Cuba y su política exterior

por Ángel Pérez, 20 de octubre de 2003

Tras el fin del Bloque del Este la política exterior cubana, dedicada durante años a la proyección de las ideas revolucionarias, ha tenido que adaptarse a medida que la propia isla hacía frente con mayor o menor suerte a los vaivenes de un mundo esencialmente capitalista y globalizado en el que ocupaba y ocupa una posición marginal. Lejos de incorporar cambios políticos, la política cubana se ha parapetado en los restos ideológicos de su ya anciana revolución para sobrevivir, incorporándose a las tendencias antiglobalizadoras, manteniendo una actitud extremadamente dura hacia los Estados Unidos y reforzando los vínculos con países en desarrollo, menos exigentes en términos de derechos humanos y civiles que  los mantenidos con Europa y Canadá.
 
Varios factores parecen vertebrar la acción de Cuba en el mundo. Un enconado enfrentamiento ideológico con los EEUU,  aunque menos relevante en el práctica de lo que pudiera pensarse; un acercamiento no exento de roces a Europa y Canadá; la búsqueda de alternativas en Latinoamérica: México primero, Venezuela y Brasil más recientemente; y un renovado interés por aquellos estados todavía formalmente comunistas, como China.  Abandonada la proyección militar cubana  en el extranjero(Angola, Nicaragua etc), cuyo desarrollo debió siempre más a la extinta URSS (Unión Soviética) que a la propia capacidad cubana, queda el recurso a los discursos altisonantes y escenificaciones un tanto exageradas en convenciones internacionales que sirvan, es el caso de las Conferencias Iberoamericanas, de caja de resonancia.
 
 El fin de la URSS
 
La primera y principal consecuencia del fin del Bloque liderado por la antigua URSS no fue política, sino económica. Cuba dejó de recibir las cuantiosas ayudas que la antigua potencia dispensaba a un régimen de indudable valor estratégico y, sobre todo, perdió sus mercados tradicionales de aprovisionamiento y exportación. La crisis que azotó la isla en 1991 no comenzó a superarse hasta 1994, cuando empezó a dar frutos una estrategia basada en la búsqueda de mercados alternativos, la reforma de las industrias tradicionales, todavía en marcha, como la azucarera y la atracción de inversiones extranjeras, si bien con limitaciones. Esta recuperación económica, por frágil que sea, ofreció un respiro a las autoridades cubanas, asediadas por las presiones sociales y permitió consolidar las relaciones con otros mercados en un intento, parcialmente exitoso, de burlar la legislación y política norteamericanas, dirigidas a ahogar el régimen castrista.
 
Las diferencias entre los EEUU y sus aliados sobre el asunto cubano ofreció una excelente oportunidad para entablar  relaciones con la Unión Europea (UE) y Canadá. Sin embargo las reclamaciones por parte de estos actores internacionales de signos de apertura política, en alguna ocasión se ha tratado de presiones intensas, como sucedió en la UE con la Postura Común hacia Cuba, ha impedido ir más lejos, sobre todo en los casos de España y Canadá, que continúan siendo, en cualquier caso, socios comerciales de máxima importancia. No es de extrañar que la diplomacia cubana se haya centrado en la explotación de los remanentes de simpatía que la revolución había generado en algunos países en desarrollo, máxime cuando Cuba ofrecía un ejemplo de saber hacer en campos como la educación y la sanidad aprovechables y envidiables para otros estados del Sur. Las sinergias ideológicas unas veces y los problemas compartidos otras, aprovechando las críticas que el proceso de globalización financiera ha generado en numerosos sectores de opinión, permitió entablar contactos fructíferos en Oriente Próximo, el Caribe y América Latina. La identificación con el comunismo permitió además estrechar lazos con China, cuyo presidente visitó la isla en mayo de 2001.
 
