De la política como el arte de la carambola

por Rafael L. Bardají, 18 de marzo de 2021

Es sorprendente, sí. Hace a penas una semana, el tablero político español seguía congelado sin visos de cambiar a pesar de todas las desgracias que nos han ocurrido, muchas agravadas por la pésima gestión del dúo Pedro y Pablo. De repente, un golpe de mano de unos golpistas profesionales cuece una moción de censura en Murcia, para arrebatarle ese feudo al PP. Ciudadanos se convierte en la pieza central de la traición a su propio gobierno y ata su futuro al sanchismo y a la vieja política de intrigas palaciegas. También sabemos que, sorpresivamente, Teodoro, la mano derecha de Pablo Casado y murciano de honor, se planta en su región y deshace el entuerto tejido desde Madrid por Moncloa y Arrimadas. Entre medias, un reguero de mociones de censura por media España y la convocatoria de elecciones anticipadas en Madrid por decisión de Ayuso, temerosa de que se repitiese la jugada murciana en la capital del reino y último baluarte del PP. Y cuando las aguas iban camino de volver a su cauce, dimite Pablo Iglesias de su adorada vicepresidencia y anuncia su candidatura al frente de UP para la comunidad madrileña. 

 

Hasta aquí todo lo que hemos visto y sabemos. Luego vienen las especulaciones. Unos que ven la mano genial de algún Rasputín monclovita para librarse un incómodo Iglesias; otros que si es una jugada maestra del líder de Podemos para acrecentar su poder; los menos, que una operación de salvamento del soldado Casado, quien no levantaba cabeza desde la debacle de las catalanas, las críticas de su maestro José María Aznar y la culpabilidad final de la sede. ¿Pero puede ser verdad que todos ganen? Yo creo que no. Y aunque las conspiraciones en políticas son como las meigas, que “haberlas haylas”, lo normal es que prime el azar y la estupidez. Diría que todo lo que estamos viendo perplejos no es producto de ningún plan maestro, sino reacciones a acontecimientos que les han sobrevenido a sus actores.

 

En cualquier caso, la primera y gran beneficiada de que el tablero haya saltado por los aires es, sin duda, Isabel Diaz Ayuso. El fantasma murciano le ha servido para desembarazarse del veto de Génova a la convocatoria de nuevas elecciones. Y que  Pablo Iglesias se baje del gobierno paras presentarse como el héroe que se sacrifica para derrotar a la derecha ciertamente movilizará a buena parte de la izquierda madrileña, pero movilizará más aún el apoyo a Ayuso de buena parte de lo que ha quedado ya, sin Ciudadanos, a la derecha del PSOE. Es más, con un candidato socialista entrado en años y triste como él solo, este partido se va a jugar entre dos. Y eso ayuda a que un PP en descomposición pueda reagrupar parte del voto en la derecha que se había desencantado de un líder que ya no se sabía a dónde quería llegar.

 

El segundo gran ganador de esta nueva situación es, paradójicamente, Pedro Sánchez. Aunque la dimisión de Iglesias haya sido ejecutada con nocturnidad y alevosía para hacerle el justo daño a su ego e imagen, Sánchez se quita de en medio a un elemento que le ganaba en la batalla mediática, le entorpecía en su gestión y que asustaba a mucha gente, del Ibex 35 a Europa. Sin Iglesias dando la murga, Sánchez podría jugar a ponerse la careta de cierto moderantismo y disputarle al mismo Pablo Casado el votante huérfano de Ciudadanos. Sánchez no tiene más principio que alimentar su cesarismo y todo lo que le valga para ello lo hará.

 

El tercer beneficiado, aunque a mucha distancia de los dos primeros, es el presidente del PP, Pablo Casado. Con la exagerada representación durante la moción de censura presentada por Vox, Casado escenificó su deseo de no querer que le etiquetasen como parte de ningún bloque de derechas y de iniciar un nuevo giro al centro central. Para su desgracia, el primer test de su nueva estrategia centrista se midió en las elecciones catalanas, donde fracasó estrepitosamente: lejos de captar votantes de Ciudadanos, perdió un número significativo de los suyos propios. Ciertamente, Cataluña era un partido complicado para un PP que siempre ha jugado allí con la camiseta de los acomplejados, pero de ahí a asegurar que esos resultados nunca podrán replicarse en el resto de España, empieza a ser más una cuestión de fe que de realidad. En todo caso, Casado es el renacido, saliendo de su tumba de Génova para hacer campaña en Madrid en apoyo a Ayuso. Ha sido ella quien le ha regalado este balón de oxígeno. Que nos convenza después de que Madrid es toda España, está por ver.

 

Iglesias se quiere presentar a si mismo como el gran ganador, pero tengo dudas siquiera de situarle aquí en cuarto lugar. Aspira con su retórica a que creamos que se sacrifica por el bien de una izquierda que no puede entender, reconocer y aceptar que la derecha puede ganar las elecciones. Pero su salto en realidad esconde su temor a que Podemos ni siquiera obtuviese el respaldo suficiente para entrar en la Asamblea de Madrid. Ese miedo, el miedo a ser un vicepresidente cuyo partido va de derrota en derrota, el miedo a que le sacudieran la silla de su liderazgo, el miedo a dejar de pintar algo, ha sido en realidad el resorte que le ha impulsado a jugársela en Madrid.  Una pirueta que depende, en buena parte, de lo que finalmente acabe haciendo la formación de su examigo y compañero, Íñigo Errejón, quien no se lo pondrá fácil. Esa sería su motivación, aparte del posible infantilismo y aburrimiento que tan bien ha descrito la exdirigente de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez. Ya se sabe, en la izquierda siempre anida el deseo de venganza. Pero si Iglesias se empeña en presentar su batalla como comunismo frente a libertad, igual las cosas no le salen tan bien como quisiera.

 

A Vox no le debieran ir ni bien ni mal estas elecciones regionales. Ha demandado, como debiera, elecciones en Murcia para acabar con el bochorno de los amaños de los despachos, de unos y otros. La democracia no es eso, sino dejar que los ciudadanos se expresen. En Madrid, a Vox no le puede ir mal, al contrario, pero el objetivo no puede ser un a victoria en una autonomía, en la que no se cree, sino en las generales. Es verdad, Ayuso salvará Madrid; Casado salvará sus muebles; pero Santi Abascal salvará a España. Esa es y debe ser la gran diferencia.