Corea del Norte: el ejemplo del mal

por Rafael L. Bardají, 8 de abril de 2013

 La responsabilidad de dónde estamos hoy en el caso Corea del Nortese debe principalmente a China, que no sólo ha asegurado la viabilidad del régimen de su vecino y protegido sino que ha sido la principal fuente científico-técnica para el desarrollo militar del mismo, también en lo relacionado con su programa y arsenal atómicos. Pero se debe igualmente, si bien en menor medida, a la falta de resolución norteamericana al enfrentarse al problema y amenaza de Corea. Cuando Clinton tuvo la posibilidad real de destruir con una acción limitada las instalaciones nucleares norcoreanas, permaneció impasible, y no actuando permitió que Corea se dotase de su primer ingenio atómico. Y aunque Bush recuperó a Corea del Norte para su famoso Eje del Mal, el fiasco de Irak dejó que tanto Irán como el régimen de Pyongyang quedaran intocados.

 

De hecho, si el actual líder de esa peculiar monarquía comunista en la que se ha convertido Corea del Norte con la estirpe de los Kim se permite elevar su retórica agresiva y convierte en nulo el acuerdo de paz con su vecina del sur –o amenaza con la guerra termonuclear a los Estados Unidos– no es por casualidad. Simplemente, sigue una pauta clásica para el régimen norcoreano, que sabe que sus provocaciones nunca encuentran una respuesta internacional que las castigue de alguna forma.
 
Por mencionar sólo algunos ejemplos, baste recordar cómo en 1968 los norcoreanos capturaron el buque americano USS Pueblo y, acusados de espionaje, sus tripulantes fueron torturados. De los Estados Unidos obtuvieron una disculpa diplomática en lugar de una operación de rescate. En 1976 secuestraron a dos infantes americanos que estaban talando un árbol en la zona de seguridad conjunta de Panmumjon; en esa ocasión, los solados americanos que fueron autorizados a operar lo hicieron sólo para acabar la tala empezada por los dos asesinados. Y todos recordaremos cómo en 2010 Corea del Norte hundió con un minisubmarino el buque de la armada surcoreana Cheonan para, acto seguido, pasar a bombardear la isla Peonpyeong de su vecina del sur, sin que ninguno de ambos ataques arrancara una respuesta mínimamente seria.
 
Por no hablar de su constante chalaneo en materia atómica. Tras presiones americanas para que los líderes norcoreanos declarasen la realidad de su programa atómico, Pyongyang lo hizo en 1993, y durante toda una década jugó al ratón y al gato con los inspectores y la comunidad internacional, renunciando un día a su programa, retomándolo al día siguiente, destruyendo una instalación (vieja y en desuso) para concentrarse en otras nuevas, prometiendo su desnuclearización y, finalmente, abandonando en 2013 el TNP y efectuando ensayos nucleares. Cada paso que daba sólo se topaba con nuevos llamamientos a la negociación y, sorprendentemente, una mejor disposición a continuar con la ayuda energética y humanitaria.
 
Lo que aprendió Corea del Norte en estos años fue que su estrategia de provocación externa le servía muy bien para paliar su debilidad interna. Y que la provocación atómica era la que más rédito le daba. Y en eso hay que ser honesto. La estrategia nuclear de Corea del Norte le ha dado muy buenos resultados. A una rata hambrienta se la puede matar; a una rata hambrienta con dientes atómicos, muchos prefieren alimentarla para que no muerda.
 
Corea podría haber seguido con su escalada retórica y sus provocaciones durante mucho tiempo si no hubiera cometido un grave error: servir de palanca de la proliferación en lugares tan sensibles como Siria, donde estaba colaborando técnicamente para poner en marcha un reactor de plutonio en Deir ez-Zor, colaboración expuesta en círculos de inteligencia por los israelíes, que se encargarían en septiembre de 2007 de laminar la instalación siria antes de su finalización. Se sospecha que Corea del Norte y no la red del pakistaní A. Q. Kahn estaba detrás de los desarrollos nucleares de Gadafi, y hay un fuerte convencimiento de que también le está prestando ayuda a Irán en el desarrollo de su programa atómico. De hecho, el último test norcoreano, del 12 de febrero de este mismo año, podría haber servido en la práctica como el primer test atómico iraní. Se utilizó uranio como material fisible, cuando el armamento atómico coreano se basa en el plutonio.
 
Aunque la pauta que usa ahora Kim Jong Un es, como he dicho, la prolongación de lo hecho en todos estos años por Corea del Norte, eso no quiere decir que tenga que darle el mismo resultado que en ocasiones anteriores. Cuando se juega con el nivel de riesgos, las decisiones a lo largo del proceso pueden escapar perfectamente a todo control y acabar generando consecuencias no deseadas por nadie.
 
Imagínense el siguiente escenario: Kim Jong Un autoriza el lanzamiento de un misil de largo alcance con destino incierto, como una demostración de que sus palabras no son huecas. La rápida interceptación por las defensas antimisiles de la flota americana en la zona hace que, para evitar su propia humillación, el dirigente coreano dispare varios misiles de medio alcance sobre instalaciones militares de Corea del Sur. Evaluando el peligro de escalada, los Estados Unidos lanzan ataques de crucero contra las dos bases de lanzamiento de misiles nucleares. Kim Jong Un autoriza el ataque contra Seúl, donde encuentra una respuesta dura, fuera de lo tradicional. La guerra está servida.
 
Ciertamente, Corea del Norte es débil, pero no está sola. Ya se sabe desde 1953. Por otra parte, sus líderes conocen perfectamente bien cuál puede ser su destino si las cosas les salen mal: el final de su régimen y, con toda probabilidad, de su vida. Por eso lucharán con todas sus fuerzas. No debería sorprendernos después del caso de Libia y lo que estamos viendo en Siria, donde Bashar al Asad se agarra a lo único que tiene, su capacidad de matar. Desde luego, Corea del Norte se enfrentaría a una coalición internacional liderada por los Estados Unidos, pero incluso alguien tan aguerrido como el general McArthur fue incapaz de alcanzar sus objetivos militares a comienzos de los 50.
 
En todo caso, pase lo que pase en Corea del Norte con esta crisis, no podemos subestimar el mal ejemplo que sienta para la otra gran crisis nuclear de nuestro tiempo: Irán. Seguro que los ayatolás están analizando estrechamente la reacción americana frente a Corea del Norte, y seguro que sacarán sus lecciones. La de que es mejor enfrentarse a América con armas atómicas que sin ellas ya parecen sabérsela más que bien. Es el ejemplo del mal que tiende a extenderse cuando los líderes de bien no hacen nada.