Cuba después de Castro. ¿Hacia dónde?

por Ángel Maestro, 14 de febrero de 2007

La grave enfermedad que  afecta a Fidel Castro ha puesto de relieve que el final del dictador más longevo del mundo puede estar cerca. Desde el 1 de enero de 1959 Castro gobierna Cuba, alcanzando hasta la fecha un record difícil de superar: 47 años. Entre los gobernantes de todo el mundo hoy vivos, sólo Isabel II, soberana del Reino Unido  y  coronada en 1952, supera el tiempo de permanencia en el poder; aunque establecer una comparación entre los poderes efectivos ejercidos por ambos jefes de Estado resultaría algo similar a una comparación entre Londres y Tomelloso, sin que esto suponga ningún desdoro para tan noble e industriosa villa manchega.
 
Fidel Castro ha visto desaparecer a los líderes comunistas: Jruschof, Breznev, Andropov, Mao Tse-tung, Ho Chi Minh, Kim Il Sung, etc., pero el peculiar caso de Castro representa algo distinto a los dirigentes de los países comunistas de otras partes de la Tierra. Su extraordinaria longevidad en el poder ha supuesto algo excepcional para la mentalidad de varias generaciones de hombres y mujeres cubanas. Niños que fueron muchachos y posteriormente hombres adultos no han conocido en sus vidas otro gobernante que Castro. Forzosamente, fuera ya de todo el sistema político inherente a un sistema marxista-leninista, la mentalidad normal de la inmensa mayoría del pueblo cubano identifica el poder no tanto con las estructuras del partido único, del partido comunista, como con la personalidad irrepetible y permanente -47 años de poder total- de Fidel Castro.
 
Aún salvando las diferencias, encontraríamos un paralelismo con los componentes del conjunto de pueblos que formaban ese mosaico armoniosamente compuesto por el antiguo Imperio Austro-Húngaro. Desde 1848 hasta 1916 y a despecho de un sin fin de avatares políticos y humanos, el emperador Francisco José ejerció su poder en el que creemos debe ser el reinado más largo de la historia. ¡68 años!. Generaciones enteras de austriacos, húngaros, checos, eslovacos, eslovenos, polacos, ucranianos, rutenos, etc. no conocieron otro gobernante. En menor escala, pero también con un reinado considerable, más de 50 años, se encuentra el caso de la reina Victoria de Inglaterra.
 
Volviendo al específico hecho cubano, la figura de Castro representa, con independencia de los postulados del marxismo-leninismo, un caso peculiar y único no ya entre cualquier gobernante, sino entre dictadores de cualquier matiz.
 
A raíz de hacerse público su deteriorado estado de salud, algo que resultó inevitable a pesar de los avanzados medios médicos cubanos -es de suponer se habrán esmerado en la búsqueda de toda clase de soluciones- se levantó en todo el mundo una oleada de noticias, de rumores, de comentarios especulativos sobre Castro y el futuro de Cuba tras su ansiada y tan esperada desaparición por parte del  exilio cubano. Pero la connotación pública de su estado de salud ha servido algo así como ensayo general del régimen para cuando biológicamente haya de producirse su desaparición.
 
Desde luego es cierto, y así hay que reconocerlo, que contra las esperanzas puestas por ese exilio no se produjeron algaradas ni alborotos, y a pesar de la férrea vigilancia y control de los organismos de la Seguridad del Estado, no creemos haya sido debida tanto a dichos órganos especiales, sino a que la población, que quedó anonadada, no conoce -salvo los arrojados opositores- otro sistema ni otra forma de gobierno. La dura represión contra los opositores, ignorada por las fuerzas «progresistas» europeas y muy especialmente españolas, no provoca reacción entre el pueblo cubano. La oposición, reducida a formaciones muy minoritarias, es ignorada por la inmensa mayoría de las masas populares.
 
Naturalmente, el sistema achaca todos los males de esos terribles años de penuria al enemigo yanqui,  y aún más demonizado a Bush, verdadera representación del maligno. Pero el control ejercido sobre Cuba a quien verdaderamente ha perjudicado ha sido al sufrido pueblo, no ciertamente a los miembros del politburó. Y a pesar de los manidos tópicos de la «lengua de madera» propia de los sistemas marxistas-leninistas, lo cierto es que los castigos impuestos desde el exterior han agudizado el sentimiento independentista del pueblo cubano; creemos que en bastante mayor medida que las consignas de la propaganda comunista.
 
Por otra parte, y dada la longevidad del sistema comunista cubano, las primeras generaciones del exilio han ido desapareciendo por imperativos de edad. Las segundas generaciones implantadas en los Estados Unidos, donde numerosos miembros han triunfado con esa laboriosidad y eficacia del cubano, han ido apartándose ya de los proyectos de sus padres, aún conservando la nostalgia. Hostiles sí, al régimen comunista, pero considerando que su vida cotidiana ya está en otra parte. En el caso de las terceras generaciones, y de forma general, ya sólo va permaneciendo no la nostalgia, sino un mero recuerdo de sus orígenes, pero alejado de toda militancia activa.
 
Se va produciendo una disociación cada vez más creciente entre el pueblo cubano -por tanto no los dirigentes del partido comunista- y el exilio, disociación que parece cada vez cobrar mayor dimensión.
 
No hay duda que la situación insular de Cuba ha influido de forma decisiva en ese aislamiento. Si Cuba hubiese sido un país continental a pesar de la propaganda del régimen y de las gastadas consignas de victoria o muerte, Cuba pertenecería hoy a los sistemas partitocráticos, y no al partido único.
 
La situación económica cubana, angustiosa tras la descomposición de la Unión Soviética -su protector y suministrador, especialmente del petróleo- hizo que la vida para el pueblo cubano fuese durísima durante más de una década. Pero hoy dicha situación ha experimentado cambios positivos. La aparición de Chávez, controlador de inmensas reservas petrolíferas venezolanas, y su ayuda al régimen de Castro, al que considera su mentor, ha permitido la inyección de recursos fundamentales para la economía cubana. La cooperación triangular en el tratamiento de minerales de Cuba, Venezuela y China, la alianza con Bolivia, la abierta simpatía del demagogo izquierdista argentino Kirtchner, la colaboración con Irán -y en general con todo gobierno o régimen antiyanqui- ha dado un respiro muy hondo a Cuba.
 
En conversaciones mantenidas con fuentes cubanas autorizadas, se hace hincapié en la sucesión del régimen cubano a la muerte o incapacidad de Castro Ruz, sin abandonar el sistema de poder dirigido y controlado por el partido comunista. La consigna es: a la muerte de Castro, la dirección colegiada. Atribuyendo no a la clarividencia -como sería lógico dado el  culto a la personalidad-, sino al sentido común del dirigente supremo la continuación del régimen a su desaparición.
 
La reciente enfermedad de Castro ha servido al régimen como ensayo general ante el fallecimiento del dirigente supremo. Y así se ha desvaído la teoría de posible hundimiento del sistema al desaparecer, ya que la también avanzada edad de Raúl Castro, segundo secretario del partido y designado segundo hombre del régimen, presentaba aspectos poco futuribles.
 
Históricamente todas las especulaciones sobre ascensos al poder de dirigentes futuros en los sistemas marxistas-leninistas han ofrecido una amplia gama de fracasos, dadas las complejas dificultades asociadas al secretismo inherente a tal tipo de sistemas. Cuba no va a ser una excepción, y a pesar del convencimiento de los dirigentes del partido y del aparato propagandístico del mismo la solución de la «dirección colegiada» ha presentado históricamente enfrentamientos de los componentes de la misma, ya que con inevitable frecuencia se ha reproducido la aparición de un dirigente caracterizado. Esto es algo intrínseco a la naturaleza humana. Desde Breznev, Kossiguin y Podgorny, hasta retrotraernos a César, Pompeyo y Craso o Napoleón primer cónsul.
 
Sin embargo hoy existen casos concretos donde a pesar de destacar un líder, éste no es un dictador absoluto e incontestable, sino un «primus inter pares». Ejemplos: los de Jiang Zemin y el de su sucesor Hu Jinatao, primeras figuras de un reducido comité permanente del politburó chino -y a pesar de un inevitable, pero muy reducido culto a la personalidad, infinitamente inferior al de Mao- con un poder equilibrado con los ocho miembros restantes de dicho comité permanente del politburó. Pero más aún que la China actual, Vietnam representa el paradigma representativo de un futuro sin Castro para el Partido Comunista Cubano. Se debe considerar lo que representaba Ho Chi Minh para Vietnam como personalidad absolutamente por encima de cualquier discusión, y como a su desaparición la implantación de una dirección colegiada subsiste hoy con una relativamente bien asentada estabilidad. Lo que resulta innegable es que a pesar de la apertura económica vietnamita y de la enorme especulación más puramente capitalista de China con su gigantesco crecimiento económico, el Partido Comunista controla férreamente toda la vida política de la nación.
 
El aparato dirigente del Partido Comunista Cubano puede aspirar al fallecimiento de Fidel Castro -aunque no públicamente, nadie considera a Raúl futurible- a ir introduciendo un sistema bastante similar al vietnamita. Posiblemente el ardor expansionista del sistema cubano con la considerable ayuda de Chávez, Evo Morales y futuros similares iberoamericanos, sea superior al chino o al vietnamita, aunque al fallecimiento de Fidel puede moderarlo.
 
¿Quiénes serían los componentes de esa dirección colegiada cubana? Tradicionalmente ha resultado sumamente difícil realizar vaticinios sobre las estructuras de poder en los sistemas comunistas, pues a veces la lógica no se corresponde con las realidades, y muchas otras veces los prejuicios, los tópicos y una insuficiente información y conocimiento ocasionan fracasos estrepitosos de los vaticinios.
 
