Debates GEES: España en Afganistán (II)

 

Índice:
 
1. Por qué la política y la guerra son incompatibles, por Enrique Navarro
“Un Occidente, fácil objetivo con países débiles institucionalmente, ausente de principios morales, rendidos al corto plazo con políticas pacifistas y con un creciente electorado musulmán cuyas reivindicaciones son atendidas por los gobiernos occidentales que parecen renunciar a los principios básicos en los que se basan las sociedades democráticas”
 
2. La Transición o “afganización”, por Juan Francisco Carmona
“Hemos contestado a la pregunta de si debíamos quedarnos, sin atender a la cuestión correcta, que era, es, si debemos incrementar nuestra presencia, bien en intensidad o en número de tropas, o, de ambas maneras, para lograr una conclusión adecuada, otrora llamada victoria, de la guerra afgana”
 
3. Afganistán: la batalla del Potomac, por Rafael Bardají
En un contexto donde el resto de aliados europeos no acaban de convencerse de la necesidad de aguantar hasta el final y donde los recortes de defensa retroalimentan el disgusto por las operaciones en le exterior, el anuncio de que España abandona sólo puede aumentar el apetito de aquellos que también se quieren ir”
 
4. Regreso a septiembre de 2001, por Óscar Elía Mañú
“Quizá haya que volver a 2001: la aventura afgana de España comenzó precisamente con una posición internacional firme que iba bastante más allá del esfuerzo militar que España estaba dispuesta a hacer. Al menos, sabemos que eso funcionó bien, para nuestros aliados y para la propia diplomacia española”
 
1. Por qué la política y la guerra son incompatibles
por Enrique Navarro
 
“Un Occidente, fácil objetivo con países débiles institucionalmente, ausente de principios morales, rendidos al corto plazo con políticas pacifistas y con un creciente electorado musulmán cuyas reivindicaciones son atendidas por los gobiernos occidentales que parecen renunciar a los principios básicos en los que se basan las sociedades democráticas”
 
Todos mis colegas han hecho muy interesantes aportaciones al debate sobre qué debe hacer el gobierno español sobre nuestra presencia militar en Afganistán; todas ellas tienen un marcado matiz político que sin duda es muy relevante pero insuficiente.
 
No me cabe duda de que una opción política de visión estrictamente nacional y a corto plazo concluiría en una retirada inmediata de nuestras tropas de Afganistán; la experiencia de Rodríguez Zapatero en 2003 con el no a la guerra y en 2004 con la retirada de Irak son un buen ejemplo. En las actuales circunstancias lo más popular sería una decisión de abandono y de vuelta a casa de nuestros hombres. Si el Partido Popular toma esta bandera el rédito electoral sería evidente incidiendo en las contradicciones de Zapatero y en el doble rasero de Irak, la “guerra injusta” y Afganistán, “el conflicto justo y necesario”.
 
Razones de coherencia política dentro del partido popular podrían llevarnos a la conclusión contraria y sería perfectamente legítimo y encajaría con el discurso tradicional del Partido Popular; quizás el rédito político sería menor, pero no mucho menor.
 
Finalmente hay razones políticas para no abandonar Afganistán basadas en la solidaridad internacional; si estamos con nuestros aliados nos vamos con ellos; o por lo menos y a diferencia de lo ocurrido en Irak, no damos el primer paso. Estas razones son perfectamente legítimas y válidas y están asimismo en la base de la argumentación de mis colegas.
 
En torno a estos argumentos generales, pueden construirse otros circunstanciales como las contradicciones de Obama para justificar un cambio de postura española o la imposibilidad para conseguir los objetivos políticos en Afganistán como argumentación moral para la salida unilateral.
 
Pero si analizamos la historia de los conflictos del siglo XX, todo este tipo de argumentaciones existieron e influyeron de forma decisiva en la evolución de los mismos. Estos argumentos existían en Estados Unidos en 1939, o en muchos países europeos en 1938.
 
Esta aproximación política a los conflictos ni es nueva ni de naturaleza muy diferente. Sin embargo si existe un cambio esencial en la manera de conducirlos en 1939/45 y en todos los posteriores acaecidos. Mientras que en la Segunda Guerra Mundial los políticos dieron una gran autonomía a los militares y básicamente siguieron sus consejos; desde 1945, la política ha intentado imponerse y todas las consecuencias han sido nefastas; Corea, Vietnam, guerras del Golfo; Indochina, etc. De esta politización de los conflictos, muchos mandos militares se han convertido en partícipes, con consecuencias aún más nefatas.
 
Mi aproximación al conflicto pretende ser más objetiva y desvinculada del análisis político; veremos si lo consigo.
 
En el análisis del conflicto afgano deberían considerar tres elementos; los antecedentes, sin los cuales difícilmente podemos entenderlo; la evolución del conflicto, analizando los agentes internos y externos del mismo y el análisis de resultados y previsión de futuro.
 
1.1. Los antecedentes afganos
 
Si bien la razón de la intervención aliada en Afganistán en 2001 fue desmontar el régimen talibán que compartía el poder con Al Qaeda y generar un régimen lo más parecido a uno occidental para garantizar un Afganistán estable lejos de las manos de Al Qaeda, las raíces y las consecuencias del problema no pueden obviarse. Afganistán ha sido un país en guerra civil en los últimos cincuenta años, donde se han sucedido en el poder de una forma cruenta regímenes políticos muy diferentes, muchos de ellos basados en apoyos externos.
 
El régimen comunista persiguió a los extremistas pashtunes que acabaron refugiándose en la zona tribal de Pakistán; millones de exiliados que acabaron formándose militar y doctrinalmente en el extremismo islamista/tribal de la Federación Administrativa Tribal de Pakistán compuesta de 7 provincias con autonomía concedida por los británicos hace más de 150 años para controlar la frontera y donde la presencia del ejército pakistaní ha sido tradicionalmente nula.
 
En la guerra civil entre el movimiento talibán y la Alianza del Norte intervinieron activamente fuerzas pakistaníes estimadas en unos 30.000 efectivos y la denominada brigada 055 reclutada por Bin Laden en Arabia, y responsable del asesinato de decenas de miles de Hazaras (minoría chiíta) en Afganistán. Esta coalición derrotó a la Alianza del Norte creando un gobierno talibán con semejantes aliados que nunca llegó a dominar las provincias del norte donde las minorías Uzbeco y Tayiko son mayoritarias.
 
La toma de Kabul por los aliados en 2001 ocasionó la retirada del gobierno talibán a su refugio pakistaní donde comenzó una nueva estrategia de alianzas y de preparación para el conflicto en la que contó con numerosos aliados en Pakistán.
 
Hasta 2001 y en pleno régimen talibán, los asesinatos políticos ascendían a una media semanal de 60; y se realizaron masacres en determinadas tribus que se cuentan por decenas de miles de victimas. Por tanto y sólo desde el punto de vista de seguridad, la situación en la actualidad es notablemente mejor que antes de la llegada de las tropas internacionales; el único cambio cualitativo es que ahora parte de las víctimas son de la Coalición y el impacto mediático es mucho mayor. La mejora de la situación de seguridad, a pesar de lo que pensemos, se manifiesta en el numeroso regreso de exiliados, más de dos millones en los últimos seis años. Solamente en este año han regresado otro medio millón, principalmente del norte de Pakistán.
 
1.2. El conflicto afgano, hoy
 
Pasemos a la actualidad del conflicto; si bien es cierto que las bajas han ido en aumento sobre todo en 2009 y 2010, con 521 y 610 a estas alturas de año; de ellas un 65% se deben atentados terroristas con IEDs; un 15% a accidentes de diversa naturaleza y apenas un 20% en combates directos. Sin embargo las bajas estimadas entre los grupos insurgentes han crecido de forma mucho más exponencial en los dos últimos años con unas 4.000, un 10% de la fuerza estimada de los insurgentes, el 95% en combates directos.
 
Por otra parte el conflicto militar está muy localizado en determinadas áreas, precisamente y esta es una conclusión muy interesante, donde sólo combaten tropas americanas, canadienses, británicas y danesas. En las provincias de Helmand y Kandahar se producen un 70% de las bajas de la coalición, bastiones tradicionales de los pashtunes más vinculados al movimiento talibán. Si a ello sumamos las regiones de Ghazni, Zabol, Paktika, Oruzgan y Konar, de unas características muy parecidas, tenemos el 90% de las bajas de la Coalición. Fuera de estas zonas, los ataques son esporádicos y las tropas desplegadas en el norte y este del país apenas sufren enfrentamientos, que por su reducido tamaño reciben mucho mayor despliegue informativo.
 
La estrategia del enemigo en los últimos meses ha variado notablemente pasando al terror como principal estrategia para impedir la colaboración de la población civil con la Coalición; decenas de asesinatos semanales contra empleados o empresas colaboradoras han minado mucho las posibilidades de reconstrucción y en la actualidad suponen el mayor reto a la seguridad. Las victimas civiles de la insurgencia se han incrementado en 2010 un 80% respecto del año anterior.
 