De entre los ámbitos citados el que ha tenido, por razones históricas y geográficas, más relevancia ha sido el caribeño y latinoamericano. No solo la sensibilidad hacia Cuba, con independencia del régimen, era más acusada, además ofrecía la posibilidad de participar en foros en los que no estaba presente los EEUU. Así en la década de los 90 se reforzaron las relaciones con el Caribe anglófono con un acercamiento a la Comunidad del Caribe (CARICOM), rompiendo la tendencia iniciada en 1983, cuando la presencia de técnicos cubanos en la isla de Granada motivó la intervención militar norteamericana. Se restablecieron las relaciones con Jamaica y Barbados, y se activó la participación cubana en la Asociación de Estados del Caribe (AEC). Este ha sido un espacio particularmente propicio para Cuba. Los EEUU no están presentes, el tipo de cooperación que busca es flexible y no ha perseguido la liberalización de sectores económicos o el libre comercio regional, elementos que hubiesen supuesto un obstáculo insalvable para el régimen cubano. Otros acontecimientos facilitaron la acción cubana. Las estrechas relaciones entre la AEC y el grupo formado por México, Colombia y Venezuela, con los que se mantenía buenas relaciones; la falta de concreción de la iniciativa norteamericana para la zona (la Iniciativa para la Cuenca del Caribe), que dejó el camino libre a proyectos económicos y políticos estrictamente regionales y la inclusión en el proceso de los estados centroamericanos, lo que permitió recuperar unos contactos rotos tras el fracaso sandinista en Nicaragua.
 
Otros foros fueron objeto de atención por parte de Cuba: el SELA (Sistema Económico Latinoamericano), el Grupo de Río, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), a la que se incorporó en 1998 y, sobre todo, las Cumbres Iberoamericanas. El SELA se encontraba ya en la década de los noventa en franca decadencia. La presencia cubana en la organización y en general los contactos con la AEC le ofrecieron la oportunidad de retomar algunas iniciativas justo cuando los grandes países del continente se esforzaban por desarrollar otros procesos de integración regional más ambiciosos, como Mercosur, o en firmar acuerdos comerciales preferentes con los EEUU. Más relevancia tuvo la incorporación de Cuba al Grupo de Río y a las Cumbres Iberoamericanas. Como sucedió en el caso de las relaciones bilaterales con la UE o Canadá, inicialmente las divergencias con los EEUU y la simpatía por la experiencia cubana facilitaron unos contactos que más adelante se fueron complicando a medida que las exigencias democratizadoras se hicieron más insistentes. Precisamente la Cumbre Iberoamericana de La Habana marcó el punto de inflexión definitivo. En aquella cumbre se criticó abiertamente al régimen por su falta de compromiso con la democracia, crítica expresada con especial dureza por España con la que se abrió un foso no del todo superado y aderazado en su momento por la recepción, inadecuada, que las autoridades cubanas otorgaron al Rey. La condena que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU hizo de la situación de los derechos fundamentales en la isla culminó una etapa que, a pesar de contar con éxitos notables, no pudo superar el carácter singular del régimen cubano y su falta evidente de adaptación a los principios democráticos.
 
Las relaciones especiales
 
Además de intensificar la presencia de Cuba en foros multilaterales, la isla ha concedido una importancia capital a las relaciones con algunos países. México, por  supuesto; y la Venezuela de Hugo Chávez.  Con esta última se iniciaron contactos de inmediato, animados por la ideología seudorevolucionaria que inspiraba las reformas 'bolivarianas' de Hugo Chávez. Los vínculos con el nuevo régimen venezolano han tenido efectos económicos notables en la isla, sobre todo en lo que concierne al suministro de petróleo, 53.000 barriles diarios durante cinco años, con condiciones de pago extraordinarias. Además la relación cubano-venezolana ha modificado el panorama estratégico regional, generando un eje extremadamente crítico con los EEUU y proyectando, con menor intensidad que antaño, la especificidad cubana en el continente sudamericano. Este hecho, unido a otras tendencias de la acción exterior venezolana, como la simpatía hacia la guerrilla colombiana, las críticas al Plan Colombia, su política en el seno de la OPEP, los extraños vínculos de Hugo Chávez con estados de Oriente Próximo o China y la resurrección de un panamericanismo mal definido, pero amenazador para los estados vecinos convierte el binomio Venezuela-Cuba en un componente inestable que ha generado recelos y forzado a los EEUU a tomar en consideración las características de su política en la zona. Otros países, como Colombia o España han visto afectados sus intereses o se han visto involucrados en la crisis política venezolana, lo que pudiera afectar a su vez a las relaciones que mantienen con Cuba. En pocas palabras, si bien este nuevo eje se muestra débil, su creación ha permitido a  Cuba romper la asfixia impuesta por la UE y los EEUU; compensar en parte los problemas con México y proyectar una influencia en el exterior que servirá, sobre todo, para ratificar dentro de la isla el carácter perenne de las ideas revolucionarias.
 
