Claves del triángulo Marruecos, Ceuta y Melilla: inmigración, economía y política

por Ana Ortiz, 10 de diciembre de 2010

 

Pregunta: “¿Usted cree que Ceuta y Melilla deberían ser marroquíes?”
 
Respuesta: “Lo único que no se puede cambiar es la geografía. Son dos ciudades marroquíes. Ahí está la Historia. Estamos convencidos de que la inteligencia de los dos países y los intereses estratégicos entre la Unión Europea y Marruecos van a ayudar a buscar soluciones que tomen en cuenta la legitimidad histórica de Marruecos y soluciones para la población que ha crecido en estas dos ciudades. Pero en todos los conflictos históricos siempre se llega a una solución. Pero son dos ciudades marroquíes, están en Marruecos, España lo sabe, los españoles lo saben... (risas).”
 
Esta es la respuesta que ofreció el ministro de Economía de Marruecos, Salahdine Mezouar, en junio de 2010, durante un chat en el diario Expansión[1]. Una respuesta que, en el mejor de los casos, deja en evidencia la laguna de conocimientos históricos del que ocupa de una de las carteras más importantes de cualquier gobierno, porque la realidad es que ni Ceuta ni Melilla han formado nunca parte del Reino de Marruecos. En el peor de los escenarios, se trata de una respuesta que condensa la hoja de ruta marcada por el Reino Alauita para apuntalar su reivindicación: legitimidad histórica,  “conflicto” e intereses estratégicos entre la UE y Marruecos.
 
El primer argumento, la presunta legitimidad histórica, se desmonta solo con repasar la historia de ambas ciudades. Ceuta se integró en la corona española de Felipe II en 1580 por pertenecer a Portugal, por aquél entonces, parte del reino de España hasta su separación en 1640. En aquella fecha, Ceuta eligió seguir siendo territorio español, por lo que recibió el título de Fiderísima.  
 
En cuanto a Melilla, sabemos que en 1497 fue fortificada y ocupada por una expedición castellana dirigida por Pedro de Estopiñán, quién actuaba a las órdenes del Duque de Medina Sidonia y quien la salvó de la barbarie de los piratas allí establecidos. En 1556, el Duque transfirió la titularidad de la ciudad a la corona española. Melilla ha formado parte de España antes que Navarra y Olivenza.
 
En cuanto al “conflicto”, hasta la fecha es más un deseo de Marruecos que una realidad, entre otras cosas, porque España está haciendo lo imposible por hacer caso omiso al asunto, aunque no como debería hacerlo, que es con una adecuada política exterior.
 
El tercero, el de los intereses estratégicos entre la UE y Marruecos, debería ser una baza a favor de España, si esta se utiliza adecuadamente.
Entonces, si estos tres aspectos pueden combatirse con hechos, realidades y oportunidades ¿qué es lo que reclama Marruecos?, ¿qué presuntos derechos puede esgrimir sobre estas ciudades tan españolas como Soria o Albacete?, ¿cuáles son sus bazas?
 
Tres factores pueden arrojar algo de luz a todo este asunto: ausencia de una política exterior firme por parte del Gobierno español, diferencias económicas y sobre todo, el crisol demográfico consecuencia de un proceso migratorio que ha ido in crescendo en los últimos setenta años.
 
Grandes diferencias en solo 14 kilómetros
 
Entre España y Marruecos existe una de las diferencias económicas más significativas a nivel mundial entre territorios colindantes. Aún a pesar de la crisis económica, y teniendo en cuenta el desarrollo económico experimentado por Marruecos en los últimos quince años, España es doce veces más rica que Marruecos y el PIB es veinte puntos mayor. Con la sola excepción de las dos Coreas, es la diferencia de renta más alta entre países vecinos.
 