A pesar de que existen muchos elementos de crítica y a pesar de la dificultad de analizar objetivamente la situación, desde el punto de vista militar la evolución del conflicto es positiva a favor de la Coalición, eso sí gracias al liderazgo militar y político de un puñado de naciones que están llevando sobre sus espaldas el peso del conflicto, mientras que los otros cuarenta países de la Coalición se dedican a control de territorio, formación y estabilización; una situación que a mi juicio es insostenible y que debería cambiar.
 
Para que la OTAN salga reforzada de este conflicto se requiere un auténtico liderazgo de manera que todos los países participen en la misma medida del peso del conflicto. Resulta imprescindible que los ejércitos italiano, alemán, español, turco y francés reemplacen a tropas canadienses, danesas o británicas en el esfuerzo militar. Este refresco debería permitir una acción ofensiva más eficaz en el próximo año que va a ser clave en el devenir de este conflicto y de todos los paralelos al mismo.
 
1.3. Cara al futuro qué
 
De cara al futuro, a mi juicio debe contarse con tres elementos; la realidad económica y social del país; las injerencias exteriores y la presencia militar en el post conflicto.
 
Afganistán en un país complejo donde pastunes divididos en decenas de tribus, muchas de ellas tradicionalmente enfrentadas, suponen un 45% del país, con 21 millones de hermanos en el norte y oeste de Pakistán. Los Tayikos, con un 27% y sin diferenciación tribal, Uzbecos un 9% y Hazaras, de la minoría chiíta con un 9%. Se hablan diversos idiomas y apenas un 15% de la población habla los dos idiomas mayoritarios, Dari y Pasto, que suponen un 85% de los idiomas del país. Dentro de los pastunes son sólo tres tribus las que llevan el peso de la insurgencia talibán, los Shinwani, Durrani y en menor medida los Safis, que dominan el sur, parte del sureste y el oeste del país, incluyendo las provincias de Herat y Bagdhis.
 
Es un país con un 25% de su PIB procedente de la droga. Los principales estados productores están en el sur donde la insurgencia talibán es más fuerte, y donde la droga representa el 50% de la riqueza. Este año 2010, como consecuencia de una plaga, la producción de opio será un 50% inferior a la de 2009, coadyuvando notablemente a una mayor virulencia del conflicto. De una población de 28 millones, un millón son consumidores habituales de drogas, con un crecimiento exponencial de la heroína que produce al año decenas de miles de victimas.
 
Al Qaeda y los terroristas continúan teniendo su baluarte en la Región Autónoma Tribal donde vive el 2% de la población de Pakistán. Cuentan con sus propias fuerzas armadas con pleno autogobierno concedido por la Frontier Crime Regulation de 1873 dictada por el Reino Unido para proteger al imperio británico de la amenaza pastún mediante la utilización indiscriminada de la violencia. Especialmente significativa es la ausencia de presencia institucional en Waziristan y el valle de Swat, donde las tropas pakistaníes no han tenido acceso durante décadas. En este sentido el artículo 247 de la Constitución de Pakistán dice que los actos y decisiones del Parlamento no afectan a esta zona salvo deseo expreso del presidente. En la actualidad existe un gran debate sobre la supresión de esta excepción.
 
La expansión del movimiento talibán hacia las provincias pakistaníes del noroeste donde viven 21 millones de pashtunes más conscientes de su pertenencia tribal que de nacionalidad pakistaní, constituye en la actualidad la mayor amenaza a la estabilidad de Pakistán.
 
Desde el punto de vista de la estabilidad institucional, la política de Obama ha generado un clima de gran inseguridad, hasta tal punto que Karzai ha debido dar un giro radical de política para asegurarse su continuidad en el poder, que a largo plazo van a suponer riesgos nuevos para Occidente.
 
Las continuas reclamaciones de corrupción sobre el gobierno de Karzai han llevado a los demócratas a paralizar la ayuda americana al Régimen, mientras que se exigen nuevos controles de los gastos. Karzai ante la eventualidad de una retirada de la coalición cuando todavía no están asentadas las bases para su seguridad ha tomado iniciativas tan curiosas como un acercamiento evidente al Mullah Baradar, el número dos del Mulla Omar; por otra parte y en esta línea el pasado 3 de junio se creo en el gobierno afgano un Comité para la liberación de detenidos del movimiento talibán de forma irregular y el 5 de agosto se celebraba una conferencia en Teherán para el desarrollo de acuerdos estratégicos bilaterales, semanas después de hacerse público el apoyo financiero iraní a Karzai.
 