A diferencia de las relaciones con Venezuela, las mantenidas con México no han hecho sino empeorar. Las  críticas de Castro  en la Cumbre de Monterrey y la dura respuesta del gobierno mejicano, pidiendo su retirada anticipada de la cumbre, escenificaron un deterioro diplomático sin precedentes. La gravedad de la situación para Cuba es comprensible si consideramos que México fue un valedor tradicional de la isla por diversas razones, entre ellas, por la fácil identificación con el antiamericanismo de la isla, sentido como propio en un país enfrentado a los EEUU en los ámbitos más diversos, en el pasado y en el presente.  Además un trato especial a Cuba  satisfacía a la izquierda mejicana, tradicionalmente defensora del modelo castrista, por tanto servía como instrumento de política interna. Por último hay que recordar que Castro nunca intervino en cuestiones políticas mejicanas, evitando los resquemores comunes en otros estados latinoamericanos.
 
Las relaciones de los jefes de estado de Cuba y México han sido tradicionalmente buenas. Fidel Castro  acudió a la toma de posesión de Salinas de Gortari, favoreciendo a este frente a una izquierda paradójicamente  procubana. Salinas de Gortari supo pagar este favor estableciendo una política de entendimiento que se tradujo en el apoyo a la presencia de Cuba en las Cumbres Iberoamericanas y el desarrollo de un papel mediador entre Cuba y los EEUU que se demostró eficiente en 1994, coincidiendo con la crisis de los balseros. Además se promovieron las relaciones económicas, convirtiendo a México en el principal socio comercial de la isla en un período de aislamiento casi  total del régimen castrista. Castro también acudió a la toma de posesión de Ernesto Zedillo, pero las relaciones entre ambos nunca fueron buenas y la crisis financiera mejicana casi obligó a México a abandonar su política económica cubana, afectada además por la aprobación en EEUU de la ley Helms-Burton. Las críticas de Zedillo a la falta de democracia en la isla y las ausencias de los embajadores respectivos en períodos prolongados de los años 2000 y 2001 dieron prueba del bajo perfil de una relación hasta entonces estratégica. La elección de Vicente Fox no mejoró las cosas. Con el nuevo presidente, a cuya toma de posesión también acudió Castro, México iniciaba un camino que se apartaba definitivamente de la realidad cubana: se abandonaba el régimen de partido único en el que de facto se había vivido hasta entonces, se asumía el libre mercado, se intensificó la política filoamericana y Cuba perdió interés como símbolo de la independencia de la acción exterior mejicana, ahora más pragmática que nunca. Cuba sin embargo no varió un ápice su estructura política y continuó el enfrentamiento con los EEUU. En estas circunstancias la falta de entendimiento fue inevitable. La respuesta de Fidel ha sido la de convertir el tema cubano en un problema de orden interno en México, al catalizar las protestas de la izquierda y amplios sectores del PRI, todavía empeñados en utilizar la retórica revolucionaria, generando unos problemas  al gobierno Fox que acrecentarán el desencuentro. El voto de México, favorable a la resolución de condena emitida contra Cuba por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU puso el punto final a una larga relación especial que se ha ido acercando a la mantenida  por la UE y Canadá con la isla: críticas de la situación política, rechazo de la política de los EEUU y flexibilidad comercial que garantice la presencia de inversiones y la influencia sobre el país caribeño en el futuro.
Los Estados Unidos
El fin de la URSS y los efectos devastadores sobre Cuba, económicos, políticos y militares, debieran haber bastado para suavizar una relación que, sin embargo, sigue siendo tormentosa. La explicación es sobre todo interna. El de Cuba es un asunto, como sucede en México, utilizado con profusión por demócratas y republicanos en sus enfrentamientos electorales. La fortaleza de la comunidad cubana de Miami ha contribuido a enconar una relación que tiene su contraparte en la isla. Fidel Castro utiliza la amenaza norteamericana para justificar su propia supervivencia,  movilizar a la sociedad, el caso Elián, fue un excelente ejemplo, y proyectarse al exterior con una retórica revolucionaria que todavía tiene seguidores.
 
Debajo de este enfrentamiento, continuación de una guerra fría que jamás terminó entre los dos estados, sí se han producido cambios de los que hay pruebas notables. Por ejemplo la colaboración entre las fuerzas armadas cubanas y norteamericanas en torno a Guantánamo. Sus mandos se reúnen periódicamente, intercambian información sobre ejercicios militares y las minas que rodeaban la base, 14.000, fueron retiradas por los EEUU entre 1996 y 1999, sustituyéndolas por sistemas de detección que pretenden impedir, sencillamente, la llegada de inmigrantes en busca de refugio. Cuba y los EEUU también colaboran en la persecución del narcotráfico, intercambiando información que permite la acción de las unidades navales de uno u otro lado. También se ha establecido una relación leal en la contención de las acciones que pudieran organizar los exiliados cubanos en Florida. Además,  en la década de los 90 ambos gobiernos adoptaron un acuerdo sobre emigración que, entre otras cosas, permite la devolución de los balseros rescatados en el estrecho de Florida. Ni siquiera la denostada ley Helms-Burton ha sido  totalmente aplicada.
 
