que hoy carece: la experiencia de los últimos años muestra que la consecuencia de esta carencia es un deslizamiento progresivo de la derecha política hacia el izquierdismo.
4. Contra la pared
Ante nuevos partidos mejor adaptados a la política del siglo XXI, respecto a instrumentos y respecto a ideas, el PP deambula, dividido y desorientado, buscando soluciones a corto plazo que no logran ningún resultado. Ante una izquierda populista, despótica, violenta y ebria de visibilidad social y mediática, la derecha social –hace un puñado de años protagonista de la vida política- ha perdido todo impulso, y asiste igualmente desorientada a las andanzas radicales en la calle, en twitter o en los medios de comunicación. Y por fin, ante unas fórmulas intelectuales e ideológicas totalitarias, el liberalismo español a duras penas consigue elevar una protesta y una profecía, advirtiendo del paralelismo con lo ocurrido en la martirizada Venezuela desde el triunfo chavista.
Este triple desplome –político, social, intelectual- ha puesto al liberal-conservadurismo español en una situación de debilidad histórica, probablemente inédita en nuestro país. Se encuentra arrinconado contra la pared como nunca lo había estado: ¿será capaz de articular un discurso intelectual sólido, de movilizarse en defensa de unos valores, de construir un proyecto institucional creíble? A día de hoy, la respuesta a estas tres cuestiones es negativa. Lo que no significa tenga otra alternativa.