Cuando los grandes juegan a la guerra

por Mira Milosevich, 26 de junio de 2007

(Publicado en ABC, el 23 de junio)
 
En los últimos días se ha hablado mucho de Kosovo. Hace ya tiempo que el comisionado de la ONU, Marti Ahtisari, presentó la independencia de Kosovo como la solución menos mala para el futuro de los Balcanes, y como algo inevitable, a pesar de que Serbia no estaba de acuerdo con tal planteamiento. Lo de inevitable se puede entender de dos maneras: porque es la voluntad de los EE UU, o sea, del país más poderoso del mundo y de su presidente, o porque los albanokosovares proclamarían la independencia si el Consejo de Seguridad de la ONU no adoptara una nueva Resolución que anulase la anterior, 1244, que garantizaba la integridad territorial de la República de Serbia, lo que abriría las puertas a la autodeterminación unilateral de la mayoría nacionalista de Kosovo. En ambos casos, los EE UU son el factor externo imprescindible para la creación de un nuevo Estado independiente sobre las ruinas de la antigua Yugoslavia.
 
Ya en 1999 el bombardeo de Yugoslavia durante la guerra de Kosovo dividió a la comunidad internacional, porque carecía de base jurídica que lo legitimara. No obtuvo el beneplácito del Consejo de Seguridad de la ONU, porque  Rusia y China ejercitaron su derecho de veto. El bombardeo de Yugoslavia fue  justificado apelando al “derecho a la intervención humanitaria”. Tal derecho se considera como el único medio posible de impedir la agresión sistemática desatada por un Estado contra sus propios ciudadanos. No obstante, el estatuto jurídico del derecho a la intervención no está demasiado claro. Aunque la Carta de las Naciones Unidas exige a los Estados el respeto de los Derechos Humanos, también prohíbe el empleo de la fuerza contra otros Estados y la interferencia en los asuntos internos de éstos. Los acuerdos en materia de derechos humanos firmados por Estados nacionales desde 1945 han condicionado la plenitud de la soberanía estatal al respeto de tales derechos, pero estas condiciones no se han visto reflejada en el Derecho Internacional salvo en las declaraciones europeas en materia de Derechos Humanos. En el Derecho Internacional, la contradicción entre el principio no intervencionista de la Carta de la ONU y las cláusulas intervencionistas de los acuerdos de Derechos Humanos nunca se ha resuelto. Indudablemente, el primer objetivo del bombardeo de Yugoslavia era impedir la limpieza étnica auspiciada por el gobierno de Slobodan Milosevic. La intervención no cumplió su principal objetivo, porque las operaciones de limpieza étnica aumentaron desde el comienzo de los bombardeos, pero sí contribuyó a la caída de Milosevic. Sin embargo los albanokosovares siempre interpretaron el bombardeo de la OTAN como promesa y acicate de la independencia.
 
La independencia de Kosovo  no tiene ninguna base jurídica. El Consejo de Seguridad de la ONU, según el Capitulo VII de la Carta, carece de competencias para alterar el estatuto territorial de un Estado miembro.  Tampoco es prudente definirla como algo inevitable. La cuestión es cuáles serían sus consecuencias inmediatas y a medio plazo. Ahtisari afirma que, si Kosovo no consigue la independencia pacífica,  se desestabilizaría, porque los albaneses se lanzarían a la insurrección armada.  Pero la independencia de Kosovo catalizaría una nueva balcanización: otra comunidad autónoma de Serbia (Vojvodina) ya ha anunciado que, si Kosovo llega a independizarse por las buenas, ellos reclamarán el mismo derecho. Y a la cola están también los albaneses de Macedonia, los musulmanes de Sandzak, los serbios y croatas de Bosnia, por no hablar de otros irredentistas europeos.
 
El futuro estatuto de Kosovo ha dividido de nuevo a la Comunidad Internacional. Rusia no juega gratuitamente su papel de gran potencia: no puede reconocer la independencia de Kosovo, porque de este modo, implícitamente, reconocería el mismo derecho a los chechenos. Además de enfrentar a Rusia y a los EE.UU. la cuestión de Kosovo ha dividido a los serbios y ha vuelto a alejar a Serbia del resto del mundo. Su Gobierno ha respondido con irritación y arrogancia a la oferta de Bush de apoyar la entrada de Serbia en la OTAN y en la UE si aquélla aceptara la independencia de Kosovo, afirmando que el presidente americano no tiene derecho a regalar territorios ajenos. Una arrogancia justa, pero que no puede traer nada bueno a sus relaciones con el país más poderoso del planeta. Los gobernantes serbios han declarado que romperán relaciones diplomáticas con los países que reconozcan la independencia kosovar, lo que significaría un auto-aislamiento por el que no está dispuesta a pasar de nuevo la mayor parte de la población. Por otra parte, la UE y los EE.UU no han comprendido hasta ahora que se equivocan en su política de palo y zanahoria, porque para los serbios es incomprensible que se les exija algo que no se ha requerido de ningún otro candidato al ingreso en la UE: perder el 15% de su territorio, sin contar con lo que de humillante tiene tal propuesta. Es obvio que a Serbia le falta un líder capaz de afrontar esta difícil cuestión sin perjudicar más al país. Una de las peores consecuencias de esta situación es el hecho de que la cuestión del futuro estatuto de Kosovo ya no es sólo un asunto de los albanokosovares (que siempre han procurado internacionalizarla, porque sólo de éste modo podría la independencia ser factible) y de los serbios (que han mantenido siempre la esperanza en Rusia como protectora de sus intereses). Kosovo y Serbia se ha convertido en peones de la partida de ajedrez que han comenzado a jugar los EE.UU y Rusia en lo que amenaza convertirse en una reedición de la guerra fría. Pero de un peón se puede prescindir fácilmente en la batalla decisiva, y posiblemente será Rusia la primera que renuncie al suyo.

 
 
Mira Milosevich es profesora e investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset.