¿Cómo acabará la inmigración ilegal?
por Victor Davis Hanson, 5 de febrero de 2007
Escuchamos toda suerte de soluciones para poner fin a la inmigración ilegal. Construir un muro. Reforzar la seguridad fronteriza. Multar a los contratistas de ilegales, o crear un programa masivo de trabajadores invitados. O América podría insistir en tarjetas de identificación a prueba de alteraciones, o la detención, la deportación o incluso la amnistía para algunos extranjeros ilegales - o todas estas medidas combinadas de alguna manera.
Pero en última instancia la solución se encuentra en la esperanza de que Tijuana prospere tanto como San Diego -- ahora a unas cuantas millas, pero a un mundo de distancia.
Después de todo, Hong Kong solía ser un imán para inmigrantes ilegales que entraban en tropel procedentes de la empobrecida China roja. No así mucho más tiempo. Shanghai, por ejemplo, ha pasado a ser tan rica en dos décadas como la antigua colonia británica.
Los berlineses del Este solían arriesgar sus vidas para cruzar el muro al Oeste. Ahora se están invirtiendo miles de millones de dólares en restaurar la mitad este de una capital unificada de Alemania.
Desde la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores pobres de la en gran medida agraria, católica y autoritaria España acudían en masa al norte a la industrializada, protestante y más democrática Alemania o Francia para encontrar trabajo. Hoy, las tasas de empleo y crecimiento de España se comparan favorablemente con las de sus vecinos del norte.
En cada uno de estos casos, regiones en tiempos pobres colindantes con sociedades mucho más ricas -ya sea a través de la emulación, el contagio o la coacción- han liberalizado radicalmente sus sistemas económicos. Con trabajo y capital casi tan abundante en casa como en el extranjero, pocos quieren irse.
Cuando México siga el patrón, su relación con Estados Unidos se parecerá a nuestro vínculo con Canadá. Ese debería ser nuestro objetivo. La economía de nuestro vecino del norte y el sistema político son comparables a los de América -- y por tanto, la cifra de canadienses que vienen aquí es pequeña y casi la misma que la cifra de americanos que se van a Canadá. Y según cualquier rasero, el clima, el territorio cultivable y la costa de Canadá no son ni de lejos tan acogedoras como las de México.
Pero actualmente, el producto interior bruto per cápita de México ronda el cuarto del de Estados Unidos. Los salarios en México son muy inferiores a los de América. No hay duda del motivo por el que los mexicanos vienen aquí por millones.
De modo que, ¿cómo logrará México alguna vez la paridad con Estados Unidos?
El gobierno mexicano tiene que empezar a deshacerse de empresas estatales improductivas, especialmente en el gas y el petróleo. Debería ofrecer mayor protección a los derechos de la propiedad y blindar el respeto del gobierno a la propiedad privada. México tiene que detener en seco la antigua retórica nacionalista y recibir la inversión exterior, crear un sistema judicial transparente y permitir que la tierra se compre y se venda libremente.
Lo que es más importante, la burocracia mexicana tiene que poner fin a la corrupción endémica que tanto exaspera al inversor exterior, que de otra manera llevaría a México empresas eficientes productoras de empleo.
No hay ninguna posibilidad de que México sea absorbido por su vecino como la Alemania del Este lo fue por la del Oeste. América no creará una unión continental como sucedió en Europa, y de la que tanto se beneficia España. Ni siquiera podemos contar con que la complaciente élite mexicana crea poder enriquecerse desregulando la economía y compitiendo en el mercado global como sucedió en China. Los aprensivos líderes chinos, después de todo, solamente cambiaron sus leyes porque pensaron que no tenían otra opción tras ver caer a la Unión Soviética.
De modo que, ¿qué puede hacer Estados Unidos?
Ofrecer tanto ayuda como inflexibilidad con vistas al largo plazo.
Conceder a México incentivos comerciales favorables es más barato a largo plazo que tratar los problemas sociales provocados por la inmigración ilegal y las consecuencias económicas de miles de millones de dólares americanos enviados al sur por trabajadores mexicanos. El Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio, al margen de lo controvertido que sea, probablemente haya ayudado a reducir la tasa general de pobreza de México e incrementado su producto nacional bruto.
Al cerrar las fronteras, Estados Unidos dejará de subsidiar el fracaso mexicano. En el presente, los trabajadores no vienen a América solamente por los salarios más elevados, sino también siguiendo la premisa de que sus ingresos en efectivo con frecuencia no estarán gravados y modulados por el cuidado sanitario estatal subsidiado, la vivienda o la educación.
La evasión fiscal y las prestaciones americanas ayudan a liberar dólares de los trabajadores que son enviados de vuelta a México. En términos económicos, eso se traduce en que la economía de Estados Unidos mantiene a millones de parados en México a través de 20 mil millones de dólares anuales en envíos monetarios. Este dinero debilita la motivación de millones en México que buscan empleo o piden reformas gubernamentales.
Finalmente, necesitamos honestidad con el problema. México se enmascara como estado socialista revolucionario, repleto de llamativos eslóganes radicales que se remontan a los tiempos de Emiliano Zapata y Pancho Villa.
En realidad, la declaración de Ciudad de México es elitismo y un anacronismo fosilizado. Unos privilegiados pocos han perjudicado a millones de sus ciudadanos trabajadores que se merecen un tratamiento mucho más humano -- que en ocasiones solamente lo encuentran aquí en América.
Victor Davis Hanson es historiador militar y ensayista político. Actualmente es miembro permanente de la Hoover Institution tras haber impartido clases en la California State University desde 1984 al frente de su propio programa de cultura clásica. Entre otros medios, sus artículos aparecen en The Washington Post, The Washington Times, Frontpage Magazine, National Review Online, Time o JWR.
Ó Benador Associates, 2007