Resulta perfectamente lógica la postura de Karzai, e Irán y los vecinos del Norte serían lógicamente los que podrían darle mayor estabilidad frente al movimiento talibán. La política de Obama de terminar esta guerra de forma limpia con el empleo de drones para asesinar lideres terroristas en terceros países, no va a ser determinante pero es necesaria; aunque nos devuelve a la época de los asesinatos institucionales ordenados por la CIA, que fueron prohibidos hace décadas y que convierten a Guantánamo en una violación de derechos humanos de proporciones menores frente al asesinato selectivo de terroristas que luego Obama condena en Oriente Medio.
 
A mi juicio y para concluir, la consecución de los objetivos militares y políticos que justificaron la intervención en Afganistán pasa por cinco líneas de actuación.
 
a)      Es necesario reforzar la posición de Karzai; las acusaciones de corrupción en este caso no deben limitar los canales de ayuda; si no lo han hecho en la Autoridad Palestina donde las pruebas de corrupción han sido más evidentes, no deberían hacerlo en este caso donde los intereses estratégicos en juego son mayores.
 
b)     Desde el punto de vista militar, es necesaria la ocupación efectiva de las provincias pakistaníes de la frontera; el ejército de Pakistán con el apoyo occidental debería pasar a tener el control del territorio lo antes posible; internamente no va a generar una gran oposición en Pakistán ni entre la minoría chiíta ni en el Punjab, -ambos suponen el 80% de la población del país-. El aseguramiento militar que sería muy costoso en término de bajas es absolutamente necesario para garantizar la seguridad en el futuro.
 
c)      La OTAN y en particular Petraeus deben tener total libertad para manejar el total del contingente sin limitaciones nacionales, siendo necesario un refresco de las tropas que han llevado el peso del conflicto por otras que apenas han entrado en combate. A mi juicio una intervención en misiones de combate para las fuerzas españolas produciría un gran rechazo social, pero bajo mi punto de vista es totalmente aconsejable por los efectos positivos que produciría en el conflicto, sobre la moral de nuestras tropas y sobre el posicionamiento geoestratégico de nuestro país.
 
d)     Las acciones de colaboración, ayuda humanitaria, desarrollo del país son la base del futuro de un Afganistán seguro; esperemos que algún día el General Petraeus siga la transformación del general Marshall y genere un gran plan realista de reconstrucción del país que tanto ayudó a la estabilización de la Europa de la posguerra.
 
e)      Es necesario preservar la independencia de Afganistán frente a Pakistán y sobre todo Teherán. Una presencia militar internacional a largo plazo será necesaria al igual que continúa en Europa sesenta años después, para conseguir este objetivo y garantizar una plena operatividad con las nuevas tropas afganas.
 
Los riesgos de la politización del conflicto nos llevan a una retirada sin terminar el trabajo, y en consecuencia al descrédito de la OTAN como baluarte de nuestra seguridad; conducen al reforzamiento del papel de Irán como líder regional y a un resurgir del terrorismo internacional que inestabilizará a todo el Oriente Medio y a Pakistán y que traerá a largo plazo un conflicto directo entre Occidente y un nuevo Islam radical dirigido por Bin Laden o su sucesor, con capacidad nuclear de por medio. Enfrente tendrá a un Occidente, fácil objetivo con países débiles institucionalmente, ausente de principios morales, rendidos al corto plazo con políticas pacifistas y con un creciente electorado musulmán cuyas reivindicaciones son atendidas por los gobiernos occidentales que parecen renunciar a los principios básicos en los que se basan las sociedades democráticas y liberales de Occidente para obtener un rédito político que puede ser el catalizador de la derrota.
 
2. La Transición o “afganización”
por Juan Francisco Carmona
 
“Hemos contestado a la pregunta de si debíamos quedarnos, sin atender a la cuestión correcta, que era, es, si debemos incrementar nuestra presencia, bien en intensidad o en número de tropas, o, de ambas maneras, para lograr una conclusión adecuada, otrora llamada victoria, de la guerra afgana”
 
Enrique Navarro ha descrito fabulosamente la situación afgana, y no pocas cosas más, sacando unas conclusiones la mar de pertinentes. Pero, si no leo mal, se sitúa en el extremo opuesto a la posición sugerida en el inicio del debate por Emilio Campmany, dejándonos a los demás en una tibia zona de nadie. Así que no solamente no hay que retirarse, como defendíamos los súbitamente convertidos en centristas, sino que hay que incrementar la contribución y hacerlo en las zonas donde el combate es más fiero. Chapeau!, Enrique.
 
Yo creía, y creo, que el artículo introductorio de Emilio tiene el valor de mirar a las circunstancias políticas a la cara, pero lo de Enrique ya pasa de castaño oscuro, ¡pues no pretende acaso que miremos a la cara a las circunstancias militares!
 
