Cinco días en Londres

por Florentino Portero, 3 de abril de 2002

(Del libro Cinco días en Londres, mayo de 1940. Churchill solo frente a Hitler. de John Lukacs. Fondo de Cultura Económica & Turner. Madrid, 2001. 256 págs.
Publicado en El Cultural, 3 de abril de 2002)
 
¿Se puede decir algo nuevo sobre la II Guerra Mundial? Desde luego son muchos los libros que cada mes se editan en todo el planeta sobre este período crucial de la historia mundial. Sin embargo, pocas son las obras que aporten algo sustancial a la polémica histórica. Cinco días en Londres es una excepción, una breve obra maestra asequible a un lector no iniciado, que concentra su atención en lo ocurrido durante cinco días de 1940, aquellos en los que el Reino Unido tuvo que resolver qué política seguir tras el fracaso de las estrategias de pacificación ensayadas por Neville Chamberlain.
 
El marco histórico es bien conocido, aunque no por ello menos apasionante. En el continente europeo habían entrado en crisis los sistemas liberal-parlamentarios, aparentemente incapaces de dar respuesta a los retos de las nacientes sociedades de masas. Nuevas corrientes “totalitarias” surgían como alternativa, encuadradas en dos grandes familias: el comunismo y el fascismo. En el Reino Unido, sin embargo, la transición desde el liberalismo a la democracia se venía desarrollando de forma ejemplar. Su clase política observaba con alarma la evolución de la política continental y se decantaba por considerar al comunismo como la amenaza más grave al orden internacional. Aún rechazando el fascismo, reconocían su utilidad como dique frente a la amenaza soviética, creían haber encontrado un modus vivendi con Mussolini y estaban dispuestos a hacer sacrificios para lograrlo con Hitler.
 
El fracaso de esta estrategia diseñada por Chamberlain creó una extraña situación parlamentaria. Su política había sido errónea, pero respondía a una filosofía política, el posibilismo pragmático conservador, que estaba ampliamente representada en los Comunes. Chamberlain dimitió, pero retuvo el control de la mayoría por pura autoridad. El poder formal recayó en quien había denunciado, leal pero firme y enfáticamente, aquella estrategia: Winston Churchill, un personaje excesivo en todas sus manifestaciones, que no gozaba ni de la simpatía ni mucho menos del respeto de sus compañeros de partido. Churchill se hizo merecedor del puesto, pero carecía de la autoridad para imponer una política radicalmente anti-alemana, que implicaría una larga e incierta guerra. Los Comunes, y en concreto los muy experimentados conservadores, seguían confiando en llegar a un entendimiento con el III Reich, que garantizara los intereses fundamentales del Imperio Británico y evitara la guerra.
 
La maestría de Lukacs -profesor emérito del Chestnut Hill College, en Filadelfia, y reconocido especialista en esta materia- reside en recrear el ambiente shakespeariano en que se produce la colisión entre dos políticas, en el seno del discretísimo gabinete de guerra donde conviven conservadores tradicionales, como Churchill; pragmáticos whigs, como Chamberlain y Halifax; y laboristas, como Attlee y Greenwood. Los años de investigación y el mucho oficio permiten al autor disponer inteligentemente de un amplio abanico de fuentes, que utiliza con discreción, sin agobiar en ningún momento al lector, que preso de la calidad e interés del texto dudará si tiene en sus manos una obra histórica o literaria.
 
Si la década de los años noventa supuso una recuperación historiográfica de las figuras de los grandes “pacificadores”: Chamberlain, Halifax, Hoare... , en esta obra, al tratar de comprender los límites que determinaron sus actos y los objetivos que perseguían, Lukacs vuelve a las interpretaciones más clásicas, y a mi juicio mucho más acertadas. Sin restar patriotismo ni buena voluntad a la política de los dirigentes citados, les faltó la condición más importante: visión. Churchill era un personaje estrafalario, bebía en exceso, su carrera había sido irregular y su forma de hablar y plantear los problemas resultaba en exceso retórica para cualquier inglés bien educado, y muy especialmente para sus compañeros. Pero entendió que en ese momento la principal amenaza para el Imperio Británico y para la estabilidad continental no era el comunismo sino el nazismo y que no era posible llegar a un entendimiento con Hitler. Como Lukacs subraya, fueron políticos tradicionalistas, como Churchill y De Gaulle, los que lo comprendieron. Frente a ellos los conservadores de talante más moderno trataron inútilmente de hallar una vía inexistente en el marco de la vieja balanza de poder.
 
Un gran tema, unas fuentes numerosas y de calidad, mucho oficio y una excelente prosa caracterizan una obra de lectura inolvidable.
 
Florentino Portero