Pero con las reservas de rigor no puede por menos de citarse entre los miembros del Buró Político del Partido Comunista a las siguientes figuras, que aun sin un título oficial, sí podemos considerarlos las personalidades más destacadas del Politburó: Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional; José Ramón Balaguer Cabrera, ministro de Salud; Juan Almeida Bosque, quien posee el mítico título de «Comandante de la Revolución»; otro destacado histórico, José Ramón Machado Ventura; o a Carlos Lage Dávila, vicepresidente del Consejo de Estado, quien tiene además a su cargo la economía del país. También habría que añadir a un hombre sumamente influyente, forjado desde su juventud en torno a Fidel Castro, el canciller Felipe Pérez Roque. Y a Francisco Soberón, presidente del Banco Nacional. Con las reservas antes expuestas, en la hipotética «dirección colegiada» futura deben figurar todos estos dirigentes.
 
Aunque pertenecientes a la nomenclatura del régimen, dentro del buró político, y con destacadas responsabilidades en sus respectivas áreas, los siguientes miembros no alcanzan  la importancia de los anteriormente reseñados: Pedro Ross Leal, los generales Julio Casas Regueiro, Abelardo Colomé Ibarra, Ramón Espinosa Martín, Ulises Rosales del Toro, y otros componentes civiles como Concepción Campa Huerga, Yadira  García Vera, Pedro Saez Montejo, Jorge Luis Sierra López, Abel Prieto Jiménez o Esteban Lazo Hernández.
 
De modo similar al chino, aunque sin revestir carácter oficial, los grandes dirigentes podrían constituir un escalón superior al politburó, una especie de comité permanente del buró político. Y de entre ellos parece lógico suponer, podrá salir la tan proclamada dirección colegiada.
 
Y con un riesgo evidente de equivocación, entramos en lo futurible. Suponiendo que se produjese esa situación equivalente a la de China o a la de Vietnam con una dirección colegiada, bastante más aperturista en lo económico, pero conservando políticamente firme la estructura marxista-leninista, aunque más atemperada en sus actos externos e internos que en vida de Castro Ruz. En lo relativo a sus relaciones con esa Europa, antaño cristiana, hoy en gran parte socialdemócrata, sus gobiernos mostrarían una tolerancia acentuada, en abierto contraste con las condenas y demonización que merecería una dictadura de «derechas». Habría una mejoría de relaciones cierta.
 
¿Y en lo relativo al «Gran Satán», como califican los islamistas más agresivos a Estados Unidos? Dependería en buena medida de la figura del presidente, republicano o demócrata -entre estos últimos suelen producirse candidatos de izquierda, pero riquísimos-   y de la dureza de su programa político en relación con las sanciones a Cuba. En parte, aunque mucho más pequeña pero no despreciable, de la presión de sus electores, especialmente en estados como Florida. Pero si con una militancia abierta en contra del régimen cubano de la medida sostenida por Bush II, no se ha llegado a una escalada abierta de confrontación, no parece difícil que a la muerte de Castro, enemigo concreto y definido, se atemperase la hostilidad.
 
Los servicios de inteligencia norteamericanos han cosechado numerosos fracasos en los intentos de derribar a Fidel Castro y al sistema comunista. La más conocida de las agencias de inteligencia sólo ha conseguido muy pequeños resultados en su labor de oposición interna en Cuba, incluidos intentos de eliminación física de Fidel Castro. Posiblemente no tantos como pregona el aparato de propaganda cubano.
 
Más lo que sí resulta cierto, es que los servicios de información cubanos -en tiempos formados por el KGB y el GRU soviéticos, y ahora funcionando con identidad propia, aunque sin olvidar la formación original- han sido sumamente eficaces en aplastar, con los procedimientos propios de los sistemas totalitarios comunistas, la oposición interna cubana. La CIA encuentra graves dificultades para reclutar fuentes verdaderamente valiosas en el interior de Cuba. Esto en el aspecto defensivo, pero también con exitosa proyección exterior. El exilio cubano de Miami antes bastante temida por el régimen, ha sido y hoy lo es, convenientemente infiltrado por los servicios de información cubanos. Ello recuerda las infiltraciones de los servicios soviéticos entre la oposición zarista y en general anticomunista del exilio ruso, especialmente en la Francia de los años veinte y treinta.
 
Pero la actividad de los servicios cubanos, en su escala y dimensión uno de los más eficaces del mundo, ha superado incluso la infiltración entre el exilio de Miami para llegar a cotas sorprendentes. Así el caso de Ana Isabel Montes, ciudadana norteamericana que ocupaba un alto cargo en la Agencia de Inteligencia para la Defensa, en el Pentágono, quien facilitó informes secretos  durante 17 años para la DGI -Dirección General de Inteligencia cubana-, antes de ser detenida por el FBI. El propio FBI comunicó al juez federal que la información facilitada a Cuba era de asuntos de una sensibilidad  máxima.
 
Por todos estos factores, ¿podrá decirse de esa hipotética y futura dirección colegiada que algo habrá de cambiar para que en el fondo nada cambie?