China debe pagar

por Rafael L. Bardají, 10 de junio de 2021

En las películas de asesinatos y policías, siempre, siempre, hay una pregunta que orienta la investigación: ¿a quién favorece el crimen? Es de sentido común y aplicable a la mayoría de los casos. Excepto al Covid-19 y Wuhan. A todos quienes defendieron que el coronavirus era poco probable que hubiera pasado del pangolín al humano y que podía proceder de investigaciones en el laboratorio de alta seguridad biológico de Wuhan, se les tachó de conspiranoicos y desequilibrados. El mundo entero se negó a dar con el origen de la pandemia, cuestión que es clave para entender tanto su propagación como la prevención de otra futura. Es más, Australia, que apadrinó desde primeros momentos la necesidad de investigar de forma exhaustiva e independiente el origen del coronavirus, fue represaliada comercialmente por China quien puso en cuarentena las importaciones de 12 de categorías de productos desde Australia. Mientras que las autoridades comunistas de China no eran capaces de mostrar la transmisión animal-humano, castigaban comercialmente a quienes mostraban dudas sobre su versión oficial. Ahí es nada para un país que decía estar dispuesto a favorecer que se conociera la verdad.

 

Muchos servicios de inteligencia, empezando por la CIA americana, altamente politizados, le hicieron el juego a China si con ello hacían avanzar sus intereses particulares. No se puede explicar de otro modo que, bajo Trump, la inteligencia americana rechazara de plano la tesis de que la pandemia salió del laboratorio de Wuhan en vez del mercado húmedo y que ahora, bajo Biden, un político del establishment, afirmen que no se puede descartar ninguna hipótesis y que la del escape gana fuerza. Más que comunidad de inteligencia parecen una comunidad de pillos.

 

Ahora que miles de correos electrónicos del doctor Fauci, el Fernando Simón americano, han sido filtrados a la prensa “amiga” del Washington Post (no se sabe muy por qué ni para qué), hemos podido leer que Fauci nunca quiso contemplar la hipótesis de un origen no natural del coronavirus porque -es lo que se deduce lógicamente de la lectura- tenía intereses profesionales que proteger. Toda una red de ayuda a científicos e investigadores que recibían dinero de Fauci y que acababa, en parte, en programas del laboratorio de virología de Wuhan.

 

Habrá quien siga diciendo que la fuga accidental desde el laboratorio al exterior sigue sin ser probada. Y es cierto, aunque sabemos de casos anteriores en los que animales de experimentación de ese laboratorio habían acabado en el mercado de Wuham, revendidos por alguien del personal a fin de sacarse un sobresueldo. Si fue así o fue un accidente -una fuga- no lo sabemos porque China ha borrado todas las huellas y no ha dejado investigarlo. La Comisión de la OMS fue una farsa.

 

En cualquier caso, la pregunta no es ya de dónde salió. Ni siquiera cómo salió. La pregunta que el mundo debería hacerse es si las autoridades chinas, sabedoras de los daños que causaba la Covid-19, eligieron exportarla al mundo mientras le ponía coto internamente.  Sabemos que el 23 de enero, China impuso un confinamiento total en su alcance (y brutal en sus métodos) pero que no restringió ningún vuelo internacional a pesar del riesgo potencial (y real, como ahora conocemos) de que ciudadanos chinos contagiados transmitieran el coronavirus a medio mundo.

 

¿Por qué confinaron su suelo, pero permitieron los viajes internacionales? Por un razonamiento muy simple: Si como en anteriores pandemias sólo China se veía afectada, la extensión e intensidad de ésta dejaría a China fuera de juego para competir comercial y militarmente con Estados Unidos y otras potencias mundiales. El Siglo XXI no sería, como Pekín sueña, el siglo chino, sino que continuaría siendo el siglo americano. La única forma de que eso no ocurriera era dejar escapar el virus al mundo.

 

El expresidente Trump ha dicho hace unos días que China tendría que compensar a Estados Unidos con 10 billones de dólares (lo que ascendería fácilmente a 10 trillones para todo el mundo). Y tiene razón. Es altamente probable que el virus no tuviera un origen natural, aunque eso ya es irrelevante (salvo para prepararse para lo que pueda venir en el futuro), pero es seguro que las autoridades comunistas chinas exportaron deliberadamente el coronavirus SARS-2 al resto del mundo para dañar a sus competidores y que todo el mundo sufriera el impacto negativo de la pandemia, no sólo China. Es, simplemente, de juzgado de guardia, si eso que se llamó hace años Occidente tuviera lo que hay que tener. Y por eso China debe pagar. Algún día también descubriremos que el auge de la izquierda y el totalitarismo en el mundo tiene más que ver con Pekín que con Soros. Aunque los globalistas sean los tontos útiles del Partido Comunista Chino en esta ocasión.