Demócratas maoístas
por Rafael L. Bardají, 17 de agosto de 2013
(Publicado en La Gaceta, 17 de agosto de 2013)
Decía Mao que el enemigo de mi enemigo era mi amigo. Tal vez por ello, inconsciente o conscientemente, los demócratas de toda la vida corrieron a aplaudir el golpe militar en Egipto que acabó con la presidencia y el gobierno de los Hermanos Musulmanes el pasado 3 de julio. Justo al año de que Morsi fuera elegido presidente. De hecho, figuras tan destacadas como el adalid de la democracia y premio Nobel de la paz, Barack Hussein Obama, se negaron a hablar de golpe militar, queriendo disfrazar la intervención del general Al-Sisi como la restitución de la verdadera democracia. En nuestro caso, tan ocupados como estamos por Gibraltar, no se ha dicho apenas nada oficialmente. En fin, cualquier cosa era buena para parar el avance de los islamistas. Sin embargo, ahora que hay cientos de muertos en las calles de El Cairo, se condena la violencia.
Es una ingenuidad llevarse ahora las manos a la cabeza, producto claramente de una política exterior tan confusa como irresoluta. Los golpes blandos sólo lo son para quienes los dan y, como todos, suelen acabar en violencia. Los militares egipcios no podían ser distintos. Mubarak, a quien Obama abandonó en su día, nunca ambicionó acabar con los Hermanos Musulmanes a quienes reprimió y toleró simultáneamente. El proyecto de la actual junta militar es, por contra, eliminar política y socialmente a los islamistas. Por la fuerza.
La política internacional no es un inocente juego de niños. Y los errores se pagan y muy caros. Uno de ellos, creer ciegamente que las elecciones son la medida de la democracia. Claramente, unas elecciones libres dieron el poder a los Hermanos Musulmanes que se pusieron manos a la obra de lo que querían hacer, islamizar su país. Desgraciadamente, el golpe militar tampoco va a llevar la democracia a Egipto. Si la represión logra poner punto y final a las creencias de 30 millones de votantes que apoyaron a Morsi en su día, se ganarán unos años; pero si no lo logran los militares, Egipto se hundirá en el caos. Y si eso pasa, despídanse los israelíes de los acuerdos de Camp David y el comercio internacional del libre tránsito por el Canal de Suez con todo lo que conlleva para nuestras débiles economías.
Deberíamos haber aprendido la lección. Los dictadores del pasado dieron tranquilidad mientras pudieron, pero el islamismo al final acabó con ellos. Porque verdaderos liberales y seculares dejaron de existir hace tiempo gracias a nuestro abandono. Que el tiempo que nos conceda Al-Sisi esta vez nos sirva para impulsar de verdad a aquellos que puedan transformar el panorama político egipcio, hacia la libertad y la tolerancia, en los próximos años. De lo contrario, es más caos y sangre lo que nos aguarda. Cuestión de tiempo.