La frontera que separa Melilla de la provincia marroquí de Nador es un ejemplo real de la desigualdad que existe entre Europa Occidental (unos 25.000 euros de renta per cápita) y África (menos de 550 euros). Una frontera que lejos de formalizar una separación entre países, representa un enlace por el que circulan más de veinte mil personas a diario para hacer turismo, trabajar e incluso quedarse, y sin necesidad de contar con visado.
 
La razón de este ir y venir masivo de gente es muy sencilla: el desarrollo económico experimentado por ambas ciudades españolas en los últimos años. En 2000, Ceuta tenía un índice de convergencia con Europa de 81’98 puntos, y de más de 100 en 2007, superando la convergencia media española. En paralelo, la convergencia de Melilla con Europa era de 81’38 puntos en el año 2000 y de 94 en 2007.[2]
 
A pesar de no existir homogeneidad de datos, y de la escasez de los mismos, hay hechos que indican que este crecimiento se ha ido desarrollando a lo largo de los últimos setenta años. Prueba de ello es el porcentaje de población marroquí en ambas ciudades. Si en 1934, Ceuta tenía unos 55.000 habitantes, sólo unos dos mil eran marroquíes, lo que representa menos de cuatro por ciento del total. En 2005, el porcentaje de personas de origen marroquí constituía el cuarenta y cuatro por cuento (34.000 en un total de 80.000). Algo parecido ha sucedido en Melilla.
 
Un porcentaje que sería mucho mayor si los gobiernos autónomos de ambas ciudades empadronaran a los residentes en situación irregular. El Gobierno melillense asegura que no puede empadronarlos porque entonces su poblaciónpasaría en poco tiempo de 70.000 habitantes, a más de un millón. El vicepresidente primero de la Ciudad Autónoma y consejero de Administraciones Públicas, Miguel Marín asegura que si tienen que aceptar la inscripción de inmigrantes ilegales en Melilla "tendría que empadronar al millón de personas que viven en la provincia marroquí de Nador", la más cercana a la autonomía española.  
 
El Gobierno ceutí se basa en el mismo argumento y respalda su actuación con una Resolución de su Consejería de Presidencia  aprobada a tal fin en 2005. El problema está en la existencia de un vacío legal para estos casos. La Ley 7/1985 asegura que “a los nacionales de Estados de la UE y a otros cuyos ciudadanos con regímenes jurídicos que tengan este mismo régimen jurídico, se les exigirá el número de la tarjeta de residencia en vigor o, en su defecto, número del documento acreditativo de la identidad o pasaporte en vigor expedido en su país de procedencia”. Sin embargo, no hay nada dispuesto para los ciudadanos de un Estado no comprendido en la relación anterior.

A la luz de los datos, es claro que Marruecos está jugando muy bien sus bazas: se beneficia económica, social y culturalmente de todo lo que comporta este incremento de marroquíes en territorio español, a la vez que crea el caldo de cultivo adecuado para que, en un momento dado, una presunta mayoría de marroquíes frente a españoles demande un referéndum para decidir sobre el futuro de Ceuta y Melilla.
 
Una operación adecuadamente orquestada con la ayuda de la prensa. El Club de Prensa del Norte de Marruecos organiza viajes a las dos ciudades autónomas para que los periodistas conozcan, mediante entrevistas con representantes de la sociedad marroquí y dirigentes religiosos, las malas condiciones de vida de los habitantes marroquíes que viven en los “territorios ocupados”.
 
Todo esto ocurre ante la impasible mirada del Gobierno español, que en el mejor de los casos- y con él, toda la sociedad española- confía en que la diferencia económica antes mencionada sea el mejor aval para que ceutíes y melillenses no tengan que temer por su futuro como ciudadanos españoles… pero hay indicios suficientes como para tomarse este asunto muy en serio.
 
El otro lado de la moneda
 
El argumento económico puede venirse abajo en 2012, cuando se produzca el desarme arancelario entre Marruecos y la Unión Europea, que derivará en una especie de ampliación del espacio económico europeo. Este factor puede ser letal para las economías de Ceuta y Melilla, porque puede suponerle unos mil millones de euros anuales.
 