Inténtese con ambas. Se celebra este mes una cumbre de la OTAN en Lisboa con la finalidad de adoptar un concepto estratégico para la organización. Por razones que no son de ahora y que no conviene traer a colación para no hacer interminable este discurso, el tema estrella de la reunión, en realidad, será lo que se llama la transición de Afganistán.
 
Se conoce por Transición o “afganización” -en el contexto de la batalla contra los talibán, parte de la guerra que Occidente ha declarado al islamismo desde el 11 de septiembre de 2001 -, al proceso de formación de un ejército y unas fuerzas de seguridad afganas, acompañada de la estabilización política del país, que debe permitir una retirada prácticamente completa de las tropas de la OTAN de Afganistán para 2014.
 
En esta transición todo está en el ritmo. Al respecto, el general Petraeus, comandante de las tropas americanas y de la OTAN en el terreno, está empeñado en ser el más listo del cotarro -y a lo mejor hasta acierta-. A base de un bombardeo de pantallas de Power Point pretende: a) convencer al gobierno afgano de nuestro compromiso; b) a los talibán de nuestra determinación de quedarnos hasta culminar el trabajo; c) a los gobiernos europeos que se podrán marchar cuando les plazca, siempre que contribuyan lo imprescindible, que ya no es tanto; d) al pueblo americano que no es Republicano; y d) a Obama que la retirada prevista iniciar en 2011 en virtud de las condiciones sobre el terreno habrá de ser tan gradual que no se note en la zona de combate, pero que podrá venderla entre sus electores y al partido Demócrata. Petraeus es un fenómeno, y además corre como un gamo, pero controlar tantos recovecos y conciliar tantas posturas tiene más peligro de convertirse en una comedia de los hermanos Marx, que de acabar, con éxito, con la guerra más importante de la OTAN desde la Fría.

Leo en el WSJ –y lo confirma la visita-huída de Z–que, efectivamente, la idea de la OTAN es "reinvertir", por ejemplo, las fuerzas nacionales que se liberan de provincias y distritos que son sometidos al proceso de transición en otras más peligrosas hasta que logren estabilizarse todas. Con lo que, advierto, Enrique no da puntada sin hilo y se adelanta a lo que puede pedirse a España tras, durante, o antes de la cumbre de Lisboa.

De modo que, me temo, hemos contestado a la pregunta de si debíamos quedarnos, sin atender a la cuestión correcta, que era, es, si debemos incrementar nuestra presencia, bien en intensidad o en número de tropas, o, de ambas maneras, para lograr una conclusión adecuada, otrora llamada victoria, de la guerra afgana. Mientras, presenciaremos el, a día de hoy inexplicable e imposible modo, en que Petraeus se las arregla para engañar, contra todo pronóstico, a todo el mundo al mismo tiempo, quedando todos convencidos de haberle engañado a él.

Francamente, dudo que en esta España menguante (feliz expresión de Bardají y Portero) tengamos los recursos materiales e incluso humanos necesarios para llevarlo a cabo, por lo que delego en mis mayores en saber y gobierno, por ejemplo en el propio Enrique, para explicarlo. Pero, si podemos, si se puede enviar a los soldados en condiciones, está claro que debemos. Así que, Emilio, por si no querías caldo de implicación en Afganistán, pues, dos tazas. Tienes razón, somos un caso perdido: no tenemos ni puñetera idea de cálculo político. Pero a mí no me mires, que ha sido Enrique.
 
3. Afganistán: la batalla del Potomac
por Rafael Bardají
 
En un contexto donde el resto de aliados europeos no acaban de convencerse de la necesidad de aguantar hasta el final y donde los recortes de defensa retroalimentan el disgusto por las operaciones en le exterior, el anuncio de que España abandona sólo puede aumentar el apetito de aquellos que también se quieren ir”
 
Enrique Navarro ha elaborado un buen y detallado recorrido por el país para intentar dar respuesta a una pregunta: ¿es una guerra ganable en Afganistán? Y la impresión que transmite es que, a la luz de la Historia, nadie ha conseguido tal azaña. Pero su recorrido intelectual y analítico, poniendo los focos de nuestra atención en la naturaleza de aquel país o territorio, tiende a oscurecer la pregunta que debemos hacernos nosotros ahora: ¿debe quedarse España en Afganistán o, por el contrario, salir corriendo de allí?
 