Estos hechos, ocultados o minimizados, especialmente dentro de Cuba, ponen de relieve el carácter terminal de una confrontación que, sin carecer de argumentos históricos por todos conocidos, si carece de sentido hoy en día. La necesidad de normalizar las relaciones bilaterales es hoy reconocida por amplios sectores de la clase política estadounidense, incluso entre los cubanos de Florida. La retórica oficial cubana no tiene, por lo demás, otro sentido que el de justificar la existencia de una dictadura que tiene los días contados.
 
La última crisis: 2003.
 
Coincidiendo con la intervención norteamericana en Irak, el gobierno cubano decidió intensificar de nuevo su retórica antiestadounidense, denunciando la posible invasión de la isla por los EEUU y justificando con esa amenaza, inexistente por lo demás, una nueva campaña represiva contra la oposición. La supuesta amenaza no ha dado lugar a una movilización militar dentro de la isla, prueba evidente de su escasa seriedad incluso para los prohombres del régimen, pero ha permitido acusar a la oposición de conspirar contra el estado cubano con ayuda de la representación de los EEUU en La Habana. La prueba no fue otra que una reunión mantenida entre aquellos y el Jefe de la Sección de Intereses de los EEUU, más tarde expulsado de la isla, así como algunas declaraciones más o menos generales de diplomáticos norteamericanos favorables a la democracia en Cuba.
 
Lo cierto sin embargo es que Cuba ocupa hoy un lugar marginal en la política exterior de los EEUU y que la reacción de Fidel Castro responde, como sucedió en 1990 a la necesidad de reprimir cualquier conato de descontento social provocado por la fuerte crisis económica que padece la isla, y una de cuyas manifestaciones es la huida masiva de ciudadanos hacia el extranjero usando, incluso, la violencia (en seis meses se han producido siete secuestros de barcos y aviones). Se trata de una reacción de pánico que pone en peligro los avances realizados hasta ahora, que habían permitido suavizar las relaciones con los EEUU, incrementar los contactos con Europa, fuente esencial de turistas para la isla, y capear la crisis económica. Los juicios sumarios y condenas a muerte, ejecutadas en abril de 2003, han afectado seriamente a la política exterior cubana y a la economía de la isla, pues Cuba, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, Pérez Roque, ha retirado su candidatura a ingresar en el Acuerdo de Cotonou (acuerdo ACP) auspiciado por la Unión Europea y al que están adscritos los demás países caribeños, calificando las exigencias democratizadoras como chantaje. Como en 1996, cuando Cuba se negó a realizar avances significativos en materia de derechos humanos, provocando la Posición Común europea, fuertemente apoyada por España; en 2003 la represión y el asesinato de opositores ha destruido los esfuerzos realizados en los EEUU para levantar el embargo y ha reforzado el apoyo en el exterior a la oposición. La última etapa del
régimen se anuncia así tensa y, en el ámbito de las relaciones exteriores, aislacionista.
 
Conclusión
 
La acción exterior de Cuba tras el colapso del Bloque del Este ha sido una política de sustitución. La búsqueda de alternativas a los antiguos países comunistas ha exigido una ampliación de los contactos con áreas tradicionalmente poco relevantes para la isla o una presencia remarcada en organismos multilaterales, en general de carácter secundario y no vinculados a los EEUU.
 
Sin embargo, y a pesar del relativo éxito del gobierno cubano, se trata sin duda de una política de parches que no ha  permitido la inserción normalizada de la isla en la Sociedad Internacional actual, algo para lo que es necesario superar el enfrentamiento con los EEUU y una efectiva transición democrática. Ambos factores son compatibles con una adecuada defensa de los intereses nacionales de Cuba y la construcción de un eficaz estado social y democrático capaz de jugar un papel regional destacado.
 
La fuerte represión de la oposición en 2003 constituye un serio obstáculo para normalizar las relaciones exteriores cubanas, además de mostrar la crisis profunda del régimen, cuyo recurso al fusilamiento de varios implicados en un intento fallido de secuestro para abandonar la isla, ha sido unánimemente condenado fuera de la isla. Sus consecuencias políticas y económicas serán graves y, aumentarán, de nuevo, las privaciones de los ciudadanos cubanos, sometidos ya a las consecuencias de una crisis económica sin precedentes.