A este hecho hay que sumarle la repercusión directa en estas ciudades- y por ende, al resto de España- de la ampliación de puerto de Tánger o el desarrollo de la zona de Nador, limítrofe con Melilla. Estos dos factores, repercutirían en el suministro de la energía, España dejaría de ser la pieza fundamental del comercio entre Unión Europea y las zonas emergentes del Pacífico y del Índico.
 
Este avance económico tendrá su paulatina repercusión en el plano social y demográfico, puesto fortalecerá la situación de la población de origen marroquí: por un lado representa el cuarenta por ciento de la población de Ceuta y Melilla y por otro, avalaría el crecimiento al otro lado de la frontera. Un porcentaje que suple el retroceso demográfico de origen español de Ceuta y Melilla como consecuencia del  envejecimiento de la población y el éxodo hacia la península de los ciudadanos de estas dos ciudades. Si en 1975 la media de edad de era de 33 años, hoy mientras es de 41 años.
 
Mientras que Europa, y mucho más España, no ofrece niveles de fecundidad suficientes para el reemplazo generacional, Marruecos aporta una eleva fecundidad, una sociedad joven y una movilidad migratoria interna marcada por un inconcluso proceso de éxodo rural, que se traduce en un gran crecimiento urbano hacia el norte del país, camino de Europa, siendo Ceuta y Melilla, la primera puerta al primer mundo, tanto para estar de paso, como para quedarse.  
 
Gracias al desarrollo económico de las dos ciudades españolas, según el INE, esta tasa de fecundidad de los habitantes de origen marroquí deCeuta y Melilla es mucho más elevado que en Marruecos: una media de 4,5 hijos por mujer, frente a  2,5 hijos por mujer. Mohamed es ya el nombre más frecuente en Ceuta y Melilla, y casi la mitad de la población es de confesión musulmana.
 
Hoy, seguramente una buena parte de los marroquíes de Ceuta y Melilla prefieren quedarse bajo soberanía española mientras el que nivel de vida sea superior al del Reino Alauita. Pero no se puede perder de vista que precisamente este factor contribuirá a que poco a poco se vayan creando las condiciones políticas y sociales que favorezcan las reivindicaciones marroquíes. Este escenario, unido al desarrollo económico de Marruecos, puede crear el caldo de cultivo ideal para que, al igual que ya ocurre en otro lugares de España, donde la historia se enseña de forma torticera y a favor de intereses creados por una minoría que detenta mucho poder, puede dar un giro de ciento ochenta grados a favor de la tesis del retorno de Ceuta y Melilla bajo soberanía Marroquí.
 
La respuesta del ministro de Economía de Marruecos apunta maneras.
 
Qué se puede hacer
 
Hay tres factores que bien orquestados favorecen el viejo sueño alauita de integrar las ciudades españolas de Ceuta y Melilla dentro de sus fronteras, no solo por el mero hecho geográfico, como pretenden hacernos ver, sino también, porque ambas ciudades ofrecer una prosperidad económica muy atractiva para el actual desarrollo económico que está viviendo Marruecos. Habría que preguntarse qué pasaría si Ceuta y Melilla fueran dos ciudades deprimidas que aportaran más problemas que ventajas.
 
Marruecos está jugando muy bien sus bazas. Por un lado, aprovecha la debilidad del Gobierno Socialista para abrir frentes de discordia que no interesan para nada a Zapatero en este momento en el que su imagen está más discutida que nunca. Además, juega con la ausencia de una política exterior del Gobierno de España, cuya única hoja de ruta a la fecha ha sido la del buenismo y no la de una política firme, clara y con objetivos muy concretos: defender la españolidad de Ceuta y Melilla, sin que por ello tenga que perjudicar las convenientes buenas relaciones que interesa a ambos países.
 
España todavía tiene la oportunidad de tomar las riendas de la situación, asumiendo la realidad y utilizándola a favor de España.
 
