Cumbre de Washington. Problema de ser, no de estar

por Joseph Stove, 30 de octubre de 2008

Los problemas sociales se larvan con lentitud pero, normalmente, se ponen de manifiesto de manera inopinada. Son muchas las voces que vienen avisando de alarmantes indicios de descomposición en la sociedad española. Además, signos de desmoralización se van adueñando de segmentos de la población. Ninguno de nuestros políticos reconoce que nos encontramos ante una crisis nacional que afecta peligrosamente a su ser.
 
Cuando se van a cumplir 30 años de la Constitución son muchas más las muestras del fracaso de su sistema que de su acierto. Paul Johnson, en “A history of the modern World” (1983), define el texto constitucional de 1978 como “… un documento extenso, además de complejo, absurdamente detallado y muy mal escrito.” Pero añade: “… su gran mérito es que representó consenso: fue la primera constitución española que no representó una sola ideología o el monopolio del poder por un solo partido”.
 
La andadura democrática de España estuvo apuntalada en los años 80s y 90s, por unos partidos de ámbito nacional que fueron capaces de retardar las dinámicas centrífugas producto de la deslealtad constitucional de nacionalistas vascos y catalanes. La entrada en la Alianza Atlántica y en la Comunidad Europea apuntaló la incorporación de España a Europa. Iba a transcurrir poco tiempo cuando la neodemocrática España envió el primer aviso serio a sus socios y aliados de que era “poco fiar”. En el tramo final de la Guerra Fría, tres años antes de la caída del muro, marzo 1986, un referéndum concebido para denunciar el Tratado de defensa de la libertad, que era la referencia de todos los pueblos oprimidos de la Europa del Este, constituiría una señal inequívoca de que una sustancial parte de la clase política española estaba, todavía, a principio del siglo XIX y que el consenso constitucional estaba construido sobre arenas movedizas, pues con el referéndum de 1986, se ponía en cuestión, por motivos puramente ideológicos, la legitimidad de las decisiones tomadas por un gobierno y un parlamento elegido democráticamente. 
 
La metástasis que iba a aquejar de lleno al ser nacional se fue fraguando en las legislaturas de Suárez y González. El desarrollo del “estado de las autonomías” era, a todas luces, un ejercicio de insensatez. Alguien quiso ponerle freno, pero los bomberos llegaron tarde. El proyecto de Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico quedo en la cuneta y ya no hubo dique que contuviera la corriente. Las competencias transferidas a vascos y catalanes, sobre todo la educación, suponían el inicio de un proceso de difícil control. El resto de autonomías se embarcó en el mismo sinsentido. Treinta años más tarde España, junto con la proliferación de “naciones”, “realidades nacionales”, idiomas inventados, bilateralidades, hechos diferenciales, embajadas autonómicas y otras memeces carísismas, posee records negativos de fracaso y calidad escolar, el desafío al estado es patente en todos los órdenes y este es, cada vez, más débil. Una Ley Electoral absurda, desde el punto de vista de la igualdad de voto de todos los españoles se encargó de hacer el resto, otorgándole un poder de decisión enorme a unos minúsculos partidos secesionistas. En treinta años, ningún partido político de ámbito nacional ha llevado en su programas medidas para remediarlo.
 
La irrupción de “la cultura” en el ámbito político tuvo efectos importantes. Desde los años 80, el cine español, fuertemente subvencionado con dinero público, eligió la Guerra Civil como tema estrella. A partir de ese momento un bando siempre será “el malo” y otro “el bueno”, de esta manera se socavaba deliberadamente el paso de página que, supuestamente, supondría la Transición. Las subvenciones estatales a partidos políticos y sindicatos, crearon verdaderas burocracias, cuyo energías se dedicaban a su perpetuación. Otro aspecto importante para entender las claves de la situación política española son los medios de comunicación. Las principales televisiones son, si no afines, si proclives a las tesis de una izquierda, a veces rancia y otras simplemente “progue”.  Y en cuanto a los medios escritos, la empresa del de mayor tirada nacional no se sabía si pertenecía al PSOE o este partido a la empresa. Todo lo anterior fue conformando un estado de “legitimidad en la opinión” que haría crisis en 2004.
 
La victoria del Partido Popular en 1996 y su permanencia en el poder hasta 2004, supuso un saneamiento económico interior, pujanza en inversiones en el exterior y auge en la esfera internacional. Los grandes problemas pendientes de fondo, a saber: la ley electoral, el cierre del estado de las autonomías, la vigorización de las instituciones para garantizar la separación de poderes, con especial incidencia en la independencia de la justicia, y el desorbitado poder de ciertos medios de comunicación, no fueron objeto de la acción política de los populares, ni siquiera con mayoría absoluta. En el terreno de la lucha contra el terrorismo separatista de ETA se dieron pasos firmes con la no disimulada oposición de los nacionalistas. La reacción popular ante el asesinato de Miguel Ángel Blanco fue la señal para los nacionalistas de que había que socavar con más velocidad las bases del estado.
 