La pregunta no es baladí y resulta más que pertinente cuando uno es testigo de cómo el presidente de gobierno actual, Rodríguez Zapatero, prefiere vestirse de Geyperman y realizar una visita fugaz a nuestras tropas en Herat antes que tener que arrodillarse, cual penitente mortal, ante el Papa en su reciente viaje a Santiago y Barcelona. Enrique traza un buen dibujo de las dificultades intrínsecas a un no-Estado como es el Afganistán moderno, asolado por las sucesivas guerras, dividido internamente y asaltado por intereses varios foráneos.
 
Además, sabemos por el tamaño y las tareas de nuestro contingente en la zona que el futuro de Afganistán no depende del esfuerzo miliar español en aquel teatro. Pero si bien la victoria no está en nuestras manos, la derrota puede muy bien que sí. Me explico: el destino de Afganistán se juega en estos momentos más en Washington que en Kandahar. Nos encontramos, una vez más, con que el presidente americano tiene ante sí un nuevo Vietnam donde la correlación de fuerzas militares es menos relevante que los equilibrios de poder en torno a la Casa Blanca.
 
Y también sabemos con detalle que su actual inquilino, el presidente Barack Hussein Obama, nunca ha sido un convencido de que los Estados Unidos tengan que luchar allí y puedan afectar positivamente a la estabilidad de la zona. El anuncio que realizó a finales del año pasado de aumentar las tropas americanas en suelo afgano iba atado a la condición de comenzar su retirada en julio de 2011, fecha en la que comenzaría la transferencia de la seguridad a las fuerzas afganas.
 
Fijar una fecha de salida, en medio de un conflicto en el que los insurgentes cuentan con todo el tiempo del mundo, ha sido considerado por casi todos un grave error, empezando por los mandos militares norteamericanos. Y tal ha sido la fuerza de las críticas –y el empecinamiento de la realidad sobre el terreno- que hoy la fecha de salida ya está en entredicho. La Casa Blanca, aunque a regañadientes, estaría ya pensando en un plan en el que los plazos serian más aquilatados. En lugar de 2011 ya se lanzan globos sondas sobre 2014.
 
Ahora bien, no hay nada seguro en manos de un presidente que actúa motivado por consideraciones de táctica política. Lo que hoy parece lógico a tenor del resultado de unas elecciones de mid-term, puede dejar de serlo si los representantes demócratas en el Congreso repudian todo lo que no sea una estrategia de salida rápida, algo que es más que imaginable.
 
En ese sentido, que los aliados de América dejen de debatir si se quedan o salen corriendo, si se manifiestan a favor de quedarse hasta que las condiciones de seguridad de Afganistán estén garantizadas, se estará favoreciendo a todos aquellos que en Washington creen que irse de Afganistán sin una victoria no sólo equivale a una derrota, sino que se pondría en peligro la estabilidad de la zona y la seguridad nacional. Por el contrario, una retirada precipitada de los aliados daría alas a una retirada prematura de los Estados Unidos, con las consecuencias negativas que ese abandono implicaría.
 
¿Puede España anclar a Estados Unidos a Afganistán? Claro que no. La España de Zapatero ni cuenta con esa fuerza ni influencia. Pero en un contexto donde el resto de aliados europeos no acaban de convencerse de la necesidad de aguantar hasta el final y donde los recortes de defensa retroalimentan el disgusto por las operaciones en le exterior, el anuncio de que España abandona sólo puede aumentar el apetito de aquellos que también se quieren ir y no lo hacen para no ser señalados los primeros. La España de Zapatero que se vuelve a retirar sería usada como precedente, preámbulo de una salida en masa.
 
En la medida, pues, que consideremos que Afganistán, sin las tropas de la coalición, caería en manos de los talibán y que éstos volverían a dar cobijo y amparo a jihadistas de todo tipo, que España pusiera en marcha un proceso de retirada colectiva anticipada, sería algo muy malo. Y, en consecuencia, algo a evitar. Por eso es importante no dejarse llevar por la desesperación o el cinismo. España cuenta para lo negativo. No dejemos que eso se llegue a materializar. Nada tan sencillo cómo seguir allí y contribuir a que los demás también están, incluyendo a los más decisivos, los Estados Unidos.
 
4. Regreso a septiembre de 2001
por Óscar Elía Mañú
 
“Quizá haya que volver a 2001: la aventura afgana de España comenzó precisamente con una posición internacional firme que iba bastante más allá del esfuerzo militar que España estaba dispuesta a hacer. Al menos, sabemos que eso funcionó bien, para nuestros aliados y para la propia diplomacia española”
 
Cualquier análisis sobre política exterior española cuenta a día de hoy con un obstáculo insalvable: las características ideológicas del gobierno de Rodríguez Zapatero, y la propia personalidad y trayectoria de éste. El analista -mal que bien- trata de llevar a cabo dos tareas: explicar qué está pasando y por qué está pasando y predecir qué puede ocurrir en el futuro. En cuanto a lo primero, la política exterior desde 2004 contiene un alto grado de irracionalidad estratégica y de ocultación, que hace difícil averiguar el porqué de acciones y decisiones. En cuanto a lo segundo, la reducción de la política exterior a las necesidades momentáneas constituye otro obstáculo. Ambas cosas están presentes en Afganistán, pero no sólo: también en relación con Marruecos, con Venezuela, la diplomacia y la estrategia españolas adolecen de altas dosis de irracionalidad política y de improvisación.
 
