Colombia y la guerra contra el terrorismo
Por un estrecho margen, en el último momento, los colombianos han parado la estrategia del Santos de llegar a un acuerdo con las FARC que satisfaciese muchas de las aspiraciones de la guerrilla comunista, incluyendo una segura reforma constitucional, un control de parte del territorio, y unos premios económicos y políticos derivados simplemente de dejar de delinquir.
Sorprendía, y mucho, el brusco giro que Santos había dado a una política antiterrorista, la de Álvaro Uribe, que había puesto a las FARC contra la pared, gracias a la mezcla de principios morales innegociables, una estrategia a largo plazo y un esfuerzo nacional considerable mantenido contra viento y marea. Durante años Colombia, como España, fueron puntales y ejemplos internacionales en la guerra contra el terrorismo, esfuerzo enorme de cooperación internacional en materia de inteligencia, finanzas, esfuerzo militar y diplomático que puso a partir de 2001 a los grupos terroristas contra las cuerdas. A todo eso había renunciado irresponsablemente Santos, y habrá de afrontar las consecuencias políticas de una estrategia suicida que a punto ha estado de conducir a Colombia al abismo.
Es verdad que al desplome moral del Gobierno Santos en la lucha contra las FARC no es ajeno el clima internacional generado por el cambio de política en Estados Unidos. La negativa de la Administración Obama a continuar la guerra contra el terrorismo, volviendo a los peores vicios de las administraciones Carter y Clinton, ha hecho derivar en los últimos ocho años la lucha contra el terrorismo hacia lo politicamente correcto, la seguridad pasiva y reactiva y la falta de esfuerzo militar contra el ISIS y otros grupos terroristas. El resultado, tras ocho años de administración Obama ha sido que por un lado, el yihadismo se ha reencarnado, no sólo en el ISIS, sino en otros grupos que han recogido el testigo de Al Qaeda para la creación de un Califato global. Por otro lado, los gobiernos moderados o dispuestos a un aperturismo político ordenado se han visto abandonados a su suerte por los Estados Unidos, y hacen frente a violentas revoluciones encabezadas por islamistas. El resultado es que el islamismo opera hoy en más lugares, con más intensidad y con más influencia que cuando Obama llegó a la Casa Blanca: el caso de Europa es el más dramático de todos. Pero además, el ejemplo norteamericano, el espírito insuflado por Washington a toda nación embarcada en la lucha contra el terrorismo, se ha volatilizado. Ha llevado al enfrentamiento con aquellos países que aún resisten, como Israel. Y ha desalentado a otros, como Colombia.
No sólo Colombia. España se enfrenta a los problemas de la continuidad del gobierno de Rajoy respecto al de Zapatero en materia de política antiterrorista. Como Santos respeto a Uribe, Rajoy ha luchado contra el legado de Aznar. Los principios morales que guiaron la lucha contra el terrorismo en nuestro país entre 1996 y 2004 han desaparecido. La gran estrategia de acabar con ETA con la ley, con toda la ley, también. Las víctimas de ETA se encuentran frustradas y amordazadas. La fortaleza policial choca con la debilidad política y el progresismo judicial. La derrota política y moral de ETA no sólo no se ha producido: está cada día más lejana. Se han rebajado los criterios de excarelación de etarras. La vía Nanclares fue pensada como una forma de amnistía encubierta: los etarras ni se arrepienten, ni están colaborando de verdad en resolver asesinatos, y progresivamente se van incorporando, rebajadas las penas a unos pocos años, a la vida social y al activismo político. Por su parte, el brazo político de ETA, Bildu, tiene más poder institucional que nunca en la historia de la organización terrorista. De la misma manera que nunca nadie hubiese imaginado que la Colombia que arrinconaba a las FARC decidiese un día ceder a ellas, nunca nadie en 2004 hubiese pensado que el brazo político de ETA tendría el poder en tantas y tantas instituciones del País Vasco y Navarra.
La reacción colombiana contra el fin de la guerra contra el terrorismo, esto es, contra la paz sucia con los terroristas alentada por Santos, no debe llevar a engaño. Corren malos tiempos para la lucha contra el terrorismo. La distancia que media entre la guerra total contra el terrorismo de hace quince años al oxígeno que el islamismo, las FARC o ETA consiguen o aspiran a conseguir es la distancia que media entre Gorge W. Bush, Uribe y Aznar, por un lado, y Obama, Santos y Rajoy. El liderazgo fuerte de entonces ha dado paso a la demagogia y los intereses personales. Los principios morales sólidos y profundos de aquellos han dado paso al realismo cínico en busca de ganancias electorales de éstos. La estrategia a largo plazo para acabar con los grupos terroristas ha degenerado en tacticismo y cortoplacismo. El liderazgo en la lucha contra los criminales, en campañas de propaganda y desinformación.
Eso sí, los colombianos, al menos, han frenado en seco la deriva apaciguadora contra el terrorismo. Veremos si son para los demás el ejemplo que deben ser.