La prosperidad y la estabilidad política, no lograron ocultar la conmoción que estaba por llegar. La derrota del PSOE en 1996 produjo la fragmentación del partido a lo largo de las líneas que conformaban el poder autonómico. Los denominados “barones” territoriales, eufemismo para designar a los caciques de las autonomías, eran los que ejercían el poder en el partido. Los pactos con los nacionalistas, en todos los territorios, para alcanzar el poder, desvirtuaron la esencia del carácter nacional del partido socialista. El ascenso a la Secretaria General de Rodríguez Zapatero marco un hito. Una nueva generación se hacía cargo del PSOE. Populista, utópico, de nula experiencia en la gestión publica, político profesional, relativista, multiculturalista, posmodernista, posidentitario, antiamericano patológico y frívolo, ese puede ser el retrato del nuevo político español al uso e, inconscientemente, de una buena parte de su población, manipulada por unos medios dirigidos y con un nivel de educación muy bajo. Ante la mayoría absoluta popular de 2002, la izquierda decide sumar la movilización popular a la acción política ordinaria. Las manifestaciones por un accidente marítimo acaban pidiendo la República. La guerra de Irak de 2003 da lugar a ataques sin precedentes, en la historia de la democracia española, contra un gobierno legítimo y al partido que lo sostiene. La estrategia puesta en marcha es prerrevolucionaria. La coalición socialista-independentista en Cataluña indica lo que está por venir.
 
El ataque terrorista del 11 de Marzo de 2004, cuyos acontecimientos son de sobra conocidos, alcanzó, sean quienes fuesen sus autores, los objetivos previstos y el Partido Popular fue desalojado del gobierno. La sociedad española acababa de claudicar ante una agresión, sin precedentes, a su soberanía.
 
La llegada de Rodríguez Zapatero al poder, con en apoyo de toda la izquierda, los independentistas y la gran mayoría de los medios de comunicación, marca un punto de inflexión en la historia de la democracia española. El invento de la España plural, denominación aplicable a cualquier vieja nación de Europa, sirvió para dar el pistoletazo de salida a la etapa culminante del gran desmadre autonómico. El estatuto de Cataluña, cuya no ya flagrante inconstitucionalidad sino su absoluta anticonstitucionalidad, que se desprende de su mera lectura, era la expresión clara del final del pacto constitucional de 1978. El melón abierto del “estatut”, avivó las ansias caciquiles y las reformas estatutarias, a cual más descabellada, se propagaron por doquier. Todas atentaban contra el más elemental sentido de solidaridad e igualdad entre los ciudadanos que son los más elementales rasgos de pertenencia a una nación.
 
En el ámbito social y político, medidas como la legalización del matrimonio entre homosexuales, más que a reconocer derechos iba orientada a dividir a la sociedad, como lo era la negociación con ETA que abrió aún mas la brecha que dividía a la sociedad española. Los presupuestos del estado se emplean para primar a las regiones cuyos gobiernos fueran afines al socialita y a castigar a la oposición. La derogación del Plan Hidrológico Nacional y la nueva Ley de Educación eran medidas claramente encaminadas a borrar todo indicio de solidaridad nacional y primar los particularismos, de nefasto recuerdo en nuestra historia. Otro “hecho diferente”, y no “diferencial”, iba a afectar profundamente, con sus luces y sus sombras, a la sociedad española: la inmigración incontrolada, que alteró significativamente las pautas demográficas, hecho determinante en cualquier sociedad y de consecuencias imprevisibles.  
 
La política exterior de un estado es un claro exponente de su solidez como nación, muestra de su identidad y de los valores imperantes en su sociedad. La acción exterior del Gobierno español a partir de 2004 es difícil de describir. La escapada de las tropas de Irak, muy aplaudida por la mayor parte de la sociedad española, marca la entrada de España en el club de los “parias” internacionales. La traición evidente a nuestros aliados, apuntalaba el precedente de no fiabilidad establecido por el referéndum de la OTAN de 1986. Para unir lo dramático con lo grotesco, por tal hecho se autocondecoró el entonces Ministro de Defensa. España es contemplada, desde entonces, como un aliado pusilámine y un socio hortera, no hay más que ver el papelón del referéndum sobre la Constitución Europea y su exclusión de cualquier decisión internacional importante.
 
En Madrid residen muchas embajadas extranjeras y deben tener informados a sus respectivos gobiernos de la debilidad de las instituciones democráticas, de la falta de seguridad jurídica, del poco peso del estado y sobre todo de la inveterada carencia de conciencia de actor internacional. España carece de estrategia, no tiene conciencia de cuales son sus intereses como nación y, por lo tanto carece de sentido de estado. Es una nación vuelta sobre si misma.
 
Estos días se habla mucho de si el Presidente del Gobierno será invitado a Washington para la cumbre del G-20. Se quiere estar sin ser. La fortaleza de una nación no sólo se mide por su poder económico, es más importante su identidad, que proporciona personalidad y genera cohesión. Esos rasgos son los que valoran los actores internacionales. Una nación como la española, que emplea sus energías en diseñar “hechos diferenciales” que generen desigualdad entre sus ciudadanos, esta inmersa en un flagrante acto de suicidio por eutanasia. ¿Para que demonios queremos estar en Washington si el Constitucional no se atreve a poner en sentencia lo que saben los ciudadanos con sólo leer los disparates de los Estatutos?.    
 
Al romperse el consenso constitucional, de nuestra carta magna sólo queda “… un documento extenso, además de complejo, absurdamente detallado y muy mal escrito”.  Hace falta un gran impulso regeneracionista. Hay que ser conscientes de nuestra crisis como nación. Un buen diagnóstico es la condición necesaria para un tratamiento eficaz. El pueblo español, y sólo él, tiene la solución.