Punto número uno: la población de origen marroquí aumenta continuamente y se convertirá en mayoritaria en pocos años en Ceuta y Melilla por su mayor natalidad y el matrimonio con nacionales marroquíes. Por tanto, urge que España dé el primer paso orquestar toda una política de integración en la diversidad, que no en el multiculturalismo, basada en tres premisas fundamentales e irrenunciables: conocimiento, respeto y cumplimiento de la ley, respecto e impulso de la libertad individual, respeto e impulso de la igualdad entre hombres y mujeres, sin claudicaciones de ningún tipo por razones, culturales, religiosas o económicas.
 
Un excelente vehículo es el de la educación. En la medida en que la población marroquí esté integrada en los valores antes mencionados, será más difícil la creación de guetos, cuya segunda generación sea propensa a ser una fuente de problemas en el medio plazo. Es fundamental reducir el fracaso escolar, que en el caso de los marroquíes alcanza el sesenta por ciento, frente a los de origen español.
 
Punto número dos: seguir favoreciendo el desarrollo económico de Marruecos, fomentando la creación y asentamiento de empresas españolas en las zonas clave (Tánger, Nador) que tendrán una excelente oportunidad de desarrollo ante el desarme arancelario previsto para 2012. Este impulso económico deberá exigir la contrapartida del político cumplimiento y puesta en marcha de libertades, derechos y deberes en Marruecos.
 
En este ámbito, España debe hacer de la necesidad virtud y defender su papel de mediador entre los intereses europeos y alauitas, haciendo valer precisamente eso: su desarrollo económico y su lugar estratégico. España no puede dejarse llevar por los vaivenes del capricho político basado en un buenismo demagógico y trasnochado. Pero desgraciadamente, ese es el discurso de la izquierda de hoy, que lejos de aportar contenido político, lo empobrece.
 
En clave interna, el Gobierno Español- éste y los que le sucedan- deberían orquestar una campaña de conocimiento y reconocimiento de estas dos ciudades en el resto de España, comenzando por asumir como algo natural la vista del Jefe del Estado, del presidente del Gobierno, del jefe de la Oposición o de quien sea. Los españoles tenemos que tener meridianamente claro que Ceuta y Melilla son parte de España, como Madrid, Gerona, Bilbao o Medina del Campo.
 
Lo que es claro es que la natural relación entre españoles y marroquíes surgida y consolidada durante décadas no puede desembocar en la claudicación de España en un asunto que no tiene razón de ser. Un proceso que no tiene visos de parar hasta que se produzca la natural convergencia que proporciona la dinámica de las sucesivas globalizaciones que se están sucediendo: la económica, la del conocimiento y la de las personas.

 

Ana Ortiz es Licenciada en Ciencias de la Información, Periodismo, Universidad Complutense de Madrid. Master en Radiodifusión por RNE y períto grafólogo por la Facultad de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid. Asesora política, experta en relaciones institucionales para Iberoamérica, en protocolo empresarial y liderazgo. Asesora en campañas electorales sobre comunicación en Internet y redes sociales. En el Grupo, es Analista en Inmigración y Seguridad interior y Analista de Medios de Comunicación. Ha participado en debates y entrevistas en Libertad Digital TV, Telemadrid, Radio Intereconomía, Intereconomía TV, Veo7 y Periodista Digital en temas y cuestiones de inmigración, y de política en general.
 
 
Notas

[1] “Ceuta y Melilla son marroquíes, y España y los españoles lo saben” http://www.expansion.com/2010/06/27/economia/1277671116.html
[2] Ambas estimaciones medidas por habitante y en paridad de poder de compra, basados en el PIB, la población y la metodología de la Comisión Europea expuesta en la publicación de la Comisión Europea European Economy, nº 4/2008, y aplicada a las autonomías españolas por Julio Alcaide Inchausti y Pablo Alcaide Guindo en Balance Económico Regional (Autonomías y provincias).
Años 2000 a 2007 (Funcas, diciembre 2008).