Cómo mueren las naciones: no puede creer lo que ven sus engañosos ojos

por Mark Steyn, 12 de julio de 2006

A las pocas horas de esos arrestos entre -- ¿cuál era el término? -- 'amplios estratos' de la sociedad canadiense, recibí un pequeño chorro de correos electrónicos procedentes de productores de radio y televisión invitándome a debatir informalmente mi opinión. Pero mi opinión acerca de lo de Toronto es bastante parecida a mi opinión acerca de Londres o Madrid o Bali, y eso es un montón de opiniones apiladas a lo largo de los últimos cinco años. ¿Qué decir? El mejor resumen es una oración que cité por primera vez en el 2002 cuando un petrolero francés era atacado a la altura de la costa de Yemen. Allá por entonces, recordará usted, el ministro de exteriores francés estaba condenando 'el simplismo' americano a diario, y M. Chirac era el principal obstruccionista del plan neo-con-sionista-Halliburtoniano de rehacer Oriente Medio. Si tuviéramos que elegir una única nación occidental de la que no fueran a volar por los aires los petroleros, seguramente sería Francia.
 
Pero de todos modos acabaron volando. Y después, un portavoz del Ejército Islámico de Aden decía, 'Habríamos preferido golpear una fragata norteamericana, pero no hay problema, porque todos son infieles'.
 
No hay problema. Todos son infieles. En el estado de las cosas, iniciar un plan para decapitar al Primer Ministro de Canadá no parece ser una prioridad obvia. No hay duda de que habrían preferido decapitar al Presidente de los Estados Unidos. Pero no hay problema. Todos son infieles.
 
La sociedad multicultural postula que cada uno de sus ciudadanos puede ostentar un conjunto complementario de identidades: uno puede ser simultáneamente canadiense y jamaicano y homosexual y anglicano, y todas estas identidades pueden existir dentro de su forma corpórea en perfecta armonía. Pero, para la mayor parte de los musulmanes occidentales, el Islam es su identidad primordial, y para un número significativo de ellos, es una identidad primordial que existe en oposición a todas las demás. Eso simplemente es afirmar lo obvio. Pero, por supuesto, afirmar lo obvio es inaceptable estos días, de modo que nuestros líderes prefieren afirmar lo absurdo. Creo que la antigua definición de un nanosegundo era el espacio entre un semáforo de Nueva York que se pone verde y el primer pitido del coche detrás de usted. Hoy, la definición de un nanosegundo es el espacio entre un incidente terrorista occidental y la circular de prensa del lobby musulmán advirtiendo de un inminente estallido de islamofobia. Tras los atentados del metro de Londres, Angus Jung enviaba al crítico australiano Tim Blair una nota de perfecta parodia del típico titular de prensa:
 
'Musulmanes británicos temen repercusiones a causa del atentado ferroviario de mañana'.
 
Un adjetivo aquí y allí, y serviría igual de bien para gran parte de la cobertura del Toronto Star o la CBC, donde una piedra a través de la ventana de una mezquita es una amenaza mayor para el tejido social que tres explosiones del tamaño del atentado de Oklahoma City. 'La doctrina de los derechos de las minorías', escribe Melanie Phillips en su nuevo libro Londonistán, 'ha dado lugar a una inversión moral en la que aquellos que obran mal son perdonados si pertenecen a un grupo 'víctima', mientras que aquellos que sufren su comportamiento son culpados simplemente porque pertenecen a la mayoría 'opresora''. Si usted quiere apreciar las fuerzas en juego entre los musulmanes occidentales en las sociedades enervadas por el multiculturalismo, Londonistán es una lectura indispensable. 'Es imposible exagerar la importancia -- no sólo para Gran Bretaña, sino para lucha global contra el fundamentalismo islamista -- de comprender apropiadamente y desafiar públicamente esta inversión moral, intelectual y filosófica, que traduce al agresor en víctima y viceversa'.
 
Es cierto -- aunque me pregunto durante cuánto tiempo más incluso nuestros decadentes estamentos podrán mantener el tipo. Tras los atentados de Londres, la primera reacción de Brian Paddick, el asistente en funciones del comisario de la Policía Metropolitana, fue declarar que 'Islam y terrorismo no van juntos'. Tras las detenciones de Toronto, el asistente del director de operaciones del CSIS, Luc Portelance, anunciaba que 'es importante saber que esta operación no refleja negativamente a ninguna comunidad específica o grupo etnocultural de Canadá'. ¿A quién va a creer? ¿Al funcionario de prensa del enfoque de la diversidad de la Real Policía Montada de Canadá, o a sus engañosos ojos? En los viejos tiempos, estos colegas habrían estado buscando el modus operandi o patrones de comportamiento. Pero todo pequeño incidente sobre el planeta aparentemente es estrictamente específico en sí mismo: toda jihad es local.
 
El otro día, escuchando una entrevista en la National Public Radio de América con el alcalde de Toronto, me reía tanto que tuve que orillar en la carretera. David Miller se las veía y deseaba con una patata caliente de Islamocharla: 'Ya sabe, en el Islam, si usted mata a alguien, mata a todo el mundo. Es una religión muy pacífica. Y están tan impactados como los habitantes de Toronto. Y...'
 
Renee Montagne, la presentadora, señaló instantáneamente la desagradable ruptura de la etiqueta políticamente correcta e intervino: 'Bien, SON un tipo de habitantes de Toronto', señaló.
 