Como quiera que la historia, en términos de Toynbee, está en marcha otra vez, los retos para los aliados siguen estando ahí de manera otra vez acuciante y urgente, más allá del paréntesis aislacionista español abierto en 2004. La gran pregunta de cara a la cumbre del próximo viernes en Lisboa, la cuestión fundamental en relación con la credibilidad de la OTAN es aparentemente sencilla: ¿Se puede ganar aún en Afganistán? Pero sólo lo es aparentemente, porque en verdad las respuestas se multiplican según qué punto de vista o que criterio se adopte, si el táctico, el estratégico, el electoralista, el legal o el moral, dando lugar a una discusión interminable, y en buena medida, de diálogo de besugos.
 
Es una pregunta ambigua sino se formula correctamente desde abajo, atendiendo además a la naturaleza de la guerra: la guerra no es ni una situación ni un acontecimiento. Es, ante todo, un choque entre enemigos concretos: no se trata de si se puede ganar la guerra, sino de si las potencias occidentales pueden vencer a los talibanes?, o mejor, si es inevitable que el movimiento talibán sobreviva, crezca y puede llegar a recuperar parte del poder perdido en 2001. No lo es, y todos los participantes en este debate han puesto de manifiesto que no hay impedimento militar alguno para vencer a las guerrillas talibanes. Recordaba Juan Francisco Carmona la disparidad de bajas entre los aliados de 2010 y los soviéticos de 1979. Pero no sólo. Cada guerra es distinta, aunque se libre en el mismo escenario. Los enemigos de hoy no son los mismos de los ochenta, la relación de fuerzas y la técnica tampoco, la situación internacional menos aún. 
 
No hay maldición alguna ni secreto oculto en el enfrentamiento con la guerrilla, y tampoco aquí. El resultado de las guerras irregulares remite al final a factores materiales (armas, número, geografía) y humanos (líderes, capacidad estratégica, entrenamiento). En todo, salvo en la voluntad, el saldo es favorable a los aliados, al menos a priori. Y a posteriori quizá también: sobre el terreno, que la ofensiva en Kandahar no haya ido todo lo bien o todo lo rápido que los aliados esperaban no significa que haya ido bien para los talibanes: han perdido gran parte del control de la región y de la ciudad. Con menos efectivos que los solicitados, aún con la espada de Damocles temporal, Petraeus logra avances nada desdeñables que suponen retrocesos para los talibán. La capacidad de éstos para recuperarse humana y materialmente puede ser alta; pero no es infinita, y desde luego tras nueve años de guerra, las dificultades talibanes parecen mayores que nunca.
 
No es un problema de estrategia sino de política, que es la clave que sobrevuela la discusión. En medio del debate del GEES, Joseph Stowe publica el artículo “La OTAN pasa por Lisboa”, donde augura y se lamenta a partes iguales, de una zona euroatlántica política y aún civilizatoriamente a la deriva. Y lo hace con razón: cuando el gobierno de James Cameron tiene como objetivo medir la felicidad de los británicos, Rodríguez Zapatero escapa a Aganistán para no ver al Papa o Berlusconi retoma de Gadafi el término “buga-buga”, poca confianza parecen dar nuestros países. Y los pesimistas se apuntan un tanto. En lo alto de la jerarquía de lo político –perdónenme los filósofos por la expresión- destaca la crisis relativista, subjetivista y nihilista de la cultura europea. Una Europa entretenida en revisar críticamente su pasado, llevada por el odio a sí misma, a su historia, valores y tradiciones, es incapaz de defender, no ya a si misma, sino a los que defienden sus mismos valores en cualquier otra parte del mundo. Temo que retomar el tema de la crisis cultural y de valores de Europa es redundar en algo evidente; no lo es recordar que esta crisis se extiende desde la intelectualidad pequeña burguesa occidental hasta el último soldado aliado en Kandahar con una fuerza tremendamente destructiva. En esto, los autores del GEES muestran una tremenda unanimidad.
 
En un sentido más inferior al de los principios y valores se encuentran las necesidades políticas de cada gobierno. Pocos gobiernos escapan a las encuestas, valoraciones populares y necesidades partidistas. Emilio Campmany abrió la caja de los truenos al recordar, no ya las debilidades del Gobierno de Rodríguez Zapatero, sino el hecho de que con la llegada de Obama y el cambio en los objetivos de la misión, España quedaba liberada de los compromisos adquiridos con Bush, aunque eso significara abandonar Afganistán como ya se hizo en Irak: Si los intereses de Occidente están en juego en Afganistán, ha resultado evidente que no es Obama quien va a defenderlos. Como nosotros sin los norteamericanos no podemos hacerlo, lo mejor es dejar a Obama que se gane la reelección él solito, si puede. Interés nacional, por tanto, que pasa por no arriesgar para nada la vida de los soldados españoles allí desplazados, sino es para mayor gloria del inquilino de la Casa Blanca. En el pasado, yo mismo defendí esta posición, que abomina tanto del electoralismo que emana de La Moncloa como del de la Casa Blanca.
 
Tanto Bardají como Carmona han criticado, a mi juicio con razón, el realismo, o el realismo a corto plazo, de Campmany. Curiosamente lo hacen tanto desde arriba como desde abajo: desde arriba, apelando a los principios, los valores y la responsabilidad histórica de una derrota allí; desde abajo desde el suicida mensaje que se transmite en el campo de batalla, tanto a las tropas aliadas como a los enemigos. Ambas cosas son ciertas, pero muestran también el flanco débil del analista: a fin de cuentas, entre los principios y valores y las consecuencias sobre el terreno es donde se mueve la política real, la que se lleva a cabo en la realidad, la del ser y no la del deber ser, que no por desviada deja de ser la única que acaba contando para todos, para quienes libran la guerra y para quienes interpretan la historia.
 
Lo cual nos lleva al caso español. Para todos los autores, aquí la ruptura es evidente entre los intereses nacionales y la política del gobierno. Nadie en el GEES confía en que Rodríguez Zapatero, Carmen Chacón o Trinidad Jiménez tengan las ideas necesarias para defender sólidamente una postura coherente ante los aliados. Todos estamos de acuerdo en que España va a hacer lo que no debe hacer. No defenderá la permanencia de la misión de la OTAN más allá de 2014, porque si por el Gobierno fuese acabaría mañana mismo; pero no fijará fecha de retirada para no destrozar aún más la imagen dejada en nuestros aliados tras la retirada unilateral y apresurada de Irak en 2004. Asentirá en silencio ante quienes defiendan una retirada cuanto antes, pero no será el que se adelante a los demás aliados defendiendo su postura.
 
En la versión radiofónica del debate, en el programa del Grupo en esRadio el pasado domingo, Enrique Navarro fijaba los retos estratégicos de una misión ambiciosa: involucrarse de verdad en la seguridad en la zona; incluir el uso de medios aéreos en las operaciones; involucrarse en las labores de reconstrucción. Ni este gobierno ni el que venga parece ser capaz de algo semejante: hasta ahí llega la falta de confianza de la clase política en la nación española y en sus fuerzas armadas, que dicho sea de paso no parecen más confiadas en su propia capacidad que los políticos que las dirigen. Dejo aquí la idea, que se escapa de nuestro propósito.
 
Buen conocedor, a tres bandas, de lo que ocurre en la Casa Blanca, en la OTAN y en el campo de batalla, Bardají sitúa el debate en unos términos tan ajustados como demoníacos. Si los aliados se manifiestan a favor de quedarse hasta que las condiciones de seguridad de Afganistán estén garantizadas, se estará favoreciendo a todos aquellos que en Washington creen que irse de Afganistán sin una victoria no sólo equivale a una derrota, sino que se pondría en peligro la estabilidad de la zona y la seguridad nacional. No hacen falta, desde este punto de vista, grandes esfuerzos militares como los que yo mismo -algo inconscientemente- he defendido para cumplir la obligación. Tampoco escandalosos pasos adelante en defensa de los intereses puramente nacionales que lleven a la deserción inmediata, que empujarían a los aliados a seguirnos por el precipicio y desalentarían a los norteamericanos. Basta el apoyo firme y decidido a una estrategia americana de victoria para evitar, o tratar de hacerlo, que los vientos morales de derrota sigan soplando. No es mucho, porque no depende de los españoles, pero sí algo. A fin de cuentas, quizá haya que volver a 2001: la aventura afgana de España comenzó precisamente con una posición internacional firme que iba bastante más allá del esfuerzo militar que España estaba dispuesta a hacer. Al menos, sabemos que eso funcionó bien, para nuestros aliados y para la propia diplomacia española.