"Clintonismo" en estado puro

por Charles Krauthammer, 17 de octubre de 2007

(Publicado en The Washington Post, 12 de octubre de 2007)

El logro nacional más grande de Bill Clinton, al margen de abolir el estado del bienestar, fue el libre comercio. La joya de la corona fue el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (NAFTA). Logró que el Congreso lo aprobase por encima de la implacable oposición sindical en 1993. El lunes, la Senadora Hillary Clinton proponía que el NAFTA y demás acuerdos comerciales existentes fueran vueltos a evaluar cada 5 años.
 
El Washington Post llama correctamente a la retractación de Hillary del libre comercio 'oportunismo bajo presión', siendo la presión el proteccionismo imperante y popular de sus rivales presidenciales, particularmente en la proteccionista Iowa. Pero mientras que 'oportunismo bajo presión' sugiere (con todo el respeto a Hemingway) cobardía, la descripción mejor del Clintonismo es evasión. Adaptabilidad. Cinismo, si lo prefiere.
 
Observe el inteligente uso de los términos por parte de ella. Volver a evaluar el NAFTA suena estupendo a los proteccionistas, pero es perfectamente ambiguo. Podría significar derogación, o recorte radical. También podría significar establecer una comisión de estudio cuyas recomendaciones podrían no llegar al escritorio de la Presidenta Hillary Clinton hasta el último momento de su segundo mandato.
 
El editorial del Post observaba 'el retorcido tipo de buenas noticias' en el revisionismo del libre comercio de Hillary: 'Hay pocas posibilidades de que su postura refleje algún principio profundamente defendido'. Y ahí reside la belleza no solamente de la Clinton en materia de libre comercio, sino de la propia candidatura Clinton: ella no tiene principios. Su progresismo es redimido por su ambición; su ideología se subordina a sus necesidades políticas.
 
Yo nunca podría votarle, pero podría soportarla (y otros de mi tipo ideológico) -- precisamente por estar tan libre de principios. Su progresismo, al igual que el de su marido -- flexible, disciplinado, calculado, triangulado -- siempre deja abierta la posibilidad de que hiciera lo adecuado por el felizmente incorrecto (léase interés propio, satisfacción de ambiciones, conveniencia política) motivo.
 
Nunca podría votarle porque el internacionalismo progresista de los Clinton manifestado en los años 90 -- la persecución de tratados de papel mojado y la confianza en instituciones internacionales -- es inocente en teoría e irresponsable en la práctica. Y su política nacional vaticina intervención estatal y expansionismo como respuesta a todo mal de la humanidad, desde el endeudamiento hipotecario hasta el resfriado común. No obstante, si el 2008 va a ser un año Demócrata, como bien podría serlo, Hillary serviría al país mejor que cualquiera de los demás rivales Demócratas.
 
En Irak, por ejemplo, habla como alguien que sabe que pronto podría ser comandante en jefe y necesitará espacio de maniobra con el fin de lograr cualquier éxito que pudiera ser posible. Clinton ha rechazado enfáticamente dar garantías de que nos sacaría de Irak durante su primer mandato. Al contrario, por ejemplo, que Bill Richardson, que aboga por una derrota tan radical que dejaríamos el equipo atrás, ella se ha comprometido a poco más que a una reducción de fuerzas si las condiciones lo permiten.
 
En Irán, la Clinton ha sido ridiculizada desde la izquierda por apoyar una resolución completamente anodina que designa el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán como organización terrorista. Esto provocará sanciones económicas serias que complicarán enormemente su capacidad de operar.
 
Sus principales rivales se opusieron a la resolución con el falso argumento de que es un cheque en blanco para que Bush vaya a la guerra contra Irán. No es nada parecido. Una versión previa de la resolución de Irán que habría autorizado 'el uso prudente y calibrado de todos los instrumentos' para contener las actividades iraníes dentro de Irak se podría haber interpretado realmente como tal autorización. Pero esa provisión era abandonada en la resolución a la que votaron positivamente la Clinton y otros 75 Senadores.
 
Y mire lo que daba a conocer Clinton esta semana: una cuenta de jubilación personal modestamente subsidiada por el gobierno. Cierto, es otro derecho social más de la clase media del gran gobierno. Sí, ignora la inminente crisis de la Seguridad Social. Por otra parte, establecer una cuenta de jubilación personal, universal y transferible (aunque sin subsidio gubernamental) es algo que los conservadores han pretendido desde hace tiempo y con devoción. Establece un paralelo con el sistema de la Seguridad Social -- el vehículo perfecto para que una administración conservadora futura lo utilice para pasar del actual programa insostenible controlado por el gobierno a un sistema privatizado como el que hay en Chile.
 
Hasta la respuesta de la Clinton a una pregunta de debate acerca de la tortura -- 'Como cuestión política no puede ser política norteamericana, punto' -- está elegantemente formulada para dar a entender una implacable oposición a la tortura y dejar a la vez abierta la posibilidad de que en circunstancias extremas una presidenta haga lo que tenga que hacer, léase autorizar el uso de tortura, al margen de la política expresa.
 
La Clinton raramente vacila. Siempre cuidadosa, siempre calibrada, siempre dejando espacio a la conveniencia por encima de ideologías. Eso es el Clintonismo, de ambas variantes maritales. La sensibilidad de sexos me impide llamarla consumada calculadora. Considérela en su lugar como la horma del zapato de Colón como Gran Navegante.


 

 
 
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en  1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del  Washington Post desde 1985.
 
 
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