'Lo siento', se deshacía el alcalde, re-componiendo la compostura rápidamente dentro del gran culto de la diversidad. 'Están tan impactados como lo está cada habitante de Toronto...'
 
En adelante, Montagne expresaba abatimiento porque estos presuntos conciudadanos hubieran deseado cometer una atrocidad terrorista en lo que es, en comparación con el Gran Satán de al lado, 'una sociedad muy abierta, con una política de inmigración muy progresista y con servicios sociales muy buenos'.
 
El alcalde Miller se mostraba deacuerdo: 'Más de la mitad de la gente que vive en Toronto, incluyéndome a mí mismo, no nacimos en Canadá. Y creo que es el motivo por el que Canadá funciona'.
 
'Aunque no funcionó en este caso', señaló Montagne, maliciosamente en cierto sentido.
 
'Bien, no esperamos este tipo de ocurrencias, exactamente a causa de nuestros servicios públicos, a causa de la diversidad...', bla, bla. En cuanto a que existe alguna relación entre jihadistas y 'buenos servicios sociales', lo segundo parece atraer a lo primero -- al menos en el sentido de que Ahmed Ressam, Zac Moussaoui, el suicida del zapato, los terroristas del metro, etcétera, todos eran producto del sistema social euro-canadiense. Pero adelante, simule que estos tíos estaban molestos por los insuficientes 'servicios sociales', que querían decapitar a Stephen Harper para destacar el hecho de que los tiempos de espera para decapitar al gobernador de Toronto alcanzan hoy los dieciocho meses, y no siempre le colocan la cabeza adecuada. Es fácil burlarse de que un colega que se molesta en volar por los aires el Parlamento canadiense tiene que estar demente, pero, si usted fuera un jihadista sentado en la caverna del Kush hindú, escuchando a Renee Montagne y David Miller, ¿no concluiría que ellos son los locos? El relaciones públicas del Ejército Islámico de Aden parece tener un contacto con la realidad relativamente claro en comparación.
 
Melanie Phillips expone la idea que se aplica a Gran Bretaña, Canadá y más allá: 'Con pocas excepciones, los funcionarios de Whitehall, los altos funcionarios de la policía y la Inteligencia y los expertos académicos han fracasado a la hora de captar que el problema a confrontar no es simplemente un cúmulo de bombas y fábricas de veneno, sino lo que está sucediendo dentro de las cabezas de la gente que les conduce a tales actos'. No hay pastores pushtún de yamas que bajen de la patera volando trenes y autobuses. Son jóvenes, la mayoría de los cuales nació, y todos los cuales crecieron en Londres, Toronto y otras ciudades occidentales. Y con el ofrecimiento de la vacuidad de una identidad multicultural contemporánea, buscaron en otro lado -- y descubrieron la jihad. Si intentamos luchar contra ello como estallidos aislados -- un atentado suicida aquí, una decapitación allí -- nunca ganaremos. Tienes que tomar la ideología y las redes que la sostienen y desbaratarlas. ¿Suena David Miller como un hombre que esté a la altura de ese desafío? Un lector de Quebec, John Gross, me enviaba un correo para destilar el enfoque del alcalde como: 'No te vuelvas loco, vuélvete aún más... cobarde'.
 
Bien, si Hizzoner quiere convertirse en un tonto del pueblo, ¿qué hay de malo? Solamente esto -- que contra más sandeces escupan los funcionarios tras estos sucesos, más acusará el desmembramiento la persona medianamente bien informada. En ese sentido, el alcalde Miller, M. Portelance, el comisario Paddick y compañía, todos coinciden en la deslegitimación de las instituciones del estado. Eso no tiene el aspecto de una maniobra inteligente.
 
Un pensamiento final: la señorita Phillips es una de las columnistas más conocidas de Gran Bretaña. Aparece constantemente en la televisión y la radio nacionales. Ningún editor ha apostado dinero por ella. Aún así, Londonistán acabó siendo publicado primero en Nueva York, y su posterior aparición en Gran Bretaña no se debe a Little o Brown (que publicó su último gran libro), sino a una pequeña editorial independiente llamada Gibson Square. No conozco al agente de Phillips, pero es difícil no sospechar que el Londres literario glamoroso decidió mantener una distancia segura con este tema incendiario.
 
Así es como mueren las naciones -- no mediante la guerra o la conquista, sino a través de un millar de concesiones triviales, hasta que un día te despiertas y no necesitas señalar un instrumento formal de rendición, porque lo hiciste poco a poco. ¿Cuántos musulmanes de Toronto simpatizan con los objetivos de los detenidos la semana anterior? Tal vez podríamos utilizar un libro en materia. Pero, ¿qué editorial canadiense lo publicaría? ¿Y lo distribuirían los delicados de Indigo-Chapters?

 
 
Mark Steyn es periodista canadiense, columnista y crítico literario natural de Toronto. Trabajó para la BBC presentando un programa desde Nueva York y haciendo diversos documentales. Comienza a escribir en 1992, cuando The Spectator le contrata como crítico de cine, Más tarde pasa a ser columnista de The Independent. Actualmente publica en The Daily Telegraph, The Chicago Sun-Times, The New York Sun, The Washington Times y el Orange County Register, además de The Western Standard, The Jerusalem Post o The Australian, entre otros.